A pesar de los diez años transcurridos desde el estallido de la Gran Recesión de 2008, el capitalismo no solo es incapaz de recuperar el equilibrio, sino que se desliza hacia una nueva etapa que puede ser catastrófica.

Este panorama amenazador planea sobre las negociaciones entre las dos potencias más poderosas del planeta, cada vez más parecidas a un ‘culebrón’ por sus constantes rupturas y reconciliaciones. Por un lado, los protagonistas sienten vértigo ante un divorcio que desate una guerra comercial de enormes proporciones y, en consecuencia, un colapso similar a los años 30. Actores secundarios, como la Unión Europea o instituciones como el FMI, intentan convencerlos de que abandonen esa idea. Por otro, la posibilidad de perder la supremacía mundial empuja al imperialismo estadounidense por el camino del nacionalismo económico con la esperanza de Hacer América grande de nuevo. Si este desafío finalmente se concreta, el capitalismo chino responderá porque sus dificultades domésticas así lo obligan.

Incremento de aranceles y proteccionismo

La trama está marcada por una tensión creciente tras la decisión de subir un 25% los aranceles a importaciones chinas destinadas a EEUU valoradas en 200.000 millones de dólares, y respondida por China haciendo lo propio con un volumen de importaciones estadounidenses cuantificadas en 60.000 millones de dólares.

Pero el último y más significativo capítulo ha tenido como estrella invitada al gigante de las telecomunicaciones Huawei, buque insignia del poder tecnológico chino, que ha sido vetado por el decreto de emergencia nacional de la administración Trump —que otorga el “poder de veto” sobre “propiedades de personas físicas o jurídicas” implicadas con “diseños, desarrollos, productos o suplementos” destinados al mercado americano y que representen “un riesgo inaceptable” para la seguridad del país—.

Este torpedo contra los negocios de Huawei en el extranjero, fue contestado con otro misil chino. Gao Feng, portavoz de Comercio, anunció la creación de una lista de “entidades poco fiables” con las que se impedirá hacer negocios. La utilización de esta terminología militar no es exagerada. El inicio de una espiral de acción-reacción proteccionista, alimentada por los incrementos de aranceles para encarecer las importaciones de países competidores o, directamente, la prohibición de establecer relaciones comerciales con determinadas empresas es, en términos económicos, una declaración de guerra. Sus consecuencias pueden ser tan o más destructivas que las de un conflicto armado.

EEUU defiende su hegemonía

Sin ignorar el carácter bravucón de Trump ni sus ambiciones electorales, sería un error elaborar una perspectiva basada en este factor. El marxismo no niega el papel del individuo, pero su genialidad o estupidez solo alcanzan una influencia decisiva cuando están en sintonía con el contexto social y económico.

La arrogancia de este cowboy de opereta es un reflejo del declive del poderío estadounidense. Vastas áreas económicas, desde Asia hasta América Latina pasando por África, que históricamente han sido explotadas por las grandes multinacionales norteamericanas, se hallan hoy bajo control del imperialismo chino. Se ha producido un cambio cualitativo en las relaciones mundiales con dramáticas consecuencias económicas y sociales que constituyen la clave del actual enfrentamiento.

Trump no exagera respecto al comercio. El déficit comercial con China superó en 2018 los 620.000 millones de dólares, lo cual representa un 23% más que en la anterior administración Obama. El retroceso está siendo constante e imparable. Si tras la Segunda Guerra Mundial las exportaciones de EEUU superaban el 20% del total mundial, hoy no alcanzan ni la décima parte. Además, el coloso de las barras y estrellas se ha transformado en una economía peligrosamente endeudada, y su mayor acreedor no es otro que China.

Estos retrocesos todavía no han provocado el salto definitivo de cantidad en calidad y, a pesar de sus debilidades, EEUU todavía sigue conservando su posición de primera potencia mundial. El dólar sigue siendo la divisa dominante en los intercambios comerciales, y su superioridad militar es indiscutible. Pero tras la reacción de Trump se alzan las preocupaciones de la burguesía estadounidense, que está valorando actuar antes de que sea demasiado tarde.

Poner a Huawei en el punto de mira no es casual. Se trata de una empresa puntera, que opera en 170 países, emplea a 180.000 trabajadores, con ingresos anuales superiores a los 40.000 millones de euros y que, además, es propiedad de Ren Zhengfei —un ex militar que es un ejemplo paradigmático de la conversión al capitalismo de la más selecta burocracia que domina el Partido Comunista Chino (PCCh)—.

Las implicaciones sociales e ideológicas de estos acontecimientos son muy relevantes. La Gran Recesión ha debilitado a la poderosa y conservadora clase media estadounidense, mientras el sueño americano se disipa. La desigualdad crece vertiginosamente, y golpea la conciencia de las masas. No lo decimos solo los marxistas, en opinión de reputados analistas burgueses, como el Banco Santander, uno de los problemas “que aún se deben afrontar en EEUU” es la “polarización y radicalización ideológica”1 , que se manifiesta en fenómenos como el crecimiento del apoyo a Bernie Sanders o a la idea del socialismo, cada día más popular entre la juventud estadounidense.

China no renunciará al mercado mundial

La fase en la que la industria nacional china producía mercancías de poca calidad y bajo valor tecnológico ha sido completamente superada. Ahora, una de sus empresas señeras golpea el símbolo de la tecnología americana: Apple. En los primeros meses de este año, Huawei desplazó a la multinacional de la manzana del segundo al tercer puesto mundial en venta de móviles. Entre 2018 y el primer trimestre de 2019, Samsung ha mantenido y aumentado su liderazgo en la telefonía móvil, alcanzando un 19% de cuota de mercado; Huawei ha subido al segundo puesto llegando al 14,3%; mientras que Apple retrocedió a la tercera posición pasando de un 11,1% a un 8,8%.

Vetar a Huawei es golpear el corazón del plan estratégico del régimen chino para capear los efectos de la recesión de 2008. En 2015 el gobierno de Beijin presentó a bombo y platillo el programa Made in China 2025, para potenciar la competitividad de la industria nacional frente a sus adversarios occidentales. Años antes, para garantizar que las mercancías chinas lleguen a cada rincón del planeta, se inició la construcción de la Ruta de la Seda, una red de transporte controlada por el gigante asiático que abarcará 65 países —incluidos varios europeos como Grecia e Italia— con un mercado potencial de más de 4.000 millones de personas.

El capitalismo chino lleva años preparándose para tiempos duros, y eso también se refleja en los rasgos políticos de su régimen. Xi Jinping se ha consolidado como el hombre fuerte encargado de dirigir a la gran nación con mano firme. Por primera vez desde la era Mao, se ha introducido en la constitución un párrafo que reconoce “el pensamiento Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una Nueva Era.” Por supuesto, aquí de socialismo no hay nada.

Y es que, a pesar de su abultado superávit comercial y de ser la primera potencia exportadora, la economía atraviesa graves turbulencias. Las tasas de crecimiento del PIB de dos dígitos forman parte de un pasado cada vez más lejano. El 6,6% de 2018 fue la cifra más baja de los últimos 30 años. Su endeudamiento alcanza cotas comparables a las de su oponente norteamericano, y ha pasado del 140% del PIB en 2007 al 260% en 2018. La preocupación por la caída de la producción y la consiguiente subida de desempleo, alumbró un nuevo plan de inversiones públicas que en los próximos años alcanzará los 3 billones de dólares.

Su burbuja inmobiliaria nada tiene que envidiar a las predecesoras de las subprime. De hecho, el gobierno tuvo que abandonar su plan inicial de desinflarla por temor a provocar un estallido, hasta el punto de que los mandatarios chinos han reducido el capital líquido que la banca está obligada a garantizar, bajando los impuestos y relajando las condiciones de los préstamos.

Los dirigentes chinos son conscientes además de la tensión social acumulada. En el último periodo se ha producido un notable incremento de la actividad huelguística a favor de salarios más altos. Sectores amplios de la clase obrera se rebelan contra sus condiciones de semiesclavitud. Uno de los últimos ejemplos fue la protesta “996. ICU” de los trabajadores del sector tecnológico, bautizada así para denunciar jornadas de 9 de la mañana a 9 de la noche seis días a la semana, que provocan un agotamiento físico y mental que te puede llevar a la UCI —ICU son sus siglas en inglés—.

Las venas del capitalismo están obstruidas

Desde una perspectiva histórica e internacional, el capitalismo atraviesa un de sus momentos más críticos. Su base material está carcomida por una crisis de sobreproducción y un endeudamiento que puede obstruir sus principales arterias financieras.

La ruptura de los viejos acuerdos marcan las relaciones internacionales desbaratándolo todo, basta con echar un vistazo a las consecuencias del Brexit. Y, en el terreno de la lucha de clases, las masas, a pesar de las derrotas sufridas y de la ausencia de una dirección revolucionaria a la altura, se relevan en un país a otro y no dan tregua. La primavera árabe, supuestamente muerta y enterrada, florece en Sudán y Argelia, igual que las movilizaciones en Brasil y Argentina contra Bolsonaro y Macri.

El mundo capitalista todavía sobrevive, pero ha sufrido una traumática y profunda transformación. Hace tres décadas, China iniciaba su transformación en locomotora del crecimiento mundial, en un proceso que culminó la restauración capitalista y la liquidación de la economía planificada surgida de la revolución de 1949. La burocracia estalinista al frente del Estado se convirtió en parte de la nueva burguesía.

El entonces presidente Bill Clinton no disimulaba su entusiasmo junto al primer ministro chino Zhu Rongji: “Estados Unidos apoya firmemente el acceso de la República Popular China a la OMC en 1999”. 2 Hoy, en la era de las ‘vacas flacas’, el capitalismo norteamericano ha cambiado drásticamente su opinión, y afirma por boca de uno de sus representantes que “EEUU se equivocó en apoyar la entrada de China en la OMC”.3

Ante semejante escenario, estos dos colosos pueden abrazar aún más el nacionalismo económico y lanzarse a una guerra comercial abierta. Si es así, el remedio será peor que la enfermedad. El mercado mundial es similar a un organismo vivo, y desmembrarlo desatará un cataclismo. La afirmación de Trotsky de que “la economía mundial se apoderó del mercado nacional” 4 es hoy más verdad que nunca.

La guerra entre EEUU y China está teniendo implicaciones para todo el mundo Empresas alemanas como Infcon Technologies, japonesas como Panasonic y Toshiba, inglesas como ARM, o grandes teleoperadores como Vodafone, tuvieron que tomar parte y eligieron a Trump pese a renunciar a suculentos negocios con Huawei. No se sabe qué pasará con el precio de las tierras raras estratégicas —presentes en casi toda mercancía electrónica—, ya que China controla el 83% de la producción mundial, pero los efectos van mucho más allá de las telecomunicaciones.

Caterpillar, el megafabricante de  equipos industriales, perdió un 5% de su valor bursátil ante el temor por sus 19 instalaciones industriales en China, y Nike tiembla por el hecho de que el 21% de su producción se localiza en China (otro 21% en Indonesia y el restante 47% en Vietnam).

Más de 170 empresarios han dirigido la siguiente carta a Trump: “Como las principales compañías americanas de calzado, con cientos de miles de empleados por todo Estados Unidos, te escribimos para pedirte que elimines el calzado de la lista de productos publicada por la autoridad comercial estadounidense el 13 de mayo. (…) La subida de aranceles hasta el 25% en el calzado será una catástrofe para los consumidores, las empresas y para el conjunto de la economía americana”. Las bolsas también opinan, y lo hacen con importantes retrocesos.

El marxismo señaló hace tiempo que la vuelta al nacionalismo económico es una expresión de la decadencia orgánica que recorre el capitalismo: “Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas para hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. (…) El ultramoderno nacionalismo económico esta irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre.” 5

Solo hay que contemplar el desarrollo asombroso de la ciencia, la tecnología, los transportes y la producción a gran escala, para entender que si las fuerzas productivas estuviesen sometidas al control y la planificación democrática, armoniosa y cooperativa de la clase obrera, la pesadilla de desigualdad, paro crónico, pobreza, guerras imperialistas y destrucción ecológica podrían ser eliminadas con facilidad.

NOTAS

  1. https://es.portal.santandertrade.com/analizar-mercados/estados-unidos/politica-y-economia
  2. Firmado un acuerdo agrícola que abre camino a China hacia la OMC, 10 de abril de 1999, EL MUNDO
  3. La historia de cómo EEUU sedujo a China para el libre comercio y ahora le cierra las puertas con el veto a Huawei, 22 de mayo de 2019, El diario.
  4. El nacionalismo y la economía, León Trotsky , 30 de noviembre de 1933.
  5. El nacionalismo y la economía, León Trotsky , 30 de noviembre de 1933.

window.dataLayer = window.dataLayer || []; function gtag(){dataLayer.push(arguments);} gtag('js', new Date()); gtag('config', 'G-CWV853JR04');