Sin embargo, la explosión social de junio del año pasado desencadenada por el aumento del precio del transporte público se cruzó en su camino, sacando a la superficie todo el descontento existente y abriendo la brecha para una oleada de movilizaciones que aún continúa. El clima de protesta ha animado a los sectores organizados de la clase trabajadora a reivindicar sus demandas concretas, manteniéndose la indignación generalizada contra la corrupción, la carencia de servicios sociales y la actuación colonial de la FIFA (prohibición de venta ambulante cerca de los estadios, precios de las entradas fuera del alcance de la inmensa mayoría de brasileños, exenciones fiscales...).
Se calcula en decenas de miles los brasileños que han sido desalojados de sus casas debido a la construcción de infraestructuras, lo que ha dado un impulso considerable al Movimiento de Trabajadores sin Techo, que reunió el 15 de mayo a 20.000 personas en la mayor manifestación del año en Sao Paulo y que denuncia que “Hay cientos de miles de viviendas vacías y cientos de miles de personas sin hogar o con condiciones precarias. Cuando fuimos al Planalto (palacio presidencial) nos dijeron que se había agotado el presupuesto para vivienda. Pero para los estadios sí hay dinero”.
Ese día hubo manifestaciones y protestas en 50 ciudades, englobadas en el “Día Internacional de la lucha contra el Mundial 2014”. También el 15 de mayo se produjo la huelga de conductores y cobradores de autobús de las dos mayores ciudades del país, Sao Paulo y Río de Janeiro, así como de la policía civil en 13 estados, los trabajadores de 30 museos, los profesores de las escuelas municipales de Sao Paulo y 15.000 metalúrgicos del mismo estado. Bomberos, trabajadores del metro y el resto de policías han anunciado nuevas movilizaciones en demanda de mejores condiciones de trabajo y aumentos salariales, uniéndose al camino abierto por la victoria de los trabajadores de la limpieza de Río (ver El Militante nº 282).

Represión en las favelas

Frente a esta situación explosiva, la reacción del gobierno ha sido intensificar la represión en las favelas, utilizando, además de la policía, las unidades militares entrenadas en la guerra de Haití. 38 favelas están bajo ocupación policial en Río, con casos constantes de torturas y asesinatos bajo la excusa de la lucha contra el narco que generan explosiones cada vez más frecuentes entre los vecinos, que se manifiestan y cortan las calles con barricadas. Las dos últimas, por la muerte de un albañil y de un bailarín de la TV Globo a manos de la policía. Se calcula que en Brasil mueren cinco personas al día a manos de la policía.
La celebración del Mundial se ha convertido en un referente masivo para la protesta. Un dato que revela la profundidad y extensión del descontento por la falta de recursos para la sanidad y educación publicas, entre otras cosas, mientras se derrocha en los mundiales es que el 55% de la población de Río, según una encuesta de Unicarioca publicada recientemente, no apoya a la selección brasileña, algo verdaderamente inaudito en el país. Tampoco es anecdótico que ningún dirigente político quiera tener el honor de inaugurar el Mundial ya que se prevé una pitada monumental. En Brasil el malestar social está llegando a un punto crítico, que en cualquier momento puede derivar en una situación prerrevolucionaria.


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