El huracán Harvey es una tragedia histórica que afecta a millones de personas. Socialist Alternative quiere expresar su más profunda solidaridad con todos aquellos que han perdido a sus seres queridos u hogares y que durante semanas se enfrentarán a enormes dificultades.

Houston, la cuarta ciudad más grande de EEUU, con una población metropolitana superior a los seis millones de personas, ha quedado devastada por unas precipitaciones que han roto todos los récords, la mayor tormenta en la historia de EEUU según Democracy Now. En el momento de escribir este artículo al menos 47 personas habían muerto oficialmente y se teme que muchos más estén sumergidos dentro de los automóviles y en las casas. Según Tom Bossert, asesor de Seguridad Nacional, al menos 100.000 casas han quedado destruidas. Decenas de miles han tenido que buscar albergue temporal en centros de convenciones y a medio plazo se enfrentan a un alojamiento incierto.

Se han perdido en total medio millón de automóviles. Algunos distritos escolares tardarán semanas en empezar las clases y otros centros ni siquiera podrán abrir. Sólo el 20% de las personas tenían seguro contra inundaciones pero incluso ese programa se ha reducido severamente y será necesario que el Congreso lo renueve en septiembre.

El huracán Harvey y la inundación es un desastre natural agravado terriblemente por el capitalismo. Dos embalses construidos hace ochenta años con un mantenimiento insuficiente crónico por parte de los distintos gobiernos no han podido soportar la tremenda cantidad de agua que ha caído, inundando muchas casas que de otra manera habrían soportado la lluvia. Las plantas químicas mal preparadas por las empresas que se mueven sólo por el beneficio han arrojado al agua productos químicos peligrosos que han provocado incendios y explosiones. En la ciudad de Crosby la lluvia dejó sin energía una planta de peróxido que explotó, el CEO de la empresa se ha negado a dar información. Los residentes próximos a las refinerías de petróleo y plantas químicas denuncian la aparición de un olor no natural. Un toxicólogo del Fondo de Defensa Medioambiental “espera que debido a la tormenta y las inundaciones millones de libras de productos químicos tóxicos se liberen alrededor de Houston. Muchos de ellos cancerígenos”. (National Public Radio. 30/8/2017)

La respuesta inadecuada del gobierno

Cuando las aguas crecieron y atraparon a la gente en sus hogares quedó claro que el gobierno y los esfuerzos de rescate de las organizaciones sin ánimo de lucro eran lamentablemente inadecuados. La totalidad de la Guardia Nacional de Texas no fue movilizada hasta varios días después del inicio del desastre. Las autoridades incluso fueron incapaces de suministrar suficientes catres y sábanas a los evacuados, basándose en la generosidad de los houstonianos corrientes menos afectados por la tormenta.

Miles de trabajadores de manera espontánea ayudaron a sacar a sus vecinos de las aguas. La muestra masiva de solidaridad de la población ayudándose entre sí ha sido realmente impresionante. En realidad, la necesidad de rescates urgentes abrumó tanto al establishment político que Harris County, el alto funcionario designado para la catástrofe, pidió a los que tenían botes que salieran a rescatar a las personas sin necesidad de coordinación estatal. Incluso The New York Times informaba que los “hidrodeslizadores, los Jet Skis, los botes motorizados de pesca tuvieron que salir en ayuda de las personas atrapadas en sus casas, dirigidos por soldadores, techadores, mecánicos y pescadores con pantalones cortos, lámparas y ponchos. La clase trabajadora, en gran parte, está siendo rescatada por la clase trabajadora”.

Cuando ya se sepa el verdadero alcance de la crisis, probablemente crezca el sentimiento de que es necesario tomar medidas urgentes. La primera preocupación será garantizar que toda la población de la Costa del Golfo, especialmente los más vulnerables, reciban la ayuda necesaria para sobrevivir y reconstruir lo que han perdido. La clase trabajadora, las personas de color y los ancianos, muchos sin los medios inmediatos para ser evacuados o reconstruir sus vidas, son los que más están sufriendo.

Todos los supervivientes merecen dignidad y apoyo adecuado para poder pasar los próximos días y meses. La memoria del Katrina, el Superdome, la ocupación militar racista de Nueva Orleans y los campamentos del FEMA (Agencia Federal para la Gestión de Emergencias) están grabados a fuego en la conciencia de nuestra nación. No podemos permitir que se repita la ayuda y reconstrucción injustas que se hicieron tras el Katrina.

En el desastre del Katrina se gastaron más de 100.000 millones de dólares de ayuda federal y no fueron suficientes. Diez años después todavía hay personas que viven en los tráileres del FEMA y la administración ha tenido que pagar más de 40.000 millones de dólares en pleitos a 55.000 personas de Luisiana, Texas, Alabama y Mississippi porque se descubrió que los tráileres eran tóxicos.

No podemos tener ninguna fe en que Trump, los republicanos, los demócratas o las empresas norteamericanas satisfagan todas las necesidades de la clase trabajadora, de las personas de color y de todos aquellos afectados por esta tragedia. Sin duda, el Congreso aprobará algún tipo de paquete de ayuda, pero la clase trabajadora necesitará presionar aún más al gobierno para que todos los afectados consigan toda la ayuda que necesitan.

Debemos exigir que lo más rápidamente posible se reembolse cada dólar necesario para que los trabajadores regresen a su vida normal. También necesitamos exigir un programa de obras públicas pagado con los impuestos a los ricos para reconstruir presas, embalses, carreteras, puentes y otras partes importantes de la infraestructura de la región destrozada por la tormenta, para garantizar que todo lo que se construya resista tormentas.

Una y otra vez, cuando se producen desastres alrededor del mundo, es la clase trabajadora la que tiene que hacer frente económicamente a sus consecuencias mientras que el 1% más rico guarda su masiva riqueza. Peor aún, la historia también demuestra que muchas de esas personas que forman el 1% explotan las crisis para sus propios intereses. Ya hay noticias de constructores e inversores en bienes raíces que están mirando la destrucción del huracán Harvey como una enorme oportunidad de hacer millones cuando comience la reconstrucción.

Además, este gobierno dominado por las empresas tiene una historia de grotescos fracasos burocráticos ante situaciones de emergencia. Por esas razones, todos los afectados por esta tormenta necesitan tener una voz real en el reparto de la ayuda. Necesitamos crear comités democráticos, con poder de decisión real y recursos, para garantizar que la ayuda llega donde se necesita. La historia demuestra que la movilización activa de los trabajadores y las protestas de masas son las maneras más importantes de garantizar que se reparta toda la ayuda necesaria.

¿Cómo se podía haber evitado?

Ha comenzado también una discusión sobre cómo se pueden evitar en el futuro estos desastres. Evidentemente no se estaba suficiente preparado para un huracán a pesar de los avisos de los científicos. La ausencia de regulaciones sobre contaminación y emisiones de carbono, exigencia de las empresas del combustible fósil y automovilísticas, es la fuerza motriz detrás del desajuste climático. Trump sacó a EEUU de la cumbre climática de París y borró cualquier mención al cambio climático de muchas de las páginas web del gobierno. Unos días antes de la llegada del huracán, Trump eliminó las regulaciones sobre proyectos de construcción diseñados para ayudar a las ciudades a tratar con las inundaciones provocadas por el cambio climático.

El principal obstáculo son las Big Oil [grandes petroleras] que bloquean cualquier discusión o medida sobre el cambio climático. Lo productos petroleros son la mayor exportación de Houston y las consecuencias ambientales del daño provocado por las refinerías químicas y de petróleo en la zona pueden ser catastróficas.

Lo que podemos esperar es que los empresarios se resistirán a cualquier intento de que ellos paguen la crisis que han provocado, ya sea con impuestos, multas o regulaciones. ¡Basta ya! Necesitamos poner fin a sus prácticas miopes y egoístas. La clave para acabar con su poder de bloquear cualquier acción  sería poner la industria del combustible fósil bajo la propiedad pública y que sus recursos puedan ser redirigidos para limpiar el medioambiente y para la transición de la economía hacia la energía renovable, con una compensación justa, nuevos empleos sindicales y reciclaje para los trabajadores del sector energético.

Otro factor clave fue la manera en que los políticos de Houston, tanto republicanos como demócratas, han permitido y apoyado en las décadas recientes un desarrollo económico  descontrolado. La falta total planificación urbana en Houston y su política de favorecer a los constructores permitió que grandes cantidades de praderas se pavimentaran, dejando al agua sin posibilidad de salir excepto a través de las viviendas.

Phil Bedient, un profesor de ingeniería civil y medioambiental de la Universidad de Rice explicaba que muchos proyectos se construyeron sin suficientes terrenos abiertos o áreas de detención para las riadas. “Se sabe desde hace años cómo hacerlo, sólo era necesario el dinero de los constructores para hacerlo” (The New York Times).

En 2015 el Houston Chronicle examinó un muestreo de los permisos expedidos a los constructores y encontró que más de la mitad de los constructores no habían cumplido las directrices del Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense destinadas a mitigar la destrucción de pantanos”. (Ibíd.,)

Robert Bullard explicaba a Democracy Now: “Lo que ha sucedido en Houston es una catástrofe anunciada, debido al capitalismo incontrolado, sin planificación, el laissez-faire cuando se trata de controlar las mismas industrias que han creado muchos problemas relacionados con los gases del efecto invernadero y otra contaminación industrial. El impacto básicamente se ha ignorado durante muchos años. Y sí es un hecho que es un desastre, pero una desastre muy predecible”.

Al final debemos enfrentarnos a la realidad de que el capitalismo, como sistema basado en las empresas privadas compitiendo por los beneficios, limita severamente nuestra capacidad de tratar con el cambio climático y un urbanismo descontrolado.

La alternativa al caos causado por el capitalismo y la avaricia de multimillonarios es el socialismo, la planificación democrática para sustituir la búsqueda anárquica del beneficio del sistema de mercado. Necesitamos construir un movimiento socialista de los trabajadores en torno a la reivindicación central de que las 500 grandes empresas se conviertan en propiedad pública gestionada democráticamente por los trabajadores. Esto sentaría las bases para establecimiento de una sociedad socialista democrática y racional basada en satisfacer las necesidades de la población y del planeta, no de los beneficios.


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