Turquía es una potencia regional clave y con un papel cada vez más relevante en la lucha interimperialista entre EEUU y el bloque formado por China y Rusia. Por eso las elecciones presidenciales y legislativas del 15 y 28 de mayo generaron gran expectación en el país e internacionalmente.

En un contexto de crisis económica profunda, las encuestas señalaban un malestar creciente entre la población e incluso la posibilidad de que, tras veinte años controlando con mano de hierro el poder, Recep Tayyip Erdogan pudiese perder la presidencia y su partido, el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) el control del Parlamento. Finalmente, aunque no consigue imponerse en la primera vuelta y su partido pierde 2 millones de votos y 27 escaños, Erdogan conserva el poder y el AKP retiene la mayoría absoluta.

Estos resultados han provocado reacciones bastante lamentables por no decir inaceptables de dirigentes de la izquierda latinoamericana: "una fiesta para la democracia” afirmó Morales, mientras que Maduro se regocijaba de que la elección de Erdogan “confirma la fuerza de la democracia”, y Lula le pidió al zar turco que “cuente con la alianza de Brasil en la lucha contra la pobreza”.

O sea, que un enemigo jurado de la clase obrera turca, responsable de las torturas y asesinatos de cientos de militantes comunistas, que ha perpetrado masacres salvajes contra el pueblo Kurdo y en la guerra de Siria… es un aliado de los oprimidos según esta izquierda latinoamericana que gobierna, y que lo hace respetando las reglas del juego capitalista.

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La izquierda gubernamental latinoamericana considera a Ergogan, un enemigo de la clase obrera turca, responsable de las torturas y asesinatos de comunistas, que ha perpetrado masacres contra el pueblo Kurdo…, un aliado de los oprimidos. 

Estas son las consecuencias de seguir la lógica estúpida de la geopolítica más viciosa: como Erdogan mantiene una posición no beligerante con Rusia, y ha frenado en algunos momentos las presiones norteamericanas, ahora todos a apoyar su régimen criminal semifascista y a ocultar sus intereses depredadores e imperialistas. Un tipo de razonamiento que ata a la clase obrera al carro de un bloque imperialista, pero que no tiene absolutamente nada que ver con una posición marxista y leninista.

Un régimen al servicio de la oligarquía turca y las multinacionales  

Erdogan, que llegó al poder como un fiel aliado de Washington, ha desarrollado una estrategia imperialista regional mediante equilibrios entre los dos grandes bloques, e incrementar así su poder e influencia, y esto le ha hecho entrar cada vez más en contradicción y choques con EEUU.

Turquía no se ha sumado a las sanciones contra Rusia e incluso ha suscrito varios acuerdos con Putin, lo que le ha reportado grandes ingresos, mientras utiliza el derecho a vetar la entrada de nuevos países a la OTAN (Suecia, Finlandia,...) que le concede su condición de miembro de la Alianza, como moneda de cambio para que los países occidentales avalen sus violaciones de los derechos de la población y obtener otras contrapartidas económicas y políticas. 

Erdogan y el AKP conquistaron el poder en 2003 con un apoyo electoral masivo. Fue el fruto del descontento con la corrupción de los partidos burgueses tradicionales y la crisis económica. Varios años de crecimiento sostenido, resultado de la coyuntura internacional favorable y el aumento de las inversiones empresariales exteriores (estimulado por los bajos salarios, desregulación laboral y persecución a la izquierda y los sindicatos,...) le permitieron presentarse como padre del “milagro económico turco”.

Los beneficiados fueron la oligarquía turca, las multinacionales imperialistas, las capas superiores de la clase media y los burócratas del AKP y del aparato del Estado, que se enriquecieron con una orgía de especulación y corrupción. La situación económica favorable permitió al régimen consolidar una base de masas en las regiones más conservadoras del interior del país, combinando el discurso islamista y nacionalista con el desarrollo de redes clientelares y la utilización de bandas paramilitares, la policía y el ejército para reprimir la protesta social.

Paralelamente, en las zonas más industrializadas y las grandes ciudades, especialmente Estambul, así como en el sudeste del país donde se concentra la población kurda, crecía la contestación, con importantes luchas obreras y de la juventud como el estallido de 2013 en la plaza Taksim y el parque Gezi, que recordaba al movimiento de los indignados.

Este malestar, pese a la represión, tuvo su reflejo electoral en 2015 con un crecimiento espectacular del apoyo al HDP, Partido Democrático de los Pueblos, principal expresión electoral de la izquierda y de la resistencia del pueblo kurdo. La respuesta del régimen fue intensificar la represión, anulando la elección de decenas de diputados y encarcelando al líder del HDP Selahattin Demirtas y centenares de activistas de izquierda.

Ante el aumento del malestar social y el creciente poder de Erdogan y su círculo, sectores de la clase dominante y  la cúpula militar descontentos intentaron derrocarle mediante un golpe de Estado en 2016 pero fueron derrotados. Erdogan lanzó una purga masiva en el aparato estatal y denunció al Gobierno de EEUU como promotor del golpe. Temiendo que el descontento creciente amenazase su poder, también marcó distancias con el FMI, inyectando masivamente dinero en la economía con el objetivo de no perder su base social y proporcionar nuevas y jugosas oportunidades de negocio a la burguesía turca.

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En las zonas más industrializadas y las grandes ciudades, especialmente Estambul y en el sudeste, donde se concentra la población kurda, se producían importantes movilizaciones, como el estallido de 2013 en la plaza Taksim y el parque Gezi. 

Todas estas medidas han disparado el endeudamiento, la inflación y las desigualdades sociales. La deuda externa ha llegado a 460.000 millones de dólares. La inflación llegó al 50,5% en marzo de este año, y el incremento de los precios de los productos básicos ronda el 70%.  En contraste, el salario mínimo -que perciben dos tercios de los trabajadores-  se mantiene en 442 dólares mensuales. La tasa de desempleo es del 10,3% pero contabilizando los desempleados no registrados representa el 21%, 8,3 millones. Con un ingreso anual per cápita de 10.600 dólares, el 40% de la población solo recibe el 16,5% del ingreso total mientras el 20% más rico concentra el 47,5%.

Turquía es uno de los paises más desiguales del planeta.  Esta situación se ha visto agravada por el terremoto de febrero de este año. Según diferentes estudios afectó directamente a 13 millones de personas, causando entre 43.000 y 51.000 muertes y su impacto económico podria superar los 100.000 millones de dólares.

¿Porqué ha vuelto a ganar las elecciones Erdogan?

La celebración de las elecciones en este contexto fue vista por el imperialismo estadounidense como una oportunidad de pasar a la ofensiva y deshacerse de Erdogan. Washington se basó en 5 partidos burgueses de oposición  encabezados por el CHP, partido tradicional de la burguesía opuesta al islamismo del AKP, conformando una colición liderada por Kemal Kiliçdaroglu. La prensa occidental presentó a Kiliçdaroglu como candidato “centroizquierdista”, pero se trata de un burgués reaccionario estrechamente vinculado a EEUU.

Recurriendo a la demagogia habitual en estas situaciones, el candidato patrocinado por EEUU buscó inicialmente el apoyo de los partidos kurdos y de la izquierda moderada e hizo algún tímido guiño al movimiento feminista, prometiendo desmantelar algunas de las medidas más reaccionarias, autoritarias y machistas de Erdogan. Pero su campaña se basó, en lo fundamental, en recoger las exigencias del FMI y otras agencias imperialistas de recortar el gasto público, acusando a Erdogan de gastar demasiado, y defender abiertamente la implicación de Turquía en la guerra de Ucrania apoyando al Gobierno de Zelenski. Para la segunda vuelta incluso intentó ganar a los votantes de Sinam Ogan, un candidato fascista que criticó a Erdogan  por ser demasiado blando con los refugiados y que planteaba expulsar a todos.

Erdogan aprovechó a fondo el hueco que el candidato de Washington le ofrecía para volcar toda su demagogia y presentarse como el campeón de la paz. Incluso recurrió a una retórica “antiimperialista”, reuniéndose con Putin y firmando acuerdos con Rusia mientras acusaba a Kiliçdaroglu de llevar el país a un escenario de caos económico y posible enfrentamiento militar. Durante la campaña también suscribió acuerdos con Emiratos Árabes Unidos que junto a los firmados con Putin y China le permitieron disponer de dinero fresco para mantener sus redes clientelares.

Finalmente, en la primera vuelta de las presidenciales (15 de mayo) Erdogan conseguía el 49,5% y Kiliçdaroglu el 45%.  En la segunda vuelta del 28 de mayo, Erdogan ganaba por cinco puntos: 52% frente al 47% de Kiliçdaroglu. Obviamente el malestar se concentra una vez más en la costa, más industrializada, Estambul y otras grandes ciudades y partes del sudeste, pero el candidato pro Washington no era alternativa. Erdogan consigue apoyos superiores al 60% en las regiones, más rurales, del interior, incluidas las más afectadas por el terremoto.

Tras la victoria, Erdogan ha situado al frente del Ministerio de Exteriores a  Hakan Fidan,  jefe de los servicios secretos y uno de los más firmes partidarios de la aproximación a Rusia y China.

Confusión y crisis en la Izquierda

La reelección de Erdogan ha sido un duro golpe para la izquierda y el movimiento de liberación nacional kurdo que ha puesto en evidencia los graves errores de los dirigentes del HDP y del Partido Comunista (TKP). En lugar de levantar una alternativa revoluciomaria basada en la independencia de clase, los dirigentes de ambas formaciones decideron apoyar a Kiliçdaroglu en las presidenciales con los típicos argumentos de primero sacar a Erdogan y, luego, cuando haya reformas democráticas (¿de la mano del imperialismo estadounidense?) ya podremos plantear reivindicaciones más avanzadas. Un auténtico suicidio.

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Las masivas movilizaciones protagonizadas durante la última década por la juventud turca y la clase obrera enfrentando la brutal represión del Estado, demuestran que existe una base firme para luchar por transformar la sociedad. 

El HDP  pierde en las legislativas un millón de votos (un retroceso del 25% respecto a las de 2018) y más de 20 diputados respecto al apoyo histórico conseguido en 2015.

Aunque un sector de la izquierda anticapitalista, formado por organizaciones que se declaran marxistas-leninistas y trotskistas, presentó candidatos independientes en la primera vuelta, su discurso también reflejaba ilusiones en que Kiliçdaroglu pudiese suponer un paso adelante y en lugar de un programa socialista defendían como consigna central para Turquía: ¡la Asamblea Constituyente!

Lejos de reconocer honestamente sus errores y rectificar, muchos de estos dirigentes están apelando al atraso de las masas y su bajo nivel de conciencia para explicar la victoria de Erdogan y seguir justificando la renuncia a un programa socialista ¡Que ruptura con el marxismo tan trágica y brutal!

Las duras y masivas movilizaciones protagonizadas durante la última década por la juventud turca; las diferentes luchas obreras y populares, enfrentando la brutal represión del Estado; el desarrollo de un movimiento feminista y LGTBI que está desafiando cada vez más audazmente la feroz persecución, machismo y sexismo del régimen; la heroica resistencia del pueblo kurdo… todo ello demuestra que existen decenas de miles de activistas que  -con un programa, métodos y perspectiva revolucionarios- pueden llegar a las masas y movilizarlas para transformar la sociedad.

Pero esto solo es posible rompiendo totalmente con el etapismo y la colaboración de clases y basándose en la organización y movilización de las y los oprimidos para luchar por un programa socialista que una las reivindicaciones democráticas (incluida la defensa del derecho a la autodeterminación e independencia del pueblo kurdo), feministas, LGTBI con la lucha por salarios, empleo, vivienda y condiciones laborales dignas. Y eso no pasa por señuelos impotentes como una Asamblea Constituyente sino por defender la expropiación de los grandes capitalistas, terratenientes y multinacionales para poner toda la riqueza del país en manos de la clase obrera.

La alternativa a Erdogan no es una Turquía más democrática bajo un régimen capitalista podrido, sino barrer ese capitalismo para conquistar una Turquía socialista.


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