En un artículo publicado el 30 de noviembre, el periódico estadounidense The New York Times documenta fehacientemente lo que ya era una convicción ampliamente compartida en todo el mundo: que el Gobierno y el ejército israelí conocían con suficiente antelación los planes del ataque de Hamás del 7 de octubre y no solo les dejaron hacer, sino que incluso les facilitaron la tarea retirando hacia el norte del país tropas estacionadas en la zona limítrofe con Gaza.

Las revelaciones del NYT no dejan lugar a dudas: “El documento de aproximadamente 40 páginas, que las autoridades israelíes denominaron en código ‘Muro de Jericó’, describía, punto por punto, exactamente el tipo de invasión devastadora que provocó la muerte de unas 1.200 personas. El documento traducido, que fue revisado por The New York Times, no fijaba una fecha para el ataque, pero describía un asalto metódico diseñado para arrasar las fortificaciones alrededor de la Franja de Gaza, tomar ciudades israelíes y asaltar bases militares clave, incluida una sede de una división”[1].

El discurso justificativo con el que Israel trata de ocultar sus atrocidades en Gaza se viene abajo estrepitosamente. Está claro que el Gobierno supremacista y fascista liderado por Netanyahu decidió que una incursión militar de Hamás sobre su propia población les venía como anillo al dedo para sus planes colonialistas y de limpieza étnica.

Netanyahu estaba cercado por protestas populares masivas. Miles de reservistas habían anunciado su negativa a incorporarse a filas mientras los líderes sionistas de extrema derecha, con sus planes de imponer un Estado autoritario, siguiese al frente del país. En esas circunstancias ¿qué podría resultar más efectivo para recuperar la “unidad nacional” y salvar al Gabinete de Netanyahu de su inminente derrocamiento que un ataque exterior que provocase un cierre de filas en el país?

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La revelaciones de NYT confirman que el Gobierno supremacista y fascista liderado por Netanyahu decidió que una incursión militar de Hamás sobre su propia población les venía como anillo al dedo para sus planes colonialistas y de limpieza étnica. 

Pero los objetivos del Gobierno de Netanyahu iban mucho más allá. Para los grupos fundamentalistas sionistas que dominan el Ejecutivo de Tel Aviv y que aspiran a imponer un régimen teocrático, se trataba de concretar el sueño largamente acariciado de recrear un Estado que, según los mitos bíblicos, el pueblo de Israel había ocupado en tiempos remotos. Primero se deja actuar a Hamás, y acto seguido se procedería a destruir Gaza, obligando a su población a huir a Egipto o sucumbir bajo las bombas o de hambre y enfermedades. Al mismo tiempo, en una operación conjunta del ejército israelí y de las milicias fascistas de colonos, se ataca a la población de Cisjordania, creando el suficiente ambiente de terror que fuerce una huida de la población árabe hacia Jordania.

Pero este plan, que un sector importante del Gobierno israelí defiende abiertamente, choca con dificultades importantes. En primer lugar, el movimiento de solidaridad internacionalista con el pueblo palestino que ha sacado a las calles a millones de personas en EEUU, en Europa y en todo el mundo. En segundo lugar, y aunque parezca paradójico, este plan de la extrema derecha sionista amenaza seriamente con desestabilizar y poner en aprietos a los regímenes árabes de la zona, firmes aliados del imperialismo occidental y cómplices durante décadas del expansionismo sionista.

Aunque la propaganda sionista proclame lo contrario, desde el nacimiento mismo del Estado de Israel en 1948 los acuerdos con los regímenes reaccionarios árabes fueron fundamentales para su supervivencia y su expansión. Y desde los acuerdos de Oslo, la Autoridad Nacional Palestina opera como un instrumento dócil en manos del Gobierno israelí, y sin su colaboración parece difícil encontrar una salida a la situación de Gaza que satisfaga a todos los actores de la zona.

Por encima de todo, lo que los Gobiernos árabes temen, sobre todo Egipto y Jordania, es que la brutalidad israelí provoque un movimiento de masas en sus propios países que los desborde y los ponga en peligro de ser derrocados. Y ese temor se extiende al imperialismo occidental que, pese a dar su apoyo incondicional a Israel y ofrecer cobertura a sus crímenes, contempla con preocupación el ascenso de una protesta popular que puede desequilibrar no solo Oriente Medio, sino todo el mundo. La masividad de las protestas en Estados Unidos son una seria amenaza para el Gobierno de Biden a un año de las elecciones presidenciales, que recuerda como las protestas domésticas fueron un factor clave de su derrota en la guerra de Vietnam.

Tampoco el otro gran poder imperialista, China, y su firme aliado en la zona, Irán, tienen interés alguno en una escalada bélica cuyo alcance sería imprevisible. Precisamente cuando China ha alcanzado ventajosos acuerdos comerciales con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y otros países del Golfo, un clima de guerra, que dificultaría los intercambios comerciales, sería muy negativo. Por eso, las amenazas lanzadas por Irán y su aliado en el Líbano, Hezbolá, no han pasado de las palabras.

¿Por qué se producen ahora estas revelaciones?

Este contexto es el que explica que sea precisamente ahora cuando el NYT haga público un documento que, como ellos mismos reconocen, circulaba ampliamente en círculos militares y de los servicios de inteligencia. En estos últimos días Estados Unidos ha presionado intensamente para que el alto el fuego alcanzado en Gaza se prorrogase indefinidamente, dando tiempo así a preparar una salida satisfactoria para los Gobiernos implicados y para la ANP, y desactivando las movilizaciones populares contra el genocidio.

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China, y su aliado Irán, no tienen interés en una escalada bélica de alcance imprevisible. China ha alcanzado ventajosos acuerdos comerciales con Arabia Saudí, y otros países del Golfo y un clima de guerra sería muy negativo para hacer negocios. 

Pero, al menos de momento, parece que el ala más dura del Gobierno israelí ha predominado. Esta ala abiertamente fascista y supremacista es consciente de que los intereses fundamentales del imperialismo occidental le obligan a mantener su apoyo a Israel pase lo que pase, y que nunca les dejarán caer.

La publicación del documento tiene el objetivo de poner presión tanto sobre Netanyahu como sobre la cúpula del Gobierno sionista, que queda en muy mal lugar tras estas revelaciones.

Naturalmente, se trata de una presión controlada, y por eso el NYT dedica buena parte de su artículo a explicar y justificar por qué el ejército israelí y sus servicios de inteligencia no se tomaron en serio los planes de Hamás. Se trata de forzar a Netanyahu a dar una salida aceptable al resto de peones del imperialismo en la zona y no de fomentar en el interior de Israel una ola de protestas capaz de echar abajo al Gobierno y de poner incluso en jaque a la cúpula militar, una cúpula que, no lo olvidemos, dispone de armamento nuclear.

El horror que hoy se vive en Gaza nos muestra una barbarie que se extiende y se reproducirá nuevamente en cualquier otro escenario, si no derrocamos el orden capitalista internacional.

[1] Israel Conocía el Plan de Ataque de Hamás Más de un Año


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