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Un programa y un partido para la revolución socialista

La pandemia del coronavirus se ha convertido en el accidente que expresa la necesidad. Todas las contradicciones económicas, sociales y políticas incubadas en la última década han estallado violentamente, colocando a la civilización ante una disyuntiva histórica. La matanza perpetrada contra decenas de miles de inocentes, y que se multiplicará en los próximos meses, es solo el comienzo. La parálisis general de la actividad productiva y del comercio, la oleada de despidos masivos y sufrimiento colectivo que se desarrollan en paralelo a la crisis sanitaria, tendrán consecuencias trascendentales en el futuro inmediato.

El Estado nacional y la dictadura del capital financiero que domina todas las esferas de la vida económica, y exacerban el enfrentamiento interimperialista, hace tiempo que son un freno para el avance de las fuerzas productivas y el progreso de la humanidad. Las bases materiales que explican lo que ocurre ante nuestros ojos estaban creadas de antemano. El virus no es la barbarie, la barbarie es el capitalismo.

Guerra de clases

Los Gobiernos capitalistas y sus medios de comunicación no dejan de utilizar el símil de la guerra para describir la situación. Y no es casual: la propaganda para insuflar en la sociedad un espíritu chovinista y patriotero se ha vuelto nauseabunda.

Crisis coronavirus
"Las bases materiales que explican lo que ocurre ante nuestros ojos estaban creadas de antemano. El virus no es la barbarie, la barbarie es el capitalismo."

La primera víctima de una guerra es la verdad. Lo ha sido siempre en todas las guerras precedentes y lo es ahora, como prueba, la cascada de mentiras groseras vertidas por los portavoces oficiales a cada hora. Lo que no dice ninguno de ellos es que la guerra de la que nos hablan fue declarada por los poderes capitalistas hace décadas, arrasó con los derechos y servicios sociales, creó una desigualdad obscena, degradó el medio ambiente a una escala intolerable y redujo países enteros a escombros. A lomos de esta guerra ha galopado la pandemia del coronavirus.

Es cierto que la vieja prosperidad de los años cincuenta, sesenta o setenta en EEUU o Europa hace tiempo que se desvaneció. Pero lo sucedido en estas semanas ayuda, más que cualquier imagen de televisión o narración periodística, a entender las razones de una catástrofe que ya golpeaba a cientos de millones de hombres, mujeres y niños en África, Oriente Medio y Latinoamérica aplastados por la codicia imperialista.

Este capitalismo depredador e insaciable, y solo él, es responsable de la actual debacle sanitaria, económica y social, que significará un antes y un después en la historia del mundo. La conciencia de amplios sectores de la clase obrera en los países capitalistas desarrollados es golpeada por estos acontecimientos. Lo mismo que la juventud desposeída y precaria, y una franja considerable de las capas medias empobrecidas. Las conclusiones avanzadas que se han sacado en estos años de crisis, desempleo y privaciones, que han acumulado un resentimiento y una rabia profundos, se harán más definidas y consistentes. Cualquiera entenderá las consecuencias revolucionarias de este hecho.

Estamos ante una guerra declarada contra la clase obrera y los oprimidos. Y como en toda guerra de clases, asistimos a las manifestaciones más egoístas, mezquinas y cínicas de cada burguesía nacional para justificar su posición y salvarse a sí misma a costa de sus competidores. El ejemplo de la Europa capitalista, completamente dividida y arrastrando por el barro una vez más sus supuestos “valores de solidaridad y bienestar común”, pone en evidencia su decadencia y degeneración.

La propaganda demagógica en “defensa de la vida” aparece como una mueca cruel. Trump y el puñado de multimillonarios que controlan la industria y la política estadounidense han sido muy francos: morirán cientos de miles, pero lo importante son los 2,2 billones de dólares aprobados por el Congreso y el Senado para salvar las grandes empresas del Dow Jones y el Nasdaq. En Europa, más allá de filigranas retóricas, todas las decisiones adoptadas siguen el mismo patrón, se trate del Gobierno PSOE-Unidas Podemos en el Estado español, del Ejecutivo de Conte en Italia, de Macron en Francia o del Gobierno de coalición CDU-SPD presidido por Merkel en Alemania.

Más de 6 billones de euros en recursos públicos están siendo movilizados por los Gobiernos y los bancos centrales de las naciones más poderosas. ¿El objetivo? Garantizar la “solvencia” de las multinacionales y la banca con un chorro de liquidez que tapone el desplome de sus acciones en bolsa, y lograr que su cuenta de resultados se vea lo menos afectada. Se repite la historia de la Gran Recesión de 2008 salvo que a una escala mucho mayor: en aquella ocasión nos prometieron que sacarían las lecciones de la desregulación financiera y diez años después, cuando la burbuja especulativa es dos veces la de entonces, ponen en marcha las mismas recetas sabiendo de antemano que no detendrán la agonía del capitalismo mundial. Es una farsa.

La propaganda capitalista tiene un guion perfectamente establecido. Intentan presentar estos acontecimientos como algo inevitable, pues nos enfrentamos a una fuerza “descontrolada e imprevisible”. Pero las grandes potencias conocían muy bien la gravedad de lo que estaba ocurriendo. Cuando el régimen chino decidió el confinamiento total para la región de Hubei y de su capital Wuhan (60 y 11 millones de habitantes respectivamente), desde la Unión Europea (UE), EEUU o Gran Bretaña no se hizo nada por tomar medidas preventivas efectivas y contundentes.

Las mentiras mil veces repetidas por la clase dominante han sido servilmente apuntaladas por la socialdemocracia tradicional, y también por las nuevas formaciones de la izquierda reformista que se arrastran detrás de ella. En su empeño por salvar al capitalismo utilizando medios “democráticos”, no se recatan en hacer el trabajo sucio a los grandes poderes económicos.

Esta brutal matanza está siendo denunciada en el mundo desarrollado por miles de trabajadores del sector sanitario, que se juegan la vida en medio del colapso de los sistemas de sanidad públicos… En Latinoamérica, África, Oriente Medio y en muchas otras zonas, la situación es aún más desesperada y tendrá consecuencias más catastróficas. Lo mismo que en EEUU, donde la existencia de la tecnología más avanzada del planeta, pero controlada por los grandes monopolios capitalistas, no impedirá que la pandemia se extienda como la peste medieval.

La burguesía y sus políticos a sueldo —incluida la socialdemocracia en sus diferentes variantes y la burocracia sindical—, las televisiones, los periódicos, los especialistas y los politólogos nos llaman a combatir como “soldados” y levantan ardientemente la consigna de la unidad nacional. “Todos unidos remando en la misma dirección”. Pero somos nosotros quienes ponemos los muertos y sufrimos ya el azote del paro y la miseria. ¿Qué nos une a esa oligarquía de multimillonarios que con sus decisiones hacen que la catástrofe aumente cada hora?

El sistema necesita del cemento de la “unidad nacional”. ¿Con qué fin? Con el de estrangular la conciencia de los que realmente padecemos esta guerra y lograr nuestra sumisión. Pero la lucha de clases encarnizada que hemos vivido, las insurrecciones, levantamientos y revoluciones que han sacudido Chile, Ecuador, Bolivia, Honduras, Sudán, Argelia, Hong Kong, las huelgas generales en Francia, las movilizaciones de masas de la mujer trabajadora y de la juventud contra el cambio climático en todo el mundo, la rebelión de pueblo catalán por la república… todos estos acontecimientos, y muchos otros más, advierten de una nueva era y se han convertido en una gran escuela de aprendizaje.

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"El sistema necesita del cemento de la “unidad nacional”. ¿Con qué fin? Con el de estrangular la conciencia de los que realmente padecemos esta guerra y lograr nuestra sumisión."

El programa chovinista de la “unidad nacional” choca con la experiencia pasada y presente de las masas, y se hará añicos contra la rebelión global de la clase obrera. Solo hace falta un poco de tiempo, y que la neblina de la demagogia burguesa se disipe.

La debacle económica recrudecerá la lucha interimperialista

Las cifras del colapso económico actual solo pueden compararse a las de una guerra devastadora.

Según el Instituto Internacional de Finanzas, las economías de los EEUU y de la UE se desplomarán en el primer semestre del año un 10% y un 18% respectivamente. Para Morgan Stanley, la contracción de la economía estadounidense será del 30% entre marzo y junio y la tasa de parados se acercará al 13%. El gabinete de estudios del Deutsche Bank habla de la peor caída desde los años treinta del siglo pasado, tras el crack de 1929.

Un panorama similar contemplan los organismos oficiales. James Bullard, el presidente de la Reserva Federal de Saint Louis y miembro del Comité Federal del Mercado Abierto, el organismo del banco central estadounidense que fija los tipos de interés, ha señalado en una entrevista a Bloomberg que el hundimiento del PIB estadounidense podría llegar al 50 % este año. En el peor momento de la Gran Depresión, entre 1929 y 1933, el PIB retrocedió un 30%. Esta misma fuente afirma que el desempleo podría escalar hasta los 47 millones, una tasa de paro del 32%, y cifra en 67 millones los norteamericanos que trabajan y tienen un alto riesgo de ser despedidos.

La situación en China también es muy problemática. Las cifras oscilan: desde una caída a lo largo del año del 4,2% según pronostica el Standard Chartered Bank, hasta el 9% que plantea Goldman Sachs. En los dos primeros meses de 2020 la producción industrial del gigante asiático retrocedió un 13,5% y las ventas al por menor un 20,5%.

En el mundo excolonial la perspectiva es aún más dramática. En América Latina —donde el 30,1% de sus 629 millones de habitantes es pobre, de los cuales el 10,7% vive en la miseria— la tasa de informalidad laboral era en 2018 del 53% (140 millones de trabajadores). Bastan las cifras estimadas en las naciones desarrolladas para vislumbrar la hecatombe que se cierne sobre América Latina, África, Oriente Medio y muchas partes del continente asiático.

Los efectos de esta crisis serán tan profundos como su dinámica destructiva. Por eso es importante no perder de vista dos consecuencias inmediatas en la economía global: primero, una tendencia creciente al proteccionismo, al incremento de aranceles y al nacionalismo económico; y, en segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, el recrudecimiento de la lucha imperialista por el mercado mundial.

Muchas voces, incluyendo la de algunos que se declaran “marxistas”, ya han puesto el RIP sobre la economía china y afirman que sufrirá un golpe devastador. Por supuesto que la contracción del mercado mundial actuará negativamente sobre su aparato productivo, pero siempre que se hace este tipo de afirmaciones hay que medir a China en relación a sus competidores.

El capitalismo chino, un capitalismo de Estado sui géneris en ascenso, que puede concentrar amplios recursos financieros y productivos en manos de su aparato estatal y cubrir sus necesidades estratégicas con más celeridad que otros, tiene claras ventajas competitivas frente a EEUU o la UE. Esta crisis lo está poniendo de manifiesto, y no solo en el plano sanitario.

El portavoz mediático de la plutocracia británica, Financial Times, señalaba en un reciente artículo que la economía china está operando al 75% de su nivel de 2019. Lo hacía para consolarse, pero obviaba que en estos momentos es importante contar con una visión dinámica de los acontecimientos y no contemplarlos de manera estática y mecanicista. El método dialéctico es importante a la hora de trazar las perspectivas de la actual depresión.

La pregunta que hay que plantear es concreta: ¿cómo responderá el aparato productivo chino ante la parálisis de Europa y los EEUU? Llenando los huecos que dejan sus competidores, como se está demostrando en el abastecimiento mundial de productos sanitarios, y aumentando la productividad del trabajo en sus factorías para incrementar su competitividad y copar nuevos mercados.

El imperialismo estadounidense libró una batalla victoriosa frente a Inglaterra tras el final de la Primera Guerra Mundial, y se convirtió en hegemónico tras la Segunda, pero en esta ocasión se enfrenta a una nueva potencia que muestra signos mucho más vigorosos, cuenta con reservas productivas y financieras más sólidas, y ha conquistado una posición privilegiada en terrenos como la tecnología, la exportación de capitales y el comercio mundial.

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"La pregunta que hay que plantear es concreta: ¿cómo responderá el aparato productivo chino ante la parálisis de Europa y los EEUU?"

Por supuesto que el capitalismo chino no saldrá indemne, pero eso no significa que podamos tomar por buena la propaganda occidental. China aplicó grandes paquetes de estímulo en 2008, dedicando más de un billón de euros a sostener su economía productiva y el consumo, y pudo capear mucho mejor que el resto de las potencias la Gran Recesión, manteniendo tasas de crecimiento superiores al 5% en los últimos cinco años. Ciertamente redujo su avance respecto a los años gloriosos, y ha acumulado graves contradicciones derivadas de la sobreproducción latente, como un crecimiento de la deuda pública, corporativa y privada que supera el 240% del PIB y no deja de aumentar. Pero sus competidores están mucho peor. La deuda global de EEUU supera ya el 326%, y no cuenta con un superávit comercial tan abultado. Beijing se prepara para lo que viene: el Gobierno se está aprovechando de su vasta infraestructura de almacenaje para acumular más de 1.000 millones de barriles de petróleo, ahora que el precio del crudo ha caído más de un 20%.

Es más que evidente que el sistema capitalista chino no tiene nada en común con el socialismo genuino, aunque conserva rasgos del autoritarismo maoísta que se mantuvieron en el proceso de restauración. Esta peculiar formación histórica, pilotada por la vieja nomenklatura estalinista convertida ya en una nueva burguesía propietaria, ha permitido que el Estado tenga mucha más capacidad de control y decisión.

Las llamadas de Trump para sacrificar a cientos de miles de ciudadanos norteamericanos y poner en marcha la producción cuanto antes responde a esto. En la Casa Blanca saben muy bien que China ocupará el espacio que ahora dejen libre. No obstante, incluso este patriota de pacotilla al que los norteamericanos de a pie le importan un comino ha tenido que recular un poco, ya que sus asesores han observado que la catástrofe inminente puede provocar también otros escenarios, empezando por estallidos sociales dentro de sus fronteras.

EEUU intensificará su campaña contra China por tierra, mar y aire. Pero el gigante asiático va a aumentar su influencia mundial en los próximos años y meses aprovechando las divisiones profundas del bloque occidental. Lo ocurrido con la ayuda a Italia, las compras desesperadas del Gobierno español en su mercado sanitario, por no hablar de las llamadas de auxilio a Beijing desde África y Latinoamérica, no harán más que reforzar su papel en el periodo inmediato provocando cambios profundos en las relaciones internacionales.

China es una potencia imperialista poderosa. Pero esto no es nuevo. Lo que sí es una novedad es la depresión mundial que la pandemia del coronavirus tan solo ha precipitado, y que se venía fraguando desde hace diez años. El mecanismo económico global no solo ha perdido su equilibrio interno, ha terminado por griparse poniendo de manifiesto la agonía del sistema.

El Estado capitalista al rescate de… los capitalistas

Las potencias occidentales respondieron a la crisis de 2008 colocando sobre las espaldas de la clase trabajadora el rescate público del sistema financiero. Una oleada de recortes salvajes, despidos masivos, precariedad, desahucios y empobrecimiento por un lado, y, por el otro, barra libre de créditos a interés cero y compra masiva de deuda privada por parte de los bancos centrales, que llenó los bolsillos de especuladores financieros, bancos y grandes empresas.

Ninguna de las graves contradicciones del sistema se resolvió, todo lo contrario. La inversión productiva declinó pero la burbuja especulativa se ha hecho mayor y la concentración monopolística del capital se reforzó: “El capital financiero —escribió Lenin— es una fuerza tan considerable, puede decirse tan decisiva, en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de someter, y realmente somete, incluso a los Estados que disfrutan de la más completa independencia…”. (V.I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, FFE. Madrid 2016, p. 125.)

La farsa de que se han “aprendido las lecciones de la crisis anterior” es desmentida por los datos. La deuda global —tanto pública como privada— alcanzó en 2019 el récord de 253,6 billones de dólares, el 322% del PIB mundial. En estos diez años la capitalización de las bolsas internacionales tocó cifras récord, con 86 billones de dólares, el 100% del PIB mundial en 2019. Los grandes bancos norteamericanos rescatados en 2008 por el Gobierno con más de dos billones de dólares del presupuesto público ―JP Morgan Chase, Citigroup, Wells Fargo, Bank of America, Goldman Sachs y Morgan Stanley― poseen en la actualidad un 43% más de depósitos, un 84% más de activos y el triple de dinero en efectivo que tenían antes de la crisis.

El conjunto de la banca estadounidense dispone de 157 billones de dólares en derivados financieros, productos puramente especulativos, aproximadamente el doble del PIB mundial y un 12% más de lo que poseían hace una década. Según Mckinsey Global Institute, el 80% de todos los beneficios empresariales que se obtienen en el mundo los genera el 10% de los grupos cotizados en Bolsa. El mayor fondo de inversión, BlackRock, gestiona capitales por valor de 6,3 billones de dólares, el equivalente al PIB combinado de Alemania y Francia.

Este es el verdadero obstáculo que tiene la humanidad para resolver sus necesidades más perentorias. Mientras la riqueza gigantesca que crea el trabajo asalariado siga en manos de esta minoría de especuladores financieros que imponen su dictadura con mano de hierro, no hay salida.

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"Mientras la riqueza gigantesca que crea el trabajo asalariado siga en manos de esta minoría de especuladores financieros que imponen su dictadura con mano de hierro, no hay salida."

El Gobierno es el comité ejecutivo que vela por los intereses de la clase dominante, afirmó Marx. Los programas de choque que están siendo aprobados en estos momentos por los Gobiernos occidentales, la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el de Gran Bretaña y otros, superan ya los 6 billones de dólares (en torno al 7% del PIB mundial). Una montaña de liquidez dirigida exclusivamente a dotar de solvencia a las grandes multinacionales y volver a salvar a la banca internacional. Mientras tanto, los recursos para cubrir una emergencia sanitaria colosal, proteger a las decenas de millones que ya han perdido sus empleos y hogares, a los cientos de millones que se hundirán aún más en la pobreza… no son más que migajas irrisorias. La historia se repite, primero como tragedia y ahora como farsa.

Mario Draghi, exdirector del Banco Central Europeo, lo ha explicado con toda crudeza en un reciente artículo publicado por Financial Times: “(…) la respuesta debe involucrar un aumento significativo de la deuda pública. La pérdida de ingresos sufrida por el sector privado, y cualquier deuda generada para llenar este vacío, debe ser absorbida, total o parcialmente, en los balances del Gobierno”.

El Estado capitalista debe salvar… a las empresas, al capital financiero y a los especuladores. Qué magnífica lección para todos los reformistas, los viejos y los nuevos, que apelan al Estado como si este no fuera un instrumento de dominación de una clase sobre otra. Una reivindicación brillante, en boca de un burgués consumado, de la teoría marxista del Estado y que trae a la palestra la palabras de Lenin: “(…) Aquí vemos como, patentemente, en la época del capital financiero, los monopolios del Estado y los privados se entretejen formando un todo y como, tanto los unos como los otros, no son en realidad más que distintos eslabones de la lucha imperialista que los más grandes monopolistas sostienen en torno al reparto del mundo”. (V.I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, FFE. Madrid 2016, p. 72.)

Más desunidos que nunca. Neoliberalismo 2.0

Estos planes de salvamento han desatado nuevamente las voces de los “doctores democráticos” del sistema, salivando por medidas keynesianas o simplemente mintiendo sobre el carácter de los paquetes adoptados, como hace el Gobierno PSOE-Unidas Podemos en el Estado español.

Una vez más debemos subrayar que las promesas “intervencionistas” de los Estados, que muchos economistas han calificado de keynesianismo, no tienen nada que ver con nacionalizaciones de grandes empresas o sectores productivos en el sentido clásico. El keynesianismo, como doctrina económica de la burguesía, solo se aplicó en unas circunstancias históricas muy determinadas: tras la muerte de decenas de millones de personas y la destrucción masiva de fuerzas productivas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, y ante el pánico del imperialismo norteamericano y la burguesía del continente por el avance de la revolución en Francia, Italia, Grecia… y del Ejército Rojo en el Este.

Entonces sí, intentando no repetir los errores del Tratado de Versalles de 1918, y para conjurar el peligro de la revolución socialista, los EEUU, que salían de la guerra con su aparato productivo intacto, con un desarrollo formidable de nuevas ramas productivas (derivados del petróleo, química, industria automovilística, aeronáutica, electrónica, militar…), con las reservas de oro más importantes del mundo y con el dólar como la única divisa de referencia, ayudaron a la burguesía europea en la reconstrucción y permitieron la nacionalización de industrias y sectores que exigían un gran desembolso de capital fijo (siderurgias, eléctricas, minas, transportes…), proveyendo además de materias primas baratas a las empresas privadas.

Las medidas keynesianas sirvieron para alimentar el ciclo alcista del capitalismo y un nuevo periodo histórico de acumulación imperialista. La condición material previa, como hemos señalado, fue la destrucción del aparato productivo europeo, al tiempo que en el terreno político los partidos socialdemócratas y estalinistas apoyaron a los Gobiernos burgueses de la época para sabotear la revolución y reconducir la reconstrucción sobre las bases de la “democracia” capitalista y el pacto social.

La burguesía, obligada por las circunstancias de la lucha de clases, siempre estará dispuesta a realizar concesiones temporales, incluso de calado, con tal de asegurar la continuidad de su régimen económico y social. Pero en estos momentos la izquierda parlamentaria y las burocracias de los grandes sindicatos están arrodilladas y dispuestas a un frente único con la clase dominante para impedir o retardar lo máximo posible el estallido de una crisis revolucionaria. Antes de tomar medidas semejantes a las de la posguerra europea, intentarán las fórmulas que aplicaron en 2008 a una escala superior. Por supuesto, el resultado en esta ocasión puede ser el contrario al que persiguen, y en lugar de una nueva escalada de la lucha de clases más o menos asimilable, pueden encontrarse de bruces con una revolución socialista en líneas clásicas.

Partiendo de la realidad tal cual es, cada burguesía nacional se prepara para defender con uñas y dientes a sus monopolios en el conflicto interimperialista que se libra al calor de la depresión. Estas fuerzas objetivas están detrás del estallido de la Unión Europea. Mientras los Gobiernos del sur, liderados por Italia y el Estado español, exigen a Merkel que arrime el hombro y acepte cargar con una parte de esta crisis, la burguesía alemana se niega a mutualizar los costes de la debacle.

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"Cada burguesía nacional se prepara para defender con uñas y dientes a sus monopolios en el conflicto interimperialista que se libra al calor de la depresión."

“Tenemos que trabajar en un instrumento de deuda común (…) Necesitamos reconocer la gravedad de la situación y la necesidad de medidas más ambiciosas para apuntalar nuestras economías”, claman Pedro Sánchez, Conte y Macron en su última carta pública a la Comisión Europea. Mientras tanto, el ministro de Economía alemán dice Nein, y detrás de él toda la industria y el capital financiero germano.

Las burguesías alemana y holandesa, además de rechazar rotundamente los eurobonos, adoptarán todas las medidas a su alcance para protegerse del contagio y apuntalar sus industrias nacionales cueste lo que cueste. El PIB español caerá por encima del 10% este año. Para Italia la previsión no es mejor: un 11,26%. Según Goldman Sachs, Alemania y Francia no quedarán inmunes y pueden registrar una contracción del 8,9% y del 7,4% respectivamente. Por eso Merkel ha dicho a todos los países del sur que pueden recurrir a un préstamo del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), como hizo Grecia en su momento. E igual que entonces, este concederá recursos a cambio de durísimas contrapartidas en forma de más recortes sociales.

Europa ha saltado por los aires. El proyecto de la Unión Europea, tal como lo conocemos está acabado. Después del Brexit y ante una depresión prolongada en el tiempo, las fuerzas centrífugas que pudieron ser contenidas a duras penas en la crisis del euro en 2014, a costa de aplastar al pueblo griego y sembrar la austeridad, se harán cada día más incontrolables.

En todos los continentes se prepara un regreso al nacionalismo económico, al incremento de políticas arancelarias, a las devaluaciones competitivas de las monedas, a medidas proteccionistas para proteger los mercados internos del asalto exterior. La ausencia de cualquier coordinación entre las potencias mundiales, medida en los fracasos sucesivos de las reuniones del G-20 y de la Unión Europea, confirma lo que decimos. La falta de una respuesta unificada por parte de esta manada de hienas prueba el carácter completamente reaccionario del capitalismo.

Un programa y un partido para la revolución socialista

“Las habladurías que tratan de demostrar que las condiciones históricas para el socialismo no han madurado aún son producto de la ignorancia o la mala fe. Las condiciones objetivas para la revolución proletaria no solo han madurado, han empezado a pudrirse. En el próximo periodo histórico, de no realizare la revolución socialista, toda la civilización humana se verá amenazada por una catástrofe. Es la hora del proletariado, es decir, ante todo de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la Humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”.

León Trotsky, El programa de transición

 La catástrofe que se cierne sobre el mundo tiene en EEUU su zona cero. El Gobierno Trump se ha visto obligado a abandonar sus planes iniciales de volver con rapidez a la “normalidad económica” al filtrarse que provocaría entre 1,5 y 2,2 millones. Pero la masacre está garantizada: el capitalismo estadounidense mantiene sin seguro médico a más de 45 millones de personas, y la cifra crecerá mucho más con la pérdida masiva de empleos.

Esta matanza se suma a las decenas de millones de nuevos desempleados, a la destrucción y paralización de fábricas e industrias, al colapso del sistema sanitario mundial que provocará un incremento exponencial de las tasas de pobreza. No es casual que las instituciones internacionales, los analistas y los editoriales rebosen de informes que predicen una depresión más dura que el crack de 1929. Y aquellos que pretenden convencer a la opinión pública de que asistiremos a una recuperación en forma de V, como es el caso de muchos dirigentes de la izquierda reformista, no tardarán en tragarse sus palabras.

Tras el crack de 1929, la crisis agónica del capitalismo desembocó en la derrota de la revolución socialista en Europa, el fascismo y finalmente en una guerra mundial letal. La posibilidad de una guerra semejante en estos momentos está descartada. Con el arsenal nuclear en manos de las grandes potencias imperialistas se convertiría en una destrucción mutua asegurada. Pero eso no quiere decir que más guerras de carácter regional se desaten, provocando millones de muertos y refugiados, y una devastación pavorosa como hemos visto en Siria, Iraq o Afganistán. Ni tampoco que la burguesía sea consciente de que la guerra contra la clase obrera tenga que librarla con dureza extrema.

La consigna de Engels que Rosa Luxemburgo hizo célebre, ¡socialismo o barbarie!, nos interpela a todos los trabajadores y oprimidos del mundo. Después de años de reacción ideológica tras el colapso de la URSS y los regímenes estalinistas de Europa del Este, de restauración capitalista en Rusia y en China, de giro a la derecha de las organizaciones de masas de la clase obrera, tanto de los sindicatos como de los partidos socialdemócratas y excomunistas, debemos volver a levantar la bandera del socialismo internacionalista con más fuerza que nunca.

La depresión agudizará la deslegitimación del parlamentarismo burgués, de la socialdemocracia y de los partidos conservadores tradicionales, incrementará la polarización social y política, la división de la clase dominante y también reforzará las tendencias autoritarias de numerosos Gobiernos. Si en estos años hemos asistido a la pérdida de la estabilidad de las capas medias y su virulenta oscilación a izquierda y derecha, el nuevo escenario no hará más que profundizar esta tendencia. El auge de la ultraderecha es una amenaza real y lo será aún más, igual que el Estado policial. Si no queremos repetir anteriores fracasos, necesitamos sacar las lecciones de la historia hasta sus últimas consecuencias.

Las formaciones de la nueva izquierda reformista, como Podemos, Syriza, Bloco de Esquerda, Die Linke y otras similares, nos prometieron que una vez en el Gobierno serían capaces de meter en cintura a la oligarquía capitalista. Abandonaron el programa del marxismo revolucionario reemplazándolo por una mezcla de ideas radicales pequeñoburguesas que desembocan en un mismo sitio: hacer un capitalismo de rostro humano,


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