CAPÍTULO III

Dieterich y el materialismo histórico 

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¿Qué es el materialismo histórico?

 

El materialismo histórico parte de la premisa de que el motivo principal para el desarrollo histórico es, en último análisis, el desarrollo de las fuerzas productivas –es decir, el poder de la humanidad sobre la naturaleza–. Desde el principio, los hombres y las mujeres han tenido que luchar para sobrevivir, para cubrir sus necesidades básicas: comida, vestido y cobijo. La diferencia fundamental que separa a los humanos de otros animales es el modo en el que hacemos esto: a través de la manufactura y el empleo de herramientas. En Del socialismo utópico al socialismo científico, Engels nos ofrece un breve esbozo de los principios básicos del materialismo histórico:

 

“La concepción materialista de la historia parte de la tesis de que la producción, y tras ella el cambio de sus productos, es la base de todo orden social; de que en todas las sociedades que desfilan por la historia, la distribución de los productos, y junto a ella la división social de los hombres en clases o estamentos, es determinada por lo que la sociedad produce y cómo lo produce y por el modo de cambiar sus productos. Según eso, las últimas causas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna ni de la eterna justicia, sino en las transformaciones operadas en el modo de producción y de cambio”. (Federico Engels. Del socialismo utópico al socialismo científico. Madrid. Ricardo Aguilera Editor. 1968. p. 64)

 

Ésta es una expresión más elaborada de ideas desarrolladas mucho antes, en La ideología alemana, donde Marx escribe: “La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estadio que cabe constatar es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su relación con el resto de la naturaleza. (…) Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material”. (Carlos Marx y Federico Engels. Feuerbach, oposición entre las concepciones materialista e idealista. I Capítulo de La ideología alemana. Madrid. Fundación Federico Engels. 2006. pp. 65-66).

 

La viabilidad de una formación socioeconómica dada depende, en último análisis, de su capacidad para garantizar estas cosas. Esta proposición es tan obvia que no admite contradicción alguna. Todo depende de esta actividad productiva. El modo de producción e intercambio ha variado muchas veces a lo largo de la historia. Con cada cambio ha habido una revolución en las relaciones sociales. La formulación más clara de Marx al respecto se encuentra en el prefacio de 1859 a su libro Una contribución a la crítica de la economía política. Para que los hombres y mujeres sean capaces de pensar y desarrollar su intelecto, escribir poesía o filosofía, inventar religiones o pintar cuadros, deben primero producir la comida suficiente, construir las moradas suficientes y disponer de ropa y calzado suficientes.

 

En los famosos diálogos de Platón nos encontramos con el filósofo Sócrates, que se pasa el día sentado en el Ágora de Atenas, parando a los viandantes y preguntándoles cuestiones como: “¿Qué significa lo Bueno?” Lo que nosotros preguntamos es lo siguiente: para que Sócrates pudiera hacer esto, debió de haber alguien que le alimentara, le vistiera, le calzara y pusiera un techo sobre su cabeza; ¿quién era este "alguien"? La respuesta es: los esclavos, cuyo trabajo producía la mayor parte de los bienes que los atenienses consumían. La base de la democracia ateniense, el arte, la arquitectura, la escultura y la filosofía era el trabajo de los esclavos, quienes vivían una vida de sufrimiento, no tenían ningún tipo de derechos y ni siquiera eran considerados seres humanos.

 

Una caricatura mecánica

 

Muy a menudo se intenta desacreditar el marxismo recurriendo a caricaturizar su método de análisis histórico. No hay nada más fácil que levantar un espantapájaros para luego derrumbarlo. La distorsión habitual consiste en afirmar que Marx y Engels redujeron todo a lo económico. Este absurdo fue contestado muchas veces por Marx y Engels, como en el siguiente fragmento de una carta de Engels a Bloch:

 

“Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda”. (Federico Engels. Obras Escogidas. Vol. III. Moscú. Editorial Progreso. 1981. p. 514. El subrayado en el original)

 

El materialismo histórico no tiene nada en común con el fatalismo. No estamos predestinados, ni por dioses ni por el desarrollo de las fuerzas productivas. Los hombres y las mujeres no son meros títeres a expensas de ciegas “fuerzas históricas”. Pero tampoco son enteramente libres, capaces de dar forma a su destino independientemente de las condiciones existentes, impuestas por el nivel de desarrollo económico, científico y técnico, que, en última instancia, determina si el sistema socioeconómico es viable o no. En El 18 Brumario de Luís Bonaparte, Marx explica:

 

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. (Carlos Marx. El 18 Brumario de Luís Bonaparte. Madrid. Fundación Federico Engels. 2003. p. 13)

 

Más tarde Engels expresó la misma idea de una forma diferente: “Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios con la conciencia y la voluntad de lo que hacen; y la resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la historia”. (Federico Engels. Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Madrid. Fundación Federico Engels. 2006. p. 43.)

 

Opuesto a las ideas del socialismo utópico de Robert Owen, Saint-Simon y Fourier, el marxismo se basa en una visión científica del socialismo. El marxismo explica que la clave del desarrollo de toda sociedad es el desarrollo de sus fuerzas productivas: trabajo, industria, agricultura, técnica y ciencia. Cada nuevo sistema social –esclavitud, feudalismo y capitalismo– ha servido para llevar adelante a la sociedad a través del desarrollo de las fuerzas productivas.

 

Los periodos históricos

 

El prolongado periodo del comunismo primitivo, la más temprana fase de desarrollo para la humanidad, donde las clases, la propiedad privada y el Estado no existían, dio paso a la sociedad de clases tan pronto como nuestros antepasados fueron capaces de producir un excedente por encima de lo necesario para sobrevivir. En este punto, la división de la sociedad en clases se convirtió en una posibilidad económica. En las grandes escalas de la historia, la emergencia de una sociedad de clases fue un fenómeno revolucionario, en tanto en cuanto liberó a una sección privilegiada de la población –las clases dominantes– de la carga directa del trabajo, permitiéndoles el tiempo necesario para desarrollar el arte, la ciencia y la cultura. La sociedad de clases, a pesar de su explotación despiadada y de las desigualdades, fue el camino que la humanidad debió de tomar si había de construir los necesarios prerrequisitos materiales para una futura sociedad sin clases.

 

En cierto sentido, una sociedad socialista es un retorno al comunismo primitivo pero en un nivel productivo infinitamente superior. Antes de imaginar una sociedad sin clases, todas las contradicciones de la sociedad de clases, especialmente las desigualdades y la escasez, tendrían que ser abolidas. Sería absurdo hablar de la abolición de las clases cuando la desigualdad, la escasez y la lucha por la existencia prevalecen. Sería una contradicción en términos. El socialismo sólo puede aparecer en un cierto estadio de la evolución de la sociedad, a un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.

 

En contraste con los socialistas utópicos de principios del siglo XIX, quienes consideraban el socialismo como una cuestión moral, algo que podría ser introducido por gente ilustrada en cualquier momento de la historia, Marx y Engels lo vieron como algo enraizado en el desarrollo de la sociedad. La precondición para tal sociedad sin clases es un desarrollo de las fuerzas de producción por el cual la superabundancia resulta posible. Para Marx y Engels, ésta es la tarea de la economía socialista planificada. Para el marxismo, la misión histórica del capitalismo –el más alto estadio de la sociedad de clases– era proporcionar la base material a escala mundial para el socialismo y la abolición de las clases. El socialismo no era simplemente una buena idea, sino el siguiente estadio de la sociedad.

 

No es posible para la sociedad saltar directamente del capitalismo a una sociedad sin clases. La herencia cultural y material de la sociedad capitalista es inadecuada para ello. Hay demasiada escasez y desigualdad que no puede ser superada inmediatamente. Después de la revolución socialista, deberá haber un periodo de transición que preparará el terreno para la superabundancia y la sociedad sin clases.

 

Marx llamó a este primer estadio de la nueva sociedad “el estadio inferior del comunismo” en oposición “al estadio superior del comunismo”, donde los últimos residuos de desigualdad material desparecerían. En ese sentido, el socialismo y el comunismo han sido asociados, respectivamente, a los estadios “inferior” y “superior” de la nueva sociedad. Al describir el estadio inferior del comunismo, Marx escribe: “De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede”. (Carlos Marx. Crítica al programa de Gotha. Madrid. Fundación Federico Engels. 2004. p. 27. El subrayado en el original.)

 

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista”, escribe Marx, “media el periodo de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este periodo corresponde también un periodo político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”. Como todos los grandes teóricos marxistas han explicado, la tarea de la revolución socialista es llevar a la clase trabajadora al poder y aplastar a la vieja maquinaria del Estado capitalista, que es el órgano represivo diseñado para mantener subyugada a la clase obrera. Marx explicó que este Estado capitalista, junto a su burocracia estatal, no puede servir los intereses del nuevo poder. Hay que deshacerse de él. Sin embargo, el nuevo Estado creado por la clase trabajadora sería diferente del de todos los Estados previos en la historia, un “semi-Estado” diseñado de tal forma que estaba destinado a desaparecer.

 

Sin embargo, para Marx –y éste es un punto crucial– este estadio inferior del comunismo se situaría desde el principio en un nivel superior, en términos de su desarrollo económico, que el más avanzado y desarrollado capitalismo. ¿Y por qué es esto tan importante? Porque sin un desarrollo masivo de las fuerzas productivas, la escasez prevalecería y, con ella, la lucha por la existencia. Como Marx explicó, esa situación supondría un peligro de degeneración: “Este desarrollo de las fuerzas productivas [del comunismo] constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior”. (Carlos Marx y Federico Engels. La ideología alemana. Barcelona. L’Eina Editorial. 1988. p. 32)

 

El nuevo proyecto histórico

 

Éstas, en líneas generales, son las principales proposiciones de la visión marxista de la historia. ¿Qué es lo que nuestro Heinz tiene que decir sobre esto? Con pompa ceremonial el camarada Dieterich anuncia a los lectores de Junge Welt el final del capitalismo global y el amanecer del Nuevo Proyecto Histórico:

 

“El primer ciclo de vida de la sociedad moderna está llegando a su fin. Por más de doscientos años, desde la Revolución Francesa (1789) hasta la actualidad, el género humano ha transitado por las dos grandes vías de evolución que tenía a su disposición: el capitalismo y el socialismo histórico (realmente existente).

 

“Ninguno de los dos ha logrado resolver los apremiantes problemas de la humanidad, entre ellos: la pobreza, el hambre, la explotación y la opresión de tipo económico, sexista y racista; la destrucción de la naturaleza y la ausencia de la democracia real participativa. Lo que caracteriza nuestra época es, por lo tanto, el agotamiento de los proyectos sociales de la burguesía y del proletariado histórico, y la apertura de la sociedad global hacia una nueva civilización: la democracia participativa”. (Heinz Dieterich. Socialismo del siglo XXI. p. 9. El subrayado es mío)

 

¡Aquí lo tenemos! Durante los últimos 200 años (al menos) la raza humana ha languidecido bajo la ilusión de que las únicas alternativas que se le presentaban eran el capitalismo o el socialismo histórico. Éste último, comúnmente conocido como marxismo, ha fallado, como vimos con el colapso de la Unión Soviética. Heinz es demasiado culto para decir esto en pocas palabras, pero es lo que realmente piensa. Por tanto, ya era hora de echar por la borda las viejas ideas del socialismo histórico para recibir con los brazos abiertos las nuevas y originales ideas del socialismo del siglo XXI y el Nuevo Proyecto Histórico, salido de la sesera de Heinz Dieterich, como Minerva salió de la cabeza de Júpiter.

 

Dieterich empieza más o menos bien. Después de todo, no es muy difícil denunciar las tragedias del capitalismo, aunque es algo más difícil decir cómo remediarlas. Produce, sin embargo, algunas estadísticas útiles sobre desigualdad:

 

“En todo el mundo se necesitan productos y servicios de todo tipo urgentemente, pero a pesar de ello, en Europa occidental 35 millones de personas están sin empleo; en el mundo son 820 millones, casi un tercio de las personas en edad productiva. Y las corrientes globales de capital que se concentran crecientemente, no crean nuevos empleos ni valores materiales; ya no están enfocadas hacia la ganancia, sino únicamente a generar intereses. El volumen de los flujos de capital se ha multiplicado por diez en los últimos seis años. Ahora, más de un billón de dólares cambia de propietario cada año –sólo el uno por ciento de esta cantidad (diez mil millones diarios) para las transacciones del comercio mundial– el noventa y nueve por ciento de las transacciones monetarias son netamente especulativas”. (Ibíd., pp. 44-45.)

 

Nos informa también de que 600 millones de personas han muerto de hambre desde 1945, y que 44 millones de personas en la Unión Europea viven en la pobreza (el 14 por ciento de la población), de que en los Estados Unidos la figura correspondiente es del 10 por ciento para blancos y del 31 por ciento para los negros; de que los ricos en los Estados Unidos se hacen más ricos cada día, y de que en ese país los ingresos del 20 por ciento más rico de la población se han incrementado en un 62 por ciento en los últimos 10 años, mientras que los ingresos del 20 por ciento más pobre han caído en un 14 por ciento. Todo esto es cierto. La cuestión es: ¿qué hay que hacer? Introducir el socialismo, obviamente. En esto estamos de acuerdo. Pero entonces surge una nueva pregunta: ¿qué tipo de socialismo? Y aquí inmediatamente aparecen las diferencias. Desde el principio ha levantado bien alto su bandera: en definitiva, el problema que la humanidad ha enfrentado en los últimos 10.000 años es el intercambio desigual.

 

“La marcha triunfal del valor de cambio por la historia, dinamizada hace siete mil años con el paso del trueque al comercio, para después avanzar sobre hecatombes de víctimas del 'progreso' de la civilización, se acerca a su fin. En su última etapa, desde hace doscientos años, el capitalismo moderno ha revolucionado incesantemente las fuerzas productivas y las relaciones sociales. Pero no paró ahí. Generó la correspondencia antropológica que requería su modo de producción: el ser humano, funcional a sus intereses, como productor de mercancías y realizador de la plusvalía”.

 

“El más preciado don de la humanidad, la razón, está siendo despojado de todos los elementos críticos, para quedar en un estado puramente instrumental. Por más criminales y amorales que sean los fines, la razón instrumental está a su servicio, con la única función de aportar los medios: desde el robo cotidiano de la plusvalía del trabajador, hasta la matanza científica de los opositores en el inframundo de la aldea global. La ética de la convivencia cívica y solidaria ha sido desplazada por la moral del más fuerte, que justifica la agonía de la mitad del género humano, en aras de su 'incapacidad' para competir en el moderno circo romano que es el mercado mundial”. (Ibíd., pp. 62-63.)

 

Dieterich se refiere a las transformaciones históricas como “proyectos”, es decir, define los grandes cambios históricos en términos de ideología, poniendo la historia patas arriba. Este es precisamente el método opuesto al materialismo histórico de Marx. El materialismo histórico no explica la evolución de la humanidad en términos de las ideas de hombres y mujeres, sino que más bien explica la evolución de las ideas en relación a procesos objetivos que tienen lugar en las fuerzas productivas y las relaciones de propiedad que se desarrollan independientemente de la consciencia y voluntad humanas. Esto está muy claramente explicado en uno de las obras decisivas del materialismo histórico, Contribución a la crítica de la economía política, donde Marx explica la relación entre las fuerzas productivas y la superestructura.

 

“En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. (…) El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. (Federico Engels. Recensión de la Contribución de la economía política. Apéndice Contribución a la crítica de la economía política de Carlos Marx. Madrid. Editorial Comunicación. 1978. p. 259. El subrayado es mío.)

 

Más adelante, en la misma obra, escribe: “Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo”. (Carlos Marx. Prólogo a Contribución a la crítica de la economía política. Madrid. Editorial Comunicación. 1978. p. 43.)

 

Esto es justamente lo que Heinz Dieterich no hace. Es completamente falso y acientífico referirse al capitalismo, el feudalismo y las sociedades esclavistas como a un “proyecto histórico”. No fueron las ideas, planes y proyectos de las clases dominantes las que trajeron el cambio a la sociedad, sino que los profundos cambios en la sociedad en ciertos momentos encontraron en las mentes de hombres y mujeres una expresión confusa y deformada.

 

Una visión sentimental de la historia

 

En la cita anterior hemos apreciado cómo Heinz puede enfurecerse y despotricar contra los males del capitalismo, cómo puede lloriquear y quejarse de la falta de ética y el robo, pero no hay ni un solo átomo de análisis científico en ese pasaje entero. En vez de eso, tenemos retórica sentimental y confusión teórica. Empieza por establecer su visión acientífica que divide toda la historia de la humanidad en dos periodos: antes y después de la producción de valores de cambio. Dado que el único sistema socioeconómico que se basa en la producción de valores de cambio es el capitalismo, que, como el propio camarada Dieterich señala, sólo ha existido en los últimos 200 años, todo esto es claramente erróneo.

 

Con su retórica sobre "hecatombes de víctimas del 'progreso' de la civilización", el camarada Dieterich desea levantar la indignación del lector y puede que, incluso, lo logre. Pero es imposible llegar a una comprensión racional de la historia humana desde una posición puramente moralista y sentimental. Ciertamente, ha habido hecatombes de víctimas de las sociedades de clases en los últimos 6.000 años, y más. Pero, ¿hemos de deducir de este hecho que no ha habido progreso alguno en todo este periodo? Tal visión entraría en confrontación directa con el marxismo. Es meramente una repetición de la posición de Edward Gibbon, quien en el siglo XVIII mantenía que la historia es: “poco más que un registro de los crímenes, disparates e infortunios de la humanidad”.

 

A diferencia de Dieterich, el autor de La historia de la decadencia y caída del imperio romano era un excelente escritor y un historiador muy bueno. Sin embargo, Gibbon escribía en un tiempo en el cual el materialismo histórico no había sido todavía desarrollado. No era consciente de las principales fuerzas motrices de la historia y, particularmente, no apreciaba el papel de los factores económicos. Estaba bajo la influencia de las ideas racionalistas de la Ilustración francesa. Era, por tanto, normal que Gibbon enfocara la historia desde una posición moralista e idealista. Aún se puede aprender mucho de los escritos de Gibbon, pero este enfoque de la historia estaba condicionado por las limitaciones de su tiempo y presentaba, por tanto, sólo una cara de la moneda.

 

Desde el momento en que Dieterich coloca la palabra progreso entre comillas se puede deducir que no piensa que haya habido algún progreso en los últimos 6.000 años. ¿No hubo avance alguno al pasar del arado de madera y el carro de bronce a la ciencia informática y la investigación sobre las células madre? Algunos intelectuales de clase media responderán a esta cuestión con la negativa. Se emocionan con los “buenos y viejos tiempos”, cuando los hombres y las mujeres trabajaban la tierra de sol a sol, dedicados a la agricultura de subsistencia y tareas agotadoras, viviendo de poco más que de pan y cerveza, y durmiendo en humeantes chozas sin las más mínimas medidas higiénicas. Luego vuelven a sus cómodos pisos de clase media, beben su ginebra con tónica y duermen a pierna suelta en dormitorios con aire acondicionado.

 

Los marxistas no enfocamos la historia desde una posición sentimental y moralista. Toda la historia ha sido una larga y ardua lucha de hombres y mujeres para elevarse por encima del nivel animal y convertirse en lo que siempre eran potencialmente: seres humanos libres. La condición previa para esto es la satisfacción de todas las necesidades humanas, de modo que los hombres y las mujeres cesen de ser esclavos de sus propios requerimientos materiales. Esto sólo se puede lograr cuando la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología alcancen un nivel de desarrollo suficiente que permita satisfacer todas las necesidades. Por tanto, el desarrollo de las fuerzas productivas es la llave de todo el progreso humano, cultura y civilización. Quien no entienda esta verdad elemental estará siempre condenado a un enfoque filisteo de la historia.

 

El marxismo encuentra en el desarrollo de las fuerzas productivas, la construcción y creación de maquinaria, puentes, factorías, escuelas, universidades, carreteras, ferrocarriles y el desarrollo de la ciencia, la técnica y las habilidades, la clave para el desarrollo de la sociedad y de la lucha de clases por el excedente producido por el trabajo de la clase trabajadora. Vivimos en un periodo en el que el capitalismo ha demostrado ser incapaz de seguir desarrollando la sociedad. Esa es la premisa fundamental para la revolución socialista.

 

Hace más de 2.000 años, el gran filósofo griego Aristóteles escribió en su libro Metafísica: "Pues la filosofía apareció sólo cuando las necesidades básicas y las comodidades físicas y mentales habían sido satisfechas”. (Aristóteles, Metafísica, p. 55, Everyman’s Library, 1961.) La cultura y la civilización comienzan cuando el suficiente excedente es producido para liberar a, por lo menos, una sección de la sociedad de la necesidad de trabajar. Aristóteles también señala que las matemáticas y la astronomía surgieron originalmente en Egipto porque los sacerdotes no tenían que trabajar. Sin embargo, el desarrollo de las fuerzas productivas permaneció todavía a un nivel relativamente bajo. El excedente producido por el trabajo de los campesinos no era suficiente para liberar a todo el mundo de lo que la Biblia describe como la maldición del trabajo. Así, a lo largo de la historia, la cultura ha sido monopolizada por una minoría privilegiada. La estrecha base de producción social no permitía nada más. Por eso, el socialismo era materialmente imposible en el pasado. Es cierto que incluso hace 2.000 años había gente que defendía ideas comunistas, pero como la base material para el socialismo estaba ausente, sus ideas tenían necesariamente un carácter utópico y fantástico.

 

Engels señala que en cualquier sociedad donde el arte, la ciencia y el gobierno estén en manos de una minoría, esa minoría usará y abusará de su posición para su propio interés. Y esta tiene que ser la situación en tanto en cuanto el desarrollo de las fuerzas productivas permanezca en un nivel bajo. Sin embargo, durante los últimos 6.000 años ha habido un desarrollo casi continuo de las fuerzas productivas, aunque este fuera alcanzado por los métodos más brutales de explotación y opresión sobre la mayoría. Es posible indignarse ante la esclavitud, un sistema monstruoso e inhumano. Pero ha de reconocerse que toda nuestra cultura, ciencia y civilización vienen de las antiguas Roma y Grecia, cuya base era el trabajo de los esclavos. De la misma manera, el capitalismo entró en la escena de la historia exudando sangre por todos los poros. A pesar de ello, en pos de su propio beneficio, los capitalistas desarrollaron los medios de producción y, por tanto, inconscientemente sentaron las bases para una nueva fase cualitativamente superior del desarrollo humano: el socialismo.

 

Heinz Dieterich también se enfurece y despotrica contra la forma en la que el capitalismo explota a los trabajadores, a quienes describe como “el ser humano, funcional para sus intereses en cuanto productor y realizador de plusvalía”. “El don más precioso de la humanidad, la razón, está siendo desnudada de todo elemento crítico, para permanecer en un estado puramente instrumental”. Esto es “criminal” y “amoral” nos informa. Más aún, el capitalista no es nada más que un vulgar ladrón que perpetra un “robo diario de la plusvalía del trabajador”. La indignación moral del camarada Dieterich no conoce límites. Pero una vez más, aquí su análisis es defectuoso. Su “más preciado don, la razón”, ha sido de tal manera desnudada de sus elementos críticos que Heinz confunde a Marx con Proudhon.

 

Fue Proudhon, el precursor del anarquismo, quien afirmó que “la propiedad es un robo”, un argumento que Marx rechazó de plano. Tal afirmación puede ser útil como una proclama para la agitación, pero está completamente vacía de contenido científico. Marx respondió extensivamente a Proudhon en uno de sus primeros escritos, La miseria de la filosofía. O el camarada Dieterich no ha leído nunca esta obra o, como ocurre con el 99 por ciento de las obras de Marx, considera que ésta ha sido también superada por las teorías del Socialismo del Siglo XXI. Pero antes de considerar con más detalle esta notable y novedosa teoría, es necesario explicar brevemente esas ideas marxistas que, debido a las reveladoras nuevas teorías de Peters y Dieterich, son ahora supuestamente redundantes.

 

Sobre los 'proyectos históricos'

 

La concepción de la Historia de Peters y Dieterich no tiene nada en común con la posición del materialismo histórico. De una manera completamente acientífica, dividen toda la historia en dos compartimentos: el primer estadio, cuando supuestamente existía “el intercambio de equivalencias” (a través del trueque), y el resto de la historia, comenzando hace unos 12.000 años aproximadamente, desde cuando ha existido “intercambio desigual”. Trataremos de las teorías económicas de Dieterich y Peters en las siguientes dos secciones. Por el momento, nos limitaremos a la siguiente observación: la apropiación de excedente creado por la población trabajadora ha existido durante los últimos 10.000 a 12.000 años. Pero la manera en la que este excedente ha sido apropiado por una clase determinada y sobre la base de unas relaciones de propiedad determinadas ha cambiado muchas veces. Ésta no es una cuestión baladí, como Peters y Dieterich imaginan. Las leyes que mueven el capitalismo no son las mismas que las de la sociedad feudal o esclavista. El descubrimiento de estas leyes puede realizarse sólo a través de un análisis de las características concretas de cada sistema.

 

En La ideología alemana, Marx expone cuatro fases en el desarrollo de la sociedad y los medios de producción (excluyendo la etapa inicial de comunismo primitivo tribal): El modo de producción asiático, la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo. ¿Fue llevada a cabo la transición del comunismo primitivo tribal hacia la sociedad de clases por la decisión consciente de los jefes y sus bandas guerreras en el periodo neolítico? ¿Hubo algún Heinz Dieterich de la edad de piedra que persuadiera a nuestros ancestros de que cesaran de cazar pacíficos mamuts y osos de las cavernas y se convirtieran en vegetarianos? Basta con situar la cuestión en el terreno de lo concreto para darse cuenta de su carácter absurdamente idealista y ridículo.

 

Nosotros estamos más bien inclinados a buscar una explicación materialista, basada en los cambios climáticos que cambiaron la pauta migratoria de las manadas de animales salvajes y provocaron escasez de caza, forzando a la gente a depender más y más de productos silvestres, que gradualmente aprendieron a cultivar. El cultivo de cereales les llevó a adoptar una existencia sedentaria, creando los primeros asentamientos permanentes, de los que surgieron los primeros pueblos y ciudades. Esta es la base de lo que Gordon Childe ha llamado la revolución neolítica, probablemente la revolución más importante de toda la historia de la humanidad.

 

¿Es posible argumentar que la esclavitud fue el resultado del “proyecto histórico” de la clase dominante romana? En absoluto, el Estado romano se formó como consecuencia de una larga serie de guerras, primero con las tribus latinas vecinas y luego, más decisivamente, en las guerras con Cartago, una civilización más avanzada. La economía esclavista nació de las circunstancias concretas de esos tiempos. Estas guerras, como todas las otras guerras de ese periodo, dieron como resultado la captura de vastas cantidades de presos, que inflaron el colectivo de esclavos dedicados al trabajo en las minas y los grandes latifundios romanos.

 

Por citar sólo un ejemplo, cuando Tiberio Sempronio Graco asaltó Cerdeña, tomó cautivas a 80.000 personas, a quienes vendió en el mercado de esclavos de Roma, donde la expresión “tan barato como un sardo” se hizo popular. Este constante flujo de esclavos a bajo precio jugó un papel fundamental para estimular la economía esclavista. El trabajo esclavista tiene una contradicción fundamental: la productividad de un esclavo es muy baja, por razones obvias, y sólo resulta rentable si se emplea a escala masiva. Puesto que los esclavos no se reproducen en número suficiente, la constante reproducción de la mano de obra esclava sólo puede conseguirse a través de guerras u otros medios violentos. Desde ese momento, las guerras emprendidas por Roma a menudo tomaron el carácter de cacerías de esclavos a gran escala. La guerra era un elemento necesario en la economía esclavista romana.

 

La extensión del trabajo esclavista no sólo destruyó la clase de campesinos libres, también degradó el valor del trabajo libre en general, reduciendo a los proletarios libres al mismo nivel de miseria que los propios esclavos. Por otra parte, una nueva clase de capitalistas romanos surgió puramente en base al dinero y la economía esclavista. Estos eran los "jinetes" o equites –quienes poco a poco apartaron a la vieja nobleza de los patricios y estaban en contienda permanente con estos últimos por el poder político–. Todos estos factores crearon graves antagonismos clasistas en el seno de la República Romana, llevando a una guerra feroz entre las clases.

 

Feudalismo

 

¿Quizás el feudalismo se implantó en Europa como resultado del “proyecto histórico” de Atila rey de los Hunos? No, aunque sea triste decirlo, a las tribus bárbaras que conquistaron Europa como resultado de la caída del Imperio Romano no les guiaba ningún proyecto histórico, a menos que quemar ciudades, saquear y violar constituyera tal proyecto. Es cierto que sus acciones contribuyeron a acelerar la desintegración de un sistema socioeconómico que estaba ya en un avanzado estado de decadencia. Hacía tiempo que la economía esclavista se había agotado, hasta el punto de que la mayoría de los hacendados romanos había “liberado” a sus esclavos, convirtiéndoles en muchos casos en coloni ligados a la tierra. Este fue el embrión del vasallaje y el sistema feudal, perfeccionado posteriormente por los bárbaros, quienes erigieron una sociedad agrícola sobre las ruinas del Imperio Romano. Pero nada de esto fue el resultado de un plan consciente.

 

¿Es posible hablar de un proyecto para el capitalismo en el periodo de decadencia del feudalismo en Europa, desde la segunda mitad del siglo XIV? ¿Poseía la burguesía en el periodo de su ascensión un proyecto histórico? Vamos a ver. Las burguesías inglesa y holandesa de los siglos XVI y XVII tenían lo que podría ser descrito como tal proyecto. ¿En qué consistía ese proyecto? Estaba basado en la religión y básicamente planteaba la perspectiva de la creación del reino de Dios en la tierra. Este “proyecto” tuvo mucho éxito a la hora de inspirar a amplias masas a luchar contra la vieja sociedad feudal y su ideología que, dadas las circunstancias, asumió un pelaje religioso. La Iglesia Católica Romana constituyó un baluarte poderoso contra el cambio y fue uno de los apoyos más importantes que encontró el orden feudal. Una de las primeras tareas de la naciente burguesía fue, por tanto, criticar y desenmascarar a la Iglesia. Esto se consiguió con Lutero, Calvino y otros defensores del Protestantismo.

 

En su esencia, la Reforma representa una lucha ideológica entre la burguesía y el viejo orden feudal. Pero este contenido de clase no era en absoluto evidente en aquellos tiempos y no es acertado suponer que la burguesía tenía un plan consciente para tomar el poder y remplazar al feudalismo por el capitalismo. Creían de verdad que estaban luchando por principios religiosos fundamentales, por las almas inmortales de los hombres y las mujeres, por el derecho de todo individuo a rendir culto como escogiera, sin la interferencia de sacerdotes y obispos. Debemos distinguir cuidadosamente entre los auténticos intereses de clase detrás de las grandes batallas revolucionarias de los siglos XVI y XVII en Europa y las formas ideológicas a través de las cuales estas luchas eran reflejadas en las mentes de los hombres y las mujeres de la época.

 

¿Cuál es la diferencia central entre las doctrinas protestante y católica? Es la diferencia entre la salvación a través de la fe y la salvación a través de las obras. La Iglesia de Roma enseñaba que incluso el mayor de los pecadores podía reducir su periodo en el purgatorio comprando perdones papales. Esta era una doctrina altamente conveniente, especialmente para los ricos señores feudales, quienes, después de una vida de libertinaje, podían obtener la salvación dejando sus riquezas a la Iglesia. Era aún más conveniente para la Iglesia, que gracias a ella se enriqueció enormemente.

 

La religión católica estaba firmemente enraizada en el modo de producción feudal, basado en la propiedad de la tierra y la servidumbre. El trabajo de los siervos proveía a los señores feudales de riqueza y privilegios. El terrateniente no necesitaba reinvertir en nueva maquinaria o tecnología moderna por la misma razón que en Roma los dueños de esclavos no necesitaban invertir en artefactos que ahorraran trabajo. Como los esclavos, los siervos eran forzados a prestar sus servicios gratis, trabajando en las tierras del señor por cierto número de días al año. El único uso que el señor daba a la riqueza extraída de sus siervos era relucir a través de imponentes manifestaciones de lujo, joyas, vestidos caros, etc. Podía permitirse también algo de generosidad, organizando fiestas y dando limosna a los pobres. Cuando moría, podía incluso legar generosas sumas a la Iglesia para que se rezaran oraciones por su alma durante generaciones o se le dedicara una iglesia o una catedral. No es ningún accidente que la Baja Edad Media en Europa estuviera marcada por un auge en la construcción de iglesias de un lujo esplendoroso.

 

La burguesía en el periodo de su ascenso revolucionario (contrariamente a lo que ocurre ahora) despreciaba toda muestra de ostentación pública, incluyendo (sobre todo) la ostentación de la Iglesia. Las escrituras dicen: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, ahí estoy en medio de ellos”. (Mateo 18:20). La palabra griega ekklesia, de la que viene la palabra eclesiástico, no hacía referencia a un edificio, sino a una reunión. Por tanto, para los protestantes la construcción de enormes catedrales no era sólo un pecado, al malgastar el dinero, sino también una blasfemia. Sólo hemos de comparar el estilo de vida de la aristocracia feudal a la moralidad de la naciente burguesía en la fase de lo que Marx llamó la Acumulación Primitiva de Capital. El burgués medio vivía frugalmente, ahorrando cada moneda con el sólo propósito de su acumulación. Los burgueses y sus familias de aquellos tiempos vestían simples ropas negras. En la Holanda calvinista, después de la victoria de la primera revolución burguesa, toda manifestación de lujo fue prohibida. Esta austeridad puede apreciarse claramente en las pinturas de la época.

 

Frente a la doctrina eclesiástica de la salvación por las obras, la burguesía contrapuso la salvación por la fe. Esto significaba que cualquiera que creyera en Jesucristo podía esperar ser salvado. Esto era mucho más barato que la alternativa, y mucho más eficaz. Mi fe no me cuesta nada, mientras que la caridad y otras “buenas obras” pueden hacerme un buen agujero en el bolsillo. Los protestantes se opusieron al clero, insistiendo en que todo cristiano podía tener acceso directo a Dios a través de la Palabra Revelada, es decir, la Biblia. Ésta era una idea muy revolucionaria. Asestó un terrible golpe a todo el edificio de la Iglesia y, por tanto, a todo el orden feudal.

 

Dado que la Biblia contiene muchas ideas revolucionarias, denuncias a los ricos y demás, la Iglesia no permitía que los hombres y las mujeres de a pie tuvieran acceso directo a ella. Sólo los sacerdotes podían explicar sus contenidos al pueblo, y para erigir un muro inquebrantable entre la Biblia y el pueblo, ésta sólo estaba disponible en latín. Aquellos que intentaron traducirla a otras lenguas vernáculas fueron encarcelados y quemados en la hoguera (William Tyndall, que tradujo la Biblia al inglés en el siglo XVI, fue ejecutado). Cuando Martín Lutero ofreció la Biblia al pueblo alemán en su propio idioma, encendió la llama que prendió la Reforma y la Guerra Campesina.

 

La revolución inglesa

 

No satisfecho con la afirmación (enteramente falsa) de que el socialismo no es posible a menos que todo el mundo acepte su Nuevo Proyecto Histórico, Dieterich quiere también infligir a todas las revoluciones del pasado su irrisorio esquema. Así, si aceptamos que el revolucionario “debe poseer un plan con un nuevo modo de producción y una nueva superestructura” para alcanzar el éxito, se sigue que Oliver Cromwell debió de haber tenido tal plan antes de tomar el poder. En otras palabras, debió de haber poseído su equivalente NHP para el siglo XVII, y Cromwell, como Jesucristo, debió haber sido también un moderado reformista social –justo como Heinz–.

 

En el siglo XVII en Inglaterra, la burguesía llevó a cabo una revolución que depuso al monarca y le cortó la cabeza. No era la primera vez en la historia que un rey había sufrido tal destino. Ésta, sin embargo, fue la primera vez que un rey había sido juzgado, sentenciado y ejecutado en nombre del pueblo. ¿Cuál era el “proyecto” de Oliver Cromwell? ¿Era establecer el capitalismo en Inglaterra? No, esta idea nunca entró en la cabeza de este pequeño propietario de East Anglia. Luchaba por el derecho de todo hombre a rezar como deseara, libre de toda interferencia de los obispos.

 

En realidad, Oliver Cromwell no tenía plan alguno ni para la superestructura ni para la economía. Y si lo tuvo, debió de mantenerlo muy en secreto, ya que no hay ninguna mención de tal plan en su voluminosa correspondencia y en sus numerosos discursos. Cualquiera que sepa algo sobre Cromwell, por mínimo que sea, sabe que su mayor motivación era religiosa. Sabemos que las luchas religiosas de los siglos XVI y XVII eran la expresión exterior de conflictos de clase más profundos, y que el significado histórico interior de estas luchas sólo podía encontrarse en la ascensión de la burguesía y las nuevas relaciones de producción (capitalistas). Pero atribuir a los líderes de tales luchas una conciencia previa de estos hechos es una majadería.

 

Uno puede decir que, objetivamente, Cromwell estaba sentando las bases para el dominio de la burguesía en Inglaterra. Pero para hacer esto, para limpiar del camino toda la basura monárquico-feudal, tuvo primero que apartar a un lado a la atemorizada burguesía, disolver su parlamento y apoyarse en la pequeña burguesía, los pequeños granjeros de East Anglia (de los que formaba parte), y las masas plebeyas o semiproletarias del campo y la ciudad. Si despertó la voluntad luchadora de las masas, no fue a base de planes para la superestructura y la economía, sino apelando a la Biblia, los Santos y el Reino de Dios en la Tierra. Sus soldados no entraban en batalla cantando las glorias del Nuevo Proyecto Histórico, sino himnos religiosos.

 

Este espíritu de evangelización, que fue pronto cubierto con un contenido revolucionario (a veces comunista), fue lo que inspiró a las masas a luchar con tremendo valor y entusiasmo contra las huestes de Belcebú. Pero una vez en el poder, Cromwell no pudo ir más allá de las fronteras establecidas por la historia y los límites de las fuerzas productivas de la época. Se vio obligado a volverse contra el Ala Izquierda, suprimiendo por la fuerza a los levellers, persiguiendo una política que favorecía a la burguesía y el reforzamiento de las relaciones de propiedad capitalistas en Inglaterra. Al final, Cromwell disolvió el parlamento y gobernó como dictador hasta su muerte, cuando la burguesía inglesa, temerosa de que la revolución hubiera ido demasiado lejos y de que pudiera suponer una amenaza para la propiedad, devolvió la corona a los Estuardo. Una vez más, el gobierno de la burguesía se estableció, no de acuerdo a un plan preconcebido, sino como resultado de las condiciones objetivas de producción y las relaciones de clase que surgían de estas. El resultado final no guardaba relación alguna con las intenciones subjetivas (los “proyectos”) de Cromwell y sus camaradas.

 

Las meteduras de pata de Dieterich

 

Está muy bien que Heinz sea capaz de escribir sobre los temas más diversos. Pero de un escritor científico tenemos derecho a esperar un enfoque riguroso sobre los diferentes temas de los que trata. Si esto no es así, no le consideraremos un científico, sino un charlatán pretencioso. Veamos si nuestro Heinz es tan erudito como pretende. Puesto que le encantan las listas, hagamos nosotros una lista con algunas de sus meteduras de pata. Entre las innumerables materias sobre las que escribe, está también la Revolución Inglesa del siglo XVII. En un artículo publicado en Rebelión bajo el título: ¿Existe una situación revolucionaria en América Latina? (18/04/07) nos deja, como muestra de su sabiduría, las siguientes perlas:

 

“Cromwell sustituye las tres instituciones dominantes del viejo régimen, la monarquía, el Vaticano y la aristocracia, con el parlamento, la iglesia nacional protestante y la economía de mercado desarrollista”.

 

En una sola frase encontramos un error fundamental en cada línea, y a veces más.

 

Metedura de pata número 1:

 

Oliver Cromwell, colocándose a la cabeza de la pequeña burguesía revolucionaria y las masas semiproletarias, derrocó a la monarquía, resolviendo este problema con nítida precisión al separarle a Carlos I la cabeza del cuerpo. Pero es absolutamente incorrecto que el Vaticano, es decir la Iglesia Católica de Roma, fuera una de las “tres instituciones dominantes del viejo régimen”. De hecho, el Vaticano había sido expulsado de Inglaterra antes de que naciera Cromwell, y aquel jugó un papel escaso o nulo en la Revolución Inglesa. Carlos I estaba casado con una francesa católica, pero ésta estaba obligada a practicar su religión en privado, ya que la celebración de los ritos de la Iglesia Católica estaba prohibida por la ley en Inglaterra, lo cual es una situación harto extraña si realmente fuera una de las “tres instituciones dominantes del antiguo régimen”.

 

Metedura de pata número 2:

 

Carlos I no era católico, sino protestante y, de hecho, era la cabeza de “la iglesia protestante nacional”, que, según nuestro amigo Heinz, sólo fue establecida tras su derrocamiento. De hecho, la iglesia protestante nacional (la Iglesia de Inglaterra) fue establecida por Enrique VIII, quien rompió con Roma en el siglo anterior. Como Enrique, Carlos I ostentaba el título de fidi defensor (Defensor de la Fe). ¿A qué fe se refería este título? No a la Católica Romana, sino a la Protestante (Anglicana).

 

Metedura de pata número 3:

 

El establecimiento de la Iglesia Anglicana (mucho antes de Cromwell y la Revolución Inglesa) condujo a una ruptura completa con el Vaticano. Exceptuando el breve reinado de la reina María, los agentes del Vaticano tuvieron que desarrollar sus actividades clandestinamente en Inglaterra, teniendo que recurrir a conspiraciones e intentos de asesinato contra el monarca inglés. Es verdad que el ritual de la Iglesia no cambió sustancialmente. La principal diferencia era que la Iglesia Nacional Protestante reconocía al monarca inglés como su cabeza, y no al Papa de Roma. Carlos I, como titular de la Iglesia Nacional Protestante, nombraba a los obispos, que tenían considerable poder. Esta Iglesia no fue fundada por Cromwell, a la que ni siquiera pertenecía. Pertenecía a una Iglesia Protestante más radical, la de los Independientes –llamada así precisamente porque eran independientes de la iglesia nacional establecida–.

 

Los Puritanos, quienes estaban divididos en una multiplicidad de Iglesias y sectas, que fueron precursoras de los clubes de la Revolución Francesa y de los partidos políticos modernos, tenían muchas diferencias, pero todos estaban unidos en una cosa: su total oposición a la iglesia nacional establecida, a la que correctamente veían como un instrumento en manos de la monarquía reaccionaria. El nombramiento de los obispos y la obligación de pagar a la iglesia establecida (protestante), al igual que los lujosos rituales, eran anatema para ellos. Oliver Cromwell no estableció la iglesia nacional, sino que la abolió. Esto es precisamente lo opuesto a lo que Dieterich escribe. Lo que Cromwell en realidad estableció fue la libertad individual de rezar como cada uno deseara.

 

Metedura de pata número 4:

 

La lucha entre la burguesía y el viejo régimen en Inglaterra empezó como una lucha entre el Rey y el Parlamento. Pero el Parlamento de Londres estaba dominado por los ricos mercaderes que no tenían deseo alguno de abolir la monarquía, y constantemente intentaban alcanzar un compromiso con el rey y establecer una monarquía constitucional en la que el poder estaría dividido entre la burguesía y la aristocracia representativa del viejo orden. Incluso en el siglo XVII la burguesía estaba jugando un papel contrarrevolucionario dentro de su propia revolución. La burguesía en el parlamento hacía la guerra al rey sin mucho entusiasmo, perdiendo al principio todas las batallas, hasta el punto de que parecía que el rey ganaría. Sólo cuando Cromwell y otros líderes más radicales de la pequeña burguesía revolucionaria entraron en escena, tomando el control del movimiento, empezó el campo revolucionario a ganar una batalla tras otra.

 

Vemos el mismo fenómeno en los primeros pasos de cada revolución. El ala moderada se levanta e intenta frenar a las masas, mantener la revolución dentro de los límites aceptables para la clase dominante y llegar a un compromiso. Esta es precisamente la posición de Heinz Dieterich hoy. No tenemos ninguna duda de que si nuestro amigo hubiera vivido en la Inglaterra del siglo XVII hubiera apoyado, no a Cromwell, y aún menos a las tendencias comunistas representadas por los levellers y los diggers, sino a los moderados presbiterianos del parlamento que intentaron llegar a un acuerdo con el Rey.

 

Oliver Cromwell finalmente hizo uso del ejército revolucionario para disolver el parlamento, y gobernó como dictador hasta su muerte. No es, por tanto, cierto que Cromwell “sustituyera la monarquía por el parlamento”, como Dieterich afirma. Más bien sustituyó a la monarquía y al parlamento por él mismo. Sólo después de la muerte de Cromwell, la cobarde burguesía inglesa se atrevió a restablecer el parlamento que él había abolido e invitó al último hijo del rey, Carlos Estuardo, a volver de su exilio francés para gobernar de la mano de la burguesía. Tal arreglo tampoco duró mucho. A Carlos II le sucedió Jaime, que era verdaderamente católico y estúpidamente intentó volver atrás en el tiempo. La burguesía se vio obligada a sacar a los Estuardo del trono y a invitar al holandés Guillermo de Orange a que se convirtiera en el Rey Protestante de Inglaterra, en un golpe de estado que cómicamente fue bautizado como la “revolución gloriosa”. Esto fue en 1688, cuando hacía ya algún tiempo que Cromwell había muerto. Este es el verdadero origen de la monarquía constitucional inglesa, un compromiso entre la monarquía y la burguesía del que el “experto constitucionalista” Dieterich parece ignorarlo todo.

 

Metedura de pata número 5:

 

La verdadera razón por la que Heinz Dieterich saca a colación a Oliver Cromwell no es exactamente su deseo de encontrar una verdad histórica (como hemos visto, no hay ni un solo átomo de verdad en todo su análisis de la revolución inglesa). Su verdadero motivo es escamotear su noción antimarxista y acientífica del “proyecto histórico”. La economía de mercado, a la que Dieterich se refiere, no fue inventada por Cromwell. Ya existía y, de hecho, había existido en Inglaterra durante, al menos, los últimos dos siglos en forma embrionaria. Indudablemente, la victoria de Cromwell sobre las fuerzas de la reacción aristocrática y feudal dio un impulso poderoso para el posterior desarrollo de estas tendencias capitalistas. Las brillantes victorias militares de Cromwell y sus generales, especialmente sobre Holanda, establecieron la superioridad incuestionable del poder marítimo inglés. Esto, por su parte, preparó el camino para el rápido desarrollo del comercio de ultramar y la conquista de las colonias. La victoria de los Puritanos en la Guerra Civil reforzó la agricultura capitalista en Inglaterra y una política educativa ilustrada ayudó al desarrollo de la investigación científica. Pero nada de esto fue resultado de un plan preconcebido por Cromwell o ningún otro. Fue el resultado lógico de una particular concatenación de circunstancias históricas.

 

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo lo anterior?:

 

1)      Heinz Dieterich no sabe nada sobre la Revolución Inglesa.

2)      No obstante, Heinz Dieterich escribe sobre la Revolución Inglesa.

3)      Por tanto, no es necesario saber sobre algo para escribir sobre ello.

4)      La prueba de esto se encuentra en todos los demás escritos de Heinz Dieterich.

 

La revolución francesa

 

No están mejor las cosas cuando examinamos la Revolución Francesa de 1789-93. Es cierto que la revolución fue precedida y preparada por una intensa lucha ideológica. Los mejores representantes de la ascendente burguesía francesa chocaron con las ideas, moralidad y filosofía del decadente régimen feudal-absolutista. Las ideas de los philosophes y enciclopedistas, materialistas como D’Alambert, Holbach, Diderot, y pensadores radicales como Voltaire y Rousseau representan uno de los puntos más altos de la historia de la filosofía. La crítica de las ideas y valores existentes encontró su reflejo en la literatura, notablemente en las obras de Beaumarchais. ¿Acaso aquí no podemos hablar de un proyecto histórico burgués? Hace ya mucho tiempo que esta pregunta fue respondida por Engels en Anti-Dühring:

 

“Los grandes hombres que iluminaron en Francia las cabezas para la revolución en puerta obraron ellos mismos de un modo sumamente revolucionario. No reconocieron ninguna autoridad externa, del tipo que fuera. Lo sometieron todo a la crítica más despiadada: religión, concepción de la naturaleza, sociedad, orden estatal; todo tenía que justificar su existencia ante el tribunal de la razón, o renunciar a esa existencia. El entendimiento que piensa se aplicó como única escala a todo. Era la época en la que, como dice Hegel, el mundo se puso a descansar sobre la cabeza, primero en el sentido de que la cabeza humana y las proposiciones descubiertas por su pensamiento pretendieron valer como fundamento de toda acción y toda asociación humanas; pero luego también en el sentido, más amplio, de invertir de arriba, abajo en el terreno de los hechos, la realidad que contradecía a esas proposiciones. Todas las anteriores formas de sociedad y de estado, todas las representaciones de antigua tradición, se remitieron, como irracionales, al desván de los trastos; el mundo se había regido hasta entonces por meros prejuicios; lo pasado no merecía más que compasión y desprecio. Ahora irrumpía finalmente la luz del día; a partir de aquel momento, la superstición, la injusticia, el privilegio y la opresión iban a ser expulsados por la verdad eterna, la justicia eterna, la igualdad fundada en la naturaleza y los inalienables derechos del hombre.

 

Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era nada más que el Reino de la Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó la propiedad burguesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoniano, tomó vida, y sólo pudo cobrarla, como república burguesa democrática. Los grandes pensadores del siglo XVIII, exactamente igual que todos sus predecesores, no pudieron rebasar los límites que les había puesto su propia época”. (Federico Engels. Anti-Dühring, Madrid. Editorial Grijalbo. 1977. pp. 17-18. El subrayado es mío.)

 

¿No queda la cuestión lo suficientemente clara? Engels, el materialista, explica que el “proyecto histórico” de la burguesía francesa era sólo una ilusión –de la misma forma que las ideas de la burguesía inglesa en el siglo XVII habían sido también una ilusión–. De hecho, todo periodo histórico tiene sus ilusiones –las ideas fantásticas que representan un reflejo distorsionado de las auténticas relaciones sociales en la mente de la gente–. Esto ya fue explicado por Marx y Engels en una de las primeras obras del socialismo científico, La ideología alemana.

 

“Este método histórico, que en Alemania ha llegado a imperar, y la causa de su dominio en este país, preferentemente, deben ser explicados en relación con las ilusiones de los ideólogos, en general, por ejemplo, con las ilusiones de los juristas y los políticos (incluyendo entre éstos a los estadistas prácticos), en relación con los dogmáticos ensueños y tergiversaciones de estos individuos. Estas ilusiones, ensueños e ideas tergiversadas se explican de un modo muy sencillo por la posición práctica de los mismos en la vida, por los negocios y por la división del trabajo existente”. (Carlos Marx. Feuerbach: Oposición entre las concepciones materialista e idealista. Madrid. Fundación Federico Engels. 2006. p. 103)

 

Más de 150 años después está claro que ciertos ideólogos alemanes no han conseguido liberarse todavía del punto de vista idealista que Marx y Engels ridiculizaban en esas líneas. Toda esta charlatanería acerca del “proyecto histórico” se reduce a eso.

 

Socialismo y capitalismo

 

Es enteramente falso decir que el capitalismo surgió como resultado de un plan consciente o proyecto de la burguesía. Contrariamente al socialismo, el capitalismo puede surgir espontáneamente del desarrollo de las fuerzas productivas, y así lo hace. Como sistema de producción, el capitalismo no requiere la intervención consciente de hombres y mujeres. El mercado funciona de la misma manera que un hormiguero o cualquier otro tipo de comunidad animal que se autoorganice, es decir, ciega y automáticamente. El hecho de que esto tenga lugar en forma anárquica, convulsiva y caótica, que sea extremadamente derrochadora e ineficiente y provoque los más monstruosos sufrimientos humanos, es irrelevante desde este punto de vista. El capitalismo funciona y ha estado funcionando –sin la necesidad de ningún control humano o plan– alrededor de 200 años. Para crear tal sistema, no es necesario ningún conocimiento especial. Este hecho tiene relación con la diferencia fundamental entre la revolución burguesa y la revolución socialista.

 

El socialismo es diferente al capitalismo porque, en contraposición a este último, requiere el control consciente y la administración de los procesos productivos por la propia clase trabajadora. No funciona, y no puede hacerlo, sin la intervención consciente de mujeres y hombres. La revolución socialista es cualitativamente diferente a la revolución burguesa porque sólo puede llevarse a cabo por el movimiento consciente de la clase obrera. El socialismo es democrático o no es nada. Desde el mismo principio, en el periodo transitorio entre el capitalismo y el socialismo, la administración de la industria, la sociedad y el Estado debe estar firmemente en las manos de los trabajadores. Debe haber el mayor grado de participación de las masas en el control y la administración. Sólo de esta manera es posible prevenir la ascensión de la burocracia y crear las condiciones materiales para moverse en dirección al socialismo: una formación social superior caracterizada por la total ausencia de explotación, opresión y coerción. Finalmente, llegamos a la progresiva y gradual desaparición de esa monstruosa reliquia de la barbarie, el Estado.

 

Aquí encontramos otra diferencia. Para conquistar el poder, la burguesía tuvo que movilizar a las masas contra el antiguo orden. Esto hubiera sido imposible si se hubiera declarado el propósito de establecer las condiciones necesarias para el gobierno de la renta, el interés y el beneficio empresarial. En vez de eso, la burguesía se posicionó a la cabeza como representante de toda la sufrida humanidad. En el caso de la Inglaterra del siglo XVII se suponía que luchaba por establecer el Reino de Dios en la Tierra. En la Francia del siglo XVIII la burguesía se presentaba como la digna representante del Gobierno de la Razón. Sin duda alguna, muchos de aquellos que lucharon bajo tales estandartes creían sinceramente que eran verdad. Nadie lucha contra viento y marea, arriesgándolo todo, sin esa especial motivación que nace de la convicción en la justicia de su causa. Los propósitos declarados en cada caso resultaron ser pura ilusión. El contenido real de las revoluciones inglesa y francesa era burgués y, dado el periodo histórico, no podía haber sido otra cosa. Y como el sistema capitalista funciona de la manera ya descrita, no importaba demasiado si la gente comprendía o no este funcionamiento. Sobre este tema, Trotsky escribió:

 

“Es completamente imposible buscar las causas de los fenómenos de la sociedad capitalista en la conciencia subjetiva —en las intenciones o planes— de sus miembros. Los fenómenos objetivos del capitalismo fueron formulados antes de que la ciencia comenzara a pensar seriamente sobre ellos. Hasta hoy día la mayoría preponderante de los hombres nada saben acerca de las leyes que rigen a la economía capitalista. Toda la fuerza del método de Marx reside en su acercamiento a los fenómenos económicos, no desde el punto de vista subjetivo de ciertas personas, sino desde el punto de vista objetivo del desarrollo de la sociedad en su conjunto, del mismo modo que un hombre de ciencia que estudia la naturaleza se acerca a una colmena o a un hormiguero.

 

“Para la ciencia económica lo que tiene un significado decisivo es lo que hacen los hombres y cómo lo hacen, no lo que ellos piensan con respecto a sus actos. En la base de la sociedad no se hallan la religión y la moral, sino la naturaleza y el trabajo. El método de Marx es materialista, pues va de la existencia a la conciencia y no en el orden inverso. El método de Marx es dialéctico, pues observa cómo evolucionan la naturaleza y la sociedad y cómo la misma evolución es la lucha constante de las fuerzas en conflicto. (León Trotsky. Qué es el marxismo. Madrid. Fundación Federico Engels. 2003. p. 9.)

 

¿Un proyecto para el socialismo?

 

Aún así, es incorrecto hablar de un proyecto para el socialismo. Esto implica un esquema o plan para la futura sociedad socialista. Ese no era el método de Marx y Engels, sino el de los socialistas utópicos de principios del siglo XIX –Saint Simon, Fourier, Robert Owen y Weitling–. Todos ellos tenían un proyecto histórico, es decir, un plan perfectamente elaborado para la futura sociedad socialista. Marx y Engels no tenían tales planes, y ésta es una de las mayores críticas que Dieterich eleva contra los fundadores del socialismo científico. Esto muestra que Dieterich gira en la órbita de la tradición del socialismo utópico del siglo XIX y no en la del socialismo científico. La elaboración de proyectos esquemáticos para la sociedad socialista del futuro nunca formó parte del método materialista de Marx y Engels, quienes se contentaron con dejar que las futuras generaciones dieran forma a tales detalles. Pero esto no significa que no ofrecieran idea alguna sobre el aspecto que el socialismo tendría. Al contrario, las líneas generales fueron ya trazadas por Marx y Engels en obras como la Crítica del programa de Gotha; El capital; La guerra civil en Francia y; Orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, entre otros escritos. Estas ideas fueron posteriormente desarrolladas por Lenin en sus escritos sobre el Estado, especialmente en El Estado y la revolución.

 

Contrariamente a los socialistas utópicos, Marx y Engels no inventaron esquemas (“proyectos históricos”) para la futura sociedad, sino que intentaron derivar sus ideas acerca del socialismo de las auténticas condiciones históricas y del movimiento real de la clase obrera. Hay elementos de la futura sociedad socialista ya presentes en el capitalismo, al igual que los elementos del capitalismo ya estaban tomando forma en las últimas fases del feudalismo. El poder obrero y el socialismo no son inventados por utópicos o por catedráticos de universidad a través de sus investigaciones ni nacen en los chat de Internet, sino que surgen de la lucha de clases y de la experiencia histórica concreta del proletariado.

 

Veamos un importante ejemplo del método materialista de Marx. En sus primeros escritos, incluyendo El Manifiesto Comunista, la cuestión del Estado no está realmente desarrollada, y la cuestión de las formas concretas de un Estado obrero (“la dictadura del proletariado”) no se trata para nada. Marx no inventó un proyecto para un Estado obrero ideal, sino que derivó su teoría de la dictadura del proletariado de la experiencia real de los trabajadores de París en 1871. La Comuna de París fue la base concreta sobre la que Marx desarrolló su teoría del Estado obrero en la transición del capitalismo al socialismo.

 

En la introducción a la segunda edición alemana, Marx y Engels escriben que consideraban que no podían alterar el texto de El Manifiesto Comunista, en parte porque ya era un documento histórico, y en parte porque en sus líneas generales, su mensaje había sido validado por la historia. Sin embargo, una importante modificación era necesaria a la vista de la experiencia de la Comuna de París, “donde el proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en sus manos por espacio de dos meses. La comuna ha demostrado, principalmente, que ‘la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines’”. (Carlos Marx y Federico Engels. El Manifiesto Comunista. Madrid. Fundación Federico Engels. 1996. p. 20. El subrayado en el original)

 

La concepción de Marx del poder obrero (la dictadura del proletariado) no era un proyecto utópico, sino un programa práctico para el poder obrero, para la democracia obrera, que Marx no se sacó de la manga ni de sombrero de copa alguno, sino que derivó de la auténtica experiencia histórica de la clase obrera francesa. No fue Marx, ni ningún otro teórico socialista, quien inventó la “dictadura del proletariado”, sino los trabajadores de París, hombres y mujeres normales y corrientes. Este era el método que Trotsky tenía en mente al escribir:

 

“La ciencia no alcanza su meta en el estudio herméticamente sellado del erudito, sino en la sociedad de carne y hueso. Todos los intereses y pasiones que despedazan a la sociedad ejercen su influencia en el desarrollo de la riqueza y de la pobreza. La lucha de los trabajadores contra los capitalistas obligó a los teóricos de la burguesía a volver la espalda al análisis científico del sistema de explotación y a ocuparse en una descripción vacía de los hechos económicos, el estudio del pasado económico y, lo que es inmensamente peor, una falsificación absoluta de las cosas tales como son, con el propósito de justificar el régimen capitalista. La doctrina económica que se ha enseñado hasta el día de hoy en las instituciones oficiales de enseñanza y se ha predicado en la prensa burguesa no está desprovista de materiales importantes relacionados con el trabajo, pero no obstante es completamente incapaz de abarcar el proceso económico en su conjunto y descubrir sus leyes y perspectivas, ni tiene deseo alguno de hacerlo. La economía política oficial ha muerto. (León Trotsky. Qué es el marxismo. Madrid Fundación Federico Engels. 2003. p. 10)

 

A propósito, el tipo de Estado obrero que Marx tenía en mente nada tenía que ver con los monstruosos regímenes totalitarios y burocráticos que Dieterich, para su vergüenza, aún describe como “socialismo realmente existente”. Marx usaba el término “dictadura del proletariado” en un tiempo en el que la palabra “dictadura” no estaba acompañada por las connotaciones que hoy tiene, después de la pesadilla de los regímenes totalitarios de Hitler y Mussolini, Franco y Stalin, Pinochet y Videla. Tomó su idea de la República Romana, donde en tiempo de guerra, poderes especiales eran concedidos al “dictador” por un periodo de un año.

 

El Estado es siempre un instrumento para la dominación de una clase sobre otra, y el Estado obrero no es una excepción. El objeto del Estado obrero es vencer la resistencia de la vieja clase dominante, los antiguos propietarios, que jamás entregarán su poder, riquezas y privilegios sin luchar. Pero hay una gran diferencia entre un Estado obrero y todos los otros Estados que han existido anteriormente: estos eran y son Estados que representan los intereses de una pequeña minoría sobre la gran mayoría de la sociedad. Por tanto, el Estado fue siempre un monstruo burocrático, absorbiendo en gastos policiales, militares, judiciales, de prisiones, etc., una gran proporción de la riqueza creada por la clase obrera. Por el contrario, un Estado obrero será un estado que represente a la gran mayoría contra la pequeña minoría. Esto le dará un carácter completamente diferente.

 

La Comuna de París fue, de hecho, un modelo de democracia proletaria: “En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del país y que en los distritos rurales el ejército permanente habría de ser remplazado por una milicia popular, con un plazo de servicio extraordinariamente corto. Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandato imperativo (instrucciones) de sus electores. Las pocas, pero importantes funciones que aún quedarían para un Gobierno central no se suprimirían, como se ha dicho, falseando de intento la verdad, sino que serían desempeñadas por agentes comunales y, por tanto, estrictamente responsables”. (Carlos Marx. La guerra civil en Francia. Madrid. Fundación Federico Engels. 2003. p. 65-66.)

 

¿Quién inventó los soviets?

 

Si Marx y Engels no inventaron la idea de un Estado obrero, tampoco Lenin inventó los soviets. La creación de los soviets en el curso de la Revolución Rusa de 1905 es otro ejemplo maravilloso del genio creativo del pueblo trabajador, una vez entra en el camino de la lucha. En ningún escrito de los grandes pensadores marxistas anterior a 1905 aparece la idea de los soviets. No se previeron en las páginas de El Manifiesto Comunista, y tampoco fueron la creación de ningún partido político. Fueron la creación espontánea de la trabajadores en lucha, el producto de la iniciativa y el genio creativo de la clase obrera.

 

Los soviets representaban en primer lugar comités de lucha, asambleas de delegados elegidos en las fábricas. En la Rusia zarista no había oportunidad alguna de crear un movimiento de masas reformista con una aristocracia obrera privilegiada y una burocracia anquilosada a su cabeza. Existía un vacío que fue llenado por los soviets. Estos órganos embrionarios del poder obrero empezaron como comités de huelga ampliados. Los soviets surgieron primero al calor de la huelga general de octubre que cubrió toda Rusia. En ausencia de sindicatos de masas bien establecidos, los trabajadores en huelga pasaron a elegir delegados que comenzaron a reunirse en improvisados comités de huelga, que se generalizaron para incluir a todas las secciones de la clase.

 

Una vez más, vemos cómo la clase obrera, a través de la lucha, establece las formas organizativas que necesita para llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad. Lenin comprendió inmediatamente la importancia de los soviets, al igual que Trotsky, quien fue elegido presidente del más importante de todos ellos: el soviet de San Petersburgo. Los bolcheviques de San Petersburgo, al contrario que Lenin, no entendieron los soviets. No actuaron como marxistas, sino como formalistas burocráticos. Aparecieron en el primer mitin del Soviet y leyeron una declaración por la cual el soviet debía unirse al partido o disolverse. Los delegados, alucinados, se encogieron de hombros y pasaron al siguiente punto en el orden del día.

 

Los marxistas se han basado siempre en el auténtico movimiento de la clase trabajadora. En Venezuela el movimiento por el control obrero vino de abajo. Es aún muy pronto para hablar de soviets en Venezuela, pero los elementos de los soviets existen en realizaciones como los comités de trabajadores y la “cogestión”. Los reformistas y burócratas están haciendo todo lo que pueden para evitar el desarrollo del movimiento por el control obrero. Todos ellos tienen sus “proyectos”, de un tipo o de otro (ninguno de los cuales cuestiona el capitalismo), pero insisten en que no hay condiciones para el control obrero en Venezuela, que los trabajadores están “demasiado atrasados” (porque no entienden el Nuevo Proyecto Histórico) y esto y lo otro.

 

Es realmente un escándalo que personas que se llaman a sí mismas socialistas (e incluso comunistas) se quejen del supuesto atraso de los obreros y campesinos de Venezuela. A lo largo de todo el proceso revolucionario, las masas han mostrado un nivel muy alto de conciencia revolucionaria y madurez. Han sido en todo momento el auténtico motor de la revolución. La han salvado en cada momento crítico cuando ésta estaba en peligro. Aún así, hasta el día de hoy todavía hay esnobs de clase media que se atreven a hablar del “atraso” de las masas, de su supuesto escaso nivel político, inmadurez, etc. En realidad son los reformistas quienes carecen de conciencia revolucionaria y quienes están frenando el movimiento. Escondidos detrás de un lenguaje extravagante y de todo tipo de esquemas utópicos y reformistas, planes y “proyectos históricos”, su único papel es confundir y desorientar a los intelectuales y estudiantes que les toman en serio. Pero el auténtico movimiento de obreros y campesinos les dejarán muy atrás. Como los obreros en el soviet de San Petersburgo, simplemente se encogerán de hombros y pasarán al siguiente punto del orden del día.

 

El marxismo y la religión

 

La segunda parte del libro El Socialismo del Siglo XXI, Dieterich la dedica a la cuestión de Chávez y el cristianismo y la historia de éste. Algunos marxistas han criticado a Chávez por sus frecuentes referencias a Jesucristo como el primer socialista. Naturalmente, nuestro amigo Heinz tiene algo que decir sobre esto (él siempre tiene algo que decir). Incluso dedica su primer capitulo a ello. Como es habitual, desea “ayudar” al Presidente a aclarar algunas de sus ideas. Como es habitual, en vez de aclarar nada, todo lo enmaraña y lía. Hugo Chávez está a la cabeza de una nación mayoritariamente católica, y él mismo es creyente. Siempre ha distinguido cuidadosamente entre la reaccionaria jerarquía eclesiástica y los millones de trabajadores y campesinos religiosos. Esto es absolutamente correcto y cualquier marxista haría lo mismo. A pesar de sus creencias religiosas, los trabajadores y campesinos son revolucionarios, como los primeros cristianos también lo fueron. En su programa semanal de televisión Aló Presidente (el 27 de marzo de 2005) Chávez comentó:

 

“Soy un socialista de la nueva era, del siglo XXI, y decimos que el mundo debería revisar la tesis cristiano-socialista. Si Cristo viviera ahora sería socialista, y Simón Bolívar iría derecho hacia el socialismo”.

 

En una entrevista con la revista Time (en su edición del domingo 24 de septiembre de 2006) afirmaba: “Cuando me liberaron de la prisión (en 1994) y comencé mi vida política, ingenuamente tomé como punto de referencia la propuesta de Tony Blair de una 'tercera vía' entre capitalismo y socialismo: capitalismo con rostro humano. Ya no. Después de ver el fracaso de las reformas capitalistas en Latinoamérica apoyadas por Washington, ya no creo que sea posible una tercera vía. El capitalismo es la vía del diablo y la explotación, del tipo de miseria y desigualdad que destruye los valores sociales. Si usted mira las cosas realmente a través de los ojos de Jesucristo –quien yo creo que fue el primer socialista–, sólo el socialismo puede crear realmente una sociedad genuina”.

 

Más recientemente, Chávez ha recomendado a la jerarquía de la Iglesia Católica que leyera los trabajos de Marx y Lenin junto a la Biblia. No sabemos si han seguido su consejo, pero, como materialistas dialécticos, no creemos en la existencia del cielo o del infierno. Hay sólo un mundo y debemos luchar para que los hombres y las mujeres puedan vivir en él. Nuestro propósito es luchar por la transformación socialista de la sociedad a escala nacional e internacional. De todo corazón, damos la bienvenida a esta lucha a toda persona progresista, independientemente de cuáles sean sus creencias. Por tanto, damos la bienvenida a la oportunidad de diálogo entre marxistas y cristianos.

 

Está claro para cualquier persona con una cabeza sobre los hombros que el sistema capitalista es un sistema monstruosamente opresivo e inhumano que implica miseria indescriptible, enfermedad, opresión y la muerte de millones de seres humanos en el mundo. El deber de cualquier persona con algo de humanidad es apoyar la lucha contra tal sistema. Sin embargo, para luchar eficientemente, es necesario elaborar un programa, una política y unas perspectivas serias que puedan garantizar el éxito. Creemos que sólo el marxismo (el socialismo científico) proporciona tal perspectiva. Nosotros, como marxistas, invitamos todos a luchar para transformar sus vidas y crear una sociedad genuinamente humana, que permita a la humanidad alcanzar su auténtica estatura. Creemos que los humanos tienen sólo una vida, y deberían dedicarse a hacer de ésta algo hermoso y provechoso. Luchamos por un paraíso en esta tierra, porque pensamos que no hay ningún otro.

 

En diciembre de 2006 fui invitado a participar en una conferencia panamericana de fábricas ocupadas. Tuvo lugar en la fábrica ocupada Cipla en Joinville, Brasil. En el estrado, junto a los luchadores de clase, la juventud revolucionaria y los representantes del movimiento de los campesinos sin tierra, MST, había un obispo. Ofreció un discurso muy revolucionario, apoyando al movimiento de los trabajadores y condenando a los explotadores a las llamas del infierno. En América Latina hay muchos sacerdotes honestos que viven junto a los obreros y campesinos, que se han situado en la perspectiva de clase de las masas, denunciando valientemente la explotación y la opresión. Es absolutamente correcto y necesario para los marxistas tender una mano amiga a estas personas honestas y, donde sea posible, involucrarlos en el movimiento revolucionario. Sin una actitud de total escrupulosidad hacia esta cuestión nunca conseguiríamos ganar a las masas para el socialismo.

 

El cristianismo comenzó como un movimiento revolucionario de los pobres y oprimidos en el periodo de decadencia del imperio romano. Hace 2.000 años los primeros cristianos organizaron un movimiento de masas de los sectores más pobres y oprimidos de la sociedad. No es sorprendente que los romanos acusaran a los cristianos de ser un movimiento de esclavos y de mujeres. Los cristianos primitivos fueron comunistas, como se desprende de Los Hechos de los Apóstoles. El propio Cristo se movía entre los pobres y desposeídos y atacaba con frecuencia a los ricos. No es casual que su primer acto al entrar en Jerusalén fuera echar del Templo a los mercaderes. Dijo también que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios. La Biblia está plagada de expresiones como ésta.

 

El comunismo de los primeros cristianos se hace evidente en el hecho de que en sus comunidades toda la riqueza era poseída en común. Cualquiera que quisiera unirse, tenía primero que despojarse de todos sus bienes mundanos. Por supuesto, este comunismo tenía un carácter algo inocente y primitivo. Esto no es una crítica de los cristianos de esa época, que eran muy valientes y no tenían miedo a perder la vida en la lucha contra el monstruoso Estado esclavista romano. Pero el auténtico logro del comunismo (es decir, de una sociedad sin clases) era imposible en aquellos tiempos, porque las condiciones materiales para ello estaban ausentes.

 

Cristianismo y comunismo

 

La investigación arqueológica moderna y, en particular, el descubrimiento de los Manuscritos del Mar Muerto han confirmado completamente las tesis de Karl Kautsky en su brillante libro Los orígenes y fundamentos del cristianismo. Kautsky explicó hace ya cien años que los primeros cristianos eran miembros de una secta radical judía, los esenios, que propugnaban ideas comunistas y practicaban una comunidad de bienes hasta que los romanos acabaron con ellos. Los Padres de la Iglesia fueron francos en sus denuncias de la propiedad privada y abogaron por compartir la riqueza. En el siglo III, Juan Crisóstomo, obispo de Bizancio, era partidario del comunismo. Pero, gradualmente, los que ocupaban los puestos superiores de la Iglesia se fueron separando de las masas y cayeron cada vez más bajo la influencia de clases ajenas. Se inclinaban a buscar un acuerdo con las autoridades, especialmente cuando la clase gobernante se dio cuenta de que era imposible suprimir la nueva religión por la fuerza y que era necesario desarmarla incorporando a sus líderes al Estado.

 

Más tarde, cuando la Iglesia Cristiana fue tomada por el Estado bajo el emperador Constantino, el mensaje revolucionario originario del cristianismo fue expurgado de los registros históricos y las escrituras fueron purgadas para satisfacer los intereses del Estado romano. De una forma similar, las genuinas ideas de Lenin y del Partido Bolchevique fueron retorcidas y tergiversadas por la burocracia estalinista de Rusia después de la muerte de Lenin en 1924. El Emperador Constantino ordenó a los obispos que se pusieran de acuerdo en una versión ortodoxa de la Biblia y, cuando éstos se demoraron en la tarea, rodeó con sus soldados el edificio donde se reunían e impidió la entrada de agua y comida. Y pronto, claro está, llegaron a una conclusión satisfactoria.

 

Las prolongadas y sangrientas guerras contra los movimientos heréticos a finales del imperio romano fueron la forma en la que la genuina herencia del cristianismo primitivo fue destruida a sangre y fuego. Hoy sólo conocemos las opiniones de los herejes a través de los escritos de la Iglesia –sus enconados enemigos–. Es como intentar comprender las ideas de Hugo Chávez leyendo los documentos del Departamento de Estado Norteamericano. Pero está claro que sectas como los donatistas en el norte de África defendieron ideas comunistas hasta que fueron exterminados por el Estado romano con el apoyo entusiasta de la jerarquía de la Iglesia.

 

Desde entonces, la Iglesia Cristiana se convirtió en fiel servidor del Estado y la clase dominante. Los obispos, que obtuvieron riquezas y poder, sirvieron los intereses de los emperadores y más tarde los de los monarcas feudales y terratenientes. Pero había todavía un problema. A pesar de los intentos sistemáticos de purgar la Biblia de todo su contenido revolucionario, aún quedaban muchos pasajes con un carácter claramente subversivo. Este problema se solucionó manteniendo la Biblia en latín, un idioma que nadie entendía fuera de un grupo muy restringido de sacerdotes y eruditos. La traducción de la Biblia por un puñado de hombres valientes (muchos de los cuales pagaron con su vida tal osadía) tuvo un importante papel en los movimientos revolucionarios de la Baja Edad Media. Aquellos que se revelaban contra el sistema feudal en su periodo de decadencia buscaron inspiración en los escritos y discursos de John Wicliffe (Inglaterra), Jan Hus (Bohemia) y Martín Lutero (Alemania).

 

Las ideas dominantes de cada época son las ideas de la clase dominante. Pero hay siempre otras que contradicen a aquellas y que reflejan los pensamientos y aspiraciones de las clases revolucionarias de la sociedad. En la Edad Media, e incluso después, la Iglesia dominaba la vida intelectual de la sociedad y, por tanto, todo movimiento revolucionario tenía primero que ajustar cuentas con la religión existente. Para hacer esto atacaron a la jerarquía de la Iglesia y desenmascararon su corrupción, mientras defendieron el mensaje original revolucionario de los primeros cristianos.

 

Las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII fueron realmente guerras de clase bajo el estandarte de la religión. Los husitas de Bohemia y los anabaptistas de Alemania expresaron ideas comunistas, tal y como hicieron los levellers y diggers durante la revolución inglesa de 1640-49. En todos estos casos se tomó como punto de partida al comunismo de los primeros cristianos y la Biblia.

 

Marx y Engels dieron por primera vez al comunismo un carácter científico. Explicaron que la auténtica emancipación de las masas depende del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas (la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología), que crearán la condiciones necesarias para una reducción general de la jornada de trabajo y el acceso a la cultura para todos, como la única manera de transformar el modo en que los hombres y las mujeres piensan y se comportan los unos con los otros. Las condiciones materiales en los tiempos del cristianismo primitivo no eran lo suficientemente avanzadas como para permitir tal desarrollo y, por tanto, el comunismo de los primeros cristianos permaneció en un nivel primitivo –el nivel de consumo (compartiendo la comida, la ropa, etc.), no fue un comunismo real basado en la propiedad colectiva de los medios de producción–.

 

Sin embargo, las tradiciones revolucionarias de los primeros cristianos no guardan relación alguna con la situación presente. Desde el Siglo IV después de Cristo, cuando el movimiento cristiano fue secuestrado por el Estado y convertido en un instrumento de los opresores, la Iglesia Cristiana ha estado al lado de los ricos y poderosos contra los pobres. Hoy, las principales Iglesias son instituciones extremadamente ricas, con estrechos vínculos con el gran capital. El Vaticano es dueño de un gran banco y posee enorme riqueza y poder, la Iglesia de Inglaterra es la mayor terrateniente del Reino Unido, etc.

 

Políticamente, las iglesias han apoyado sistemáticamente a la reacción. Sacerdotes católicos bendecían a los ejércitos de Franco en su campaña para aplastar a los obreros y campesinos españoles. El Papa apoyó a Hitler y Mussolini. En Brasil la jerarquía de la Iglesia no tuvo escrúpulo en colaborar con la dictadura militar, aunque muchos sacerdotes del bajo clero tomaron la posición de los trabajadores.

 

¿Qué significa esto? Que en realidad hay dos Iglesias: una que se solidariza con los intereses de los ricos y poderosos, la Iglesia de los terratenientes y capitalistas, y otra que se identifica con la causa de los pobres, los obreros y los campesinos. Es absolutamente necesario tender una mano amiga y entrar en diálogo con esta última, mientras se lleva a cabo una lucha implacable contra la primera. Nuestra tarea es poner punto final a la dictadura del Capital, que mantiene a la raza humana en estado de esclavitud. Para conseguir esto hemos de enfrentarnos a todo tipo de obstáculos. A lo largo de la historia las jerarquías de las Iglesias que han arraigado se han puesto siempre a favor del rico y poderoso. Pero los trabajadores y campesinos de a pie que también son creyentes quieren cambiar la sociedad.

 

Aunque desde un punto de vista filosófico el marxismo es incompatible con la religión, ni qué decir que nos oponemos a cualquier idea de prohibir o reprimir la práctica religiosa. Defendemos la completa libertad individual para profesar cualquier creencia religiosa, o ninguna. Lo que decimos es que debería haber una separación radical entre Iglesia y Estado. Las Iglesias no deben ser financiadas directa o indirectamente por el Estado, la religión tampoco debería ser enseñada en las escuelas. Si la gente quiere religión, debería entonces mantener a las iglesias exclusivamente a través de las contribuciones de cada congregación y predicar sus doctrinas en sus propios espacios.

 

El socialismo permitirá el libre desarrollo del ser humano, sin los constreñimientos de las necesidades materiales. En la medida en que los hombres y las mujeres sean capaces de tomar el control sobre sus vidas y desarrollarse como seres humanos libres, creemos que el interés en la religión –es decir, la búsqueda de consuelo en otra vida– declinará de forma natural. Por supuesto, se puede estar en desacuerdo con esta predicción. El tiempo dirá quién tiene razón. Entretanto, desacuerdos en tales asuntos no deberían impedir que todos los cristianos honestos se den la mano con los marxistas en la lucha por un mundo mejor. La lucha de clases encuentra su expresión en la iglesia, y esto es particularmente cierto en América Latina. Se refleja en la Teología de la Liberación y en tendencias progresistas similares dentro de la Iglesia. Los marxistas consideramos importantísimo este fenómeno. Entendemos que es nuestro deber entrar en discusiones amistosas con esta tendencia y animar a la evolución de los cristianos hacia el socialismo y el marxismo.

 

¿Era Jesucristo un reformista?

 

En la Biblia Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. Ahora Heinz Dieterich trasplanta al pasado su reformismo del Siglo XXI y lo recrea a su propia imagen y semejanza. El presidente Chávez siempre se refiere a Jesús como a un revolucionario y un socialista. ¿Qué pasa con Dieterich? Éste transforma a Jesucristo en un socialdemócrata reformista. En vez de valerosos revolucionarios y comunistas, los primeros cristianos se convierten en respetables reformadores sociales y liberales. “La referencia a Jesús como a primer socialista es aplicable desde el plano ético de la praxis reformadora del Nazareno y de las convivencias sociales de las primeras comunidades cristianas, es decir, desde el tercer y cuarto nivel de la existencia humana (antropológica)”. (Dieterich, Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI, p. 21.)

 

La prosa de Heinz, siempre de pesado caminar, empieza aquí a arrastrarse de una forma más dolorosa de lo habitual. Pero no importa. Hagamos, al menos, el intento de descubrir de qué pie cojea. Aquí continúa, ignorante de la perplejidad del lector o indiferente a ella:

 

“Las primeras comunidades solían llamarse Ekklesia, tomando el término y la praxis [¡cómo le encanta a Dieterich esta palabra!] de las asambleas populares del sistema político de Atenas, que era la primera democracia participativa en una sociedad de clases de occidente, regida por una combinación de sistemas electorales y aleatorios (por sorteo), una democracia participativa que, sin embargo, no era universal, sino elitista, porque excluía a las mujeres, los metecos, esclavos y libertos”. (Ibíd., p. 22.)

 

No es correcto decir que las primeras comunidades cristianas se moldearan en las instituciones de la democracia ateniense esclavista. Karl Kautsky señaló hace cien años que las primeras comunidades cristianas derivaban de las comunidades esenias, que eran rigurosamente judías y rechazaban toda mezcla con extranjeros. Las últimas investigaciones sobre las comunidades esenias de Qmran, en Galilea, confirman plenamente este análisis. Los esenios eran una secta judía revolucionaria, que profesaba posiciones comunistas increíblemente similares a las ideas contenidas en Los Hechos de los Apóstoles. Se dice que su fundador fue torturado y ejecutado por los romanos, quienes finalmente destruyeron la comunidad Qmran en el Siglo I. Pero dejémosle continuar:

 

“Este avance de la democracia participativa real en la ‘iglesia de las catacumbas’, que después se pierde con su conversión en iglesia imperial, se repite en la praxis individual de Jesús. La ética de la solidaridad, del respeto al otro, de la compasión con el pobre, el excluido, el discriminado y de la igualdad de los derechos humanos y oportunidades prácticas de la vida, que predicaba y practicaba el Nazareno, fue, sin duda, un elemento progresista y antisistémico en el entorno represivo-tribal-machista de dominación palestino-romana que sufrían los habitantes de Palestina”. (Ibíd. El subrayado es mío.)

 

Habiendo demostrado que no entiende nada sobre la primitiva Iglesia Cristiana, Heinz se dispone a presentarnos a Jesús como si fuera un reformista del siglo XXI, un tipo de Tony Blair de Galilea: El reverendo Tony Blair diría amén a todo esto con gran entusiasmo, como también lo harían todos los otros hipócritas, liberales y reformistas que encubren la naturaleza opresiva de la sociedad de clases con cortinas de humo levantadas por expresiones como “igualdad de derechos”, “igualdad de oportunidades”, “la ética de la solidaridad”, “la compasión por los pobres”, “el respeto a los otros” y similares sinsentidos vacíos y moralistas que sirven para dar cobertura al rico y al poderoso con su servilismo y su cobarde aprobación del statu quo. ¿Acaso no tenemos todos iguales derechos para convertirnos en multimillonarios a través de nuestra disposición al trabajo e iniciativa personal? ¿Acaso no tenemos todos iguales oportunidades para mejorar nuestra situación trabajando duro? ¿Acaso los ricos no practican la ética de la solidaridad cuando dan dinero para obras de caridad? ¿Acaso no muestran compasión por los pobres cuando lloran por el destino de los millones que se mueren de hambre en África? Quizás lo hagan, pero nada de ello cambia la situación en lo más mínimo.

 

El escritor francés Anatole France puso en evidencia esta hipocresía de una manera muy eficaz al escribir: “En su majestuosidad, la ley hace a los ricos iguales a los pobres: a ambos se les prohíbe dormir bajos los puentes de París”. Engels señaló que todos los derechos presuponen desigualdad y, por tanto, son derechos burgueses. Los primeros cristianos no luchaban por la igualdad de derechos, sino por el Nuevo Jerusalén. No eran reformistas sociales como Dieterich, sino revolucionarios y comunistas. Esa es la razón por la que fueron fieramente perseguidos por el Estado romano.

 

2. Filosofía y ciencia 



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