La oleada revolucionaria que recorre el mundo árabe no ha dejado al  margen a Marruecos y Argelia. Desde el primer momento, los jóvenes y  trabajadores de ambos países han dado pasos firmes en el camino que,  antes o después, les llevará a fundirse con el levantamiento general que  ya ha sacudido los regímenes dictatoriales de Túnez y Egipto.
Es tan fuerte el terror de las burguesías marroquí y argelina a que se  extienda a sus países este movimiento histórico de los trabajadores y  los jóvenes árabes, que ambos regímenes se han apresurado a tomar  medidas para intentar amortiguar el movimiento. 
 
 Manifestaciones en Argelia a pesar de su prohibición
 
 Después  de la revuelta de 5 de enero, en Argelia nació una Coordinadora  Nacional para el Cambio y la Democracia, que reúne a treinta  asociaciones pertenecientes a diversas corrientes, como la Liga Argelina  para la Defensa de los Derechos Humanos, sindicalistas disidentes-UGTA,  Central Sindical Nacional y las asociaciones de desempleados.
 Argelia reúne casi todos los factores que deben hacer de ella una de las  siguientes fichas en el dominó de la revuelta árabe: el desempleo  juvenil, la falta de oportunidades, la corrupción y el clientelismo, la  implicación del ejército argelino con las mafias del contrabando de  armas y tráfico de inmigrantes en el sur del país. Los argelinos, al  igual de los tunecinos, sienten que viven en un país confiscado por una  camarilla arrogante y depredadora.
 En este contexto, el gobierno argelino, ante el miedo de un explosión  social, anunció el 24 de febrero el levantamiento del estado de  excepción vigente en los últimos 19 años, una medida que dio cobertura  legal a todo tipo de acciones represivas contra la población, y muy  especialmente contra los habitantes de la Kabilia. No obstante, el  gobierno ha mantenido la prohibición de las manifestaciones en las  calles de Argel, una medida adoptada en 2001 después de una  manifestación sangrienta de kabileños. El fin del estado de excepción se  suma a las medidas adoptadas el 8 de enero para contener los precios de  los productos básicos, que habían experimentado una fuerte subida en  los últimos meses de 2010. Alimentos como el aceite, el azúcar o la  harina, más que duplicaron su precio en apenas unos meses. Estas  subidas, que ponen a millones de familias al límite de la subsistencia,  unidas a los altos índices de desempleo (el 25%, según datos de los  sindicatos, que se eleva al 55% entre los jóvenes) fueron el origen de  una serie de movilizaciones y levantamientos populares durante los  primeros días del año, duramente reprimidos por la policía argelina, con  un saldo de varios manifestantes muertos.
 
 El Gobierno marroquí maniobra para tratar de contener las protestas
 
 También el gobierno marroquí ha seguido el mismo camino de anticipar  concesiones antes de que la movilización popular se las arranque  mediante la lucha en la calle. A mediados de febrero, el gobierno aprobó  una dotación de más de 1.300 millones de euros para ampliar los fondos  de la Caja de Compensación, el organismo que regula los precios de los  productos de consumo básicos. Con este incremento, el gobierno marroquí  dedicará nada menos que 3.000 millones de euros (algo más del 4% del PIB  marroquí) para contener las subidas de precios y evitar que el malestar  social acumulado durante años estalle súbitamente, como ya ha ocurrido  en numerosas ocasiones en Marruecos, y ponga en riesgo la supervivencia  del régimen.
 Pero  todas estas concesiones desesperadas no están frenando la aspiración de  los pueblos del Magreb de deshacerse para siempre de los regímenes que,  con el pleno apoyo del imperialismo europeo y norteamericano, les han  oprimido durante décadas. Así, las movilizaciones han continuado en  Argelia, con la masiva manifestación del 29 de enero en la ciudad  kabileña de Bejaia, y las del 12 y 19 de febrero en Argel, todas ellas  reivindicando abiertamente el fin del régimen.
 En Marruecos, las numerosas manifestaciones que se produjeron desde el  inicio de año en apoyo de las revoluciones tunecina y egipcia, y en  protesta por las pésimas condiciones de vida, culminaron en la  convocatoria de un Día de la Ira el pasado 20 de febrero, en el que  participaron miles de trabajadores y jóvenes. El impulso de esta  convocatoria se extendió como una mancha de aceite por numerosas  ciudades, donde los días siguientes trabajadores y jóvenes protestaron  con energía contra el régimen corrupto de Mohammed VI. En Tánger,  Alhucemas, Larache, Chefchaouen, Sefrou, y en otras muchas localidades,  la policía reprimió con enorme brutalidad a los manifestantes,  demostrando el nulo valor de las promesas de reforma política formuladas  por el rey.
 Una red de asociaciones y de jóvenes marroquíes anunciaron el miércoles  23 de febrero la continuidad de “la movilizaciones por las  reivindicaciones políticas y sociales urgentes”, pero no fijaron una  fecha para otras manifestaciones.
 La valentía y decisión de los manifestantes marroquíes y argelinos no se  ve correspondida, por el momento, por las direcciones de los partidos  de izquierda tradicionales y sindicatos mayoritarios de ambos países,  que, aunque apoyan y convocan las protestas, no se deciden a lanzar una  ofensiva general para echar abajo el régimen opresor y el sistema social  que lo sustenta. Una vez más, la situación del Magreb pone de relieve  la urgente necesidad de que el movimiento obrero cuente con una sólida  organización marxista capaz de dotarle de una perspectiva y una  estrategia que conduzca la revolución a la victoria.






 

  
                
  
                
  
                
  
                
  
                
  
                
  
                
  
                
  
                
  
                
  
                
  
                