En los últimos meses, la lucha de la clase obrera francesa se ha convertido en el punto de referencia para los trabajadores de toda Europa. La continuidad que ha tenido el movimiento, la fusión con la juventud estudiantil, la contundencia de las huelgas indefinidas en sectores estratégicos como las refinerías, la parálisis de más de un mes del puerto de Marsella, el amplísimo respaldo social de las huelgas y las manifestaciones, el aislamiento político y social del gobierno de Sarkozy..., todo ello constituye una fuente de inspiración tremenda y está teniendo impacto en todo el mundo. En el momento en que se escriben estas líneas, la ley de reforma de las pensiones ya ha sido aprobada y, después de siete movilizaciones generales y cuatro meses de lucha, todo indica que el movimiento está remitiendo, aunque es difícil pronosticar con exactitud qué puede ocurrir en las próximas semanas. En todo caso, la lucha de los trabajadores franceses es un símbolo muy representativo de la nueva época en que ha entrado la lucha de clases a escala mundial. Después de Grecia, el movimiento en Francia es el mayor desafío que la burguesía europea ha enfrentado para la aplicación de sus salvajes planes de ajuste, pero sin duda no será el último.

¿Cómo caracterizar lo que ha sucedido en los últimos meses? El movimiento ha tenido como aglutinante central la lucha contra la reforma de pensiones del gobierno de Sarkozy, pero ha ido mucho más allá, alcanzando el grado de rebelión social.
 
A partir de la primera movilización general del 24 de junio convocada por CGT, CFDT y los demás sindicatos, que se acercó bastante a una huelga general y sacó a la calle a 1,5 millones de personas, el movimiento siguió una línea ascendente. El martes 7 de septiembre se produjo otra movilización general, con 2 millones de manifestantes; el sábado 15, otra vez se inundaron las calles con manifestaciones en toda Francia; el jueves 23 hubo otra movilización general y el sábado 2 de octubre otra tanda de manifestaciones multitudinarias. El martes 12 de octubre se produce, claramente, un punto de inflexión en el movimiento: la asistencia a las manifestaciones sube a los 3,5 millones de personas, el paro trasciende el sector público afectando plenamente a los polígonos industriales de las ciudades y los estudiantes de enseñanza media se unen de forma activa a la lucha, cerrándose más de 850 institutos y 15 universidades. La incorporación de los hijos de la clase obrera era un indicativo claro de la profundidad que había alcanzado el movimiento.

Lecciones de la lucha

Una de las lecciones más importantes de este movimiento es que se vuelve a confirmar que cuando la clase obrera entra en la escena política, transmitiendo su fuerza y su voluntad de querer cambiar las cosas, todo el clima político se transforma radicalmente. Lo que antes era un gobierno fuerte, ahora resulta que es débil y con un apoyo social muy endeble. Donde antes sólo resonaba el eco de las noticias relacionadas con la ofensiva racista y el crecimiento electoral de la ultraderecha, ahora predomina un fuerte sentimiento de unidad de la clase obrera y se habla, en todas las casas, en todas las fábricas y en todas los barrios, de las medidas del gobierno, del papel parasitario de los bancos, del enfrentamiento de intereses entre trabajadores y capitalistas.

Efectivamente, uno de los rasgos más llamativos y significativos del estallido social en Francia en las últimas semanas ha sido, precisamente, la debilidad política de la derecha. Las encuestas del apoyo social a las huelgas han sido claras y rotundas y revelan un hecho que tiene una importancia política tremenda: la capacidad de la clase obrera, cuando entra en acción, de atraerse a la inmensa mayoría de la sociedad, incluso a sectores sociales que en tiempos de "normalidad" se muestran pasivos políticamente. La simpatía social hacia la lucha ha sido muy visible, incluso en los momentos en que ésta ha llevado a una semiparalización del país, cuestionando "por la fuerza" el fraude de la democracia burguesa. Esta es una prueba contundente de que la única manera de restar apoyo social a la derecha no es con una política "centrista", no es con la búsqueda de un falso e imposible equilibrio entre las clases, sino la decisión inequívoca de querer luchar y de llegar hasta el final.
 
La victoria electoral de Sarkozy en mayo de 2007, que se había significado como del  "sector duro" de la derecha francesa, fue puesta como ejemplo irrefutable de un supuesto proceso de "derechización social" que se vivía en Europa. La única e inapelable vara de medir del ambiente social era la electoral, y los datos son los datos. La victoria de la derecha era la madre de todas las pruebas del bajo nivel de conciencia de los trabajadores franceses, de la enorme fortaleza de la reacción y que implicaba una perspectiva de prolongada desmovilización del movimiento. Quince años de sacudidas sociales no habían servido para nada, eran destellos sin ninguna consecuencia: ni el movimiento victorioso de 1995 contra el Plan Juppé, justo cuando la derecha acababa de ganar por mayoría absoluta y pensaba que podría pasar como un rodillo por encima de la clase obrera francesa, ni la revuelta de las banlieues y el "no" a la constitución europea en 2005, ni la victoriosa lucha de la juventud contra el Contrato de Primer Empleo (CPE) en 2006. Ese era el cuento que nos repetían hasta la saciedad, un ejército de sociólogos, intelectuales y periodistas desmoralizados o a sueldo de la burguesía, o ambas cosas; y lo peor es que esta misma idea era repetida por numerosas personas y agrupamientos de izquierdas que reivindicaban para sí cierta capacidad de orientación y previsíón política.

Sin embargo, la victoria electoral de Sarkozy reveló en mucha mayor medida el desgaste y la incapacidad del reformismo de ofrecer una alternativa a los problemas de la clase obrera que la fortaleza política de la derecha. El propio Sarkozy, tomando los resultados electorales por un reflejo fiel de la correlación de fuerzas sociales, adoptó desde el principio una actitud arrogante, de sobrada seguridad, deslizándose hacia una posición cada vez más agresiva, derechista y provocadora y que le ha llevado a desencadenar una rebelión social que inevitablemente proyectará una larga sombra sobre el horizonte político francés. No, la lucha de las últimas semanas no ha caído como un rayo del cielo descubierto; es producto de una larga experiencia acumulada por millones de trabajadores y jóvenes durante años; esa experiencia, espoleada por el malestar social y la voluntad de lucha, emerge a la superficie a saltos, como no puede ser de otra manera. El movimiento obrero francés de las últimas semanas ha alcanzado el nivel más alto desde Mayo de 1968, superando en extensión, profundidad y conclusiones políticas a todos los acontecimientos de los últimos 15 años.

Deslegitimación de
la democracia burguesa

Otro elemento que explica tanto el apoyo que ha tenido el movimiento como el aislamiento del gobierno es la profunda deslegitimación política y moral de las instituciones burguesas, que están demostrando ser una maquinaria completamente corrupta y servil al servicio de los capitalistas y no un "elemento compensador" de la desigualdad social. Mientras el ministro de Trabajo, Eric Woerth, exigía sacrificios a los franceses para salir de la crisis impulsando la reforma de las pensiones, salía a la luz que la dueña del imperio L´Oréal, una de las principales fortunas del país, había estado financiando ilegalmente al partido de Sarkozy, evadiendo impuestos, y haciendo favores "personales" al propio ministro y su mujer.
Es muy sintomático de la debilidad de la derecha que ésta no haya podido articular, en todo este periodo de movilizaciones, ningún movimiento social afín a su política, ni siquiera simbólico o minoritario. A pesar de la excepcionalidad de la situación económica, a pesar de la intensa campaña ideológica de la burguesía que trata de demostrar que "no hay otra salida" que los ajustes para hacer frente a la crisis, la burguesía francesa no ha podido crear un clima de unidad nacional para salir "juntos" de la crisis. Ni la apelación al nacionalismo francés, ni las maniobras políticas de carácter racista para minar la unidad de la clase obrera, como fue la intensa y sistemática campaña de criminalización contra los gitanos, sirvieron para restar fuerza a la contestación social. Tampoco la mayoría parlamentaria de la derecha ha sido un factor inhibidor de la lucha. Lo que ha predominado sobre todos estos elementos es el sentimiento de clase, la claridad de que los enemigos son los banqueros y los grandes empresarios, de que los sacrificios que quiere imponer el gobierno no se hacen en aras de un futuro más digno para la mayoría sino en beneficio de una minoría privilegiada, parásita e impune.
Como apuntábamos más arriba, en los días que siguieron a la jornada del 12 de octubre el movimiento alcanzó su punto más álgido, con la incorporación de todas las ramas productivas, de los estudiantes y el estallido de huelgas indefinidas en las refinerías y otros sectores estratégicos. Presionados por un ambiente que estaba en su clímax, los sindicatos plantearon que se votara diariamente, en distintos sectores e industrias, la continuación de la huelga, lo que se conoció como "huelgas renovables". Uno de dichos sectores fue el de las refinerías. Las doce que existen en el país quedaron completamente paralizadas durante casi dos semanas, algo que sólo había ocurrido durante Mayo de 1968. Los camioneros anunciaron su incorporación a las movilizaciones, realizando diversas acciones de bloqueos en las carreteras. Los ferrocarriles nacionales también se sumaron a la huelga, también el transporte urbano y el servicio de recogida de basuras. Todo eso confluía con la huelga de Marsella, que tenía paralizada la ciudad y su puerto, el más importante del país, durante más de un mes. Así las cosas, el sábado 16 confluyen 3,5 millones de personas en la calle, el movimiento seguía muy firme. La huelga general del martes 19 de octubre, día en el que inicialmente estaba prevista la aprobación de la reforma en el senado, volvió a ser un éxito rotundo.

¿Qué hacer?

En la declaración publicada por la CMR sobre Francia, del 16 de octubre, decíamos: "Por un lado, el respaldo al gobierno de Sarkozy está en el nivel más bajo desde su llegada al poder, no supera el 32%. Por otro lado, y ese es el aspecto más importante, el apoyo entre la población a las movilizaciones ronda el 70% y más significativo aún es que un 61% de los encuestados se declaran a favor de una huelga general indefinida. Esto tiene una tremenda importancia pues revela un avance cualitativo en la conciencia de las masas. La mayoría de la población de Francia está dispuesta a paralizar completamente el país, dejando claro que quiere ir hasta el final para echar atrás las medidas de los capitalistas, y derribar al gobierno Sarkozy. La generalización del movimiento huelguístico sobre la base de la consigna de la huelga indefinida podría conducir a una crisis prerrevolucionaria en Francia, abriendo la posibilidad de un gobierno de la izquierda que pudiera cambiar por completo las pretensiones de los capitalistas franceses de volcar el peso de la crisis sobre los trabajadores y la juventud".

En toda lucha, sea en una fábrica o un movimiento más general, hay momentos clave en los que la orientación y la táctica de la dirección del movimiento son determinantes para su desarrollo y para conseguir una victoria o una derrota. Decíamos al respecto en la citada declaración: "El papel de las direcciones sindicales es fundamental de cara a que este movimiento triunfe. Los dirigentes de la CGT, CFDT y el resto de centrales sindicales, así como las direcciones del PS y el PCF deben extender la huelga general  hasta convertirla en indefinida. Vinculado a ello es necesario dotarse de un programa auténticamente socialista que saque a Francia y al conjunto de Europa de la crisis capitalista. Un programa que plantee, entre sus demandas irrenunciables, la retirada de la reforma de las pensiones y de los planes de ajuste, el subsidio indefinido para todos los parados, la nacionalización de todas las empresas en crisis bajo control obrero, y la nacionalización de la banca y el sector financiero. Las condiciones para defender este programa están completamente maduras: la conciencia de los trabajadores, que refleja en la acción el grado de radicalización que ha experimentado el movimiento, conectará con estas reivindicaciones si se plantean de una manera seria por las organizaciones de la izquierda, y se debaten en las asambleas generales de trabajadores y estudiantes".

Probablemente, en otro contexto, antes de llegar a una situación tan extrema en la que se hiciera tan visible y patente su aislamiento social el gobierno hubiera hecho alguna concesión. Sin embargo, lo que estaba en juego, tanto para el movimiento como para la burguesía francesa, era mucho más que la aplicación de una reforma. Retirar el plan o suspender temporalmente su aprobación sería una victoria clara y contundente de los trabajadores, con profundas implicaciones en toda Europa. Toda la clase obrera, pero también toda la burguesía europea, miraba a Francia. Al gobierno, aunque en una situación de extrema debilidad, no le quedaba más que resistir y esperar a ver qué paso daba la dirección del movimiento. Era perfectamente posible derrotar al gobierno, pero para ello era necesario darle un empujón suplementario. Llegados a este nivel de enfrentamiento, las huelgas renovables por sectores ya era completamente insuficiente. Era necesaria la consigna de la huelga general indefinida de todos los sectores para alcanzar la paralización completa del país. Indudablemente esa medida situaba la lucha en un terreno abiertamente político, en el que la necesidad de defender una alternativa al capitalismo, como señalamos en la declaración, era fundamental para dar una perspectiva al movimiento.

Para aunar la fuerza de millones de trabajadores y jóvenes en el momento más crítico, en el que estaba en juego quién realmente tiene el poder en la sociedad, era necesaria la máxima cohesión política y táctica, la máxima firmeza, que sólo puede venir de la defensa de un programa consecuentemente revolucionario y socialista por parte de las organizaciones de la clase obrera que estaban a la cabeza del movimiento. En la medida en que esto no fue así, que no hubo una señal desde la dirección de estar dispuestos afrontar una situación de cuestionamiento total de la autoridad del gobierno, el movimiento interpretó que ya se había hecho todo lo que se podía hacer y fue perdiendo fuerza. A pesar de todo, en la huelga general del jueves 28 de octubre, después de haberse aprobado la reforma en el senado y en el parlamento, las manifestaciones agruparon a 2 millones de personas y se mantiene la convocatoria de manifestaciones el 6 de noviembre.

Aunque la clase obrera francesa, debido a las vacilaciones e insuficiencias de su dirección, no consiga paralizar la reforma de las pensiones, esta lucha no ha sido en vano. La burguesía es plenamente consciente de la fractura existente en la sociedad. Un analista de la empresa encuestadora francesa IFOP señalaba: "Algunos dirán que Sarkozy ha ganado al aprobar la reforma, pero la reforma ha causado mucho daño, creando resentimiento, y con cualquier nueva reforma en el futuro el malestar social puede estallar de nuevo". Es normal y necesario que se abra un periodo de reflexión y de asimilación de las lecciones. A pesar de toda la fuerza que ha tenido este choque, estamos aún en el principio de un largo periodo de endurecimiento de la lucha de clases, que se inserta en un proceso que afecta a toda Europa y al mundo, en el que todo está por decidir. En último término, el futuro dependerá del éxito de la construcción de una alternativa marxista revolucionaria que tenga la suficiente autoridad e implantación en el movimiento para que todo el potencial de la clase obrera, que ahora se ha vuelto a demostrar, se corone con el fin del capitalismo y el inicio de la construcción de una sociedad socialista en Francia, en Europa y en el mundo entero.
 

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