Tras el rechazo de la Ley Sinde en el Congreso de los Diputados hace  algunas semanas, la polémica sobre la misma se reabre con más fuerza que  nunca. Pero, en qué consiste realmente, a qué intereses responde y qué  fines persigue son cuestiones importantes a responder para tener una  posición clara al respecto. La polémica ley ha sido presentada como una medida para luchar contra la  piratería y así proteger los derechos de autor, pero lo que en realidad  encierra es la defensa de los intereses de las grandes empresas  productoras coartando así el acceso a la cultura para la mayor parte de  la sociedad.
La ley establece que una Comisión de Cultura podrá "tomar medidas para  que se interrumpa la prestación de un servicio de la sociedad de la  información que vulnere derechos de propiedad intelectual o para retirar  los contenidos (...) siempre que el prestador, directa o  indirectamente, actúe con ánimo de lucro o haya causado o sea  susceptible de causar un daño patrimonial". Así que cualquier web, tenga  o no ánimo de lucro, será susceptible de ser cerrada ya que  prácticamente todas utilizan contenidos (fotos, textos, enlaces) que  potencialmente "vulneran" los derechos de propiedad intelectual.
 En la primera propuesta de esta ley el cierre de las webs en ningún  momento dependía de la actuación judicial, lo que desde el punto de  vista de la legalidad burguesa constituía una completa aberración.  Finalmente, los jueces participarán aunque sólo al final del proceso,  para validar o no la decisión de cierre de webs tomada por dicha  comisión. Esencialmente, ésta ha sido la modificación realizada tras las  negociaciones del PSOE con el PP y CIU para aprobar la ley en el  senado. No obstante, el mayor o menor papel asignado al poder judicial  no es el punto más importante ya que tradicionalmente tanto las leyes  como la parte del aparato del Estado encargado de "interpretarlas" son  instrumentos en manos de la burguesía para la defensa de su propiedad y  de sus negocios, del tipo que sea. Precisamente es en esto en lo que se  inspira el nacimiento de esta ley: la defensa del trozo de pastel que  las multinacionales de la cultura, las grandes productoras, etc., no  están dispuestas a negociar con nadie y que tratan de conservar con el  hipócrita argumento de preservar la cultura.
 
 Las grandes productoras y el verdadero negocio de los derechos de autor
 
 Esa idílica imagen de amor por la cultura que tratan de proyectar las  grandes productoras no puede ser más engañosa. Cuando explican que la  piratería hace que las películas y discos originales no se vendan y que,  por tanto, la supervivencia de músicos y cineastas esté en peligro, no  hacen más que tratar de aprovecharse, por medio de la demagogia, del  sentimiento general que la gente siente de respeto y aprecio a la  cultura y sobre la necesidad de desarrollarla y preservarla todo lo  posible. 
 Sin embargo, no se pueden identificar los intereses de las  multinacionales con la supervivencia de la cultura. De hecho, lo que no  explican es que muchos de esos músicos o artistas ni si quiera viven  fundamentalmente gracias a esos CDs y DVDs originales (son las grandes  productoras las que rentabilizan su producción y comercialización) sino a  sus trabajos y actuaciones. Quien realmente acaba con los derechos de  los artistas es el monopolio de las productoras y distribuidoras que,  además de dificultar enormemente el acceso de jóvenes artistas al  sector, les obligan desde su posición de dominio a vender esos preciados  derechos de autor con los que ellos se enriquecerán por los siglos de  los siglos. Además, tratando de coartar la libre circulación de cultura  en la red no hacen más que condenar a los autores a seguir siendo  desconocidos si no aceptan pasar por las condiciones que estas grandes  multinacionales les imponen.
 Por si esto no fuera suficiente, todavía se escucha quien defiende la  idea de que estas multinacionales viven de vender discos y que no se les  puede quitar su medio de vida, como si se tratase de una pequeña tienda  de ultramarinos que se ve abocada al cierre. Pero es que estas grandes  empresas se han enriquecido enormemente gracias a internet y a las  descargas. Todos los DVDs y CDs vírgenes, las memorias USB de  almacenamiento, los iPODs, reproductores mp3, etc., que antes no  existían han enriquecido a empresas multinacionales estrechamente  vinculadas al negocio de la cultura. Y ellas no son las únicas que se  han forrado con internet y las nuevas tecnologías, porque las compañías  telefónicas también han hecho su agosto con la banda ancha. 
 
 La cultura no puede ser propiedad de una minoría
 
 Lo que viene a revelar de forma muy clara todo este debate es que bajo  el capitalismo la cultura es un negocio más, no tiene ningún carácter  filantrópico. La imagen que desde los grandes medios de comunicación se  vierte al respecto es una interesada campaña publicitaria que trata a  los jóvenes y a los trabajadores con un enorme desprecio en lo que a  cultura se refiere, tratándonos como gente inculta que no se interesa  por la literatura, la música o el arte, para luego sacar provecho de  nosotros con precios abusivos. Bajo este sistema el acceso a la cultura  está restringido a una minoría, pero eso no es por falta de inquietudes  al respecto sino porque cada vez que un joven quiere comprar un disco,  ir a ver una obra de teatro o asistir a un concierto debe aceptar pagar  precios que realmente privan a la mayor parte de la sociedad de poder  disfrutar de la cultura. Resulta verdaderamente irónico que cuando los  avances tecnológicos permiten cosas tan asombrosas como Internet, una  herramienta que permite el acceso masivo a la información y al  conocimiento para millones de personas y que, sin duda, supone un avance  sin precedentes para la humanidad, todas las alarmas salten para  terminar con ello cuanto antes. Eso no es defender la cultura sino todo  lo contrario. La cultura no puede ser un privilegio ni el negocio para  enriquecer a unos pocos sino estar accesible y al servicio de la mayoría  de la sociedad. 
 
 ¿Defensa de los derechos de autor o ataque a los derechos democráticos?
 
 Queda claro que la Ley Sinde no busca poner la cultura al servicio de la  sociedad, pero esto no es lo único preocupante. Además existe otro  punto muy grave: se abre la puerta legal para poder bloquear o cerrar  webs de contenido político, social y reivindicativo, con la excusa de  que sus contenidos vulneran los derechos de propiedad intelectual. Por  tanto, la Ley Sinde es un mecanismo más en la progresiva asfixia de  nuestros derechos democráticos que estamos soportando en los últimos  años. No sería la primera vez que vemos cómo se utilizan herramientas de  este tipo para utilizarse contra los activistas de izquierdas, de  organizaciones anticapitalistas o sindicalistas destacados del  movimiento obrero, cumpliendo así uno de los cometidos de los que "la  ley" o "la justicia" están repletas: defender a la clase dominante por  todos los medios.






 
 

 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                 
  
                