La victoria arrolladora de Nayib Bukele en las elecciones presidenciales del pasado 4 de febrero ha provocado ríos de tinta respecto a la naturaleza de su Gobierno y su agenda política. Los medios de comunicación occidentales, sobre todo los que se cubren con una aureola de liberalismo y progresismo, insisten en pintarlo como un líder totalitario que pisotea los “derechos humanos”, como si una mayoría de regímenes que estos mismos medios patrocinan y ensalzan todos los días no pisotearan las libertades políticas a todas horas.

Pero hay que tener cuidado con la propaganda y no dejarse intoxicar con análisis de trazo grueso. Que más de un 80% de los votantes salvadoreños hayan dado su apoyo a Bukele para un segundo mandato, nos obliga a reflexionar seriamente sobre lo que está ocurriendo en El Salvador y cómo caracterizar, desde un punto de vista marxista, los procesos en un país de grandes tradiciones militantes y revolucionarias.

Más de un 80% de los votantes salvadoreños han dado su apoyo a Bukele para un segundo mandato. ¿Cómo debemos caracterizar desde un punto de vista marxista, los procesos en un país de grandes tradiciones militantes y revolucionarias? 

Un resultado arrollador

Como decíamos, con una participación del 52,60%, Bukele fue reelegido con el 84,65% de votos en la primera vuelta, 2.701.725, 13 veces más que el segundo candidato, Manuel Flores, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que se hizo con 204.167 y un magro 6.40 % (un retroceso del 47,6 %). El candidato de ARENA, la formación tradicional de la derecha salvadoreña, también pierde un 79,2% de apoyo respecto a las elecciones de 2019, logrando solo 177.881 votos y el 5,57 %.

Aunque la participación electoral en estos comicios ha aumentado ligeramente respecto a los de 2019, hasta alcanzar el 52,6%, los niveles de abstención siguen siendo muy grandes. Pero en cualquier caso es inédito que un candidato concite un apoyo tan masivo y haya logrado una movilización electoral tan importante entre trabajadores y sectores populares.

¿Se puede considerar a Bukele un reaccionario asimilable a los líderes de las formaciones de extrema derecha populista latinoamericana? ¿Es lo mismo que Milei, Bolsonaro o Kast? Realmente no. Ni son lo mismo, ni tienen el mismo programa, ni su base social es la misma. Bukele no ha ganado su mandato ensalzando el anticomunismo más feroz, ni declarando una guerra abierta contra la clase obrera y la izquierda. Su estrategia política y electoral ha sido diferente, aunque no se puede ocultar que su régimen se ancla cada vez en el bonapartismo burgués.

Apoyándose entre las clases, combatiendo al sistema político tradicional, denunciando la corrupción de las instituciones que permitieron la criminalidad y la parálisis del país, Bukele ha utilizado los servicios del aparato militar y policial para poner orden y disciplinar a la sociedad. Los resultados que ha cosechado en poco tiempo, especialmente la pacificación interna que ha permitido una reactivación económica evidente, le ha granjeado el apoyo y la simpatía de una población agotada y furiosa.

El apoyo que Bukele está concitando a derecha es claro, pero sobre todo es destacable la enorme tajada que ha logrado del espacio de la izquierda tradicional.

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La clase trabajadora, el campesinado, las capas más oprimidas del país apostaron con firmeza para acabar con décadas de miseria y sometimiento a Washington. Pero los dirigentes del Frente pronto se convirtieron en fieles seguidores del credo más socialdemócrata. 

La descomposición del capitalismo salvadoreño y el fracaso de la izquierda reformista

Para entender lo ocurrido en estas elecciones presidenciales, y comprender mejor el fenómeno Bukele, hay que remontarse a los grandes acontecimientos políticos de las últimas décadas y no cerrar los ojos ante la enorme frustración generada con los Gobiernos del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), la antigua guerrilla izquierdista.

El Salvador vivió una crisis revolucionaria que se prolongó a lo largo de la década de los ochenta del siglo pasado, alimentada por una desigualdad aplastante, por Gobiernos sangrientos que actuaban como mayordomos  del imperialismo gringo, y por el contexto de la lucha de masas que rodeaba al país: desde el triunfo guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, a los levantamientos, insurrecciones y movilizaciones que recorrieron Centroamérica y el continente latinoamericano tras el colapso de las dictaduras militares dirigidas por EEUU.

Finalmente, los mal llamados acuerdos de paz del 16 de enero de 1992 se saldaron con una derrota para las formaciones guerrilleras y la consolidación de los Gobiernos corruptos neoliberales liderados por ARENA, que ejerció la jefatura del país desde 1989 hasta 2009. Veinte años, ni más ni menos.

La derecha salvadoreña, que utilizó sistemáticamente los escuadrones de la muerte para aniquilar a la flor y nata de la militancia obrera y juvenil, sabía mucho de pucherazos electorales. Una pesadilla para la población que finalmente se resolvió de una manera que parecía imposible: la victoria electoral en 2009 del candidato de la antigua guerrilla del FMLN, con un apoyo masivo.

La clase trabajadora, el campesinado, las capas más oprimidas del país apostaron con firmeza y mucha valentía para acabar con décadas de miseria y sometimiento a Washington. Pero los dirigentes del Frente tardaron muy poco en renegar abiertamente del marxismo, del leninismo, de su propia tradición, y se convirtieron en feligreses devotos del credo más socialdemócrata.

Desde el inicio emprendieron una estrategia de colaboración de clases con la burguesía, que incluyó continuar con las políticas neoliberales de privatizaciones, utilizando el soborno y la integración en el aparato del Estado de numerosos líderes sindicales y de los movimientos sociales para acallar la protesta. Todo ello acompañado de un enorme enriquecimiento personal, en una  deriva muy similar a la que protagonizó la camarilla del Frente Sandinista en Nicaragua con Daniel Ortega.

En este proceso de derechización, el FMLN se convirtió en una pieza más del engranaje capitalista salvadoreño, y eso en un país tan desigual tenía que pasar una factura inevitable. Adoptando los mismos métodos corruptos del resto de los partidos oficialistas, la dirección del Frente reclutó a todo tipo de carreristas y políticos burgueses, mientras la descomposición social se acentuaba inexorablemente.

Durante el primer mandato de Mauricio Funes (2009 – 2014), la pobreza extrema empujó a una salida masiva de salvadoreños al exterior, fundamentalmente a los EEUU. En el año 2010 fueron 1.192.423 personas, pero en 2015, ya bajo el mandato del siguiente presidente electo del Frente, Salvador Sánchez Cerén, lo hicieron 1.352.357 personas.[1]

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En 2009, el candidato de la antigua guerrilla del FMLN, ganó las elecciones con un apoyo masivo. 

Los Gobiernos del FMLN no supusieron ningún cambio de fondo respecto a los anteriores de ARENA. Los datos de 2019 son bien claros: la mitad de los salvadoreños sufrían inseguridad alimentaria y el 30% se encontraba en situación de pobreza extrema. En el otro polo, los grandes consorcios capitalistas nacionales y extranjeros, especialmente estadounidenses, se hacían con la parte del león de las tierras, la explotación agraria y la actividad turística.

La violencia de las Maras

Esta enorme descomposición social y política vino acompañada de la violencia más extrema: el derrumbe del FMLN y su deriva capitalista, la corrupción, la pobreza y el desempleo fueron el caldo de cultivo para el crecimiento exponencial de las Maras, el fenómeno de las pandillas que, originario de los jóvenes salvadoreños emigrados en los EEUU, pronto llegó al país después de las expulsiones masivas dictadas por la Administración norteamericana. Las Maras se convirtieron en un espacio delincuencial que rápidamente reclutó a decenas de miles de jóvenes que carecían de cualquier esperanza de inserción laboral y vital.

La Mara Salvatrucha, el Barrio 18 Sureños y el Barrio 18 Revolucionarios se convirtieron en grupos criminales dedicados a la extorsión económica, los secuestros, el narcotráfico y los asesinatos, y su fusión con el aparato corrupto de la política salvadoreña fue muy rápido:

          “El partido ARENA consintió a las pandillas y en un intento de cooptación llegó a financiar a estos grupos criminales (…) Esto quedó en evidencia en las declaraciones que brindó Ernesto Angulo, exdiputado de ARENA, frente a la Comisión Especial de Antejuicio; admitió que, junto a Norman Quijano, excandidato presidencial, participó en una reunión con pandilleros en el contexto de la campaña electoral de 2014. En dicha reunión, Quijano ofreció a los pandilleros 100 millones de dólares, a cambio de votos para que él pudiera ganar las elecciones presidenciales de ese año (Asamblea Legislativa de El Salvador, 2021b, párr. 1).”[2]

Bajo el primer mandato presidencial del FMLN, la criminalidad desatada por las Maras llegó a su cota más elevada: 2014 cerró con 3.942 homicidios, más de 100 personas asesinadas por cada 100.000 habitantes. La violencia se filtró por todo el organismo social y económico, hasta un punto que amenazaba con paralizar la vida cotidiana del país.

La economía informal, predominante, fue golpeada duramente por la constante extorsión a la que las maras las sometía: cualquier comercio y puesto callejero era obligada a entregar semanalmente dinero a las pandillas bajo la amenaza muy creíble de ser asesinado brutalmente. Algunos estudios calculan que, en 2014, la extorsión económica proporcionaba a las Maras unos ingresos del orden de 700 millones de dólares.[3]

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La descomposición social y política vino acompañada de la violencia más extrema: el derrumbe del FMLN y su deriva capitalista, la corrupción, la pobreza y el desempleo fueron el caldo de cultivo para el crecimiento exponencial de las Maras. 

Obviamente un movimiento de capital de este tipo, equivalente al presupuesto de educación del país, no se podría realizar sin la complicidad de los altos mandos policiales, militares y del mundo de las finanzas y la política. Los tribunales estaban implicados en este juego, por no hablar de la alta magistratura del Estado vinculada a ARENA.

La actual Administración de Bukele afirma que las maras controlaban el 80% del territorio salvadoreño y, aunque la cifra pueda ser exagerada, para millones se trataba de una lacra con la que tenían que convivir todos los días.

El ascenso de Bukele

Este es el contexto que ha permitido a Bukele su progresión meteórica. Miembro del FMLN, pertenece a una familia con vínculos con la guerrilla desde décadas atrás, primero ejerció de alcalde de Nuevo Cuscatlán entre 2012 y 2015, y posteriormente fue elegido regidor de la capital, San Salvador, dentro de las listas del Frente posición en la que permaneció hasta abril de 2018.

Su imagen de gestor y su discurso constante a favor de la “seguridad ciudadana” y de mano dura contra la delincuencia, le granjeó una propaganda positiva que supo aprovechar a fondo. Se postuló como candidato presidencial pero el aparato dirigente del FMLN tenía otros planes y le expulsó fulminantemente. Finalmente, bien asesorado por muchos de los empresarios con los que trabó relaciones bajo su alcaldía, y por sectores del FMLN que vieron en él una opción para disputar la presidencia, se decidió a organizar un nuevo partido con un nombre escogido cuidadosamente: Nuevas Ideas.

El discurso con el que Bukele se presentó en su primera campaña presidencial era una mezcolanza de populismo de izquierdas y guerra contra la delincuencia organizada. Retratado junto a cuadros de Monseñor Romero, apelando a los falsos acuerdos de paz que dieron la victoria a la oligarquía de siempre, haciendo guiños constantes a su izquierda, defendiendo lo público y prometiendo meter en vereda a los corruptos, o sus críticas a Washington… sus ideas conectaron con una frustración social creciente y con la enorme desesperación que embargaba a amplios sectores de la población que anteriormente habían apoyado al FMLN.

Una vez más la naturaleza demostró que aborrece el vacío. Bukele cubrió una necesidad, y en las presidenciales de 2019 alcanzó una sorprendente victoria gracias a la movilización de gran parte del voto abstencionista y de la izquierda. Bukele obtuvo el 53,10 %, 1.434.856 votos, frente a los 857.084 de ARENA, un 31,72 % (y que supuso un retroceso del 18,2 % para la formación derechista). Por su parte el FMLN perdió en estas elecciones el 70,4% de su respaldo, quedándose en un magro 14,41% y 389.289 votos. La fuga de apoyos del FMLN a Nuevas Ideas era incontestable.

En el primer mandato de Bukele la agenda de militarización del país, sostenida en la consigna de guerra a las Maras, avanzó con fuerza demoledora. Pero no hay que llevarse a engaños. Los derechos humanos por los que clama la prensa liberal en Occidente habían sido pisoteados desde hacía mucho tiempo en El Salvador.

Bukele sintonizó con una idea que estaba en la cabeza de millones: la primera condición para poder vivir es que no te maten. Que no salgas a la calle y seas asesinado, y que ir al trabajo o desplazarte por tu barrio no constituya una actividad en la que te juegues la vida. Amplios sectores de la población concedieron a Bukele un margen. Y Bukele lo empleó a fondo, no para expropiar la riqueza de los grandes capitalistas, de los monopolios americanos, de la oligarquía terrateniente, y basarse en la movilización popular para llevar a cabo una política socialista que golpeara a las maras.

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Bukele dice presidir la mejor democracia de América Latina. Pero su régimen se parece cada día más a un Estado policial. En el futuro toda esta legislación de excepción será empleada para aplastar las luchas obreras y suprimir cualquier derecho democrático. 

No. Bukele se apoyó en las masas oprimidas y el margen que estas le otorgaron, para reforzar el dominio de la policía y del ejército, que depuró parcialmente, y emprender una batalla sin cuartel, recurriendo incluso a métodos terroristas, para poner orden en la sociedad y aplastar a las Maras.

La población en general consintió esta actuación porque anhelaba que la situación mejorase. Sectores de la burguesía también apoyaron a Bukele porque entendieron perfectamente que estas medidas represivas podían tener un efecto económico muy favorable para sus intereses. Y muchos cuadros de mando del aparato estatal vieron en este presidente y sus métodos bonapartistas una forma de consolidar sus posiciones y mejorar su status. 

El llamado Plan de Control Territorial fue el paraguas para actuar contra las Maras. Tanto ARENA como el FMLN se opusieron a su puesta en marcha en junio de 2019, pero tras la victoria de Nuevas Ideas en las elecciones legislativas y municipales de 2021, Bukele lo implementó sin cortapisas.

Los datos testimonian la trascendencia de lo ocurrido: desde 2019 han sido detenidas más de 77.000 personas, es decir, más del 1% de los 6,3 millones de habitantes del país, y un tercio de ellas están pendientes de juicio. Esta avalancha represiva se ha llevado por delante a cientos de periodistas y activistas por los derechos humanos, que han tenido que exiliarse.

La militarización de la sociedad arroja cifras escalofriantes. Desde la declaración del régimen de excepción en 2022, que le dio plenos poderes, El Salvador de Bukele tiene la mayor tasa de presos del mundo, 1% del total de la población. Más de mil niños y niñas han sido enviados a diferentes cárceles, incluidos menores de 14 años. Las condiciones de estos presos han sido expuestas con orgullo por el Gobierno: hacinamiento, humillaciones, torturas y maltrato. Más de 150 personas han muerto bajo custodia en los dos últimos años.

Un bonapartista burgués

Bukele se presenta como campeón de la lucha contra la corrupción y la delincuencia, y con una hábil demagogia populista lanza sus dardos contra las élites y la casta. Pero es un hecho que su Gobierno tiene sólidos lazos con la clase dominante salvadoreña, y en los últimos años ha acentuado sus vínculos con la Administración norteamericana alejándose de los iniciales discursos a favor de lo público, y de algunos gestos a favor de China que le permitieron captar algunas inversiones para proyectos llamativos, como la gran Biblioteca de San Salvador.

Lógicamente los métodos de Bukele han tenido un efecto en los barrios populares y en la sociedad en general. Al cierre del 2023, la tasa de homicidios se ha desplomado al 2,4 por 100.000 habitantes: 44 veces menos que en 2015. Esto también se ha dejado sentir en la economía.

El crecimiento del PIB en 2021, tras la pandemia, fue del 11,2 y en 2022 del 2,6%, mientras que la cifra que prevé el FMI para el 2023 es de un 2,8% cuando el entorno regional es de recesión. La tasa de ocupación laboral está en cifras récord al igual que el PIB per capita, que casi dobla al de países vecinos como Honduras.

La burguesía y las capas medias han visto crecer sus ingresos y beneficios. Precisamente este ambiente de represión se ha trasladado a las empresas, a las explotaciones agrícolas, a la construcción, a los resorts y hoteles de las costas, donde predominan las prácticas antisindicales. Pero para muchos salvadoreños, ante el colapso de la izquierda tradicional y la debilidad de los sindicatos, la situación económica ha mejorado, y eso es lo que de momento cuenta.

Según datos gubernamentales, los ingresos del sector turístico han crecido en un 96% desde 2019, y en 2023 se registró la cifra récord de 3,4 millones de turistas que dejaron 3.793 millones en concepto de divisas, un 43 % de incremento respecto al 2022.[4] También los ingresos tributarios en 2022 alcanzaron los 6.571 millones de dólares, otra cifra récord.

Un indicativo del cambio operado es la disminución de la emigración de salvadoreños a Estados Unidos: un 45.27% menos de enero a julio de 2023 con respecto al mismo periodo del año anterior, según cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza estadounidense (CBP). En 2023 El Salvador salió de los primeros 10 lugares que ocupó durante el año 2022 de los países con mayor cantidad de migrantes aprehendidos en los Estados Unidos.

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La recomposición del movimiento obrero y juvenil salvadoreño no será fácil. Los golpes recibidos han sido muy duros. Pero Bukele no puede mantenerse indefinidamente en esta situación sin enfrentarse a una reacción de los trabajadores y la juventud. 

Reconstruir la izquierda revolucionaria y militante

Las políticas económicas de Bukele se basan en la sobreexplotación de una fuerza laboral sin derechos y altamente precarizada, la extensión de la deuda pública, sin olvidar las remesas de los migrantes en el extranjero que suponen el 26% del PIB. El FMI, aunque satisfecho con el autoritarismo de Bukele, ha exigido más impuestos, menores pensiones y salarios, y más subvenciones a los empresarios de cara al vencimiento de la deuda en 2025. 2

El resultado histórico logrado en febrero es un argumento para alardear. Y Bukele predica que preside la mejor democracia de América Latina. Pero esto solo es propaganda. En realidad su régimen se parece cada día más a un Estado policial. En circunstancias semejantes, no es fácil a corto plazo, por los factores que hemos señalado, que su presidencia se desmorone. La falta de una alternativa de izquierda combativa de masas, de sindicatos, que han sido progresivamente desmantelados y asimilados, hace que la demagogia populista del presidente salvadoreño cuente con un margen de apoyo.

No hay que olvidar que las oportunidades perdidas de tomar el poder en el momento álgido de la lucha guerrillera a principios de los años ochenta del siglo pasado, la desmoralización que supusieron los Gobiernos del Frente, y la extrema violencia a la que ha estado sometida la sociedad, actúan como una válvula de seguridad para la agenda del presidente.

El avance de Bukele es una condena de la izquierda reformista plegada por completo a la lógica del capitalismo salvaje. La criminalidad es una lacra creada por la descomposición del sistema, y aunque a corto plazo las medidas policiales y represivas hayan podio mitigar el problema, no lo resolverán. Eso sí, en el futuro toda esta legislación de excepción será empleada con contundencia para aplastar las luchas obreras y suprimir cualquier atisbo de derecho democrático.

La recomposición del movimiento obrero y juvenil salvadoreño no es una tarea fácil. Los golpes recibidos en los últimos años han sido muy duros. Pero pensar que Bukele puede mantenerse indefinidamente en esta situación sin enfrentarse a una reacción de los trabajadores y la juventud es no entender las características de la lucha de clases en esta época de decadencia y barbarie.

Para reconstruir la izquierda militante y revolucionaria en El Salvador es necesario abordar un examen crítico y nada complaciente con los errores del pasado. Un balance que afecta directamente a esa concepción de la revolución por etapas, de esa amarga ilusión de transformar la sociedad mediante utópicas alianzas con una supuesta burguesía progresista y antimperialista que nunca existió, y que fue el programa de la izquierda de raigambre estalinista tanto en El Salvador, en Nicaragua y en otros tantos países, con resultados catastróficos.

Notas:

[1] Oscar Martínez Peñate, Modelo Bukele, Bukelismo y Movimiento Social Nuevas Ideas. Este trabajo académico es abiertamente apologista de Bukele, y plantea una serie de conclusiones políticas y caracterizaciones que rechazamos totalmente. Sin embargo aporta información y datos que, tomados con precaución, pueden ayudar a contextualizar y entender lo ocurrido con Bukele. https://revistas.ues.edu.sv/index.php/rcs/article/view/2511 

[2] Ibid

[3] Ibid

[4] https://spanish.news.cn/20240221/1a13aa56755b4f698779030c8f322783/c.html#:~:text=El%20Salvador%20emerge%20en%20las,retroceso%20derivado%20de%20la%20pandemia.


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