Han pasado tres años desde aquel 6 de enero de 2021 en que Donald Trump dirigió un intento de golpe de Estado en el Capitolio, tan solo unos meses después de su derrota en las urnas y del formidable levantamiento social Black Lives Matter. Entonces dijo que era solo el principio, mientras toda la prensa burguesa y los dirigentes de la izquierda reformista calificaron estos hechos como una pataleta, depositando sus esperanzas en Joe Biden para restablecer la estabilidad social del capitalismo estadounidense.

Sin embargo, el saldo de estos años ha dado la razón a quienes analizamos estos hechos con más rigor[1]. La política de la Administración Biden se ha basado en contentar al capital financiero; en la máxima agresividad imperialista y el militarismo para tratar de recomponer el poderío de una potencia en decadencia, que se está saldando con fiascos en Ucrania y Oriente Medio; en un discurso nacionalista que de nada le sirve para ganar apoyo social a quien se ha convertido en el presidente peor valorado de la historia; en atacar más duramente las condiciones de vida de la clase trabajadora, que ha respondido con un movimiento sindical fresco, cada vez más fuerte y radicalizado en los últimos meses.

Hace tres años, el 6 de enero de 2021 Donald Trump dirigió un intento de golpe de Estado en el Capitolio, poco después de su derrota en las urnas y del levantamiento social Black Lives Matter. 

Frente a él, Trump se abre paso como favorito para las presidenciales de este año. No se trata de un apoyo coyuntural, sino de tendencias de fondo. El avance de la extrema derecha es un fenómeno global.

El Trump de hoy, su partido y su base social, más a la extrema derecha

En el momento de escribir estas líneas asistimos a una rebelión de los republicanos trumpistas en el estado de Texas, desafiando al Gobierno de Biden. Un enfrentamiento abierto que acapara la atención de toda la nación, tras la decisión del Tribunal Supremo de autorizar la retirada de las alambradas de espinas en la frontera de Texas con México, tal y como reclamaba la Administración demócrata.

La respuesta del gobernador de Texas, Greg Abbot, ha sido declarar una “invasión” e invocar su derecho, según la Constitución local, a “defenderse y protegerse” usando las fuerzas armadas del Estado a su alcance. Trump ha llamado a los estados gobernados por su partido a desplegar sus tropas en la frontera de Texas con México y la respuesta no se ha hecho esperar: 25 estados ya han enviado fuerzas de su guardia nacional para, llegado el caso, enfrentarse a la policía federal del Gobierno.

No solo esto. Las fuerzas de choque trumpistas, las bandas armadas supremacistas y fascistas que asaltaron el Capitolio, han organizado caravanas hacia Texas para echar una mano y evitar la “invasión” de inmigrantes. Más allá de cómo termine este enfrentamiento, revela varias cuestiones de importancia.

La primera es que Trump tuvo y tiene el apoyo de una parte importante de la clase dominante, del aparato del Estado y que está en las antípodas de ser un outsider o estar aislado. Es más, dirige por mayoría absoluta el Partido Republicano. Como vemos en las primarias republicanas, nadie le tose. Hasta el punto que quienes han tratado de levantar una oposición supuestamente moderada dentro del partido, como Liz Cheney, han terminado su carrera política.

La segunda es que el Partido Republicano está completamente en la extrema derecha y es uno de los motivos por los que en EEUU no existan escisiones del tipo que han sufrido los partidos conservadores en otros países de Europa. Refleja, a su vez, un giro muy marcado de una parte de la clase dominante hacia posiciones neofascistas. Apuestan por golpear y aplastar a la clase trabajadora ahora, antes de que adquiera más conciencia de su fuerza. Es la base sobre la que pretenden llevar a cabo la explotación que necesitan dentro de sus propias fronteras para competir en el mercado mundial con China.

El gobernador republicano trumpistas de Texas, está desafiando al Gobierno de Biden, tras la decisión del Tribunal Supremo de autorizar la retirada de las alambradas de espinas en la frontera de Texas con México. 

La tercera cuestión corresponde al apoyo de masas del expresidente. Un respaldo que dio un salto el 6 de enero de 2021, y que tiene una base cada vez más amplia y radicalizada, movilizada y organizada. Esto hace harto difícil que ninguna maniobra en los tribunales para quitar de en medio al exmandatario pueda tener éxito. De momento todos los cargos, intentos de impeachment o de prohibirle presentarse a las elecciones han fracasado. Trump dirigió el asalto al Capitolio, ¿y qué? Él mismo lo celebra. Los juicios, los registros de su mansión… le han permitido presentarse como un mártir y salir impune de su intentona golpista. Trump es hoy más fuerte.

¿Por qué Trump se ha podido hacer con un apoyo de masas?

Biden representa a esa otra facción de la burguesía que no apuesta por un choque directo con la clase trabajadora en estos momentos, sino por apaciguar y adormecer al movimiento con gestos “progresistas” para contener la movilización.

Sin embargo, en los hechos, ha sido el mayor defensor del programa de Trump. El militarismo más desaforado. Defensor a ultranza del nacionalismo económico que, cambiando el America First por Made in America, predica los mismos principios que Trump. Sus políticas han hecho a los multimillonarios alcanzar cifras récords de beneficios mientras la pobreza y la precariedad avanzan sin freno. Respecto a los derechos democráticos tampoco ha habido cambio radical. Cabe recordar sus recomendaciones a la policía para “disparar a la pierna” y no al corazón a raíz de los asesinatos racistas de 2020. Y si hablamos de los derechos de las mujeres: bajo su mandato el Supremo ha prohibido el derecho al aborto en decenas de estados.

Este autodenominado defensor de la democracia está apoyando a la punta de lanza del fascismo internacional, el Estado sionista de Netanyahu, en su genocidio, mientras plantea ser la alternativa a la extrema derecha en EEUU. Una contradicción insoportable que las movilizaciones masivas contra la masacre en Gaza han denunciado con fuerza.

Las promesas de Biden han sido un fiasco completo. Sobre esta base se ha abonado el terreno para el avance de la extrema derecha. Al fin y al cabo, ¿de qué ha servido este Gobierno? Ahí radica el quid de la cuestión.

El trumpismo se levanta sobre la decrepitud y la crisis del sistema, sobre una deslegitimación de las formas de dominación de la democracia burguesa que hasta hace no tanto funcionaban. Sobre el ascenso de la pobreza y la desesperación. Sobre la ruina de las capas medias que hace unas décadas eran el buque insignia de la prosperidad capitalista. Se levanta sobre una aristocracia obrera precarizada y que no llega a fin de mes. Sobre la pequeña burguesía golpeada y descolocada, que no ve futuro. Sobre la rabia de no poder volver a los buenos tiempos y el orgullo herido de una potencia en decadencia.

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Las promesas de Biden han sido un fiasco completo. Sobre esta base se ha abonado el terreno para el avance de la extrema derecha. Al fin y al cabo, ¿de qué ha servido este Gobierno? 

La crisis social es muy profunda, y la falta de alternativa que ha empujado a millones de personas a comprar la demagogia fascistoide del magnate neoyorkino tiene una base material que Biden ha hecho aún más sólida. Pero no es todo. El papel de colaboradores necesarios con la estrategia demócrata al que han jugado los principales dirigentes de la nueva izquierda reformista (Sanders, Ocasio-Cortez…) ha sido otro factor político de primer orden. 

Qué sirve y qué no sirve para frenar al trumpismo

La amenaza de un retorno de Trump, con fuerzas de choque más poderosas, convive con la mayor oleada de huelgas desde los años 30. Las restricciones más graves a los derechos de mujeres e inmigrantes coexisten con una radicalización que ha desbordado por la izquierda al Partido Demócrata e incluso a los llamados “socialistas” del DSA y a Bernie Sanders, expresándose en las protestas masivas contra el genocidio del pueblo palestino.

La polarización entre revolución y contrarrevolución refleja las dos caras de una misma moneda, que avanzan en direcciones opuestas. Es el resultado de la crisis existencial que atraviesa la primera potencia.

Es nuestra obligación como revolucionarios ser críticos y honestos sobre lo que es útil para frenar el avance del trumpismo. Biden no lo ha sido, tampoco blanquear sus políticas como han hecho Sanders y Ocasio-Cortez. Mucho menos poner las esperanzas de un cambio radical en la candidatura de Biden como acaba de hacer el nuevo dirigente de la UAW.

Todas las conquistas o recuperación de derechos han venido del movimiento por abajo, con una denuncia al sistema y a sus defensores, republicanos o demócratas. Los 15 dólares la hora, los sindicatos creados contra viento y marea en Starbucks y Amazon, el blindaje del derecho al aborto con referéndums en estados donde se ha hecho una campaña militante puerta a puerta, las huelgas ganadas en la automoción, del profesorado, las enfermeras…, la derrota de Trump tras el levantamiento contra el asesinato de George Floyd.

Necesitamos aglutinar y unificar esa fuerza bajo una bandera y un programa verdaderamente de izquierdas y revolucionario que desafíe al sistema y no trague con sus trucos. Que demuestre por la vía de los hechos que esta barbarie a la que nos condenan no es lo único a lo que podemos aspirar.

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Todas las conquistas o recuperación de derechos han venido del movimiento por abajo, con una denuncia al sistema y a sus defensores, republicanos o demócratas. Necesitamos un programa revolucionario que desafíe al sistema. 

Solo comprendiendo las lecciones de lo ocurrido en estos años y poniendo en práctica sus conclusiones, podremos armarnos para librar esta batalla y ganarla. La disposición, la fuerza y la capacidad de la clase trabajadora norteamericana para luchar ya están más que demostradas.

 
Nota:

[1]EEUU en el ojo del huracán. Trumpismo, lucha de clases y decadencia imperialista


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