Las movilizaciones saharauis iniciadas en mayo han continuado durante este verano, y obviamente también la represión de las fuerzas marroquíes. El exhaustivo control policial y militar del Sáhara, la represión de cualquier conato de protesta y las detenciones han protagonizado el estío. También, los presos políticos saharauis, que por decenas comenzaron una huelga de hambre a principios de agosto, exigiendo su liberación; mientras civiles saharianos sufren cárcel por acciones políticas o simplemente su identidad nacional, el Frente Polisario ha liberado a sus últimos prisioneros de guerra (soldados marroquíes capturados en combate), 404 (otros 1.600 ya habían sido liberados con anterioridad).

A nivel diplomático todo sigue casi igual, aunque ya se habla de un plan Baker II que seguramente será tan satisfactorio como el plan Baker I. O menos, ya se sabe que las secuelas nunca fueron buenas. Pero la preocupación por la lucha saharaui, por parte de las potencias imperialistas, se expresa muy bien en el reciente acuerdo pesquero UE-Marruecos, que una vez más establece el reparto de las riquezas piscícolas de las aguas saharianas.

El Gobierno PSOE no defiende unos criterios de clase en su política exterior. Es cierto que, bajo la presión indirecta de las movilizaciones masivas contra la guerra, retiró las tropas de Iraq. Pero también es cierto que participa en el adiestramiento de policías y jueces iraquíes, en la defensa del nuevo orden imperialista en Afganistán y en la cobertura política del saqueo de los servicios públicos de América Latina por parte de multinacionales españolas. Especialmente indignante es su política hacia Marruecos.

El Partido Popular en el poder estimuló el enfrentamiento con este país (con el pueblo marroquí, y hasta cierto punto con la monarquía) por sus propios intereses. Intentaron fomentar el odio al inmigrante, especialmente al marroquí, y los prejuicios racistas, recuperando su senil tradición anti-magrebí y la prepotencia de los descendientes de los señores coloniales de la zona. Como se vio en la ocupación del islote Perejil por parte de la Legión, el PP impulsó el chovinismo más rastrero, que tan bien le había venido frente a Euskadi, y agitó el espantajo del miedo al moro. Como parte de esa estrategia, cortejaron al Frente Polisario, aunque por supuesto sin ninguna consecuencia positiva para la población saharaui; los imperialistas –e ineptos aprendices de ellos como Aznar- están acostumbrados a estos juegos, de los que nunca ha salido ninguna ventaja.

El Gobierno de Zapatero cambió de política. La tirantez con la monarquía marroquí fue sustituida por diálogo, acuerdos y diplomacia. Desgraciadamente, ésta no es una política guiada por los intereses de clase (de los trabajadores del Estado español y de los marroquíes), de hecho es la política más inteligente para los intereses de la burguesía propia. Cuando Marruecos sufre un proceso acelerado de privatización y saqueo de sus empresas estatales, y todos (especialmente Francia y Estados Unidos) se pelean, como hienas, por dar el más sabroso mordisco a la víctima, las multinacionales españolas también quieren colocarse en buena posición. También interesa la deslocalización a un país muy cercano al gran mercado europeo, de hecho hasta la Generalitat valenciana quiere comprar tierras marroquíes para crear polígonos industriales y animar a la huida al sur. Tener una actitud internacionalista con los trabajadores y campesinos marroquíes implica la denuncia de la corrupta oligarquía que explota a su pueblo y reprime a la población saharaui; ésta es la política que un Gobierno que se llame de izquierdas debería hacer.

Intifada saharaui sí, maniobras diplomáticas no

La dirección polisaria está en una encrucijada. Una opción es continuar deseando que las instituciones internacionales, y por supuesto Estados Unidos, levanten el veto a la autodeterminación e impongan ese derecho, obligando a Marruecos a hacer concesiones importantes o a que desaloje el Sáhara. Esto es una utopía reaccionaria. Mohamed Abdelaziz, presidente de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática), reconocía en una entrevista en 2002 (del 10-V, El País Digital) que “diez años después [del inicio de la tregua por parte del Frente] las Naciones Unidas no han podido honrar sus compromisos hacia el pueblo saharaui”, pero después decía: “no hemos perdido las esperanzas de que el Consejo de Seguridad (…) repare este desvío de la ONU”. También llamaba a “que EEUU, como ha hecho desde 1988, mantenga su neutralidad (…) y que continúe abogando por la búsqueda de una solución acorde con el derecho internacional”. Por último, animaba a “todos los países democráticos y civilizados” a defender el derecho de autodeterminación saharaui. Estos bonitos deseos no se han cumplido. Los países “democráticos y civilizados” (mejor dicho, quienes hablan en nombre de ellos) han llevado la barbarie a Iraq y Palestina, la han profundizado en Afganistán, y matan de hambre y miseria a millones de seres en todo el mundo. La ONU lleva más de 50 años demostrando su ineptitud para defender incluso lo que dice defender, como el derecho de autodeterminación (¡que se lo pregunten a los palestinos!), nunca se va a enfrentar al imperialismo porque es precisamente un invento de él. En cuanto a Estados Unidos, su papel es el del policía bueno que quiere ser tu amigo pero te anima a ser comprensivo con sus pecadillos (esas guerritas en Iraq, esos acuerdos comerciales con la oligarquía marroquí) a cambio de sus oficios diplomáticos… que nunca consiguen nada (y es lógico: ¡no van a perder a un aliado clave en la zona, la corrupta monarquía alauita, por apoyar ningún derecho democrático! Hay que aceptar estas amistades, porque si no sólo queda el imperialista malo (Francia), irreductible defensor de la autocracia marroquí (al fin y al cabo, la coronó él).

No, continuar por esa vía es un suicidio. No hace falta ir muy lejos para descubrir al auténtico amigo del pueblo saharaui: los trabajadores y campesinos marroquíes, aplastados por el mismo pie. El régimen marroquí está en una situación de debilidad; parece ser que Mohamed V intenta formar un Gobierno de unidad nacional, incluso con la oposición islamista, para dar una imagen de unanimidad patriótica. Un buen ejemplo del malestar social son las movilizaciones en la ciudad sureña de Ifni. La masiva manifestación del 9 de agosto, exigiendo infraestructura (hospitales, un puerto de pesca) y trabajo, y reprimida con más saña de lo habitual, terminó con gritos contra la monarquía e incluso por la unión al Sáhara Occidental. La Intifada saharaui puede ser un estímulo de la lucha en el propio Marruecos, y podría acabar con la dictadura; a su vez, la caída de la monarquía alauita llevaría al reconocimiento de la autodeterminación. Pero, para conseguir esto, es indispensable un programa revolucionario, que vaya más allá de los legítimos derechos democráticos saharauis, que exija paz, pan y trabajo, y parar el saqueo de las riquezas de la zona por multinacionales y sus secuaces locales. Es indispensable, también, que ese programa sea internacionalista, que vincule la lucha por la autodeterminación con la necesidad de una unión voluntaria, antiimperialista, revolucionaria, de todos los pueblos del Magreb.

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