La dimisión de Suharto por sí misma no resuelve nada. En primer lugar, ha maniobrado para instalar en su lugar a su secuaz, el vicepresidente Habibie. Se ha anunciado un gobierno de transición que supuestamente convocará elecciones en seis meses. Pero seis meses es mucho tiempo en estas condiciones. Todo el país se ha puesto en pie, se han levantado esperanzas. La dimisión del odiado dictador creará en las masas un sentido de su propia fuerza. Por otro lado, la crisis económica se profundizará como resultado de la retirada del capital extranjero. El colapso de la producción y el comercio creará un nuevo peligro. Indonesia está amenazada con una terrible catástrofe, los exportadores de otros países no están dispuestos a enviar comida a menos que les paguen al contado. “Con la crisis financiera de Indonesia profundizándose y el sistema financiero paralizado, los problemas crecerán. Los precios de la carne, el arroz y los vegetales han subido en Yakarta un 10% desde las últimas revueltas, además del profundo aumento de los precios desde que comenzó la crisis económica de Indonesia a finales del año pasado” (Financial Times, 20/5/98). Y añade: “A menos que los créditos estén avalados por instituciones de terceros países, como Hong Kong o Singapur, suspenderemos los envíos” (Ibid).

Esto significa que rápidamente Indonesia estará amenazada por el hambre. Los imperialistas, que han sangrado a los países del Tercer Mundo durante generaciones, pueden cortar el grifo de las ayudas sin tener en cuenta los efectos Los estudiantes y trabajadores deben exigir que haya un estricto control de los precios por los consejos de trabajadores, estudiantes y campesinos. Imaginar que las masas se contendrán durante seis meses mientras sus problemas crecen es una utopía. Habrá nuevas explosiones. La cuestión de la democracia se unirá de manera inevitable en las mentes de la gente con la catástrofe económica y la responsabilizarán de ello. Será más obvia la maniobra de Suharto para proteger sus intereses y los de su familia, y que continúa gobernando a través de su títere Habibie.

La noticia de la dimisión de Suharto fue acogida con entusiasmo. Los estudiantes y otros opositores bailaban en las calles. Escenas como éstas se han visto en el comienzo de toda revolución en la historia. Es una etapa ineludible, la del regocijo general e ilusiones democráticas, como en febrero del 17 en Rusia o en 1931 en España. Pero después de las celebraciones iniciales, pronto aparece la desilusión, preparando la siguiente etapa, de radicalización de las masas y una rápida polarización hacia derecha e izquierda. Teniendo en cuenta la profunda crisis de Indonesia, la fase del regocijo no durará mucho. Los estudiantes son ya hostiles hacia Habibie y cada vez más críticos con los dirigentes de la oposición burguesa que se esfuerzan en apoyarle.

Los dirigentes de la oposición burguesa han mostrado su auténtica cara al aceptar inmediatamente a Habibie. Amien Rais, cabeza del movimiento musulmán Muhammadiyah, proclamó al gobierno de Habibie como “el legítimo gobierno de Indonesia”. En realidad, la “legitimidad” de Habibie consiste en el hecho de que fue designado personalmente por el dictador Suharto y ratificado por el Parlamento. La auténtica razón por la que Rais y compañía quieren reconocer a Habibie es porque están aterrorizados ante la posibilidad de que el movimiento de las masas vaya más allá de los límites del sistema burgués. Los estudiantes ya están exigiendo que Suharto y sus compinches sean sometidos a juicio. Las tres mayores organizaciones estudiantiles han rechazado la sucesión de Habibie. “Rechazamos la elección de Habibie a la presidencia porque él es parte del mismo régimen”, declaró Rama Pertama, presidente del senado de estudiantes de la Universidad de Yakarta.

Los jefes del ejército también han respaldado a Habibie. Tan pronto como juró el cargo, Wiranto, el jefe de las fuerzas armadas, “declaró que el ejército apoya al nuevo presidente y dijo que el ejército evitaría nuevos disturbios. También prometió proteger a Suharto y a su poco popular familia” (Financial Times, 22/5/98).

Wiranto y la casta militar quieren ‘orden’, es decir, la preservación del antiguo régimen opresivo pero con un collar diferente. Por eso respaldan a Habibie como candidato “constitucional” y amenazan con utilizar la fuerza contra todo el que se oponga a él. Sin embargo, las amenazas de Wiranto no pasan de las palabras. La imposibilidad de utilizar el ejército contra las masas en esta etapa se demostró en las divisiones por arriba antes de la caída de Suharto, lo que constituye una prueba de que la reacción está paralizada. Si hubiera una genuina dirección revolucionaria, los trabajadores y estudiantes podrían tomar el poder pacíficamente, sin una guerra civil. Pero si los trabajadores no toman el poder, el mismo Wiranto estará preparado para caminar sobre ríos de sangre para estrangular la revolución.

Wiranto y otros generales reaccionarios comenzarán a fraguar conspiraciones que causarán nuevos alzamientos. Una y otra vez, los trabajadores se movilizarán para cambiar la sociedad. El movimiento se revelará, con alzas y bajas, durante un período de varios años antes de que se encuentre la salida final, sea el camino de la revolución o el de la contrarrevolución. Las masas aprenderán a través de la dura escuela de la experiencia. Uno tras otros, los llamados dirigentes “democráticos” serán desenmascarados, y el sector revolucionario ganará en fuerza.

Está descartado que Habibie dure mucho tiempo. La situación desesperada de las masas inevitablemente terminará con nuevos movimientos revolucionarios. A pesar de ellos mismos, los dirigentes de la burguesía serán aupados al gobierno, donde demostrarán ante todos la bancarrota de su política. Los estrategas del capital lo han comprendido ya: “Podríamos ver un gobierno de unidad nacional que podría incluir a Amien Rais, Try Sutrisno y posiblemente incluso a Ginajar [Kartasasmita, el ministro de Economía e Industria]. Cualquiera que pueda tener el apoyo de las fuerzas armadas” (Financial Times, 22/5/98).

La primera exigencia de un partido revolucionario en Indonesia sería la expropiación de todas las propiedades de la familia Suharto y sus colaboradores. Durante décadas han saqueado al pueblo indonesio, no es suficiente con que Suharto se vaya. Todos sus bienes deben ser devueltos al pueblo. Suharto se aferró al poder precisamente porque temía perder todas sus riquezas y propiedades. Está maniobrando para preservar su privilegiada posición y la de su familia, mientras hace cambios cosméticos que no alteran nada en esencia. La comprensión por las masas de esto dará un impulso a la revolución y le conferirá un carácter incluso más implacable.

La mentira que han lanzado es que todos son partidarios de las “reformas”, que la nación está “unida” y que incluso Suharto quiere la reforma. ¿Qué credibilidad pueden tener las elecciones si todo el viejo aparato del Estado permanece intacto? La cuestión es: ¿quién las convocará? ¿En qué condiciones se celebrarán? El pueblo indonesio, tras 32 años, conoce bien cómo son las promesas “de buena fe”. La cuestión no es elecciones con o sin Suharto, sino el derrocamiento del régimen y la abolición revolucionaria de la corrupción y opresión que sustenta. La revolución que ahora se está desarrollando ante nuestros ojos no será un simple acto, se desarrollará durante meses y años, con alzas y bajas, ganará en alcance e intensidad, con nuevas capas incorporándose cada vez más radicalizadas. Es necesaria una limpieza que elimine a toda persona que haya estado vinculada al régimen, aquellos que han cometido crímenes contra el pueblo deben ser juzgados y condenados. Y lo más importante, la riqueza robada al pueblo debe ser expropiada.

No se puede esperar de la oposición burguesa que lleve adelante estas medidas. En Occidente, Amien Rais está siendo presentado como el supuesto dirigente de la oposición democrática. Pero en realidad ha surgido como un oponente al régimen de Suharto sólo desde las elecciones de mayo de 1997. Antes, sus críticas, alguna vez bastante profundas sobre temas específicos, permanecieron dentro del marco de la leal oposición a “Su Majestad”. Sólo en los últimos meses, al ver cómo se movía el suelo bajo sus pies, comenzó a pedir la caída de Suharto. Incluso después, en cada momento ha actuado como un freno al movimiento, haciendo todo lo posible para evitar un conflicto decisivo, echando agua fría al movimiento de masas y protegiendo al viejo régimen, del cual en el fondo es parte. La burguesía está paralizada por el miedo. Miedo a las masas, miedo al ejército, miedo a una rebelión, miedo al imperialismo…, miedo a todo. Están aterrorizados de llegar al poder, de ahí su cobarde apoyo a Habibie. Y desdichadamente los dirigentes del PRD temen romper con la burguesía liberal. Pero llegados a cierto punto, las masas los agarrarán por el cuello y los impulsarán al gobierno, donde serán puestos a prueba.

Este hecho quedó claro cuando Rais, a pesar de toda su demagogia anti régimen, anunció la suspensión de la manifestación de masas convocada para el 20 de mayo. No hay duda de que ésa iba a ser la mayor manifestación en la historia de Indonesia. Enfrentado a tal movimiento y a tan vasta escala, el régimen sería impotente. La revolución se podría haber logrado pacíficamente. Los dirigentes de la oposición burguesa tratan de ocultarse tras la excusa del riesgo de violencia y guerra civil. Pero en realidad lo que temen es el movimiento de las masas. Para llevar al movimiento hasta el final será necesario apartar a esos denominados “dirigentes”, cuyo único propósito en la vida, mientras discuten por los puestos, es salvar tanto como les sea posible al antiguo régimen, a costa de las masas en cuyo nombre falsamente hablan y a las que traicionarán a la primera oportunidad. El primer deber de cualquier demócrata honesto y consecuente es desenmascarar a los falsos líderes del pueblo. No hay soluciones a medias ni malos compromisos, es necesario llegar hasta el final. Para este propósito, los trabajadores, los campesinos y los estudiantes no pueden depositar su confianza en los burgueses liberales, sino sólo en sí mismos, en su lucha, en el movimiento revolucionario de las masas.

Los estudiantes exigen que Suharto sea sometido a juicio, ¡por supuesto! Este monstruo asesinó a más de un millón de personas. Eso no puede ser olvidado. El tirano tendrá que expiar sus monstruosos crímenes. El pueblo clama venganza. Si Suharto no se escapa a tiempo, tendrá el mismo destino que Ceaucescu, a quien en muchos aspectos se parece. Su régimen está manchado de sangre y el grado en que ha saqueado a la población significa que será difícil aplacar a las masas. El tiempo para las palabras, promesas y discursos ha pasado, las masas ven sus niveles de vida desplomarse: los salarios reales se han reducido a la mitad en los últimos meses, mientras los precios suben. Por supuesto, si los imperialistas estuvieran dispuestos a poner grandes sumas de dinero las cosas serían diferentes, pero esto está fuera de toda duda. Hay muchos regímenes en dificultades. Lejos de ayudar al dictador, Occidente le pondrá una pistola en la sien, ¡no hay honor entre ladrones! Los grandes monopolios occidentales están reteniendo sus inversiones hasta ver las intenciones del nuevo gobierno. Quieren una señal cara de que se están acometiendo “reformas”, es decir, que continúa con la política dictada por el FMI y descargando el peso de la crisis sobre los hombros de trabajadores y campesinos.


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