4. Hacia la revolución



“Nos despedimos de nuestras esposas, hermanas y madres con lágrimas en los ojos pensando que ya no regresaríamos, pero pensando siempre que mejor morir peleando que morir de rodillas pidiendo clemencia (…) Yo les dije a mis chavalos que mejor se metían en el frente porque si no, de todos modos la guardia me los mataba, por ser jóvenes no más, figúrese”.
Testimonios de participantes en la lucha contra Somoza.


La industrialización

Durante las décadas que hemos repasado anteriormente, el algodón sustituye al café como principal pilar de la economía nicaragüense. De 1950 a 1965 las exportaciones de algodón pasan de representar un 5% del total nacional a sumar el 45%. La expansión de la producción algodonera provocará modificaciones importantes en la fisonomía económica y social del país.
“La expansión algodonera implicó el desplazamiento forzado de los agricultores previamente asentados (…). En la medida en que el incremento de los volúmenes de producción se llevó a cabo a través de la incorporación de nuevas tierras al cultivo, más que por elevación del rendimiento, el cultivo de algodón generó un prolongado y masivo movimiento de población empujada hacia las zonas de frontera agrícola (...) y a los centros urbanos. Este proceso migratorio, que se extendería hasta la década de 1970, habría de ser reforzado en años posteriores por el desarrollo de la ganadería de exportación y por la producción de arroz de riesgo” (Carlos M. Vilas, Perfiles de la revolución sandinista).

Tanto el peso de la clase obrera industrial en el conjunto de los asalariados como el de la población urbana en el total del país se incrementan sensiblemente. Mientras en 1959 el porcentaje de población rural representa el 65%, frente a tan sólo un 35% de población urbana; en 1982 la población urbana representará ya más de la mitad, el 53%, y el porcentaje de población rural se ha reducido al 47%. La industria, durante los años sesenta, pasa de representar el 16% del PIB al 22%, y la población de Managua se multiplica por cuatro entre 1950 y 1977, aumentando de 110.000 a 400.000 habitantes.

El crecimiento económico que vive la economía mundial también deja algunas migajas en Centroamérica. La inversión extranjera, especialmente la procedente de EEUU, aunque no sólo (también llegan empresarios japoneses, alemanes, etc.), crece en todos los países de la zona durante los años 60 y 70 aprovechando los bajos costes laborales que ofrece la represión contra el movimiento sindical. Mientras en los países avanzados el pleno empleo y el fortalecimiento de la organización sindical empujan los salarios al alza en los países centroamericanos ocurre todo lo contrario: “Los niveles de los salarios reales bajaron en un 25% en Nicaragua entre 1967 y 1975, y en un 30% en Honduras entre 1972 y 1978. En El Salvador los trabajadores sufrieron una sustancial disminución de sus salarios reales durante la década de los años 70” (Petras, Op. cit., p.62).


El portaaviones de
la contrarrevolución

Con todo, y pese a los jugosos beneficios que el saqueo de las riquezas de Nicaragua proporciona a algunos burgueses estadounidenses, el principal interés del país centroamericano en esos momentos para el imperialismo USA era político y geoestratégico. En un contexto de creciente radicalización de las masas en toda Latinoamérica, y en pleno desarrollo de la “guerra fría” con la URSS, Nicaragua se convierte en uno de los campamentos base del imperialismo estadounidense. La sumisión de los Somoza a Washington era de vieja data. En los años cuarenta, cuando alguien se encargó de recordar a Franklin D. Roosevelt el carácter corrupto y tiránico de Anastasio Somoza padre, éste dio una respuesta que ya se ha hecho legendaria: “Somoza es un hijo de puta. ¡Pero es nuestro hijo de puta!”.

Desde Nicaragua parten los aviones yanquis que atacan Playa Girón buscando abortar la revolución cubana. Nicaragua también había jugado un destacado papel a la hora de acabar con el régimen revolucionario de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954. El servilismo de los Somoza en todos los foros internacionales, apoyando como un buen mayordomo todos y cada uno de los designios de la Casa Blanca, batía records de indignidad. Mientras incluso otros gobiernos burgueses conocidos por su sumisión al imperialismo aprovechaban algún momento de calma o tal o cual asunto secundario para marcar distancias respecto a EEUU y aparecer como independientes ante sus poblaciones, los Somoza sostendrán sin fisuras cuantas acciones lleve a cabo el Tío Sam.
El imperialismo estadounidense considera en esta etapa a Centroamérica estratégica en su lucha contra la URSS. La apuesta por apuntalar a los regímenes contrarrevolucionarios centroamericanos se concreta en dinero contante y sonante. “Entre 1953 y 1979 Washington entregó a las clases gobernantes de El Salvador 218,4 millones de dólares en concepto de ayuda económica y 16,8 millones de dólares en préstamos y créditos militares. Esta suma fue más que igualada por el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otros Bancos multilaterales de influencia norteamericana con la cantidad de 479,2 millones de dólares. La oligarquía guatemalteca recibió 526 millones de dólares en concepto de ayuda económica norteamericana y 41,9 millones de dólares de ayuda militar, además de unos 593 millones de dólares provenientes de las instituciones financieras “internacionales”. El clan Somoza en Nicaragua fue el destinatario de 345,8 millones de dólares de ayuda norteamericana y 32,6 millones de dólares de ayuda militar, mientras que las agencias “internacionales” canalizaron 469,5 millones de dólares hacia las arcas somocistas” (Petras, Op. cit., p.67).


Las consecuencias políticas
de la industrialización

De todos los efectos ocasionados por el proceso industrializador de los sesenta y setenta anteriormente analizado, el más determinante será el reforzamiento de la concentración de la riqueza en manos de unas pocas familias mientras la inmensa mayoría de la población nicaragüense sigue soportando unas condiciones de pobreza extrema que, unidas al descontento con la represión del régimen, avivan el malestar social.

“Como contrapartida, ambos procesos paralelos —concentración de la riqueza y mantenimiento de la represión— han dado origen a movimientos populares que unen las ansias de mejora inmediata con la aspiración a transformar la estructura social en su conjunto (…) La comercialización de la agricultura ha aumentado el número e importancia del proletariado agrícola. Al mismo tiempo ha provocado el desarraigo de las poblaciones campesinas, ha rebajado las condiciones de producción de los pequeños productores y ha mantenido a grandes sectores de la población al margen de la vida productiva (…) La transformación de la estructura de clases en el campo ha conducido a una mayor y más profunda participación de las poblaciones rurales en movimientos sociales agrarios y en luchas por la sindicación. (…) En la Centroamérica urbana, la creciente concentración y centralización industrial ha llevado a una progresiva concentración laboral la cual, a su vez, ha facilitado la organización y la lucha” (Petras, Op. cit., p.45).

El Producto Nacional Bruto (PNB) nicaragüense crece en los años cincuenta y sesenta un promedio de 6,3% pero en 1977, tras dos décadas de crecimiento, el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita del 50% de la población con menos ingresos sigue representando el 15% del PIB total, mientras que el 20% más rico se embolsa el 60% del PIB. Un aspecto relacionado con el anterior es la extensión de un joven subproletariado, condenado a la temporalidad y la precariedad en el trabajo, la falta de vivienda e ingresos regulares, y sometido a unas condiciones de pobreza extrema que, concentrado en los barrios más humildes de las grandes ciudades, acabará convirtiéndose en una bomba de tiempo para el sistema. Según un estudio auspiciado por la Comisión Económica para Latinoamérica de las Naciones Unidas, “un segmento significativo de la población (centroamericana) —posiblemente superior al 50% de la misma— vive en una situación que sólo cabe calificar de pobreza extrema” (citado por J. Petras).

El fortalecimiento del proletariado, tanto urbano como rural, se unirá a todas estas contradicciones y al profundo malestar que se acumula en la sociedad nicaragüense ante los constantes desmanes y abusos de la camarilla somocista, para provocar una creciente contestación popular al régimen que, pese a la represión, tenderá a expresarse en el incremento de las luchas obreras y campesinas desde finales de los años 60 y, sobre todo a lo largo de toda la década del 70.

De las primeras luchas parciales a la masacre de la
Avenida Roosevelt

“Durante la década de 1960 se registraron más de 200 invasiones de tierras y desalojos en la región del Pacífico, y lentamente fue creciendo la adhesión de los sectores desplazados por la expansión capitalista en el campo a la oposición a la dictadura” (Vilas, Op. cit., p.131). A mediados de los sesenta se producen también huelgas importantes en los sectores del textil, alimentario, metalmecánico y en la construcción, así como un auge en la creación de sindicatos de empresa. La industrialización ha formado una clase obrera joven y muy explotada que al verse cohesionada en los centros de trabajo intenta organizarse para obtener mejores salarios, derecho a organizarse sindicalmente, etc. También asistimos al desarrollo de nuevos reagrupamientos sindicales. Nacen tres nuevas centrales y la CGT se escinde dando lugar a un sector controlado por el gobierno, CGT oficial (CGT-o), y otro dirigido por el PSN, la CGT independiente (CGT-i).

Todo el malestar acumulado bajo la superficie de la sociedad tendrá una primera manifestación unificada el 22 de enero de 1967. Ese día la coalición opositora conformada para concurrir a las elecciones presidenciales de febrero del mismo año convoca una marcha contra los abusos del gobierno somocista. La Unión Nacional Opositora (UNO) es un frente formado por varios partidos burgueses opuestos a Somoza y los dos principales partidos de izquierda: el PSN y el PC de N.
La convocatoria de la UNO sorprende tanto a sus propios organizadores como al gobierno, al movilizar a decenas de miles de personas en la Avenida Roosevelt de Managua. La respuesta del régimen es disolver violentamente la manifestación. El saldo represivo deja decenas de muertos. Este acontecimiento pasará a la historia nicaragüense como “la masacre de la Avenida Roosevelt”.
Sobre la base del fraude, el miedo creado por la represión, el papel de freno que juegan las direcciones de los partidos burgueses y la ausencia de un programa revolucionario por parte de la izquierda, Somoza impone a su candidato. Pero lo ocurrido en la Avenida Roosevelt dejará una huella profunda de odio y desprecio contra el clan somocista en la conciencia de sectores importantes de las masas.

Tras las elecciones, la UNO será disuelta por los partidos burgueses y la lucha contra la dictadura entrará en una nueva fase de dispersión. Mientras el descontento popular sigue buscando expresión política y las fuerzas de izquierda intentan darle continuidad, la oposición burguesa busca un pacto con Somoza. En 1971 el Partido Conservador se dividirá al llegar su principal dirigente, el ex candidato a la presidencia Agüero, a un acuerdo con el dictador para recibir el 40% de los puestos en la Asamblea Nacional.


Burgueses contra Somoza

chamorropj.jpgLos conservadores opuestos al acuerdo, liderados por Pedro Joaquín Chamorro, se escinden y forman el grupo Acción Nacional Conservadora. El Partido Liberal somocista también sufre una división. Ramiro Sacasa, que había sido ministro del régimen (y pertenecía a la misma familia oligárquica del liberal Sacasa que presidía el gobierno cuando el asesinato de Sandino), marca distancias respecto al régimen y busca un acercamiento a la oposición. Estas divisiones por arriba reflejan de manera distorsionada las tensiones que se acumulan por abajo. Un sector de la clase dominante empieza a estar seriamente preocupado por el descontento social contra Somoza hijo y la actuación cada vez más fuera de control de éste y su camarilla.

Otro elemento que coadyuvaba al deterioro de la situación era que Somoza Debayle y la camarilla que le rodeaba estaban yendo más lejos que el viejo Somoza en la utilización del aparato estatal para incrementar sus propiedades y negocios. Esto causaba malestar entre otros sectores de la clase dominante. Marcando distancias públicamente respecto al régimen, estos sectores intentaban enviar un mensaje al tirano y su entorno para que accediesen a negociar tanto una suavización de la represión como ciertas concesiones políticas y económicas que pudiesen apaciguar el descontento popular y recomponer la unidad de la clase dominante.

Sin embargo, la actuación de Somoza Debayle tenderá a incrementar el malestar entre las masas y las tensiones sociales. Tanto la represión del Estado como su corrupción y podredumbre son cada vez más evidentes para amplios sectores de la población. Uno de los acontecimientos que termina de desvelar ante los ojos del conjunto de la nación la profunda corrupción moral de la camarilla gobernante y su incapacidad absoluta para seguir dirigiendo el país es el grave terremoto que sacude a Managua en 1972.


El terremoto de 1972

“Además de los miles de muertos y heridos, la catástrofe dejó sin trabajo a casi 52.000 personas (57% de la población económicamente activa de la ciudad) y forzó el desplazamiento de unas 250.000 —60% de la población total de Managua—, 27 km2 de ciudad resultaron afectados, con 13 km2 totalmente destruidos y 14 km2 dañados, incluyendo la mayor parte del sistema de alcantarillados y distribución de agua y luz. El 75% de las unidades de vivienda familiar quedaron destruidas, la mayoría pertenecientes a familias de ingresos medios y bajos, el 95% de los talleres y fábricas pequeñas (carpinterías, imprentas, zapaterías,...) y once fábricas grandes se perdieron o sufrieron daños serios” (Vilas, Op. cit., p. 159).

El terremoto desnuda al régimen. La indolencia con que todos los estamentos del Estado y organismos públicos reaccionan ante la tremenda devastación que causa la catástrofe y sus consecuencias sociales golpeará la conciencia de las masas. Todo el despotismo, arbitrariedad y corrupción moral de las instituciones del Estado somocista emerge de forma brusca, pero evidente para todo el mundo. “La catástrofe dejó en la calle a las masas trabajadoras de la ciudad y a vastos sectores de la pequeña burguesía sin casa, sin trabajo, sin pertenencias personales, con una tremenda tensión emocional, a merced de la arbitrariedad y la prepotencia de la Guardia Nacional de la dictadura” (Vilas, Op. cit.).

El testimonio de una de las víctimas, recogido en el Informe Maier, elaborado en 1980 y citado por Carlos M. Vilas en su libro, ilustra lo ocurrido y las conclusiones que sacan de ello muchos nicaragüenses: “No hubo protección por parte de nuestras autoridades de esta época, de la dictadura somocista. Estas personas se dedicaron más bien a tomar todo lo que venía en ayuda de Nicaragua y nosotros prácticamente andábamos desnudos, nos dejaron sin amparo (…) Nosotras fuimos a Chinandega y llegamos a una escuela donde estaba bastante gente de Managua (...) En vez de llegar a dar un aliento se nos llegaron los guardias a decir que tenemos que trabajar, que no podíamos vivir allí toda la vida (…) Nos dieron veinticuatro horas para lanzarnos y tuvimos que desocupar y dormir en la calle. La misma guardia nos sacó. (…) Decían que estaban haciendo unas casas para los damnificados pero todo eran promesas: las casas se las daban a las persona más allegadas a ellos. No eran para todos los pobres (…) Aquí ha sido un criadero de cucarachas, de ratones, de todo. Aquí hay paludismo, hay mucha pobreza”.

Hasta la ayuda internacional enviada, calculada en unos 250 millones de dólares, es saqueada sin piedad por la mafia gubernamental.
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 Escisiones en la clase dominante

La voracidad y despilfarro de Somoza y sus compinches empieza a convertirse en un problema para la clase dominante y para el imperialismo. Junto al malestar, desesperación y rabia que genera entre las masas; un número creciente de capitalistas empieza a estar también harto de la extorsión de la camarilla gobernante. Los efectos de la crisis capitalista internacional de 1973-74 echarán aún más leña al fuego de esta insatisfacción creciente.

En marzo de 1974 una reunión nacional de la Confederación de Empresarios (COSEP) formula varias críticas al régimen: “La reunión efectuó sin dudas varias puntualizaciones al régimen pero carentes de la agresividad y de la profundidad con que a través del tiempo ha sido adornada. Se trató de un enfrentamiento tenue (…) los empresarios se presentaron como gremio con reivindicaciones categoriales y marginando por lo tanto planteamientos en torno a la cuestión del poder. Se trataba de mejorar el funcionamiento del sistema económico existente, potenciar sus niveles de eficiencia y sobre todo alcanzar una más equitativa participación en sus beneficios para todas las fracciones de la clase” (Carlos M. Vilas, Op. Cit.).

A finales de eso mismo año tiene lugar el primer intento serio de dar expresión política al descontento existente entre un sector de la clase dominante y convertirlo en oposición política organizada al somocismo. En diciembre de 1974, impulsada por el líder escindido del Partido Conservador, Pedro Joaquín Chamorro, nace la Unión Democrática para la Liberación (UDEL), una alianza opositora que agrupa a varios partidos y grupos políticos burgueses y pequeñoburgueses. Junto a ellos participa el PSN estalinista y la burocracia sindical de la Central de Trabajadores de Nicaragua (CTN), dirigida por los socialcristianos, y la Confederación General de Trabajadores independiente (CGT-i), bajo dirección estalinista.

El principal líder e impulsor de la UDEL, Pedro Joaquín Chamorro, pertenecía a una de las principales familias de la oligarquía nicaragüense. Varios Chamorro habían gobernado el país en el pasado como dirigentes del Partido Conservador y el propio Pedro J. Chamorro había sido dirigente del mismo hasta 1971, cuando se escindió en rechazo el pacto suscrito con Somoza. Chamorro era además propietario y director del más importante diario nicaragüense; La Prensa. En la oposición de Chamorro a Somoza jugaban varios factores, incluidos algunos de índole personal. En cualquier caso, el líder de UDEL y los sectores que le acompañaban representaban a una capa de burgueses que buscaba un cambio político y algunas reformas políticas e incluso sociales por arriba que pudiesen evitar la revolución por abajo.

La aparición de brechas en el seno de la clase dominante estimulará aún más el cuestionamiento al gobierno y la movilización popular. En 1973 habían estallado ya varias huelgas obreras en distintos sectores duramente reprimidas por el somocismo. El primer efecto de la represión será frenar temporalmente la movilización huelguística, pero ésta volverá a resurgir con ánimos redoblados en 1976.


Una situación revolucionaria

Lenin y Trotsky explicaron las condiciones que definen una situación revolucionaria: divisiones abiertas en el seno de la clase dominante, voluntad firme de los explotados de luchar hasta el final, giro a la izquierda, o cuanto menos neutralidad, de las capas medias y una dirección revolucionaria. En Nicaragua a lo largo de los años setenta, y especialmente en la segunda mitad de la década, están presentes todas. O, para ser exactos, lo único que falta es una dirección con un programa y una estrategia capaz de conducir la revolución a la victoria. Esto es lo que hará que la lucha por conquistar el poder se prolongue durante varios años.

A causa de las políticas etapistas y de colaboración de clase del PSN estalinista y sus distintas escisiones (que además dirigen varios de los principales sindicatos del país), la revolución nicaragüense adoptará una forma peculiar. Las masas obreras y campesinas, sin una organización revolucionaria de cuadros firmemente establecida en los centros de trabajo, barrios y pueblos que las agrupe y les ofrezca un programa, unos métodos y una estrategia para tomar el poder se verán obligadas a intentar llevar a cabo, una y otra vez, esta tarea de un modo intuitivo y desorganizado.
Ausente un partido obrero revolucionario de masas, éstas pondrán sus esperanzas en los guerrilleros del FSLN. Los “muchachos” —como son conocidos popularmente los sandinistas— son vistos como auténticos revolucionarios, los únicos que no se venden ni se doblegan ante Somoza y sus gángsteres. Los sandinistas son los que más duramente sufren la persecución y represión del régimen, a los que éste presenta un día sí y otro también como enemigos públicos, los que caen en combate desde hace años en los operativos contrainsurgentes de los servicios de inteligencia somocistas, la policía y la Guardia Nacional.

Un estudio realizado a mediados de los años setenta entre trabajadores del sector textil resulta revelador de cómo está evolucionando en esta etapa el proceso de toma de conciencia entre los trabajadores. A la pregunta de por qué los ricos tienen más dinero que los pobres, el 59% de los obreros respondió “porque explotan a los pobres”, y otro 18% “porque han robado”. Es decir: el 77% de los obreros encuestados consideran la riqueza de los empresarios resultado de la expoliación y sólo un 23% respondió que aquellos debían su riqueza a su trabajo. Por contra, entre los dirigentes sindicales encuestados sólo un 25% achaca el enriquecimiento capitalista al robo o la explotación. Cuando los obreros son preguntados acerca de qué es necesario para alcanzar una sociedad mejor, el 39% de ellos responde que “cambiar de gobierno” (entre los dirigentes sindicales el porcentaje de respuestas en ese sentido es también considerablemente menor). Por último, cuando se les preguntó qué partido creían que iba a ser el más popular entre el pueblo en los siguientes años, el 37% de los trabajadores respondió que “el FSLN”. La misma pregunta, entre los dirigentes sindicales, arrojó una vez más respuestas muy diferentes: el 50% de los dirigentes plantea que “un partido clasista” y ninguno menciona al FSLN como punto de referencia (datos extraídos de Perfiles de la revolución sandinista, C. M. Vilas).


Los límites y contradicciones
del guerrillerismo

Paradójicamente, en 1975 el FSLN se encuentra en crisis y dividido en tres facciones. Aunque de cara al exterior se intentaba mantener una apariencia de unidad, cada una de las tendencias actuaba de forma totalmente independiente. Esta división no se superará hasta el mismo año de la toma del poder. La capacidad militar del Frente estaba, asimismo, seriamente limitada en esos momentos y varios de sus dirigentes fundadores habían caído en combate. El propio Carlos Fonseca, principal referente teórico y líder del grupo, morirá antes de tomar el poder.

La causa fundamental de la crisis del Frente hay que buscarla en las limitaciones y contradicciones de sus métodos, estrategia y programa. Como ha explicado muchas veces el marxismo, la lucha de guerrillas puede ser un método legítimo de lucha pero debe estar supeditado al movimiento de masas y bajo la dirección de éste —y en primer lugar de la clase obrera— mediante asambleas, comités de delegados elegibles y revocables, etc. Esta táctica debe ser, en todo caso, un auxiliar de la movilización y organización consciente de las masas y debe subordinarse totalmente a ella.
Si la lucha de guerrillas no surge como producto de la insurrección de las masas obreras y campesinas y no se mantiene vinculada y supeditada en todo momento a ésta sino que consiste en el enfrentamiento armado de un grupo de revolucionarios contra el Estado burgués, al margen de las masas o, en el mejor de los casos, con la simpatía o apoyo pasivo de sectores de éstas, el resultado antes o después acaba siendo el opuesto al que pretenden los guerrilleros.

Hoy, además, cuando los porcentajes de población urbana se han incrementado en todos los países y el combate militar es incluso más desigual que en el pasado, las dificultades para prolongar este tipo de lucha son mayores. La lucha guerrillera genera dinámicas que si se prolongan mucho tiempo obligan a emplear métodos cada vez más desesperados, ajenos a los objetivos iniciales del movimiento e incomprensibles para las masas. Especialmente entre la población urbana, pero en general entre los sectores que menos conocen las causas que originaron la lucha (o que están más cansados de la misma) crece el cuestionamiento, y no sólo a estos métodos sino a los objetivos generales de la lucha guerrillera. La burguesía utiliza su aparato propagandístico —como vemos hoy en Colombia— para presentar a los guerrilleros como asesinos y explotar estas contradicciones.

En la Nicaragua de la segunda mitad de la década de los setenta, el rechazo al régimen somocista era tan masivo, la evidencia del carácter absolutamente criminal e ilegítimo del mismo tan evidente —no sólo para la vanguardia obrera, campesina y estudiantil sino incluso para sectores amplios de las masas populares e incluso de la pequeña burguesía— que el FSLN contaba con una simpatía y apoyo masivos. Pero, incluso en este caso, sus métodos basados en las acciones heroicas de los propios guerrilleros, lejos de despertar un movimiento autónomo de las masas, infundirles confianza en sus propias fuerzas y estimular su capacidad para organizarse, tendía a retrasar el desarrollo de una movilización revolucionaria unificada y consciente de su propia fuerza de las masas. Además, el gobierno somocista concentraba la represión sobre los guerrilleros con el fin de golpear la moral de todo el movimiento.

Nada ni nadie puede sustituir el proceso complejo, contradictorio, de aprendizaje en la propia lucha de los trabajadores. Mediante ese proceso, como decía Marx, la clase obrera, con avances y retrocesos, pasa de ser mera materia de explotación de los capitalistas (“clase en sí”) a sentirse sujeto consciente de su propia emancipación (“clase para sí”). Los trabajadores ponen en tensión sus músculos, miden fuerzas con la burguesía a través de innumerables pequeñas (y grandes) victorias y derrotas en huelgas y luchas parciales, comienzan a identificar más claramente a sus enemigos, elevan su conciencia política y, sobre todo, aprenden a confiar en sus propias fuerzas y a generar los dirigentes naturales y cuadros capaces de construir una dirección revolucionaria.

El Frente Sandinista —por las razones que citábamos anteriormente— era visto por una parte de los sectores más avanzados del movimiento con enorme respeto, pero hasta el momento en que estalla la insurrección abierta de las masas en 1978-79 su lucha permanecerá, en general, al margen de éstas y con resultados más espectaculares que efectivos a la hora de debilitar la capacidad represiva del ejército somocista y avanzar hacia su derrocamiento revolucionario.


Las tres tendencias del FSLN
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Como hemos dicho, cada tendencia del FSLN actúa en esta etapa prácticamente como una organización independiente. Estas tendencias eran tres: la llamada “tercerista”, encabezada por los hermanos Daniel y Humberto Ortega y el comandante Víctor Tirado; la tendencia “Guerra Popular Prolongada”, cuyo principal dirigente era Tomás Borge; y la llamada “tendencia proletaria”, encabezada por Jaime Wheelock.

En general, las diferencias entre estos tres grupos son fundamentalmente tácticas. Los “terceristas”, que parecen ser la fracción mayoritaria, proponen combinar acciones guerrilleras con un fuerte contenido propagandístico y preponderantemente urbanas (como la toma de Embajadas o centros de la oligarquía con valor estratégico o propagandístico) con la participación en la movilización de masas contra Somoza. Sin embargo, conciben ese frente de masas no como el intento de construir una dirección revolucionaria en los sindicatos y movimientos campesinos mediante una política de independencia de clase sino como una alianza con las dirigencias sindicales burocráticas e incluso con los partidos de oposición, incluidos los burgueses, que estén dispuestos a constituir un frente común contra el somocismo. La tendencia GPP plantea continuar la lucha en la selva y las montañas siguiendo el esquema clásico de la lucha guerrillera puesto en práctica por Mao. Por último, la “tendencia proletaria” plantea la necesidad de orientarse hacia la creación de un partido de masas basado fundamentalmente en los trabajadores, aunque su programa no muestra diferencias determinantes con el de las otras tendencias.

En los tres casos, las propuestas programáticas y planes de lucha siguen estando influenciados en mayor o menor medida por la teoría estalinista de “las dos etapas”. Se concibe la revolución en marcha como una etapa de liberación nacional y confluencia de las distintas fuerzas democráticas y progresistas que estén comprometidas en la lucha contra el somocismo y tiende a verse la lucha por el socialismo como una fase posterior, separada por un intervalo de tiempo más o menos prolongado.El resultado es que, aunque la dirección del FSLN critica a los burgueses de la UDEL por su inconsecuencia a la hora de luchar contra la dictadura, no opone al programa de tímidas reformas que estos han presentado un programa socialista de expropiación de la burguesía y deja la puerta abierta a una alianza. Esto contribuye a darles a estos burgueses el barniz revolucionario que necesitan.

Pese a todo, como hemos dicho, las masas verán al Frente como el sector de oposición más combativo y resuelto. En un contexto en el que la corrupción, la doble moral y la más absoluta falta de principios son las características habituales en los políticos burgueses el ejemplo de estos jóvenes que sacrifican todo, incluida su vida, por unas ideas rodea a los guerrilleros sandinistas de una merecida aureola de admiración popular y respeto. El apoyo a “los muchachos” se multiplicará, especialmente a lo largo de la segunda mitad de los setenta, cuando las masas entren en escena para intentar derrocar al régimen somocista.


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