El 12 de diciembre se celebrarán las terceras elecciones generales en Gran Bretaña en el plazo de cuatro años, una situación insólita que refleja la profundidad de la crisis política e institucional que vive el país. Las encuestas hasta ahora daban una cómoda victoria a Boris Johnson, incluso la mayoría absoluta. Sin embargo, en la última semana Corbyn parece haber recortado distancia en medio de un debate electoral polarizado en torno a la nefasta situación del Sistema Nacional de Salud (NHS) y el peligro de un Brexit que suponga más privatizaciones y más recortes.
Un Brexit socialista
Las informaciones que se han publicado sobre las negociaciones secretas entre el Gobierno de Johnson y el de Trump, y que podrían cristalizar en Acuerdo de Libre Comercio, no han hecho mas que confirmar los planes del imperialismo estadounidense. Su intención de copar la privatización de los servicios públicos británicos es una de las condiciones para un acuerdo comercial, y supondría una auténtica declaración de guerra para las familias trabajadoras británicas.
Este es uno de los puntos esenciales del debate actual, y también de las carencias de Corbyn respecto al Brexit. Su posición en estos meses, por no decir años, ha sido confusa y ambigua, hasta que finalmente se ha decantado por la celebración de un nuevo referéndum cediendo a las presiones del ala de derechas del laborismo agrupada en torno a los diputados blairistas.
Corbyn ha intentado cuadrar el círculo y el resultado es muy contraproducente. Por una parte, sigue sin dar una batalla frontal contra los sectores pro-capitalistas del Partido laborista, a los que ha hecho numerosas concesiones y mantienen una influencia decisiva en el aparato parlamentario y entre los concejales. Individuos completamente corrompidos que actúan como un caballo de Troya de los conservadores dentro de las filas laboristas. Corbyn les da un margen precioso para que sigan imponiendo sus políticas y saboteen cualquier giro a la izquierda efectivo.
Por otro lado ha renunciado a defender un Brexit socialista, es decir, una ruptura con la UE de los capitalistas y su agenda de recortes y austeridad. Entre la UE de los grandes monopolios y la banca y los EEUU de Trump, existe una alternativa: una Europa socialista basada en la nacionalización de las palancas fundamentales de la economía y su planificación democrática. Esta es la única posición que puede desenmascarar la demagogia de Johnson y el entreguismo del ala blairista del laborismo.
Nuevo aplazamiento
Boris Johnson, tras jurar y perjurar que Gran Bretaña estaría fuera de la Unión Europea (UE) el 31 de octubre, tuvo que solicitar una nueva prórroga (la tercera) a la UE, que Bruselas aceptó, postergándose la salida al 31 de enero de 2020.
Por el momento, el nuevo acuerdo ha sido ratificado por el Parlamento británico, quedando pendientes de aprobación las leyes que deben concretarlo y llevarlo a la práctica. Esta será una tarea que condicionará la conformación del nuevo Gobierno. No hay que olvidar que este acuerdo cuenta con el rechazo del hasta ahora socio privilegiado de los conservadores, el DUP, los unionistas de Irlanda del Norte, contrarios a que la frontera efectiva con la UE se sitúe en el Mar del Norte, es decir, entre Irlanda del Norte y el resto de Gran Bretaña, y que por tanto Irlanda del Norte siga en la Unión Aduanera. Una situación que el DUP y los protestantes temen, pues da alas a la idea de la unificación irlandesa, y que en su momento incluso Theresa May rechazó. Boris Jonson sin embargo ha ido más lejos, ignorando completamente a sus socios del DUP.
Dentro o fuera de la UE, bajo el capitalismo no hay solución a la crisis social británica
Recientemente la Resolution Foundation ha señalado que el crecimiento de los salarios en la última década, entre 2010 y 2020, ha sido el menor en tiempos de paz desde las Guerras Napoleónicas, aumentando cada día más el número de personas que, a pesar de tener trabajo, son pobres. Diferentes informes señalan que cada vez más familias británicas se ven obligadas recurrir a la ayuda de ONGs para garantizar lo básico para sus hijos. Al mismo tiempo, la brecha entre ricos y pobres no deja de crecer: solamente las mil personas más ricas de Gran Bretaña acumulan 771.000 millones de libras.
Por otro lado, desde el referéndum del Brexit en 2016 la economía británica ha perdido un 2,5% de su PIB y la inversión exterior ha caído en un 15%, demostrando la imposibilidad de desconectar de una economía globalizada. El nacionalismo económico es una utopía reaccionaria. La patronal británica ha señalado que tanto el sector de la manufactura como el de la construcción, es decir, los sectores productivos, se hallan desde hace meses en recesión, con récord de insolvencias desde 2013 y una caída continuada de los pedidos durante los últimos seis meses.
En éste contexto de guerra comercial y arancelaria, del que forma parte el propio Brexit, la burguesía británica se encuentra totalmente dividida, con un sector apostando por la alianza con los EEUU, mientras otro sigue mirando a la UE, especialmente el exportador industrial puesto que el 50% de sus productos va a los mercados de la UE. Eso es lo que explica la entrada en la campaña electoral británica de Trump, dedicando furibundos ataques al laborista Jeremy Corbyn e insistiendo en que el acuerdo con la UE aceptado por Johnson es malo.
Como es obvio ninguno de estos dos sectores ofrece otra receta que más ataques al movimiento obrero, precariedad, reducciones salariales y desigualdad.
Fuera Johnson. Por un programa auténticamente socialista
La ventaja de los tories en los sondeos es también fruto de la retirada del Partido del Brexit de Nigel Farage, vencedor de las últimas elecciones europeas. Primero su líder renunció a presentarse, y posteriormente retiraron a sus candidatos en todas las circunscripciones donde pudiera peligrar la victoria del candidato del Partido Conservador. Sin duda, se trata de una decisión impuesta por los grandes poderes económicos con el objetivo de no dividir el voto de la derecha y evitar a toda costa una victoria de Corbyn.
La situación es muy volátil fruto de la profunda crisis económica, política y social, y del enorme malestar acumulado durante años en la sociedad. Un malestar que está detrás del programa electoral de Corbyn —el más a la izquierda desde los años 70— que incluye, entre otros puntos, la reversión de privatizaciones de empresas públicas o la nacionalización del servicio postal, los ferrocarriles, las principales industrias energéticas y el agua. Otro punto fundamental es un plan de inversiones para la educación pública y el Servicio Nacional de Salud (NHS), en crisis desde hace años. También aboga por la abolición de las tasas universitarias y la eliminación de los contratos de cero horas, contratos precarios extremos donde el empresario solo paga por las horas efectivamente trabajadas.
Sin duda alguna, éste programa es un paso adelante en comparación con los defendidos por formaciones como Podemos en el Estado español. Pero el problema estriba en que Corbyn ha renunciado en estos años, junto a la mayoría de la burocracia sindical (mucha de ella autoproclamada de izquierda), a trazar una estrategia contundente de movilizaciones sociales y obreras. Incluso durante estos meses de grave crisis institucional, que incluyó el cierre del Parlamento, Corbyn cometió el grave error de dirigirse y pedir el apoyo de los diputados conservadores y liberales para salir de la misma, cuando ellos son también responsables de las políticas de austeridad y de recortes que han sumido a millones en la pobreza y la desesperación. Otra equivocación garrafal ha sido su rechazo al derecho de autodeterminación de Escocia, lo que en las actuales condiciones ha disparado el apoyo del SNP (Partido Nacional Escocés).
La lucha de clases no está al margen de la batalla electoral. Es habitual ver a dirigentes de los sindicatos llenarse la boca con proclamas “izquierdistas” cuando llegan los congresos. Pero en la práctica han sido incapaces de encabezar una lucha audaz y sostenida contra las agresiones de los tories, y se han conformado con migajas para la aristocracia obrera —que nutre una parte considerable de los delegados de empresa—, mientras la precariedad y los bajos salarios se extienden como una epidemia entre millones de trabajadores jóvenes y no tan jóvenes. Es sorprendente también, que muchas de las organizaciones que se reclaman de la izquierda militante y socialista tengan una posición tan seguidista de esta burocracia sindical que es responsable, en gran medida, de lo ocurrido en estos años por haber sido incapaz de levantar una alternativa de lucha coherente.
La ausencia de esta movilización de masas de la clase obrera, que en ningún caso es el reflejo de su “inmadurez” o su “bajo nivel de conciencia” sino de la nefasta política de la burocracia sindical y las tendencias conciliadoras de Corbyn, explican que en el terreno electoral las cosas no estén claras y que Johnson pudiera formar gobierno.
Tampoco se puede descartar que al final se produjese un vuelco y Corbyn se alzase con la victoria. La situación es muy volátil (1). De ahí la campaña unánime de los medios de comunicación tachando el programa laborista como una locura y un peligro.
Una victoria de Corbyn supondría un auténtico terremoto. Al día siguiente, tanto la clase dominante británica como la burguesía europea y norteamericana, tal como ocurrió en Grecia, se pondrían en marcha de cara a aplastar un Gobierno de este tipo. En este caso, si Corbyn no quiere seguir el camino de Tsipras en Grecia, sólo tiene una opción: basarse en la movilización masiva en las calles de la clase obrera y la juventud para confrontar con los grandes poderes económicos, defender un programa auténticamente socialista que rompa con la lógica capitalista, y llamar a la solidaridad y la rebelión a los trabajadores, la juventud y todos los oprimidos de Europa.
[1] El sistema electoral británico no elige los diputados en proporción al número total de votos, sino que elige un diputado por cada circunscripción. De esta manera, puede darse el caso de que un partido con más votos en global, pierda las elecciones.