Como explicamos en otros artículos que trataron el proceso revolucionario en Argentina desde sus comienzos, la consigna defendida por la mayoría de las organizaciones de izquierda argentina de reclamar una Asamblea Constituyente ha demostrado ser totComo explicamos en otros artículos que trataron el proceso revolucionario en Argentina desde sus comienzos, la consigna defendida por la mayoría de las organizaciones de izquierda argentina de reclamar una Asamblea Constituyente ha demostrado ser totalmente inadecuada y, bajo las circunstancias que atraviesa el país, particularmente reaccionaria.

Ya avisamos en su momento que, para desviar la atención de las masas de los auténticos objetivos que se derivan del proceso revolucionario en marcha que no es sino la lucha por un gobierno de los trabajadores, otras organizaciones burguesas y pequeñoburguesas también reclamarían la convocatoria de una Asamblea Constituyente. De esta manera es como el ARI, el Frepaso e, incluso, el peronista Kirchner se sumaron al carro de este reclamo. Incluso Duhalde anunció la reforma de Constitución mediante un proceso que ante las masas puede sonar similar a la convocatoria de dicha Asamblea Constituyente.

Lamentablemente, con el anuncio de la convocatoria de elecciones, los grupos relevantes de la izquierda no sólo mantienen esta consigna sino que le están dando el protagonismo central en toda su propaganda. Llegado este punto, tenemos que recordar qué significa exactamente la convocatoria de una Asamblea Constituyente.

Una Asamblea Constituyente es un parlamento burgués cuyo cometido es elaborar una nueva Constitución para el país. Ni más ni menos que eso. La historia de Argentina, como la de todos los países donde existe la democracia burguesa, conoció muchas asambleas constituyentes (la última tan cercana como la de 1994) que no cambiaron las estructuras fundamentales del capitalismo, pues sus fundamentos básicos han permanecido inalterables: la propiedad privada de los medios de producción: bancos, tierras, fábricas, etc. La consigna de la asamblea constituyente es por lo tanto una consigna democrático-burguesa, no socialista.

Sin embargo, comprendemos muy bien que, en determinadas circunstancias, no sólo es correcto para los trabajadores luchar por consignas democrático burguesas, como la de la Asamblea Constituyente, también es absolutamente necesario hacerlo.

Una consigna democrático-burguesa

Pero ¿En qué circunstancia se deben plantear este tipo de consignas? Hay dos posibilidades: 1) en un país semifeudal o semicolonial y 2) en un país donde no existe un parlamento, elecciones u otros derechos democráticos. Pero ninguna de estas condiciones se puede aplicar a Argentina.

Argentina no es un país atrasado o semifeudal. Lleva casi doscientos años de independencia, y es la tercera economía más grande de América del Sur, así que difícilmente entra en la categoría de nación semicolonial (el hecho de que la oligarquía haya reducido la antigua décima nación industrial del plantea a una situación de ruina y miseria o que muchas industrias privatizadas hayan caído en manos extranjeras es una cuestión aparte).

En la revolución rusa de 1917 la consigna de la asamblea constituyente —una consigna democrática burguesa— jugó un papel progresista a la hora de movilizar a las masas contra el zarismo. ¿Es apropiada esta consigna en la situación actual de Argentina? En absoluto. Durante las últimas dos décadas Argentina ha tenido un régimen democrático burgués que no difiere en lo esencial de los regímenes democráticos burgueses de Europa o EEUU.

Se podría objetar que la democracia burguesa de Argentina es un régimen fraudulento y corrupto que simplemente sirve para enmascarar la dictadura de los banqueros y los capitalistas. Es verdad, pero se olvida de un detalle. Y es que bajo el capitalismo la democracia siempre tiene un carácter extremadamente parcial, distorsionado e incompleto, no sólo en Argentina, sino también en los demás países, incluso en los más “democráticos”.

Sí, los políticos argentinos son corruptos y no representan los intereses de la población que les votó. Pero lo mismo se puede aplicar a los políticos de EEUU (como demuestra una vez más el escándalo de Enron). Recientemente también se demostró que Bush fue elegido para la Casa Blanca gracias al fraude. Y los políticos europeos no son mucho mejores, aunque quizá un poco más sutiles, lo que simplemente significa que son más cuidadosos a la hora de engañar a la población.

Es verdad que el verdadero gobernante de Argentina no es la población o los políticos que ha “elegido”, sino la oligarquía corrupta y podrida que gobierna en la sombra y que utiliza a los políticos como marionetas. Pero lo mismo es aplicable al resto de democracias burguesas del mundo. ¿Acaso Bush en Estados Unidos, Chirac en Francia o el primer ministro “laborista” británico Tony Blair representan a la gente que les votaron? La respuesta es obvia.

Es verdad que las llamadas “libertades democráticas” que “disfruta” el pueblo argentino tienen simplemente un carácter formal. La prensa “libre” es propiedad y está bajo el control de un puñado de multimillonarios. Y todo el mundo puede decir (más o menos) lo que quiera, pero es la oligarquía la que decide. Esta “democracia” es sólo un fraude y una hoja de parra que disfraza la realidad de la dictadura del Capital. Sí, todo esto es verdad. Pero todo lo que demuestra es que Argentina es una democracia burguesa perfectamente normal.

Las demandas transicionales y el poder obrero

Comprendemos muy bien que para poner a las masas del lado de la revolución socialista no basta con hacer propaganda abstracta a favor del socialismo. Sería una concepción completamente sectaria que nos apartaría de las masas. Marx explicaba en las páginas del Manifiesto comunista que los comunistas debían ser los luchadores más decididos y resueltos, debían estar a la vanguardia de cada lucha con las reivindicaciones que sirviesen a los intereses de la clase obrera. La revolución socialista sería impensable sin la lucha cotidiana para avanzar bajo el capitalismo.

Para asegurar la victoria de la clase obrera en Argentina, es imperativo que las consignas de la vanguardia sirvan para que el movimiento avance, paso a paso, hacia el objetivo del poder obrero. Es necesario luchar vigorosamente por cada demanda parcial que tenga como objetivo la defensa del empleo, los salarios y las condiciones de vida. También es necesario explicar que la única garantía real de conseguir una solución genuina y duradera para los problemas de la población es la transferencia del poder a las manos de los propios trabajadores.

Los ataques del gobierno van a provocar inevitablemente una respuesta por parte de los trabajadores, como de hecho ya está ocurriendo. La tarea de la vanguardia es intentar dar una expresión organizada, generalizarla y extenderla a cada industria, ciudad y barrio. La única forma de hacer esto es popularizando la consigna de los comités de fábrica (sóviets) u otra similar (coordinadoras obreras, etc). Con la agitación en torno a esta consigna, la vanguardia podrá conectar con el ambiente general de la clase, planteando una demanda que realmente corresponde con las necesidades del momento, mientras prepara el terreno para llevar adelante la lucha a un nivel más elevado.

También se trata de un hecho objetivo porque el movimiento ya llevó a la creación de Asambleas Populares locales. Pero lo más importante de todo es que ha habido una tendencia a vincular las Asambleas Populares con los comités obreros en las fábricas. Aquí está la clave del éxito.

Carece de importancia real qué palabras se utilicen para describir este fenómeno. En Rusia se llamaron sóviets (consejos), en la huelga general de 1926 en Gran Bretaña el papel de los sóviets lo jugaron los comités locales de los sindicatos, los trades councils. Durante la revolución española de 1931-37, Trotsky llamó a la formación de juntas revolucionarias. Más tarde, en Francia, surgió la expresión “comités de acción”. El término realmente carece de importancia. Lo que es importante es el contenido. En Argentina, los órganos revolucionarios de lucha que abarcan a amplias capas de los explotados en los barrios son las Asambleas Populares. Y éstas son, al menos, el embrión de los sóviets, es decir, el embrión de un nuevo poder.

Sin embargo, es obvio que la tarea inmediata de los comités es organizar y centralizar la lucha. El objetivo de los comités, que deberían ser elegidos en la medida de lo posible en los centros de trabajo y en las barrios populares, debería ser organizar la acción: huelgas, manifestaciones, boicots, distribución de comida, etc. Y esto debería culminar en una huelga general nacional. Nuestro objetivo debe ser vincular los comités local, regional y nacionalmente, preparando el camino para un congreso nacional de comités de fábrica y asambleas populares, para coordinar la lucha y preparar la toma del poder.

Hay organizaciones de izquierda bastante relevantes que, de manera más o menos precisa, también defienden la necesidad de un gobierno de los trabajadores. Sin embargo, es justo aquí que estos compañeros terminan invariablemente con la siguiente consigna: elegir una Asamblea Constituyente libre y soberana, convocada por el pueblo movilizado, que se haga cargo de la reorganización social y política del país”. En lugar de las palabras “libre” y “soberana” hay quienes emplean el término de “revolucionaria”, creyendo que con ese mero cambio cambia la cosa en sí. Como decía Shakespeare, una rosa con otro nombre sigue oliendo como una rosa. En el fondo no hay diferencias entre ambas concepciones.

Si es cierto que lo que se necesita en Argentina es el poder obrero, en este contexto, ¿qué papel puede jugar la consigna de la asamblea constituyente? Como ya hemos señalado antes, se trata de una consigna democrática burguesa, apropiada a una situación donde no existen instituciones democráticas, parlamento, elecciones, etc. Pero en la actualidad no es el caso de Argentina.

¿Qué significa exactamente la asamblea constituyente? Sólo esto: “No queremos el actual régimen parlamentario burgués. Queremos otro, más amable, un régimen parlamentario democrático burgués”. Pero este régimen no es posible en las actuales condiciones de Argentina. Y la profundización de la crisis capitalista a escala mundial sólo va a emperorar todavía más las cosas, no las va a mejorar, para el capitalismo argentino. La solución no es la introducción de una nueva forma de democracia burguesa, sino la eliminación radical del capitalismo, la introducción del dominio de la clase obrera. Pero esto es algo muy diferente a una asamblea constituyente.

¿Cómo se puede justificar esta consigna ante los trabajadores en la lucha contra el régimen de Duhalde? Bien, se pueden exigir elecciones para una nueva asamblea constituyente, como están planteando Zamora e Izquierda Unida. Pero la asamblea constituyente no es una solución mágica, es sólo un parlamento democrático. Los trabajadores dirán: “Pero si ya tenemos un parlamento y hemos votado ‘libremente’ muchas veces, a los radicales, a los peronistas, a De la Rúa. Probablemente vamos a votar en las próximas elecciones (¡aunque puede que no!). ¿Qué hay de bueno en esto cuando a los que eliges son todos unos ladrones y unos sinvergüenzas?”

Es un buen ejemplo de sentido común. El problema no es que no exista parlamento. Existe. Tampoco lo es que la población no pueda votar. Vota. El problema es que ninguno de los partidos que están presentes en el parlamento está dispuesto a luchar por los intereses de la población, todos quieren defender el status quo, es decir, el podrido régimen capitalista que ha llevado a la bancarrota al país y reducido a la población al hambre y a la miseria. La consigna de la asamblea constituyente no se dirige al problema central. Lo ignora porque plantea una solución que no lo es en absoluto.

¿Quién convocará la asamblea?

Hay muchos problemas prácticos con esta consigna, y que la hacen bastante inútil desde un punto de vista revolucionario, quizá peor que inútil. Comencemos con el más obvio: ¿Quién convocará la asamblea constituyente? Esta pregunta —aparentemente tan simple— va directa al fondo de la cuestión. La oligarquía, el ejército, los peronistas, los radicales y sus patronos en Washington no ven por qué (al menos en esta etapa) deben hacer tal cosa. Están felices con la situación actual y como dice los estadounidenses: “Si algo no está roto, ¿por qué arreglarlo?”.

En la actualidad, la consigna de una asamblea constituyente no se corresponde con la situación real de Argentina, donde ya existe una república burguesa. No desafía el dominio del capital ni del imperialismo, que está perfectamente feliz con un parlamento electo, que tiene muchas ventajas para el mantenimiento del dominio de los bancos y los monopolios.

¿En qué se diferencia la asamblea constituyente del sistema actual? De acuerdo con el pasaje antes citado, en que es “libre y soberana”. La palabra “libertad” tiene un significado relativo, y no absoluto, como ya hace mucho tiempo explicó Marx. ¿Libertad para quién o para qué? En la medida que la tierra, los bancos y los monopolios siguen en manos de la burguesía, la asamblea constituyente o cualquier otra forma de parlamento democrático no resolvería nada.

Lo decisivo no es la forma constitucional-legalista de dominación, sino la composición del parlamento y qué clases predominan en él. Y hay poca diferencia en si la lucha parlamentaria se realiza en el parlamento actual (con todas sus limitaciones y deficiencias) o en una hipotética asamblea constituyente. Lo decisivo no es la forma, sino el contenido. Debemos recordar que la Asamblea Constituyente en Rusia llegó a tener un significado contrarrevolucionario porque estaba dominada por los eseristas y mencheviques.

Si por asamblea constituyente tenemos en mente una asamblea revolucionaria que desafíe el poder y los privilegios de la oligarquía, entonces es evidente que el único poder que puede hacer tal cosa es la clase obrera organizada, de tal forma que pueda imponer su voluntad a la clase dominante. Debemos recordar que en Rusia fueron los sóviets lo que convocaron las elecciones a la Asamblea Constituyente, después de la toma del poder.

Estos compañeros son muy claros en esto. Dicen que la asamblea constituyente debe ser “convocada por el pueblo movilizado”. Pero aquí hay una contradicción. Si la clase obrera argentina tiene la suficiente fuerza para imponer su voluntad a la clase dominante y convocar una asamblea constituyente, entonces también debe ser lo suficientemente fuerte para tomar el poder. La clase obrera debería tomar el poder a través de sus propias organizaciones de lucha, las Asambleas Populares (sóviets), Comités de Fábrica, etc. ¿Por qué entonces se introduce la cuestión de una asamblea constituyente?

En Rusia los bolcheviques utilizaron cuidadosamente la consigna de la asamblea constituyente en el periodo de agitación revolucionaria durante los meses previos a la Revolución de Octubre. El objetivo principal era movilizar a las capas más atrasadas de la población, especialmente al campesinado, para ponerlas del lado de las clases trabajadoras, y para ello hacían uso de demandas democráticas revolucionarias.

Sin embargo, en la práctica, la consigna de la asamblea constituyente no jugó un papel clave para el campesinado porque los campesinos, incluso menos que los trabajadores, no se dejan impresionar por las fórmulas constitucionales abstractas. Los bolcheviques ganaron a las masas campesinas con la consigna de la tierra. Una vez que para los campesinos fue evidente que los partidos que tenían la mayoría en la Asamblea Constituyente eran los mismos viejos dirigentes que se opusieron a la Revolución de Octubre (y por lo tanto al programa agrario bolchevique), inmediatamente les dieron la espalda.

Pero la Argentina del 2002 no es la Rusia de 1917. En aquella época en Rusia había como mucho diez millones de trabajadores (incluido el transporte, la minería, etc.) de un total de ciento cincuenta millones de habitantes. La correlación de fuerzas era completamente diferente, y esto explica por qué Lenin y Trotsky tuvieron que insistir en 1917 en las consignas democrático-burguesas. La comparación entre la Argentina actual y la China atrasada, semifeudal y semicolonial de los años treinta —cuando Trotsky también (correctamente) defendió la consigna democrático-burguesa de la asamblea constituyente— todavía está más fuera de lugar.

La gran mayoría de los partidos de izquierda en la Argentina, sino todos, no sólo han adoptado la consigna de la asamblea constituyente, sino que le han asignado un papel central en su propaganda. La consigna de la asamblea constituyente —independientemente de las intenciones subjetivas de sus defensores— implica que dentro del capitalismo existe algún tipo de solución para la crisis argentina. Esta consigna no plantea la abolición revolucionaria del capitalismo, aunque parece que se ha confundido con la idea del poder soviético. Las diferencias terminológicas normalmente no tienen mucha importancia, siempre que seamos claros en la esencia de la materia. Sin embargo el marxismo es una ciencia, y toda ciencia debe mantener una actitud rigurosa hacia todas las cosas, incluida la terminología. Las palabras que usamos deben corresponder tan fielmente como sea posible al fenómeno que estamos describiendo. El uso ambiguo y descuidado del lenguaje puede producir ambigüedades e incluso errores perjudiciales. Si la idea de una asamblea constituyente simplemente significa un congreso nacional de asambleas populares, entonces estaríamos completamente de acuerdo. Pero si es este el caso, ¿no sería mejor dejar esto claro?

En interés de la claridad, también es necesario plantear una objeción a la formulación de una asamblea constituyente “libre y soberana”. ¿En qué sentido una asamblea constituyente en Argentina aspira a la “soberanía”? La idea de “soberanía” podría apelar a instintos patrióticos de los argentinos, pero es un hecho que Argentina no es “soberana”, y no lo va a ser en la medida que forma parte de la economía capitalista mundial. En realidad, ningún gobierno del mundo es “soberano”, como se ha descubierto recientemente en el caso de Rusia y China. Los orígenes de la crisis actual en Argentina no se encuentran en Argentina, sino en el mercado mundial. Y la solución a la crisis tampoco se puede encontrar en Argentina.

Incluso si —como esperamos fervientemente— la clase obrera argentina consigue tomar el poder en sus manos y comenzar la transformación socialista de la sociedad, no podría resolver sus problemas sin la ayuda de, al menos, los trabajadores de Brasil, Chile y otros países de América Latina. Igual que, para estos últimos, resultaría vital la ayuda de los trabajadores argentinos en una eventual revolución triunfante en dichos países. Lo que se debe plantear no es la “soberanía”, sino la extensión de la revolución a toda América Latina y la formación de los Estados Unidos Socialistas de América Latina.

Si la asamblea constituyente significa, en otras palabras, que concentra todo el poder en sus manos para aplastar la resistencia de los banqueros y los capitalistas, entonces estamos hablando de algo más serio que un parlamento democrático burgués, hablamos de un gobierno revolucionario de la clase obrera que se pone al frente de la nación para llevar adelante la expropiación del latifundismo y el capitalismo. Y lo más probable es que muchos de estos compañeros quieran decir esto. Pero entonces deben dejarlo absolutamente claro.

Si esta interpretación es correcta, entonces no estamos hablando de una asamblea constituyente, sino de un gobierno de los trabajadores, de una democracia obrera. En este caso, da la impresión de que a estos compañeros, por alguna razón, les da miedo llamar a las cosas por su nombre, colocando Asamblea Constituyente donde debe decir gobierno de los trabajadores a través de sus propios órganos de poder obrero.

Sin embargo, el término asamblea constituyente no es un sustituto aceptable para la consigna del poder obrero. Las dos ideas no son en absoluto iguales. Y mientras que podemos aceptar completamente que los compañeros quieren lo mismo que nosotros, creemos que esta fórmula es errónea y que puede provocar una desorientación seria, desviar la atención de las masas de la tarea central, e incluso en el futuro hacer naufragar la revolución.

En realidad, es perfectamente posible tener una asamblea constituyente dentro del marco del capitalismo. Esto significa que no representa ninguna amenaza para el régimen existente. Pero sí podría representar una amenaza para el futuro de la revolución en Argentina, en la medida que desvía la atención de la clase obrera de las tareas centrales y crea ilusiones peligrosas en la posibilidad de una “tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo, o una etapa “democrático-burguesa” separada en la revolución.

Las ‘ilusiones democráticas’ de las masas

La manera en la que algunos dirigentes relevantes de la izquierda justifican su postura es realmente sorprendente. Dicen que, efectivamente, la Asamblea Constituyente es un parlamento burgués que no va a resolver nada. Pero que es necesario plantearlo porque las masas “todavía no han agotado sus ilusiones democráticas” y deben pasar por la experiencia de una asamblea constituyente para que se den cuenta de que la auténtica solución está en un gobierno de los trabajadores. Así, para estos “sabios” y “maestros” los trabajadores resultan ser unos estudiantes no muy espabilados a los que conviene enseñar cosas ¡en las que estos mismos “maestrillos”, a espaldas de los propios trabajadores, dicen no creer!, o más bien enseñarles a palos: “¡No quieren un gobierno de los trabajadores todavía ¿eh?, pues les daremos una Asamblea Constituyente para que aprendan. Ya vendrán a pedir por un gobierno obrero!”

Nosotros preferimos el método marxista que es el de decir siempre la verdad a los trabajadores, por muy dura que sea ésta, al mismo tiempo que explicamos nuestras ideas pacientemente confiando en que la propia experiencia de los trabajadores y la juventud ,junto con una audaz agitación en fábricas, sindicatos, centros de estudio y barrios hagan ver a la mayoría de la clase obrera la corrección de nuestras ideas.

El planteo anterior resulta, además, contradictorio con la posición de boicot que mantienen a las elecciones presidenciales porque si admiten que todavía existen ciertas ilusiones en el tipo de “democracia” que hay en la Argentina, por alguna razón que se nos escapa, se apresuran a declarar que estas ilusiones no existen en absoluto para las presidenciales de marzo y hay por tanto que boicotearlas. De esta manera permiten que estas “ilusiones democráticas” sean explotadas por la Carrió y Rodríguez Saá, que pueden ver reforzadas sus posiciones.

Este argumento nos parece, además, totalmente equivocado. Precisamente en el mismo momento en que millones de trabajadores, desocupados y jóvenes están experimentando la putrefacción y la falsedad de lo que significa la democracia burguesa en Argentina lo que se pretende es volver a estimular sus ilusiones en la misma, rebajando el nivel de conciencia, en lugar de fijarles el horizonte de la transformación socialista de la sociedad.

Los compañeros parecen olvidar el pequeño detalle de que fue la acción de las masas la que hizo dimitir a tres presidentes de la República (no a través de elecciones sino por la acción de masas en la calle), hecho sin precedentes en la historia de nuestro país; de que la consigna acuñada en el seno de la sociedad: “Que se vayan todos”, a pesar de su carácter confuso revela una profunda desconfianza hacia todas las instituciones del sistema. Y parecen olvidar que, de forma embrionaria, se comenzaron a improvisar elementos de poder obrero y popular a través de las asambleas populares, al margen de las instituciones oficiales.

Sobre estos hechos una organización socialista y revolucionaria debe basarse para hacer avanzar la conciencia de las masas y señalar los objetivos últimos que se desprenden de su lucha, que es la transformación de la sociedad sobre nuevas bases: “dirijamos y controlemos nosotros mismos nuestro destino”. Nunca en la historia de nuestro país se dieron mejores condiciones para que toda una serie de ideas fundamentales del programa socialista adquieran un eco de masas: la nacionalización de la banca y las multinacionales bajo control obrero; reestatización de las empresas públicas privatizadas, etc. votadas y asumidas, por lo demás, en centenares de asambleas populares y marchas.

Por supuesto que estamos interesados en la existencia de un régimen con el más alto grado de democracia que pueda existir. Pero tenemos que explicar que eso sólo se dará bajo el socialismo, cuando sea el conjunto de la sociedad la que dirija, administre y controle todos los aspectos de la vida económica, social y cultural, y no un puñado de banqueros y grandes empresarios como ocurre hasta ahora.

La izquierda ha adquirido gran autoridad en sectores importantes de los trabajadores y, particularmente, de la juventud. Van a sus mítines, acuden a sus marchas y leen sus proclamas. En las próximas elecciones, dada la desventaja de medios, los partidos burgueses y pequeñoburgueses dispondrán de enormes recursos para hacer llegar su propaganda, prometiendo todo tipo de soluciones demagógicas sin romper con este sistema.

Cuando un trabajador o un joven que se acerca por primera vez a la política y con grandes deseos de cambio vean que tanto el ARI como la izquierda defienden que todos los males del país se van a arreglar con la convocatoria de una Asamblea Constituyente, optarán por el camino aparentemente más fácil: “Si la izquierda”, se dirán, “que es la que más está luchando y tiene los dirigentes más honrados, dice que la Constituyente es la solución, y el ARI y otros grupos defienden lo mismo y además también critican a Duhalde y denuncian la corrupción, voy a votar mejor por estos últimos ya que parecen tener más posibilidades de ganar”. Así, en lugar de desenmascarar a estos políticos profesionales que engañarán a las masas, se contribuye indirectamente a hacerles ganar autoridad ante las mismas, al defender las mismas consignas equivocadas.

Hay otros compañeros que justifican su postura diciendo que en este país hay una proporción muy grande de clases medias que, además, tienen muchas ilusiones democráticas. Nosotros decimos que estos no es verdad. En primer lugar, la clase obrera argentina es mucho más numerosa que las clases medias. En segundo lugar, ni los trabajadores ni las clases medias empobrecidas se deslumbran por fórmulas legalistas. Quieren que se demuestren con hechos cómo solucionar sus problemas. Tampoco las clases medias son homogéneas. Sus estratos más bajos viven en condiciones parecidas a las de muchos trabajadores y sus estratos superiores a las de la burguesía y nunca van a aceptar nuestro programa.

La experiencia argentina está demostrando, además, que numerosos sectores empobrecidos de las clases medias están participando en asambleas populares y están dispuestos a aceptar un programa socialista. Repetir el argumento de la fortaleza de las clases medias coloca, inconscientemente, a estos compañeros en el campo de la socialdemocracia que siempre justificó su postura claudicante ante la burguesía porque, según ellos, las clases medias son muy numerosas y los trabajadores una minoría de la población, con lo cual hay que aplazar la revolución socialista para mañana, o mejor aún, para pasado mañana.

Las maniobras de la burguesía

Debemos examinar la cuestión más en concreto. Los acontecimientos del pasado mes de diciembre abrieron un nuevo período tormentoso que, debido a la ausencia de un partido marxista con influencia de masas, puede prolongarse durante un periodo de meses e incluso años, con flujos y reflujos, antes de llegar a una conclusión decisiva en una forma u otra.

La burguesía argentina recibió un bofetón pero todavía está de pie y puede reaccionar. Aún puede utilizar algunos golpes astutos, mientras esquiva los golpes y se agacha para protegerse. Por ahora se apoya en el ala de derechas del peronismo. Pero las medidas que está poniendo en práctica Duhalde, que sigue los dictados de Washington, solamente pueden empeorar las cosas.

Las masas no ven una mejoría y están descontentas. Hay nuevas explosiones de protesta. El movimiento inevitablemente crecerá, creará una situación de nueva inestabilidad e incluso más peligrosa. ¿Cómo reaccionará a la burguesía? No puede utilizar inmediatamente el ejército para instalar una nueva dictadura militar. Los generales están muy desacreditados por los horrores del pasado, todavía muy frescos en la mente de la población. Cualquier intento de ir por este camino en la actualidad terminaría en una guerra civil, donde no es seguro qué clase ganaría.

Por lo tanto nos enfrentamos a la siguiente situación: por un lado, la burguesía está en crisis, desorientada e incapaz de continuar gobernando a la antigua usanza; por otro lado, la clase obrera no está todavía preparada para tomar el poder en sus manos. En estas circunstancias es inevitable que la clase dominante recurra a todo tipo de maniobras y combinaciones para mantenerse en el poder, incluso no se podría descartar que, cuando la burguesía se enfrente a una amenaza seria, estuviera de acuerdo, como una táctica dilatoria, en convocar una “asamblea constituyente”.

¿Qué cambiaria esta maniobra constitucional desde el punto de vista de la burguesía? Nada sustancial seguro. Porque una asamblea constituyente es sólo una forma constitucional. Y como hemos señalado lo decisivo no es la forma, sino el contenido. Una vez más la cuestión debe ser concreta. ¿Qué partidos estarían presentes en una asamblea constituyente? Básicamente, los mismos que ya existían antes. Podrían tener diferentes nombres, pueden aparecer en diferentes coaliciones, pero esencialmente serían los mismos: radicales, peronistas y grupos de izquierda que lucharían para ganar la mayoría en la asamblea constituyente, igual que luchan ahora por las bancas del actual parlamento.

El escenario arriba mencionado es bastante posible en Argentina en una situación donde la clase dominante ve que el poder se le está escapando de las manos. Podría fácilmente hacer “concesiones” y convocar una asamblea constituyente para formar una “nueva República Argentina” u otra cosa por el estilo, desviando así la revolución a los canales más seguros del debate constitucional, mientras impulsa y financia a los partidos de la burguesía para tomar la asamblea constituyente desde dentro y destruir la revolución. Esta variante es conocida como contrarrevolución con una forma democrática, como ha ocurrido muchas veces en la historia del movimiento revolucionario.

Sí, estas maniobras y trucos son inevitables por parte de la burguesía en el transcurso de la revolución. No podemos evitarlo. Pero ¿por qué proporcionarles la excusa para que puedan hacer esta clase de maniobras? Sería como crear un látigo par que nos azoten a nosotros mismos. Y esto es innecesario completamente.

El cambio real para la clase obrera se va dar cuando seamos capaces de arrancar a la burguesía su poder y su control sobre los recursos productivos a través de la expropiación revolucionaria mediante los órganos de poder obrero que citamos anteriormente en otro apartado. Decir lo contrario no sólo es utopismo, sino crear falsas expectativas y engañar a los trabajadores.

Colocar la convocatoria de una Asamblea Constituyente como consigna central del momento es particularmente reaccionaria porque no centra la tarea de los trabajadores en la necesidad de confiar exclusivamente en su organización, fuerza, conciencia y solidaridad de clase sino en una fórmula legalista-constitucional de carácter burgués; no centra las tareas en la necesidad de organizar órganos de poder obrero en las fábricas y barrios, sino en reivindicar un órgano parlamentario que se sitúa por encima de la clase; en suma, no estimula a los trabajadores para que tomen un papel activo, creador, como clase en el proceso revolucionario que está en marcha.

Nosotros no somos aventureros y somos conscientes de que aún no están dadas las condiciones para un gobierno inmediato de los trabajadores, por la razón de que todavía hace falta un tiempo para conquistar a la mayoría decisiva de la clase obrera para este programa. Pero reconocer esto no significa buscar atajos con consignas confusas y equivocadas, como la de la Asamblea Constituyente.

Antes de plantear la cuestión del poder, es necesario ganar a la mayoría decisiva de la clase obrera para la idea de la toma del poder. Esto presupone un periodo de agitación y propaganda. Como Lenin solía decir: “¡Explicar pacientemente!”

Para esto es esencial que las consignas planteadas con el objetivo de ganar a los trabajadores, sean claras y deben estar vinculadas sin ambigüedades a la idea del poder obrero. Estas consignas transicionales son necesarias para convencer a las masas de trabajadores de que para resolver sus necesidades más que apremiantes, es necesario que tomen el poder en sus manos.

Las reivindicaciones que llegan a las masas son aquellas que están íntimamente relacionadas con sus necesidades inmediatas: empleo, salarios, vivienda, etc., y van inseparablemente unidas a la perspectiva de la lucha anticapitalista y antiimperialista, a través de la demanda de nacionalización de los bancos y grandes monopolios, el desconocimiento del pago de la deuda externa y la expropiación de toda las propiedades imperialistas. Y a través de estas cuestiones es como podemos llegar a los oídos de los trabajadores y encontrar un eco para la idea de la toma del poder.


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