Tributo a un revolucionario

"Fuera del movimiento obrero no hay nada"

El 9 de julio se cumple el centenario del nacimiento de Ted Grant, uno de los pensadores marxistas más importantes y brillantes del siglo XX. Ted murió hace siete años y nos dejó un legado inmenso, una obra política imprescindible para todo aquel que quiera comprender los acontecimientos más importantes del siglo pasado: desde la revolución y la contrarrevolución en los años treinta y la Segunda Guerra Mundial, pasando por el boom económico de la posguerra, el avance, desarrollo y caída del estalinismo en Europa del Este, la revolución china o la revolución colonial. Pero su pensamiento jamás estuvo deslindado de su actividad militante, de la lucha consciente por construir el partido. Ted Grant, como los grandes marxistas, fue por encima de todo un revolucionario.

Los orígenes

Ted Grant nació en Germinston (Sudáfrica) en 1913, y su verdadero nombre era Isaac Blank. Hijo de emigrantes, padre ruso y madre francesa, siendo aún adolescente conoció las ideas de Marx, Engels y Lenin a través de Ralph Lee, un militante del Partido Comunista de Sudáfrica que fue expulsado durante las primeras purgas estalinistas. Ambos entraron en contacto con el movimiento trotskista internacional al comprar un ejemplar de The Militant, el periódico de la Liga Comunista de EEUU, sección norteamericana de la Oposición de Izquierdas Internacional. A partir de ese momento emprendieron la tarea de formar en Sudáfrica un grupo de la Oposición.
En su obra Historia del trotskismo británico, Ted explica su decisión de emigrar a Gran Bretaña en 1934: “Antes de la guerra la clase obrera negra en Sudáfrica era mucho más pequeña que hoy. Las posibilidades de nuestro trabajo realmente estaban muy limitadas. Los jóvenes trotskistas sudafricanos veían en Europa más posibilidades para la revolución socialista. Debido a las conexiones con la Commonwealth y el idioma, Gran Bretaña era la elección más obvia”.1
Junto con Max Basch, otro militante del grupo sudafricano, realizó la travesía al viejo continente. En su escala en París, Ted mantuvo contactos con dirigentes de la Oposición, entre ellos León Sedov, el hijo de León Trotsky que más tarde sería asesinado por agentes estalinistas. A su llegada a Gran Bretaña, en diciembre de 1934, adoptó el nombre de guerra de Ted Grant, con el fin de preservar a su familia de posibles represalias por sus actividades políticas. De inmediato empezó a participar activamente en la vida política del país, encuadrado en los pequeños núcleos de la oposición trotskista cuya actividad, en franca minoría dentro de las organizaciones dominadas o influidas por el estalinismo. De aquella época data su participación en las batallas contra las bandas fascistas de Mosley, en el East End londinense.
Después de un breve tiempo de militancia en el Partido Laborista Independiente (ILP) y en el Grupo Bolchevique-Leninista, más tarde conocido como Grupo Militant, Ted Grant, Ralph Lee y otros compañeros formaron en diciembre de 1937 la Workers International League (WIL), que representa el primer intento serio de crear una organización trotskista en Gran Bretaña.

La Segunda Guerra Mundial y la ‘política militar revolucionaria’

Ted Grant y sus camaradas mantuvieron una actitud rigurosa hacia la teoría y de completa entrega a la militancia revolucionaria. Fueron años de duras pruebas: la crisis económica y el ascenso del fascismo en Europa; la derrota de la revolución española y las grandes purgas estalinistas tras los juicios farsa de Moscú, que acabaron con el exterminio de la vieja guardia bolchevique y de decenas de miles de militantes comunistas en los campos de concentración de Vorkutá y Kolimá. Acontecimientos que prepararon el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y que coincidieron además con el asesinato de Trotsky en México por un agente de Stalin.
La eliminación de León Trotsky, un objetivo ansiado por el Bonaparte soviético, coronaba el ciclo de degeneración burocrática de la URSS y golpeó duramente las filas de la Cuarta Internacional, cuyos inicios fueron extremadamente difíciles, marcados por el aislamiento político y, en muchos casos, las duras condiciones de la clandestinidad. Todos estos hechos hundieron a la mayoría del movimiento trotskista internacional en un período de confusión y desorientación. Hubo excepciones, y de estas, la WIL fue la organización que mejor supo orientarse en medio de una atmósfera sofocante de chovinismo y reacción. Ted Grant era en ese momento su secretario nacional y elaboró los documentos más importantes de la organización. Cuando la mayoría de las tendencias del movimiento obrero caían en el pacifismo pequeñoburgués, como el ILP, en el más rabioso chovinismo, como el Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB), o llevaban a cabo una política sectaria y ultraizquierdista, la WIL adoptó una posición marxista y de clase ante la guerra, siguiendo el hilo conductor que Trotsky había planteado en sus últimos escritos con la llamada política militar proletaria. En ella Trotsky explicaba la imperiosa necesidad de adoptar un punto de vista de independencia de clase, de defensa de la URSS y de las conquistas revolucionarias del octubre soviético.
Uno de los materiales más importantes de Ted Grant sobre esta cuestión es Chovinismo y derrotismo revolucionario, escrito en 1943. El texto es una respuesta a la Liga Socialista Revolucionaria (SRL), sección oficial de la IV Internacional en Gran Bretaña pero que mantenía una posición sectaria. “El material de Trotsky sobre la política militar proletaria nos entusiasmó mucho” escribe Ted Grant. “Aplicando esa política a las condiciones británicas nuestro programa exigía al laborismo que rompiera con el gobierno de unidad nacional y que tomara el poder con un programa socialista. En una Gran Bretaña socialista, lucharíamos militarmente contra el fascismo, al mismo tiempo que haríamos propaganda de clase para tender una mano amiga a los trabajadores alemanes, haciéndoles un llamamiento para que derrocaran a Hitler. La política militar también incluía la elección de los oficiales por los soldados, la formación de los oficiales a cargo de los sindicatos, la necesidad de una milicia obrera, el establecimiento de comités en las fuerzas armadas, enseñar a los trabajadores el manejo de las armas, etc. En otras palabras, su objetivo era exponer las cuestiones de clase con relación al ejército y la guerra.
“(…) La única clase que podía luchar contra el fascismo era la clase obrera, pero para conseguirlo de una manera eficaz, era necesario llevar a una lucha irreconciliable contra la clase dominante tanto en los llamados países democráticos como en los países fascistas. Frente al pacifismo y la objeción de conciencia, noso-tros estábamos a favor de que los compañeros fueran a las fuerzas armadas para hacer trabajo revolucionario”.2
La WIL también se enfrentó a las políticas y los ataques de los estalinistas. El Partido Comunista de Gran Bretaña resultó ser un aliado muy útil para la burguesía y para Churchill. Después de haber defendido con uñas y dientes el pacto Hitler-Stalin de agosto de 1939, igual que anteriormente hicieron con los Frentes Populares o con la teoría sobre el “socialfascismo”, y tras haberse mantenido indiferentes ante la invasión nazi de Polonia, los líderes estalinistas británicos dieron un nuevo giro de ciento ochenta grados. Cuando en la mañana del 22 de junio de 1941 más de tres millones de soldados alemanes iniciaron la invasión del territorio soviético, el PCGB se transformó en el más ferviente seguidor del gobierno Churchill concediéndole un apoyo entusiasta, y erigiéndose en una poderosa fuerza rompehuelgas.
Los escritos de Ted Grant de esta época, Chovinismo y derrotismo revolucionario; Prepararse para el poder; El colapso del fascismo; Ascenso y caída de la Internacional Comunista o ¿Por qué llegó Hitler al poder? son una exposición brillante del método marxista de análisis sobre un período histórico muy complejo, además de una lección sobre la táctica y el programa de los revolucionarios con relación a la guerra, al trabajo en el interior de las fuerzas armadas o cómo aproximarse a la clase obrera y sus organizaciones en un período de reacción.3

La derrota de la revolución en Europa y la estabilización del capitalismo

En 1944 los avances de la WIL en Gran Bretaña eran sólidos. La organización defendía hábilmente las ideas marxistas en el movimiento obrero, distribuía su prensa y ganaba adeptos. Su actividad en las fuerzas armadas, impulsando la formación de comités de soldados, en el entorno del Partido Comunista, ganado a militantes obreros descontentos con la política de paz social y apoyo a Churchill decretada por la dirección del partido, y la energía con que desplegaron su actividad en el frente sindical dieron a la WIL una proyección política indiscutible.
La WIL era una realidad, mientras la sección oficial de la IV Internacional se encontraba en plena descomposición. Finalmente, el Secretariado Internacional de la IV tuvo que reconocer la evidencia, y aceptar a la WIL como el referente trotskista en Gran Bretaña. De estos avances surgiría el Partido Comunista Revolucionario (RCP) formado, en marzo de 1944, por la fusión de la WIL con los militantes que quedaron tras la disolución de la SRL. Jock Haston fue elegido secretario general del partido y Ted Grant se convirtió en el referente teórico.
El RCP avanzó con rapidez y se insertó en el corazón de la clase trabajadora. Su participación activa en la huelga nacional de aprendices, donde sus cuadros jugaron un papel de dirección, consolidó las posiciones del partido en el frente obrero. También en otros terrenos inesperados, como la oportunidad que ofreció las elecciones parciales de la ciudad minera de Neath, en el sur de Gales, donde presentaron a Haston como candidato. En medio de una campaña hostil del Partido Comunista, que utilizó las calumnias tradicionales del estalinismo, “un voto a Haston es un voto por Hitler”, el RCP realizó una enérgica propaganda comunista y de clase obligando incluso a la dirección del Partido “Comunista” a aceptar un acto público en el que su candidato y el del RCP debatieron ante más de dos mil trabajadores, con un éxito formidable para las tesis revolucionarias.
Ted, Haston y los dirigentes del RCP también jugaron un papel muy relevante en el desarrollo de la IV Internacional. La guerra y su desenlace presentaron nuevos desafíos para el movimiento trotskista, después de que la victoria del Ejército Rojo contra el nazismo fortaleciera la posición de Stalin y, por tanto, de los partidos comunistas en todo el mundo. En países como Italia y Francia, donde los militantes comunistas encabezaron las filas de la resistencia antifascista, el final de la guerra se precipitó por las insurrecciones obreras. La revolución socialista se puso de nuevo en el orden del día, pero Stalin y los dirigentes soviéticos tenían otros planes.
El 4 de febrero de 1945 se celebró la conferencia de Yalta, a orillas de la costa septentrional del mar Negro, Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt procedieron a repartirse las áreas de influencia de sus respectivos países. Stalin, que disolvió la Internacional Comunista en 1943 como gesto de “buena voluntad” ante sus aliados, no tenía el menor interés en impulsar la revolución, de hecho los estalinistas descarrilaron la oleada revolucionaria que sacudió Europa occidental. En estas condiciones, el imperialismo estadounidense desarrolló una estrategia muy diferente a la que veinticinco años antes se acordó con la Paz de Versalles. Amenazados por los avances del Ejército rojo en Europa del Este y los Balcanes, la burguesía europea, tras utilizar a los estalinistas en diferentes gobiernos de “unidad nacional” para frenar la revolución, los expulsó de los mismos. Las grandes inversiones para reconstruir la economía devastada de Alemania, Francia o Italia, sentaron las bases para una época de auge económico, expansión del comercio mundial y estabilidad política. Un amplio período de paz social dominó la escena europea durante las dos siguientes décadas.
La mayoría de los dirigentes de la Cuarta Internacional no comprendían la nueva situación mundial y siguieron repitiendo la perspectiva planteada por Trotsky antes de la guerra, negándose a reconocer los cambios en la correlación de fuerzas y la realidad que tenían ante sus ojos. Ted lo señala: “En este momento teníamos la perspectiva, en común con toda la Internacional, basada en el pronóstico de Trotsky, que la guerra mundial provocaría una oleada revolucionaria en Europa. Al mismo tiempo, esta oleada desenmascararía el papel contrarrevolucionario de las viejas organizaciones y conduciría a la creación de partidos de masas de la Cuarta Internacional. Esa perspectiva se basaba en la idea de que los acontecimientos después de la Segunda Guerra Mundial serían similares a la situación que emergió después de la Primera Guerra Mundial, cuando se desarrolló una situación revolucionaria en Gran Bretaña y otros países europeos.
“(…) Discutimos la situación dentro de la dirección del RCP y pronto nos dimos cuenta de que se estaban produciendo cambios importantes que dejaban anticuada nuestra perspectiva. A partir de estas discusiones corregimos nuestros análisis y perspectivas de acuerdo con las nuevas condiciones. Los dirigentes de la Internacional, sin embargo, estaban ciegos ante los nuevos acontecimientos. Con el asesinato de León Trotsky en agosto de 1940, los dirigentes de la Cuarta se las tenían que arreglar solos y no fueron capaces de elaborar un análisis adecuado al nuevo período ni tampoco supieron reorientar al movimiento trotskista”.4
Este episodio sería el inicio de toda una serie de errores políticos que finalmente llevarían a la Cuarta Internacional al desastre. Al Richardson y Sam Bornstein en su obra sobre el trotskismo británico resumen cuál fue la actitud de los dirigentes de la Internacional desde el final de la guerra: “El fracaso ideológico de la Cuarta Internacional en el período de reconstrucción que siguió a la posguerra, de 1945 a 1949, robó al trotskismo uno de sus activos más seguros hasta ese momento: su capacidad de encontrar sentido a los acontecimientos de la época e intervenir de acuerdo con ellos. Durante más de cinco años se negaron a aceptar los nuevos Estados que se formaron en Europa tras la guerra; el enfrentamiento Tito-Stalin les pilló totalmente desprevenidos e intentaron racionalizar el proceso a posteriori; utilizaron todo tipo de evasivas para mantener su posición como dirección revolucionaria; abandonaron el método del marxismo a favor del vulgar empirismo”.5
En sus obras, Ted explicó una y otra vez qué significa para una organización revolucionaria cometer el error de aplicar esquemas preestablecidos a una situación objetiva determinada, e insistía siempre en la necesidad de elaborar la táctica marxista tomando siempre como punto de partida la correlación de fuerzas del momento y los objetivos generales del movimiento. A diferencia de Mandel, Pablo, Pierre Frank y otros líderes de la Cuarta, los cuadros del RCP sí intentaron comprender la nueva situación y desarrollar una perspectiva adecuada. Una vez más, el papel de Ted fue esencial para la reorientación del trotskismo británico. Fue capaz de extender y aplicar la teoría marxista en todas y cada una de las nuevas direcciones que se abrieron en la escena política a partir de 1945. 
El cambio de la correlación de fuerzas en Europa y el papel de la Cuarta Internacional, es uno de los textos de Ted Grant de imprescindible lectura. Escrito en 1945 como documento político del Comité Central del RCP, es una muestra del método dialéctico para enfrentarse a fenómenos nuevos y complejos. Trazando un amplio análisis de la situación política tras la guerra, Ted elabora una perspectiva abierta respecto a los procesos que se estaban desarrollando en los países ocupados por el Ejército Rojo; en esos momentos aún no estaba claro cuál sería el comportamiento de la burocracia soviética, aunque sí sugería ya la posibilidad de que los estalinistas, a pesar de sus deseos, se vieran obligados a romper con la burguesía y nacionalizar la industria en los países ocupados, por supuesto, actuando desde arriba y sin permitir la participación de las masas. La posibilidad de crear Estados a imagen y semejanza de la Rusia estalinista es sugerida ya por Ted. Más importante aún es la línea que señala de estabilización de la situación política en Europa occidental gracias al papel jugado por las direcciones de los partidos estalinistas y socialdemócratas. Ted, en respuesta a las posiciones mecánicas del Secretariado Internacional de la Cuarta, plantea la perspectiva de que la burguesía pudiera llevar adelante una contrarrevolución política con “formas democráticas”. 
Siguiendo los razonamientos esbozados en el anterior material, Ted Grant escribió en agosto de 1946 el que sería sin duda uno de sus más brillantes trabajos teóricos: Democracia y bonapartismo en Europa, respuesta a Pierre Frank, dirigente de la sección francesa de la Cuarta Internacional. De acuerdo con la tesis de Frank, en Europa occidental tras el final de la guerra se habían establecido gobiernos bonapartistas y, por tanto, negaba la existencia de democracias capitalistas. La respuesta de Ted, además de demoledora, mantiene su vigencia y utilidad para comprender el fenómeno del bonapartismo y el papel del Estado en la sociedad capitalista.

El fortalecimiento del estalinismo

De entre las grandes contribuciones de Ted Grant al marxismo destaca con fuerza su análisis del estalinismo después de la Segunda Guerra Mundial. En artículos como El estalinismo en el mundo de la posguerra, escrito en 1951, aborda la naturaleza y el carácter de los nuevos Estados creados en Europa del Este por la ocupación del Ejército Rojo. En sus trabajos de este período, Ted insiste en que ante fenómenos políticos e históricos totalmente inéditos, es imprescindible regresar a las obras teóricas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Partiendo de los clásicos del marxismo, sobre todo del análisis que Trotsky realizó del estalinismo en La revolución traicionada, era necesario aproximarse cuidadosamente a estos procesos y caracterizar su naturaleza de clase. Estos regímenes, llamados oficialmente Repúblicas Democráticas y Populares, lejos de ser Estados obreros semejantes al que encabezaron Lenin y Trotsky tras la victoria de octubre de 1917, sólo eran una caricatura monstruosa, totalitaria y burocrática del socialismo. Comenzaban en el punto donde el estalinismo había culminado su reacción thermidoriana, como Estados obreros deformados, basados en un tipo de bonapartismo especial, el bonapartismo proletario.
En otra de sus obras más importantes de la época, Contra la teoría del capitalismo de Estado, escrita en 1949, encontramos una refutación de los análisis que consideraban completada la restauración del capitalismo en la URSS y cuestionaban “teóricamente” la caracterización hecha por Trotsky tiempo atrás. El texto es una respuesta a Tony Cliff, militante en aquellos momentos del RCP, que en 1948 escribió La naturaleza de la Rusia estalinista. El punto central de la tesis de Cliff es que Rusia, bajo Stalin, se había convertido en un “Estado capitalista” de un tipo peculiar, “capitalismo de Estado” y lo mismo se aplicaba al resto de países del bloque soviético.
Ted Grant centra su respuesta en el análisis marxista de la naturaleza de clase de una sociedad dada, que comienza con un examen de las relaciones sociales de producción y propiedad sobre las que se sustenta el poder de todo Estado, proporcionándonos una descripción detallada y elaborada del carácter del Estado “en transición” entre el capitalismo y el socialismo. Ted analiza las relaciones entre las clases, el modo de producción y distribución de la sociedad soviética. Bajo el capitalismo, la forma económica dominante es la propiedad privada de los medios de producción, y la acumulación de capital se realiza a través de la venta de mercancías en el mercado y la apropiación privada e individual de la plusvalía que se materializa con ese acto. En un Estado obrero, incluyendo al existente en la URSS a pesar de su carácter profundamente burocratizado y deformado, la base económica era la propiedad nacionalizada de los medios de producción, y la burocracia, por más que obtuviera sus privilegios de su poder político y del robo de una parte de la plusvalía generada por la clase obrera en el proceso de distribución; por más que saqueara la propiedad estatal, no era la propietaria de los medios de producción, no podía comprar libremente la fuerza de trabajo asalariada ni acumular ganancias obtenidas de la venta de mercancías y de su participación privada en el mercado mundial. En la URSS, y en el resto de los países de Europa del Este, seguía existiendo el monopolio estatal del comercio exterior.
El proceso de restauración capitalista desde mediados de los años ochenta, tras el colapso de la Perestroika de Gorbachov y el triunfo final de Yeltsin, refutó las tesis sobre la existencia de capitalismo de Estado en la URSS. La burocracia estalinista sí se convirtió en la nueva clase propietaria, en la nueva burguesía (como también ha ocurrido en China), pero antes tuvo que liquidar la economía planificada y el régimen político y de propiedad imperante en la URSS.6
Estos materiales reflejaban importantes divergencias con la dirección de la Cuarta Internacional, que se acentuaron por la posición que esta última mantuvo respecto a las divisiones surgidas entre las distintas burocracias estalinistas, especialmente entre Tito y Stalin. En su artículo Detrás del enfrentamiento Tito-Stalin, escrito en 1948, Ted Grant explicó este acontecimiento desde un punto de vista marxista. También prestó una gran atención a la revolución china, previendo un desarrollo semejante al de Europa del Este a pesar de que Mao seguía insistiendo en un régimen de colaboración con la “burguesía nacional china” que duraría años. Basándose en la teoría de la revolución permanente, Ted no albergó ninguna duda de que la erradicación del latifundismo y las reformas democráticas conducirían inevitablemente a los estalinistas chinos a la expropiación de la propiedad privada, de los capitalistas nacionales y de los imperialistas. Y lejos de conformarse con la idealización de Mao o de Tito, a los que la dirección de la Cuarta catalogaba de “trotskistas inconscientes”, Ted Grant analizó seriamente las contradicciones que enfrentaban a estas burocracias con la casta dominante de la URSS y que cristalizaron en la ruptura entre ellas, como consecuencia del abandono del internacionalismo proletario y la degeneración nacional-reformista a la que conducía inevitablemente la teoría del “socialismo en un solo país”.
Anderson y Bornstein reconocen en su libro que “La mayoría del RCP tuvo pocas dificultades en analizar estos nuevos acontecimientos porque partieron lógicamente del análisis de Europa del Este que habían defendido en el Segundo Congreso Mundial de 1948 (…) La tesis del RCP no sólo estaba elaborada de una forma lógica y coherente en todas sus partes, sino que tenía además el valor predictivo que garantiza el carácter científico del marxismo”.7

La revolución colonial y el boom de la posguerra

El análisis de la revolución colonial fue otra de las grandes contribuciones de Ted Grant al arsenal teórico del marxismo. Las décadas posteriores a la guerra mundial supusieron un período de agitación política sin precedentes para los países coloniales y ex coloniales, caracterizado por guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Millones de personas despertaron a la vida política y participaron en luchas de masas en África, Asia y América Latina para conseguir liberarse del yugo imperialista.
Mientras predominaba la confusión en la Cuarta Internacional, Ted Grant, partiendo de las ideas básicas elaboradas por Trotsky en su teoría de la revolución permanente, fue capaz de situar todos estos acontecimientos, movimientos revolucionarios y líderes en su contexto correcto. Ted escribió muchos artículos sobre los distintos procesos y países, hasta bien avanzados los años ochenta. Desde la Revolución Cubana, hasta los procesos en Egipto, Irán o Siria.
Al mismo tiempo que estallaba la revolución colonial, los países capitalistas desa-rrollados vivían un boom económico que duró un cuarto de siglo y representó la mayor expansión de producción, técnica, inversión y comercio de la historia. Inevitablemente este hecho influyó poderosamente en los procesos políticos y en las filas de las organizaciones de la clase obrera, fortaleciendo las ideas reformistas y el abandono del marxismo. 
El Partido Laborista en Gran Bretaña o del SPD alemán abrazaron fervorosamente las teorías de Keynes. Creían que la economía capitalista, mediante nacionalizaciones limitadas de sectores estratégicos, con el incremento del gasto público y el desarrollo del estado del bienestar, sería capaz de resolver sus contradicciones inherentes y superar, de una vez por todas, su ciclo económico natural. Así conquistarían el sueño eterno de los capitalistas: acabar con las crisis de sobreproducción. En 1960, en el punto álgido del boom económico, Ted Grant escribió un documento titulado ¿Habrá una recesión?, que constituye una de las aportaciones más importantes al debate que se desarrollaba en ese momento sobre las perspectivas económicas. En este artículo, Ted rebate las ideas reformistas y keynesianas, y analiza el papel limitado de la intervención del Estado en el ciclo económico: puede incrementar el alcance e intensidad de un auge económico, pero no evita la recesión, que depende de las contradicciones del propio modo de producción.
La validez de las ideas expuestas por Ted en este artículo se demostró con la crisis de 1974-75 que alcanzó a todos los países desarrollados, y mantiene toda su vigencia para comprender las fuerzas motrices de la crisis económica actual.

El trabajo en las organizaciones de masas

Los largos años de auge que experimentó el capitalismo ocultaron durante un período histórico la lucha de clases en los países avanzados. Unido a la fortaleza e influencia del estalinismo y la socialdemocracia en el movimiento obrero, hicieron que las fuerzas del marxismo quedaran aisladas con pocas perspectivas inmediatas de éxito y en unas condiciones muy difíciles para intervenir en los acontecimientos. Ted Grant, consciente de la difícil situación objetiva, sabía que tarde o temprano la lucha de clases se recuperaría; siempre tuvo en mente cómo llegar a las masas.
En Problemas del entrismo, escrito en 1959, explica cuál era la principal tarea de los marxistas en esa época: “Para comprender la táctica a desarrollar de cara a la construcción del partido, es necesario entender cómo surge históricamente el movimiento obrero; cómo, por un lado, la conciencia está determinada por las condiciones objetivas y, por el otro, la traición del estalinismo y la socialdemocracia, que se han convertido a su vez en factores objetivos, condicionando todo el proceso histórico. A estos hechos irrefutables es necesario añadir la debilidad de las fuerzas revolucionarias. Por tanto, la tarea básica de este período es cómo superar la debilidad y el aislamiento del movimiento revolucionario manteniendo, al mismo tiempo, los principios del marxismo”.8
Para Ted Grant la orientación estratégica hacia las organizaciones de masas de la clase obrera y el trabajo en ellas siempre fue de vital importancia, huyendo de cualquier esquema ultraizquierdista y oportunista. “La clase obrera no llega fácilmente a conclusiones revolucionarias. El peso de la rutina, las tradiciones, las dificultades excepcionales creadas por la degeneración de las direcciones de las organizaciones tradicionales socialistas y comunistas, son obstáculos formidables en medio del camino para la creación de un movimiento marxista de masas.
“La historia enseña que, en las primeras etapas de auge revolucionario las masas giran hacia sus organizaciones tradicionales buscando una solución a sus problemas, especialmente la generación más joven que entra por primera vez en la política (…) La experiencia de cada uno de los despertares revolucionarios de los últimos cincuenta años en Europa demuestra la corrección de esta teoría (…) Lo fundamental es responder a la cuestión de qué hacer y cuándo en relación a los problemas planteados por la historia. La tarea es convertir nuestra pequeña organización en un grupo con raíces en el movimiento de masas y desarrollar los cuadros. Sólo de esta manera podemos plantearnos la tarea de avanzar hasta transformarnos en una organización de masas”.9
Pero Ted Grant nunca hizo un fetiche del entrismo y, aunque siempre mantuvo la orientación general hacia las organizaciones tradicionales de la clase obrera británica, en la práctica siempre fue muy flexible, apoyándose durante un amplio periodo en el trabajo independiente, abierto, de las fuerzas revolucionarias, pero manteniéndose firme en los principios ideológicos del marxismo. Ted siempre rechazó las posiciones de aquellos que veían en el entrismo una mera técnica, desligada del análisis concreto de la situación objetiva, de los procesos dentro de las organizaciones de masas y de la trayectoria de los marxistas dentro del movimiento. En su libro, Historia del trotskismo británico (1930-1946), podemos ver el método y la táctica en la que Ted educó a una generación de cuadros, huyendo de fórmulas preconcebidas.
A finales de los años sesenta la situación objetiva comenzó a cambiar. 1968 fue un año de acontecimientos revolucionarios y en Gran Bretaña también comenzaron a sentirse los primeros síntomas de este cambio. Tras la caída del gobierno laborista de Harold Wilson llegaron al poder los tories y Edward Heath fue nombrado primer ministro, inaugurando un período de radicalización sin precedentes de la clase obrera británica, a tal punto que en poco más de dos años el gobierno tory decretó en cinco ocasiones el estado de emergencia.
Ted Grant comprendió que no era posible construir el partido revolucionario al margen de las grandes organizaciones de masas de la clase obrera y, en consecuencia, emprendió una lucha sin cuartel contra todo tipo de sectarismo y ultraizquierdismo en el seno del movimiento obrero. El trabajo paciente a lo largo de estos años fructificó finalmente con la formación de la Corriente Marxista Militant.
En 1970 Militant ganó la mayoría de las Juventudes Socialistas, la organización juvenil laborista, y emprendió una campaña para construir la organización juvenil. En 1966 Militant tenía poco más de cien miembros, pero en 1980 su número sobrepasaba ya los mil militantes. “Con la tendencia Militant, creamos la organización más poderosa que jamás ha tenido el trotskismo en Gran Bretaña, posiblemente la posición internacional más fuerte desde los días de la Oposición de Izquierdas rusa”. El auge del trotskismo alarmó a la clase dominante británica que desde los editoriales de la prensa burguesa exigía una y otra vez su expulsión del Partido Laborista, un hecho que llegó en 1983.
Bajo el gobierno de Margaret Thatcher, Militant participó activamente y tuvo un papel destacado en la huelga minera de 1988; llegó a contar con tres parlamentarios y dirigió el Ayuntamiento de Liverpool en 1983, además de organizar la batalla contra el impuesto conocido como Poll Tax, que desencadenó el mayor movimiento de desobediencia civil de la historia británica y precipitó la caída de la poderosa “dama de hierro”.
Lamentablemente, Militant no sobrevivió a su éxito. Aunque un balance a fondo de su caída requeriría de un espacio mucho más amplio, las raíces de su colapso fueron esencialmente políticas y cristalizaron en una deriva burocrática, sectaria y ultraizquierdista, a la que Ted Grant se enfrentó. Cegada por los éxitos logrados desde finales de la década de los 70 y en los años 80 —“los éxitos son a veces más peligrosos que los fracasos” solía decir Ted—, la mayoría de la dirección de Militant sacó la conclusión de que podían sustituir a corto plazo a los partidos de masas de la clase obrera, arrojando por la borda todas las lecciones de la historia del marxismo. Pero esta conclusión fue también el resultado de toda una serie de factores previos.
El cambio brusco de la situación a finales de los años ochenta, provocado por las derrotas del movimiento revolucionario en Europa a finales de los setenta, el fracaso de las guerrillas en América Latina, el boom económico y los efectos brutales de la caída del estalinismo y la restauración capitalista en la URSS, abrió un panorama político muy adverso, que se tardó en detectar y reconocer. Ted Grant también tuvo responsabilidad, aunque se enfrentó con energía a la deriva que imprimió la mayoría de los dirigentes de Militant, restableciendo el nudo gordiano con la tradición y la política del marxismo revolucionario.

El legado político de Ted Grant

Ted Grant jamás abandonó la lucha política ni se desmoralizó, ni siquiera en los momentos de más oscura reacción, cuando el fascismo dominaba Europa o la burocracia estalinista descargaba todo su peso contra los trotskistas tanto dentro de Rusia como en las filas de la Internacional Comunista. Siempre mantuvo su confianza en la clase obrera y logró sobreponerse a todas las adversidades y dificultades. Nunca vaciló en iniciar la reconstrucción del movimiento siempre que fue necesario. Una de las características personales más destacadas de Ted era su sentido el humor, pero también su modestia: huía de cualquier culto a la personalidad, de las lisonjas y las ceremonias de adhesión inquebrantable, y se reía de aquellos que utilizaban esos métodos para cultivar su prestigio. Le repugnaban los revolucionarios de salón.
Como los grandes marxistas, comprendió que las ideas eran mucho más que teoría, que no se trataba sólo de filosofar sobre el mundo sino de transformarlo. Por esa razón, la vida de Ted estuvo está firmemente unida a la lucha contra el capitalismo y por el triunfo de la revolución socialista. Siempre se mantuvo firme en la defensa de los principios teóricos y en el método marxista. Su legado no se limitó sólo a explicar los acontecimientos, también nos enseñó cómo hacer llegar estas ideas a los trabajadores.
La Corriente Marxista Revolucionaria se basa en las ideas de Ted Grant, en sus métodos proletarios y democráticos, como continuidad del programa y de la tenacidad revolucionaria de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo. Desgraciadamente, una parte importante de su obra no ha estado accesible en castellano hasta hace pocos años, cuando la Fundación Federico Engels emprendió la tarea.
El sistema capitalista vive la peor crisis económica desde los años treinta, y en medio de una ofensiva sin precedentes contra los derechos sociales y laborales de la clase obrera, millones de jóvenes y trabajadores están despertando a la política revolucionaria. El pensamiento de Ted Grant mantiene toda su vigencia como una herramienta valiosa que nos sirve para comprender los procesos económicos, políticos y sociales; pero también nos dota de un instrumento de lucha y combate contra el sistema capitalista. En 1934 León Trotsky escribió: “La doctrina marxista y el programa comunista no pueden remontarse por encima del caos como el Espíritu Santo, ni estar encerrados en el cerebro de algunos profetas. Necesitan un cuerpo, es decir, la organización de la vanguardia obrera”. Desde la Corriente Marxista Revolucionaria seguimos convencidos de la corrección de estas palabras, y de que en estos momentos de convulsiones sociales y revolucionarias, es más necesario edificar con tesón, sobre cimientos sólidos, el partido mundial de la revolución socialista.


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