Cuba ha sido durante medio siglo para este continente la utopía posible. Es el ejemplo más claro y palpable de un mundo mejor. La pequeña isla del Caribe, aún bloqueada, aún agredida, aún pobre y subdesarrollada, a pesar de sus insuficiencias y desaciertos, a pesar incluso de que todavía es mucho el camino que le falta por recorrer en la edificación del socialismo, muestra todo lo que es capaz de hacer un pueblo cuando decide tomar en sus manos la construcción de su propio destino.

 

Cuba ha sido durante medio siglo para este continente la utopía posible. Es el ejemplo más claro y palpable de un mundo mejor. La pequeña isla del Caribe, aún bloqueada, aún agredida, aún pobre y subdesarrollada, a pesar de sus insuficiencias y desaciertos, a pesar incluso de que todavía es mucho el camino que le falta por recorrer en la edificación del socialismo, muestra todo lo que es capaz de hacer un pueblo cuando decide tomar en sus manos la construcción de su propio destino.

Esta Cuba, donde se le rinde culto a la dignidad plena del hombre, cuyos descomunales avances en materia social, educacional, de salud y deporte, no por repetidos y conocidos pierden la capacidad de asombrar, es hoy la esperanza de los pueblos de tener un futuro mejor.

Ahora que en toda América se habla cada vez con más fuerza del socialismo del siglo XXI debemos preguntarnos seriamente qué papel juega el socialismo cubano en ese debate, qué tiene Cuba para aportar, y qué debe Cuba aprender de él y de las experiencias nuevas que se están dando en América Latina.

La discusión sobre el socialismo del siglo XXI parte del presupuesto de que la deformación estalinista sufrida por el modelo clásico socialista que predominó durante el XX, debe ser superada por el que se intente en esta centuria, y debe evitarse la repetición de sus errores. Entonces Cuba, como experiencia socialista del siglo XX, que porta algunos de sus elementos negativos, tiene que hacerse replanteos muy serios. El proyecto cubano, si quiere estar a tono con la marcha de la historia, debe participar en esa construcción del nuevo socialismo que pretenden los pueblos latinoamericanos, no puede permanecer al margen, precisamente cuando ella tiene mucha experiencia para aportar, del desarrollo de su propio proceso revolucionario.

Pero también tiene mucho por aprender, y debe abrirse a los nuevos ensayos, someterse a un debate crítico entre los revolucionarios cubanos, para analizar lo que falló en las experiencias socialistas del siglo XX, en cuáles sentidos somos sus legatarios, y qué debemos hacer mejor en los presentes y futuros empeños. Por ejemplo, las experiencias utilísimas de control obrero que se están dando hoy en Venezuela, de fábricas tomadas y puestas a funcionar bajo control de los trabajadores, bajo un consejo de trabajadores, que es el encargado de todas las decisiones en la fábrica, de todo el proceso productivo, de todo el proceso de distribución, son de las más valiosas para ser asumidas por nuestro proyecto socialista. No puede ser que en América se haya reanimado un debate muy activo sobre el socialismo, y Cuba se mantenga como si nada, como si no tuviera nada que cambiar, actualizar, repensar. Como dijo Fidel, Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado, y para determinar esto último debemos participar todos en un debate público, abierto.

La economía planificada ha demostrado ser muy superior a la economía capitalista. Los resultados extraordinarios alcanzados en Cuba durante cinco décadas, a pesar de un infame y genocida bloqueo, y los logrados en la Unión Soviética están muy lejos de lo que hubiera alcanzado cualquier país capitalista en idénticas condiciones. Lo que fracasó en la URSS no fue el modelo de economía planificada sino un tipo de gestión burocrática que se convirtió en un freno absoluto para el desarrollo de todas sus potencialidades. Y justamente esta organización económica requiere para su funcionamiento, como el cuerpo humano el oxígeno, una dirección colectiva de la clase obrera. No es una cuestión de lujo, una alternativa por la que pueda optarse o no: la democracia obrera es condición sine qua non para el normal desenvolvimiento de una economía socialista. Sin ella se deforma, y finalmente, fenece. Se torna ineficiente y no responde a las necesidades de la sociedad. Si con el peso muerto de la burocracia la URSS logró avances espectaculares, no es difícil imaginar lo que se hubiera podido alcanzar bajo un régímen de democracia obrera.

En la sociedad de transición socialista el poder necesariamente tiene que estar en manos de los trabajadores, no hay atajos si se quieren evitar desviaciones y degeneraciones. Para que la propiedad social sobre los medios de producción sea real, efectiva, y no sólo nominal, debe incrementarse la participación directa de los trabajadores en los procesos de organización y dirección de la producción y los servicios.

La dictadura del proletariado es la única organización estatal que desde el primer día de su existencia debe ir desapareciendo y transmitiendo cada vez mayores cuotas de poder a la sociedad autoorganizada, a una sociedad de productores libres asociados. En realidad, una de las mayores evidencias de lo alejado que estaba el "socialismo real" del ideal socialista original, es que ocurrió realmente todo lo contrario. Es decir, que el estado, en vez de autodesaparecer, se eternizó, se complejizó, se fortaleció, se burocratizó, escapó al control de las masas, se hizo más grande, más totalitario, más represivo. Y el poder que en tiempos de Lenin habían tenido los trabajadores autoorganizados en soviets, les fue usurpado por la burocracia después de la contrarrevolución estalinista.

Un garante fundamental del éxito del proyecto socialista cubano, y de su permanencia, es la preservación de la unidad, pero ella debe ser resultado del consenso generado a partir del debate entre distintas visiones revolucionarias. La discusión franca y abierta no puede más que fortalecer la implicación y la unidad de los sectores más firmemente comprometidos con la revolución y el socialismo. La participación consciente, imposible sin el debate constante, es el mejor antídoto contra la constante presión ideológica del capitalismo y contra la trampa mortal de la democracia burguesa que no es otra cosa que la dictadura encubierta del gran capital.

Para los marxistas está claro que la construcción socialista no puede realizarse a través de una dirigencia iluminada que toma decisiones en nombre y a favor del pueblo, mientras este permanece como espectador o beneficiario pasivo de una obra social que le es otorgada desde arriba y de la que debe mostrarse agradecido movilizándose en apoyo a aquella vanguardia cada vez que lo reclame. No, el deber ser de la edificación del socialismo es un enorme esfuerzo colectivo, la implicación consciente y protagónica de las amplias mayorías en todos los procesos de la vida política del país, y en las tomas fundamentales de decisiones. Y esto sólo podrá ocurrir mediante el debate público, en la búsqueda común de soluciones a los problemas sociales, en la procreación, discusión y libre elección por parte de esas mayorías de diferentes medidas de construcción socialista. Únicamente con este proceso participativo que implica la autotransformación del individuo como sujeto político, podremos encaminarnos a una sociedad superior. Que en Cuba un contexto sumamente hostil, de acoso imperialista, de subdesarrollo económico, puede atemperar las formas y los matices que adopte este proceso, en eso podemos estar de acuerdo, pero no hay otro camino que ese.

En el año 2005 hubo en nuestro país un momento de reflexión muy importante, cuando el 17 de noviembre Fidel en un discurso en la Universidad de La Habana se refirió a muchos de los peligros que amenazaban a la Revolución Cubana, y expresó muy clara la posibilidad de que ella podía ser reversible, de que se podía destruir, y no por las fuerzas imperialistas externas, sino por los propios errores internos que cometiéramos los revolucionarios cubanos, y por los mismos problemas que él exponía, de burocracia, de despilfarro, de ilegalidades, de ineficiencia, de baja productividad del trabajo. A partir de este discurso, que me parece un diagnóstico muy acertado de los principales males que afectan a la sociedad cubana, se ha producido una búsqueda instintiva de soluciones.

Ahora, esta búsqueda ha sido fundamentalmente a través de medidas administrativas, desde arriba, que pueden, quizás, en el mejor de los casos, resolver durante un tiempo los problemas sociales y de todo signo a los que se enfrenta de forma creciente la Cuba de hoy, como resultado de los estragos materiales causados por 15 años de un muy duro período especial, pero la solución definitiva y real estará en el control obrero, en la profundización de los espacios de democracia obrera que tiene la Revolución Cubana. Esto es, nuestras dificultades no se pueden combatir con más burocracia, sea cual fuere la forma que esta tome, ni con llamados a la moralidad, sino con la participación activa del pueblo trabajador en todos los temas que lo afectan en su vida diaria, en asuntos que incluso atañan a la conducción estratégica de la Revolución, con mecanismos de control por parte de los trabajadores de todo el entramado estatal burocrático. Esta es la mejor fórmula para enfrentar los fenómenos de corrupción e indisciplina laboral: el obrero como ente colectivo ejerciendo presión, autoridad, sobre la administración y también sobre el obrero como ente individual. Y esto no puede suceder si no existe un sentimiento de propietario colectivo, alcanzable sólo con el ejercicio de la democracia obrera.

La forma óptima para ejercer este tipo de democracia, desde abajo, además validada varias veces a través de la historia, no es otra que el modelo de consejos, asambleas, donde se eligen voceros que pueden ser revocados en cualquier momento, que tienen que rendir cuentas periódicamente a la base, sobre todo en las células productivas, en los centros de trabajo. Esta fórmula fue conocida en la Revolución Rusa como soviets, pero ha tomado diferentes nombres en otras experiencias históricas: consejos, juntas, comunas... Ese y no otro debe ser el embrión del aparato estatal de transición socialista, que ya fue estudiado por Marx y Engels en la Comuna de París y por Lenin y Trotsky en los Soviets de la Revolución Rusa, en 1905 primero y en 1917 después, y que funcionó de forma exitosa, aún con las contradicciones propias de cualquier proceso revolucionario, durante los primeros años de la Revolución Rusa hasta la muerte de Lenin, cuando a partir de ahí fue exterminada físicamente por Stalin toda la dirección bolchevique.

El llamado al pueblo no puede ser sólo a participar en la implementación de una estrategia ya decidida. No puede existir ninguna estructura que sustituya su participación, que desde arriba decida las políticas a seguir, y se dirija a aquel solamente para recabar respaldo.

Que la alta dirección del Partido y del Gobierno tome nota y estudie las dificultades que nos afectan hoy, las cotidianas y las estructurales, para trabajar en la mejor manera de resolverlas, me parece muy bien pero francamente insuficiente. Las soluciones verdaderas e imperecederas para la revolución y el socialismo saldrán desde abajo. Quiero decir que lo decisivo en esta cuestión es contar con una maquinaria sistémica que posibilite el surgimiento de debates de este tipo como el que se ha generado a partir del discurso de Raúl el 26 de julio de 2007, pero a partir de iniciativas populares, para que sus canales de expresión dejen de ser los anónimos, las cartas a los medios de prensa, o los informes de Opinión del Pueblo. Que no debamos esperar para discutir nuestros problemas a que sean "descubiertos" por Raúl, Fidel, o la dirección del pais, y sean ellos los que desde arriba indiquen el debate. La sociedad cubana tiene que encontrar las vías que le permitan alertar y propiciar soluciones ante cualquier situación anómala o desviaciones que surjan en el proceso revolucionario. No puede ser que fenómenos negativos conocidos por todo el pueblo sólo empiecen a formar parte del discurso público a partir de que sean denunciados desde la dirigencia de la Revolución.

Esta es una forma de proceder que considero muy nociva para la Revolución Cubana, y lo será cada vez más sobre todo cuando no esté su dirección histórica, y se sucedan nuevas generaciones de dirigentes cuyos vínculos con las tradiciones vivas de la revolución cubana se hayan aflojado lo suficiente como para impulsar abiertamente un proceso de restauración capitalista como ya lo vimos en la URSS y en los países supuestamente socialistas de Europa del Este.

Uno de los fenómenos más preocupantes hoy, según creo, para la sostenibilidad a futuro de la Revolución Cubana es la apatía política que se observa en un número para nada desdeñable de nuestros jóvenes. Y resulta peligroso porque su extensión representaría el caldo de cultivo ideal para una restauración capitalista en Cuba. El capitalismo precisamente a lo que apuesta es a la desmovilización de los jóvenes, a su banalización, llevarlos a que se interesen por cosas totalmente nimias, o convertirlos en consumidores compulsivos, y fomentar su desinterés en cualquier cuestión política. O sea, que no se metan en política, que eso está ajeno a ellos, que no es atractivo, y decepcionarlos. En tanto el sistema capitalista se nutre de la desmovilización política de los jóvenes, el socialismo necesita, para existir y profundizarse, de una juventud completamente consciente, que se interese y participe en los fenómenos políticos, y que se active como transformador colectivo en la solución de los problemas cotidianos. Hay que hacer la política, y no de cualquier tipo, la política socialista, el socialismo como doctrina y sistema, hay que hacerlo atractivo para los jóvenes. El marxismo debe atraerlos, y eso solo se puede lograr brindándoles la posibilidad de una participación decisoria dentro del proyecto revolucionario.

Cuba viene de una resistencia heroica de ya casi 50 años, especialmente más heroica que nunca en los últimos tres lustros de un período especial muy duro, con dificultades materiales muy acentuadas. Hoy a la relidad cubana se le abren tres caminos fundamentales. Uno: el enfrentamiento frontal del imperialismo contra Cuba, la posibilidad de intervención militar, de un ataque más directo contra la Revolución Cubana para intentar destruirla. La otra salida para Cuba es el sostenimiento de la Revolución, que es igual, en este caso, a su profundización. La única forma de que perviva la Revolución Cubana es profundizándola en líneas socialistas, y eso sólo será posible también con la extensión de la Revolución en América Latina y en el mundo. Porque de otro modo, y este sería el tercer escenario, de continuar su aislamiento, y sin que se produzcan triunfos de otros procesos socialistas en el continente, para sobrevivir se vería obligada a aplicar mecanismos económicos de mercado tipo NEP, como los que ya se practicaron en los años 90. Sin una perspectiva clara que considere estas medidas como algo coyuntural, un mal necesario pero temporal, y en un contexto de aislamiento continuo, indefectiblemente en algún momento esas mismas reformas económicas irían en una dinámica in crescendo hacia una restauración capitalista más lenta y sutil, y las distorsiones sociales que han creado esas mismas reformas, al final se volverían en contra de la propia Revolución. Avanzar por este camino inevitablemente fortalecerá sectores procapitalistas dentro de la sociedad cubana. Y aquí queda descarnada en toda su crudeza la imposibilidad de la construcción del socialismo en un solo país, y menos en uno como Cuba, donde ni siquiera hay la más mínima oportunidad de autarquía: una isla pequeña, sin recursos económicos, sin recursos materiales, náufraga en un océano capitalista.

La única solución para Cuba es, por un lado, incentivar, profundizar mecanismos de control obrero, que en determinados momentos han sido coyunturales, hacerlos sistemáticos, institucionales en la economía y la política cubanas, y por supuesto, la extensión de la revolución en América Latina, la mayor confluencia y la integración hacia una Federación Socialista entre Cuba y Venezuela, como lo pidió Chávez en su última visita a nuestro país.

En la Revolución Cubana palpita el espíritu de toda una época. De su suerte dependerá en mucho el destino de la humanidad en los años venideros. Ya hoy la prehistoria capitalista no sólo significa atraso, servidumbre, desigualdades abismales. Sus niveles de consumismo, de despilfarro, de explotación irracional de los recursos naturales, de agresión al medio ambiente, han llegado a un punto tal que han puesto en peligro la supervivencia misma de la especie humana. Entonces lo que está en juego con el avance o retroceso de este proceso revolucionario es algo tan serio como nuestra propia existencia. Su mera permanencia significa un impulso  enorme a las rebeldías, a los enfrentamientos a la dominación, a las luchas revolucionarias de todo el orbe, a la ilusión de mejorar este mundo nuestro.

Frank Josué Solar Cabrales,

Profesor universitario.

Facultad de Ciencias Sociales.

Universidad de Oriente Santiago de Cuba, Cuba


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