El Partido Socialista vive su peor crisis en muchas décadas. El “golpe de Estado” de Felipe González, Susana Díaz y el conjunto de los barones territoriales contra Pedro Sánchez forma parte de una decisión muy meditada que cuenta con el respaldo abierto del gran capital y la oligarquía financiera, y que tendrá profundas consecuencias.

El punto de ruptura —la abstención parlamentaria para permitir a Rajoy conformar gobierno— ha sido el detonante de una guerra interna que ha explotado de forma virulenta. Pero el trasfondo de todo este asunto es la crisis de la socialdemocracia española, en sintonía con la del resto de Europa, como resultado de su apoyo a los recortes sociales y su fusión con la clase dominante. El hecho de que el PSOE haya arrastrado derrotas contundentes desde 2011, iniciadas bajo mandato de Rodríguez Zapatero y continuadas bajo la dirección de Pérez Rubalcaba, parece que no tiene cabida en los análisis de los tertulianos y editorialistas de los grandes medios capitalistas, que no se recatan en vomitar a cada minuto toda su furia contra el actual secretario general del PSOE.

Pero no sólo es eso. La continuidad de una estrategia basada en respaldar la austeridad y las reformas constitucionales en beneficio exclusivo de la banca, el apoyo nauseabundo al nacionalismo españolista o presentarse como campeones de la gobernabilidad capitalista han colocado claramente al PSOE en el lado derecho de la foto. La irrupción de Podemos, y que haya ganado la mitad de la base electoral socialista, es un claro indicativo de las tendencias fundamentales que explican esta crisis agónica. Hay un giro a la izquierda entre la clase obrera y la juventud que se expresó en una movilización social inmensa cuyo precedente más cercano son las grandes luchas contra la dictadura franquista en los años setenta. Por supuesto, este es un libro cerrado con siete llaves para los sesudos editorialistas de El País. Pero la verdad es concreta. En el 15M, pasando por las huelgas generales, las Marchas de la Dignidad, las Mareas Verde y Blanca, las grandes movilizaciones estudiantiles, el levantamiento de Gamonal o las masivas manifestaciones a favor del derecho a decidir en Catalunya..., millones de trabajadores, desempleados, precarios, jóvenes y sectores amplios de las capas medias empobrecidas han dado la espalda al PSOE.

Este es el factor decisivo de la lucha de clases que explica la crudeza, y la naturaleza, de la actual crisis que desgarra al PSOE. Es el impacto de la lucha de masas, del giro social a la izquierda, del surgimiento de una fuerza política como Podemos, lo que ha colocado al Partido Socialista ante una disyuntiva histórica: seguir el camino del PASOK en Grecia, y convertirse en una fuerza irrelevante subsidiaria de la derecha política, o romper con su sometimiento a la burguesía, a la austeridad y los recortes, y emprender el camino de la regeneración como una fuerza política de la izquierda que lucha.

Por supuesto, la posibilidad de emprender el segundo camino es harto complicada, tal como están demostrando los acontecimientos. La fusión del aparato del PSOE, tanto de su dirección federal como de sus estructuras territoriales, con los intereses de la clase dominante ha llegado muy lejos. De ahí deriva su falta de credibilidad —que ha crecido de manera exponencial en los últimos años— y que explica por qué millones de jóvenes y trabajadores les han abandonado en las urnas. El PSOE ha sufrido ya el sorpasso en Catalunya, en Euskadi, en Navarra, en País Valencia, en Madrid, en Galicia, en Canarias..., ha sufrido fuertes varapalos en las principales ciudades del Estado, y si gobierna algunas comunidades autónomas es por los apoyos parlamentarios que recibe de Podemos (Aragón, Castilla-La Mancha, Baleares, País Valencia…), de IU (Asturias) o de Ciudadanos (Andalucía).

Los errores garrafales después de las elecciones del 20 de diciembre han conducido también a la actual situación. La decisión de Pedro Sánchez de apoyarse en Ciudadanos para ser nombrado presidente del gobierno —mediante un pacto continuista con la política de recortes y austeridad— fracasó miserablemente ante el rechazo frontal del aparato del PP y la más que justificada negativa de Podemos e Izquierda Unida. ¿Acaso tenía ese pacto con el PP 2.0 algo que ver con un auténtico gobierno del cambio? La estrategia de Pedro Sánchez demostró ser un completo fraude, un camino que llevaba directamente a una nueva fase crítica para el partido.

El impacto de la lucha de clases en el PSOE

La imposibilidad de alcanzar un gobierno tras las elecciones de diciembre reflejaba la profundidad de la crisis del régimen político. Décadas de estabilidad y alternancia entre el PSOE y el PP, claves para garantizar la gobernabilidad del capitalismo español y frenar la lucha de clases, han saltado por los aires. Sí, se ha producido un punto de inflexión en la política del Estado español, que tiene su proyección más notoria en la crisis del bipartidismo y la inestabilidad crónica que se ha instalado en la vida “parlamentaria”, ese charco pestilente de diplomacia falsa y charlatanería, donde los embaucadores y arribistas hacen su agosto con impunidad.

Tras las elecciones del 26J, las cuentas tampoco salen. Como hemos explicado en otros materiales, la ausencia de una movilización social contundente y sostenida contra la derecha (cuya paternidad corresponde fundamentalmente a las direcciones de Podemos y de CCOO y UGT) ha sido determinante para el ligero desplazamiento electoral hacia la derecha que aquellos comicios expresaron, exactamente como ha pasado ahora en las elecciones vascas y gallegas. Pero este desplazamiento sigue siendo muy frágil y está determinado por la desmovilización electoral de sectores de trabajadores y jóvenes desencantados con las vacilaciones y ambigüedades, es decir, con la deriva socialdemócrata, de los dirigentes de Podemos, concretada en la frustración por su gestión en las grandes ciudades y en su renuncia a retomar la movilización social.

Después del 26J, las perspectivas para formar gobierno parecían más o menos despejadas, en cuanto se daba por supuesto que el PSOE se abstendría finalmente en un determinado momento para facilitar la investidura de Rajoy. Todas las presiones desde el minuto uno se han dirigido sobre Pedro Sánchez para obligarle a entrar por el aro. Los grandes medios de comunicación, todos y de manera unánime, se han intercambiado titulares y han escrito editoriales a cual más salvaje para aplastar cualquier veleidad de emitir un no. Y luego hablan de libertad de prensa. ¡Un auténtico chiste viendo el espectáculo de estos días!

Felipe González: Este cortijo es mío, y sólo mío

Por los medios de comunicación hablan sus dueños, los grandes capitalistas nacionales e internacionales, que bajo ningún concepto quieren una nueva vuelta a las urnas; y no lo quieren porque necesitan ya, urgentemente, un gobierno que ejecute una nueva tanda de recortes en sectores como la educación y la sanidad, que imponga una nueva reforma laboral y de las pensiones, que cumpla con las exigencias de una UE que se está impacientando. La burguesía, además, se frotaba las manos al ver la actitud de los dirigentes de CCOO y UGT, más deseosos que nadie de acabar con esta situación de “interinidad” y dar paso lo antes posible a un nuevo gobierno, sin importar que lo encabece Rajoy, con el que puedan negociar y asegurar que el maná de las subvenciones estatales siga fluyendo a sus maltrechas arcas. Pero, sobre todo, los grandes capitalistas contaban con firmes aliados, o para ser más precisos, con mayordomos sumisos y dispuestos a hacer el trabajo sucio dentro del PSOE, para forzar a cualquiera que albergase alguna duda de lo que había que hacer por el “bien de España y del partido”.

Felipe González es uno de esos mayordomos. Este personaje sigue gobernando el PSOE como si fuera su cortijo privado, simbolizando mejor que nadie la estrecha compenetración de numerosos dirigentes del PSOE con los intereses de la burguesía: dio el golpe de timón efectivo para que el PSOE abandonase cualquier veleidad izquierdista, para que rechazase el marxismo de palabra (en la práctica ya lo había hecho hace mucho tiempo), para que encabezase la reestructuración del capitalismo español a golpe de reconversiones industriales y privatizaciones, para aprobar leyes que precarizaron el mercado laboral hasta niveles tercermundistas, para recortar las pensiones y para atacar la sanidad y la enseñanza públicas, todo ello con el fin de facilitar la recuperación de la tasa de ganancias empresarial. Felipe también fue muy claro a la hora de impedir cualquier tipo de depuración del aparato del Estado de elementos fascistas provenientes de la dictadura, es más, no tuvo escrúpulos en apoyarse en estos elementos para organizar e impulsar la guerra sucia en Euskal Herria activando la banda terrorista de los GAL, manchándose las manos de cal viva, haciendo amigos del alma en la cúpula policial y militar, o abrazando con pasión el nacionalismo españolista. Por supuesto, Felipe González nos metió en la OTAN, devolviendo los servicios prestados a la CIA que tanto le ayudaron en su carrera política, y movilizó al Ejército español en apoyo de la primera intervención imperialista de los EEUU contra Irak en 1991.

Felipe González tiene un expediente amplio a la hora de amparar la corrupción. Es más, él representa adecuadamente a esa casta de políticos burgueses que son generosamente recompensados por su labor. Multimillonario gracias a su actividad “legal” como comisionista profesional (como su colega Juan Carlos I), amante de la buena vida (igual que Juan Carlos I), comprometido hasta la médula con la defensa del orden establecido, Felipe González ha sido utilizado como ariete en esta crisis, para derribar la puerta de Ferraz y sacar a la fuerza a Pedro Sánchez.

Lo que hemos visto estos días deja claro que sigue considerando el PSOE como su cortijo privado. ¡¡A él le mintió Pedro Sánchez, lo engañó cuando le prometió que se abstendría para facilitar la investidura de Rajoy y no cumplió su palabra!! Y este “engaño” suscita la rebelión indignada de los barones territoriales, que claman venganza, además de hacer correr ríos de tinta a los periodistas que despotrican contra Pedro Sánchez por ser un hombre muy malo, y además mentir así a Felipe.

En fin, de traca, pero la situación es realmente seria. Felipe González ha dado la señal para comenzar un ataque que se ha urdido a la luz pública. La presidenta andaluza, Susana Díaz, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, el de Extremadura, Fernández Vara, el de Asturias, Javier Fernández, el de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig..., todos estos perritos falderos del capital han pasado a la ofensiva protagonizando un golpe de Estado fraudulento, completamente antidemocrático, para obligar al PSOE a entregarle el gobierno a Rajoy en bandeja. Este es el objetivo único de la maniobra que ha comenzado con la dimisión de 17 miembros de la Comisión Ejecutiva Federal, y que podría acabar con una ruptura del PSOE.

La dinámica emprendida por Pedro Sánchez

La violencia del ataque contra Pedro Sánchez y sus seguidores en Ferraz está siendo brutal. Por tierra, mar y aire, el bombardeo es incesante. Pedro Sánchez se ha convertido en el enemigo número uno, que torpedea la gobernabilidad de España y quiere arrastrar al PSOE a un hundimiento histórico. En las palabras siempre comedidas de un editorial de El País, es “un insensato sin escrúpulos” que debe dimitir inmediatamente por el bien de todos.

Cuando vemos esta campaña insidiosa contra el que otrora fuera calificado como un “gran dirigente, moderado y sensato”, no es de extrañar que muchas simpatías se movilicen en apoyo a Sánchez. Pero la cuestión no es sentimental, sino política, y por eso mismo necesitamos responder concretamente a algunas preguntas fundamentales. ¿Por qué Pedro Sánchez ha emprendido este camino? ¿Por qué ha desafiado a Felipe González y los barones territoriales? ¿Hasta dónde puede llegar este enfrentamiento?

El hundimiento electoral del PSOE, su desgaste y falta de credibilidad, responde a la fusión de la dirección del partido con los intereses de los capitalistas. Una fusión que ha llegado muy lejos en estas últimas décadas. El juego de declarar fidelidad a los valores de la izquierda en campaña electoral, para luego llevar a cabo la política de la derecha más neoliberal, ya no cuela, ha sido desvelado y rechazado por una población harta de tantos sufrimientos y engaños. Esto es lo que explica el colapso electoral del PSOE, un colapso que puede profundizarse, y mucho, en caso de que el grupo parlamentario permita, con su abstención, la investidura de Rajoy y abra las puertas a un gobierno de la derecha.

La sombra del PASOK planea desde hace tiempo sobre la cabeza de los dirigentes del PSOE. La socialdemocracia griega aceptó el dictado de la burguesía helena y europea de entrar en gobiernos de unidad nacional con la derecha (Nueva Democracia) para imponer los planes de austeridad que han llevado a la mayoría de la población griega al borde del abismo. Una política que se saldó con la destrucción del PASOK como factor político relevante: en poco más de tres años, pasó de tener la mayoría absoluta en el Parlamento (con cerca del 40% de los votos) a obtener un ridículo 5%.

Desde 2011, la evolución del apoyo electoral del PSOE sigue la misma tendencia, y por motivos muy similares: su compromiso con el programa de austeridad que ha hundido las condiciones de vida de millones de personas en el Estado español, llevándonos a los mayores niveles de desigualdad y a las tasas de desempleo más elevadas de la historia. Lo que pretende la burguesía, y sus mayordomos dentro del PSOE, es profundizar este compromiso, atar firmemente al PSOE al carro de los recortes a través de una abstención parlamentaria que es mucho más que eso. La abstención es la puerta para nuevas y más amplias concesiones que garanticen la gobernabilidad, que permitan la aprobación de nuevos ataques a la clase trabajadora. Es decir, una receta para la pasokización acelerada del PSOE.

La resistencia de Pedro Sánchez a este asalto tiene, sin duda alguna, motivaciones burocráticas, es decir, de supervivencia política como líder del partido. Pedro Sánchez tiene un abundante expediente de apoyar medidas neoliberales en el pasado, además de salir en defensa del “honor” de Felipe González, que le ha pagado su gesto con una puñalada por la espalda. Pero no sólo existen motivaciones burocráticas. La lucha por el control del PSOE, por el “poder”, como señalan los medios de comunicación capitalista, también expresa las presiones de clase antagónicas, aunque sea de manera distorsionada. La presión de la burguesía, que moviliza todos sus recursos de dentro y fuera del PSOE, y las presiones de un amplio sector de la militancia y de la base electoral, que a su vez están reflejando lo que piensan millones de trabajadores y jóvenes: que el PSOE no puede permitir un gobierno del PP, que debe girar a la izquierda y regenerarse democráticamente si quiere conectar con sus aspiraciones, que debe transformarse profundamente si quiere protagonizar el “cambio político”. En definitiva, que debe romper con su subordinación a la burguesía y volver a recuperar un programa socialista que abandonó hace décadas.

La decisión de Pedro Sánchez de rechazar la dimisión —a la que le quieren forzar con la violencia política más descarnada— es un síntoma también de la actitud de miles de militantes de base hartos de concesiones a la derecha, hartos de barones territoriales completamente ensoberbecidos que parecen políticos del PP, de ver cómo el PSOE se convierte en un ente marginal de la izquierda rechazado por millones de jóvenes y trabajadores porque lo ven como parte de la maquinaria corrompida del sistema.

Está todavía por ver el alcance de la lucha desatada y hasta dónde está dispuesto a llegar Pedro Sánchez. Sus apelaciones a que el PSOE sea una fuerza real de la izquierda, a que no se subordine a la derecha, a que recupere sus principios ideológicos; su llamamiento a que sea la militancia la que decida la política, la que se pronuncie sobre la abstención o el no a Rajoy; sus declaraciones a favor del no, contra el golpe fraudulento a la democracia interna..., todo ello concita la simpatía de muchos, de una mayoría de trabajadores y jóvenes que han peleado duramente por desalojar a la derecha del gobierno. Pero si quiere ganar esta batalla debe dar muchos más pasos adelante, y muy firmes.

En la decisión de Pedro Sánchez es posible que hayan influido muchos factores. Es curioso que su resistencia se produzca justo unos días después del triunfo de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista. Corbyn ha ganado por segunda vez el liderazgo del laborismo con una mayoría incluso más amplia, enfrentándose a la maquinaria burocrática del partido —en manos de los blairistas— y a los medios de comunicación, que lo están criminalizando hasta la saciedad. Su victoria se ha basado en un factor crucial: la movilización masiva de cientos de miles de trabajadores y jóvenes que se afiliaron al laborismo ante la llamada de Corbyn para que apoyaran su programa a favor de acabar con los recortes y restablecer los derechos laborales y sindicales, de renacionalizar sectores y servicios estratégicos, de aumentar el salario mínimo y mejorar la enseñanza y la sanidad públicas.

Si Pedro Sánchez quiere derrotar este golpe de Estado, recuperar al PSOE como una fuerza real de la izquierda que lucha, sólo tiene un camino: movilizar a la militancia, localidad por localidad, provincia por provincia, levantando un programa político de izquierdas claro, a favor de la alianza con Unidos Podemos, del derecho a decidir, negándose a aceptar el chantaje de la burguesía y de Felipe González, de los barones y baronesas territoriales a quienes les importa poco, muy poco, escindir el PSOE o reducirlo a cenizas.

La dinámica de un enfrentamiento de esta naturaleza es difícil de prever. ¿Podría acabar en una escisión, como ocurrió con Oskar Lafontaine en Alemania, cuando el ex ministro de economía de Schröder abandonó el Partido Socialdemócrata (SPD) y formó Die Linke junto a otras organizaciones? ¿Podría llevar a una confluencia con Podemos, como ocurrió con cuadros dirigentes del PASOK que se integraron en Syriza? ¿Podría darse un proceso semejante al de Corbyn, con Pedro Sánchez imponiéndose como dirigente, y forzando una escisión por la derecha? ¿Podría darse una derrota en toda la línea de Pedro Sánchez y que fuera desplazado de la dirección?

Todas las posibilidades están abiertas. Lo que está claro es que esta ruptura interna buscará expresarse, como ya lo está haciendo incipientemente, en términos políticos. Si la burguesía precipita la ruptura y la escisión, si impone a Rajoy como presidente del gobierno gracias a la abstención de una parte de los parlamentarios socialistas, ese gobierno va a estar marcado desde el principio por el signo de la ilegitimidad. Un gobierno débil, elegido apoyándose en un método fraudulento, que será aún más odiado por la base socialista y que tendrá muchas dificultades para llevar a cabo su agenda de ataques sin provocar una dura lucha en la calle.

La crisis del PSOE es una gran nota en la partitura de la crisis económica, social y política del régimen capitalista español. Igual que la crisis que está atravesando la dirección de Podemos, con la pugna entre los sectores de Errejón y de Pablo Iglesias, que también refleja presiones de clase antagónicas. Por supuesto, el desarrollo de un ala de izquierdas dentro del PSOE, en las líneas que hemos comentado, sería una gran noticia. Pero todavía es prematuro asegurar que tal proceso vaya a tener lugar. En cualquier caso, todos estos acontecimientos ponen sobre la mesa la necesidad de la organización y de la lucha, de construir una fuerte organización de masas de la clase obrera y la juventud armada con las ideas del marxismo revolucionario, que se base en la movilización de la clase obrera y la juventud para transformar la sociedad y acabar con la dictadura del capital. Esta es la tarea a la que nos enfrentamos y en ella ponemos todo nuestro empeño desde Izquierda Revolucionaria.


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