¡Hay que construir una izquierda combativa que rompa con la lógica del capitalismo!

Uno de los aspectos más destacados de estas elecciones, y que está suscitando un debate intenso en las filas de la izquierda y entre miles de activistas, son las razones de los pésimos resultados de Podemos, IU y sus distintas alianzas. Exponemos aquí un amplio análisis de estos acontecimientos con el fin de trazar las perspectivas y las tareas para la izquierda combativa.

Es evidente que el PSOE ha obtenido una clara victoria tanto en las elecciones municipales como autonómicas, agrupando el voto útil de la izquierda en el conjunto del Estado, al tiempo que el PP sigue sufriendo una importante sangría de votos. Ciudadanos y Vox recogen una parte importante del retroceso del partido de Pablo Casado, pero no logran ampliar la base electoral de la derecha.

Rivera se queda muy lejos de sus expectativas y fracasa en su intento de sobrepasar al PP, mientras que Vox, aunque entra en poco más de cien de ayuntamientos y en la mayoría de los parlamentos autonómicos, lo hace mucho más modestamente de lo que presagiaban las encuestas y se deja un gran porcentaje de votos respecto a las elecciones generales de abril.

Los datos y lo que revelan

El PSOE suma en las elecciones municipales 6.657.119 papeletas y 22.329 concejales, el 29,26%, un aumento considerable respecto a 2015 cuando logró 5.603.823 sufragios, 20.823 concejales y el 25,02%. El partido de Pedro Sánchez es el más votado en 10 de las 12 comunidades autónomas que celebraban elecciones, y pasa de 2.645.818 a 3.286.842 votos, de 203 diputados autonómicos a 260, y del 24,52% al 29,68%, logrando la mayoría absoluta en Extremadura y Castilla-La Mancha.

Podemos, IU y sus alianzas el descenso es muy fuerte: de 3.300.000 votos en las municipales y el 15% de 2015, pasan a 2.288.201 y un 10% en 2019. En las elecciones autonómicas pierde 900.000 votos y 63 diputados de los 105 que consiguieron en 2015. Quedan fuera del parlamento de Cantabria y Castilla La Mancha, en Castilla y León pierden 8 de los 10 que tenían, en Navarra de 7 pasan a 2 —tras perder dos de cada tres votantes, de 46.207 a 16.124—, en Aragón de 14 a 5, en Asturias de 9 a 4, y en Madrid se sitúan en última posición con siete parlamentarios frente a los 20 que obtiene Más Madrid con Errejón.

Por su parte, el PP pierde un millón de votos en las municipales, pasa de 6.057.767 papeletas en 2015 a 5.058.542 en 2019, reduce su número de concejales de 22.750 a 20.325, y en porcentaje de voto pasa del 27,05% al 22,23%. El retroceso se compensa parcialmente por el mantenimiento de alcaldías como la de Málaga, o la recuperación de las de Madrid, Zaragoza y Oviedo —gracias al apoyo de Cs y Vox— y por la opción de formar gobierno en la Comunidad de Madrid y Aragón, a pesar de que en la primera reduce sus escaños de 48 a 30. En el caso de Galicia, el PP sufre una derrota sin paliativos a manos del PSOE, y no gobernará ninguna de las capitales gallegas.

Los medios de comunicación apenas han mencionado un hecho muy significativo de estas elecciones: Ciudadanos no logra ni de lejos sus objetivos y consigue un resultado mediocre. El partido del Ibex 35 fracasa en el sorpasso soñado y, aunque será clave para entregar el poder al PP en Madrid, Castilla y León, Aragón, Murcia y en algunos ayuntamientos emblemáticos, en solo un mes el partido de Albert Rivera se ha dejado 2,2 millones de votos respecto a las elecciones generales.

Su fracaso en Barcelona es estrepitoso, donde su candidato estrella, Manuel Valls, tan sólo obtiene 6 concejales y 99.494 votos, una pérdida respecto a las autonómicas de 2017 de más del 50% cuando Ciudadanos logró 219.542 papeletas y el 23,9%. En cifras absolutas, Cs alcanza en las municipales 1.876.906 votos, 2.788 concejales y un 8,25% (en 2015 obtuvo 1.467.663 papeletas, 1.527 concejales y el 6,55%) y en las autonómicas se hace con 1.435.876 papeletas, 87 diputados y un 12,39% (frente a los 953.128 votos, 43 diputados y el 8,52% de 2015).

En cuanto a la ultraderecha, Vox consigue en las municipales 659.736 votos y 530 concejales, y en las autonómicas 798.426 papeletas y 27 escaños. Es evidente que la tendencia ascendente del voto de Vox se frena con claridad, y la parte fundamental de lo que consiguieron en las elecciones generales de hace un mes, cuando arrancaron 2.600.000 votos al PP, vuelve de nuevo al partido de Pablo Casado.

En total, en las elecciones municipales la derecha españolista (PP, Ciudadanos,Vox…) consigue 7.795.233 votos, 109.406 menos que en 2015, pasando del 35,62% al 34,26%. En las 12 comunidades autónomas que han celebrado elecciones, este bloque reaccionario logra 4.824.778 sufragios, 338.399 más que en 2015, y pasa del 41,57% al 43,57%.

Por su parte los partidos de la derecha nacionalista (Junts per Catalunya, PNV, Coalición Canarias, Partido Aragonés Regionalista, Partido Regionalista de Cantabria) alcanzan 1.177.940 votos en las municipales. En las autonómicas son  350.822, ya que no se celebraron elecciones en Catalunya, en la Comunidad Autónoma Vasca, en Galicia y País Valencia.

Las candidaturas de izquierda (PSOE, Podemos, IU, Más Madrid, BEC, ERC, Bildu, BNG y la CUP) logran en las municipales 10.433.804 de votos y un 45,88%, es decir, 2,5 millones de papeletas y 11 puntos por encima de la derecha españolista, repitiendo la tendencia que ya se produjo en las elecciones generales del pasado 28 de abril. Este aspecto fundamental también ha sido oscurecido en los análisis de los tertulianos.

Retroceso de Podemos y pérdida de los “ayuntamientos del cambio”. ¿Culpar a la gente o reconocer los errores?

Podemos retrocede más de un millón de votos tanto en las elecciones municipales como en las autonómicas. La sangría es muy considerable, pues además cede casi todos los llamados ayuntamientos del cambio que conquistó en 2015.

En Madrid y Zaragoza, el bloque de derechas recupera ambos ayuntamientos después de las rupturas de Manuela Carmena y Errejón con Podemos y de que Zaragoza en Común estallase. En Barcelona, Ada Colau queda por detrás de ERC, perdiendo 20.000 votos respecto a 2015. Su negativa a apoyar la lucha por la república catalana y definirse sin ambigüedad por el derecho a decidir y contra la represión del Estado también le pasa factura.

En el caso de Galicia, las candidaturas del cambio (Podemos y En Marea) que se hicieron con las alcaldías de Coruña, Santiago de Compostela y Ferrol en 2015, sufren una debacle y entregan el bastón de mando al PSOE.

Solo se mantienen el Ayuntamiento de Valencia, gracias a la victoria ajustada de Compromís aunque Podemos se queda sin representación; Zamora, donde el candidato de Izquierda Unida logra la mayoría absoluta sin Podemos; y Cádiz, donde el alcalde Kichi, que criticó públicamente a Pablo Iglesias por la compra de su famoso chalet, se ha mostrado crítico con la idea de la entrada en gobiernos de coalición con el PSOE y ha tenido una posición mucho más beligerante a favor a las luchas sociales de la ciudad y la provincia, consigue 13 concejales situándose a las puertas de la mayoría absoluta.

Obviamente, estos resultados representan un auténtico terremoto y marcan un punto de inflexión decisivo en la crisis de Podemos. Por eso, que Pablo Iglesias se mantuviera mudo la noche electoral y se negase a dar una explicación de lo ocurrido, marca lo lejos que ha llegado en sus actitudes cesaristas. Un dirigente que fue llevado en volandas a su posición actual por una movilización histórica, no puede actuar con una soberbia propia de la casta.

Pero más allá de los gestos, es completamente vergonzoso que Pablo Iglesias, igual que otros dirigentes como Alberto Garzón, Ada Colau o algunos líderes de Anticapitalistas, achaquen estos resultados a la “baja conciencia” de la gente, a la falta de espacio para una “izquierda transformadora”, o a las escisiones y rupturas que ellos mismos han alimentando con sus constantes concesiones a los sectores más derechistas de los que no se han diferenciado en la práctica. El caso de Carmena y Errejón es emblemático: endiosados como los mejores candidatos por el propio Iglesias, han respondido a los elogios con el desprecio y la ruptura de Podemos.

Todas estas explicaciones, vacías de cualquier tipo de autocrítica honesta y seria, pretenden ocultar la razón de fondo de esta derrota. Esta debacle es la consecuencia directa no de un estrechamiento del espacio político de la izquierda “transformadora”, sino del tremendo giro a la derecha que ha ido cristalizando en la dirección de la formación morada, y cuyo efecto ha sido el de ir cortando los vínculos con el movimiento de masas que le permitió arrancar más de 5 millones en las elecciones de 2015.

Los ayuntamientos del cambio fueron fruto de la movilización en las calles frente a las políticas de recortes, la represión y, en definitiva, frente a la casta y al Régimen del 78. En estos cuatro años, estos gobiernos municipales no solo han sido incapaces de transformar las condiciones de vida de millones de familias que viven en los barrios humildes y que se volcaron con su voto, sino que, aceptando la lógica del sistema, han continuado postrándose ante los grandes poderes económicos que, en teoría, venían a combatir.

No han dado solución alguna al gravísimo problema de la vivienda, que incluso en ciudades como Madrid o Barcelona ha empeorado. Durante el gobierno de Manuela Carmena o de Ada Colau los desahucios han continuado impunemente, al tiempo que se ha renunciado a impulsar ningún plan masivo de construcción de vivienda pública, con alquileres sociales asequibles, para ponerlo a disposición de las cientos de miles de trabajadores y jóvenes que lo necesitan. Ambas alcaldesas, que han pedido a la gente que “vote bonito”, no han tenido el menor reparo en inclinar la cabeza ante los grandes especuladores, permitiendo el incremento astronómico de los alquileres o aprobando pelotazos inmobiliarios como el de Madrid Norte para mayor beneficio de Florentino Pérez y sus amigos.

No se ha establecido una red pública y gratuita de escuelas infantiles que pueda ser puesta como modelo, ni becas de comedor ni de libros, ni se ha mejorado el equipamiento asistencial de los barrios obreros, que siguen careciendo de espacios deportivos gratuitos, de parques decentes, de centros de mayores dignos.

Las bibliotecas públicas, los centros lúdicos con medios materiales para un ocio alternativo al embrutecimiento que ofrece el capitalismo, siguen brillando por su ausencia. Bajo las ordenanzas municipales de los ayuntamientos del cambio nuestros barrios se han poblado de miles de casas de apuestas convertidas en la nueva “heroína” que engancha a la juventud. En definitiva, la falta de inversiones se ha mantenido, empeorando la limpieza y el transporte de las zonas obreras.

Las promesas de remunicipalización de los servicios públicos privatizados y de creación de miles de puestos de trabajo dignos han sido incumplidas y abandonadas, mientras los grandes monopolios se han hecho de oro con nuestros impuestos a costa de degradar la calidad del servicio y sobreexplotar a las plantillas. Manuela Carmena y Ada Colau han destacado, como punto estrella de su buena gestión, la reducción de la deuda con la banca, abandonando otra de las promesas de 2015: el no pago de la deuda ilegítima que dejaron los ayuntamientos de la derecha.

En el caso del Ayuntamiento de Madrid, incluso sumando los votos de Madrid en Pie (42.000), se habría perdido. Carmena sufre las consecuencias de su abandono de los barrios populares y humildes con un descenso de la movilización electoral. De los 15 distritos donde Más Madrid ha vencido, la participación ha disminuido en 12 de ellos, precisamente las zonas obreras que siguen soportando la ausencia de políticas sociales y transformadoras: Puente de Vallecas, -4,32%; Villaverde, -3,94%; Usera, -3,69%, Villa de Vallecas, -2,87%, Carabanchel, -2,67%, entre otros. Por contra, la participación ha aumentado en los distritos de renta altas, donde la base social de la derecha es mayoritaria: Chamartín, +2,02%; Salamanca, +1,76% o Retiro, +1,75%.

En otras ciudades la situación es semejante o peor. La debacle de Zaragoza en Común, que pierde el 40% de sus votos, no se compensa por el aumento del PSOE. En Oviedo, donde se impuso en 2015 un ayuntamiento del cambio, Podemos e IU retroceden cerca del 50% en sus votos, recuperándolo la derecha, y Córdoba o Alicante también pasan a manos de la reacción, sin que el crecimiento del PSOE contrarreste el desplome de Podemos. 

En esta legislatura Podemos y las distintas confluencias han desaprovechado una oportunidad de oro para fortalecer  y ampliar su base social. Al frente de los ayuntamientos más grandes del país –gobernando para más de 10 millones de personas– tenían una palanca extraordinaria para tomar medidas efectivas de cara a “cambiar la vida de la gente”, demostrando en los hechos que sí se puede hacer una política diferente. No somos inocentes. Ya sabíamos que los obstáculos no serían pequeños, que habría que desafiar las leyes que impiden que se gobierne para satisfacer las necesidades sociales, que habría una resistencia feroz por parte de los grandes poderes económicos, sus representantes políticos y toda su maquinaria propagandística.

Pero precisamente Podemos surgió, y por eso conectó con millones, no para ser una mala copia de la socialdemocracia tradicional, sino para romper con esa resistencia de los capitalistas. No hay que olvidar que el 15M y todos los movimientos y mareas sociales que se desarrollaron posteriormente se organizaron desde abajo, como una forma de superar el tapón burocrático y artificial que imponían las direcciones sindicales y políticas de la izquierda reformista.

Los ayuntamientos del cambio tenían la obligación de haberse apoyado en esa ola de movilización impulsando la participación y la organización en los barrios, en los centros de trabajo y de estudio y llamando a salir a la calle para contrarrestar cada presión de los capitalistas o del Gobierno central. Esta es la única manera, como demuestra la experiencia histórica, de conseguir avances y derechos. Incluso en el caso de no conseguir alguno de los objetivos y cosechar  derrotas, no es lo mismo haberlo peleado que haber cedido en aras del “realismo”.

Meterse en bonitos despachos y codearse con gente influyente, gobernar “para el pueblo pero sin el pueblo” lleva al final a la política impotente del “mal menor” que realiza concesión tras concesión, desilusionando y debilitando tus fuerzas y alimentando las del contrario. Abandonar el “Sí se puede” por un lamentable “no se puede gobernar sin las empresas”, como dijo Carmena, es el resumen del verdadero fracaso al que hemos asistido.

La estrategia del PSOE para apuntalar al régimen del 78

La insistencia con la que Pablo Iglesias mendiga una cartera ministerial va acompañada de la extensión de un cheque en blanco a Pedro Sánchez, cuando afirma que “no van a pedir imposibles” y que están dispuestos a “transigir” y a “no poner vetos”. ¿Podemos mirará hacia otro lado cuando “su” gobierno de coalición con el PSOE continúe con los atropellos a los derechos democráticos del pueblo catalán? ¿Qué hará cuando las pensiones se dejen de revalorizar según el IPC en 2022, tal como Pedro Sánchez se ha comprometido ante Bruselas, o cuando mantengan la reforma laboral de Rajoy como ha dicho la ministra de Economía en funciones?

¿Pablo Iglesias se cree que hay una pizca de verdad y de coherencia en la afirmación de que la participación de Podemos en un gobierno del PSOE sería la garantía para la realización de una política de “justicia social”? Con un Podemos que no exige nada y no moviliza, lejos de “obligar al PSOE” a algo únicamente dará una cobertura de “izquierdas” a una socialdemocracia que no tiene la más mínima intención de cruzar la líneas rojas marcadas por el aparato del Estado y los poderes económicos y financieros.

En este contexto, el papel que está desempeñando Íñigo Errejón –no por casualidad promocionado como gran estratega desde los medios de comunicación burgueses–, ofreciendo “a PSOE y Ciudadanos un acuerdo para que el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid no dependan de Vox”, encaja muy bien con la orientación de la burguesía para favorecer un gobierno lo más estable y fiable posible para sus intereses.

Errejón no hace ascos a hacer el trabajo sucio a las élites a las que decía combatir, afirmando que “la política no es elegir lo que a uno le gusta más, sino elegir entre lo posible. Elegir lo que ayuda a paliar más los daños, (…) a que se empeore menos”. Pero no hay nada nuevo en estas dosis de “realismo” errejonista. De “mal menor” en “mal menor” el peligro de la ultraderecha ha ido aumentando en los últimos años. Precisamente, la decepción con los dirigentes de formaciones que se dicen de izquierdas, pero que no tienen ninguna alternativa al sistema y que son completamente sumisos al poder, ha sido uno de los principales nutrientes políticos de la ultraderecha.

La apuesta del PSOE apunta a formar un gobierno en solitario que sostenga al maltrecho régimen del 78. La misma noche electoral Pedro Sánchez reclamó a Albert Rivera que acabase con el “cordón sanitario” al PSOE y abriese la opción de pactos en ayuntamientos, autonomías y en el parlamento estatal para garantizar la estabilidad, idea que repitió días más tarde en París a Macron, socio de Rivera en el Parlamento europeo.

La burguesía está tratando de convencer a Rivera para que adopte una actitud menos beligerante con el PSOE, y que anteponga el objetivo de la estabilidad —tan necesaria para seguir con las reformas estructurales— al de la confrontación, aunque sea a costa de dejar a un lado su pretensión de liderar a la derecha, algo que todavía está lejos de producirse. Algunos sectores de Ciudadanos ya se han manifestado a favor de posibles pactos locales con el PSOE. Aún así, está por ver si el partido naranja acepta abandonar su hostilidad a Sánchez y amoldarse a un giro tan brusco.

Lo ideal para la socialdemocracia sería poder llegar a acuerdos puntuales con Unidas Podemos, para proyectar una imagen de más sensibilidad social; contar con la permisividad de ERC, con la expectativa de una negociación sobre la crisis en Catalunya; y al mismo tiempo tener garantizado el apoyo de Ciudadanos para seguir tomando medidas de calado en defensa del sistema capitalista. Sin embargo, la situación volátil y enormemente polarizada que vivimos, la crisis en Catalunya, y la ralentización de la economía, sin descartar una posible recaída en la recesión, dificultarán estos planes.

Romper con la lógica del capitalismo e impulsar la movilización. Por una izquierda combativa

Todos los dirigentes de Podemos, desde Pablo Iglesias a Iñigo Errejón, lo han apostado todo a la política institucional para convertirse en una opción respetable, contagiándose de todos los vicios del cretinismo parlamentario. Su obsesión por entrar en un gobierno de coalición con el PSOE ha desdibujado completamente sus contornos políticos hasta hacerlos indistinguibles de la socialdemocracia tradicional. Pero, en lugar de reconocer esto, se contentan con culpar a la gente y poner nota a su “nivel de conciencia”.

Si se renuncia a defender una política que enfrente a la oligarquía económica, si se rechaza construir un partido de los trabajadores y la juventud armado con el programa del marxismo, si se compadrea con la burocracia sindical y se apuntala su política de paz social, si se abandona la lucha de clases como motor de los cambios reales, es imposible hacer una política en beneficio de la mayoría trabajadora. Como siempre hemos explicado, y se ve ahora con claridad, lo que no se conquista en las calles no se logrará levantando la mano en el Pleno del Ayuntamiento o del Parlamento.

Podemos se enfrentan a un dilema: continuar por este camino hasta la irrelevancia parlamentaria, o rectificar 180 grados su política y dejar de ser escudero de un PSOE que se mantiene fiel a las reglas que dicta la gran banca, la UE y el FMI, y no va a cuestionar las políticas de austeridad.

Pablo Iglesias debe dejar de mirar la moqueta, abandonar los halagos y lisonjas a sus señorías socialdemócratas y visitar menos las confortables salas de sesiones, si quiere reconstruir la influencia de su organización de la única manera posible: pasando a la oposición con un programa de lucha y movilización contra los recortes, a favor de la sanidad, la educación y las pensiones públicas, por la derogación de todas las contrarreformas sociales impuestas por el PP y que el PSOE ha dejado intactas, y por el derecho a decidir.

Las lecciones de este periodo son claras. No podremos asaltar los cielos cambiando las calles por los despachos, o renunciando a combatir a la casta asumiendo los planteamientos del régimen del 78 y su Constitución. Para transformar la sociedad necesitamos una izquierda combativa y revolucionaria. No hay otro camino.

¡Únete a Izquierda Revolucionaria!


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