¡Solo con la lucha se podrán parar más recortes y austeridad!
Tras casi una década, la historia se repite: en 2011 Monti y su Gobierno “técnico” salieron al rescate del capitalismo italiano aplicando un duro plan de austeridad; hoy, Mario Draghi, importante banquero italiano, uno de los 20 hombres más poderosos del mundo, según la revista Forbes, y convertido en flamante primer ministro, toma las riendas del país con un objetivo idéntico: que la clase trabajadora pague la mayor crisis económica de su historia reciente.
El Ejecutivo de Conte —una coalición formada por el Movimiento 5 Estrellas (M5E), Partido Democrático (PD), Libres e Iguales[1] e Italia Viva[2]— no representaba nada distinto a los intereses de la burguesía y la patronal italiana, y así lo ha demostrado durante la pandemia, pero se encontraba debilitado y muy desgastado. La dimisión de las dos ministras del Italia Viva, partido de Renzi (quien afirmó no estar de acuerdo en cómo se planeaba gestionar los fondos europeos), fue solo el detonante para provocar la crisis de Gobierno y la dimisión de Conte.
La clase dominante italiana —en hilo directo con Bruselas— ante la gravedad de la crisis ha preferido apostar por un Ejecutivo de “unidad nacional” encabezado por Draghi. Su objetivo: pilotar con mano firme las contrarreformas económicas y estructurales necesarias para recibir los 209.000 millones de euros de ayudas europeas.
Un Gobierno de empresarios y banqueros para gestionar la crisis
Tras el mandato del presidente Mattarella, Draghi formaba en pocos días un Gobierno con ocho “técnicos” y quince ministros de todos los partidos del parlamento (PD, M5E, Liga, Italia Viva, Libres e Iguales y Fuerza Italia) a excepción del partido de extrema derecha Hermanos de Italia, único que ha votado en contra en la investidura.
El currículum del nuevo primer ministro aporta las máximas garantías a la burguesía italiana y europea. Fue ejecutivo del Banco Mundial, gobernador del Banco de Italia, presidente del BCE entre 2011 y 2019 (cuando se ejecutaron los brutales planes de austeridad contra el pueblo griego), vicepresidente en Europa de Goldman Sachs (cargo por el que cobraba 10 millones de euros al año) y formó parte del Ministerio del Tesoro italiano en los años 90, siendo unos de los responsables de importantes privatizaciones como la de Enel, Eni o Telecom.
En los principales ministerios, Draghi ha colocado a personas de máxima fiabilidad para el sistema: el nuevo ministro de Economía será el exdirector del Banco Central Italiano, Daniele Franco; al frente de Transición ecológica e Innovación y transición tecnológica —que acapararán una gran parte de los fondos europeos— estarán Roberto Cingolani, directivo de Ferrari, y Vittorio Colao, consejero de Vodafone; en los importantes ministerios de Turismo y Desarrollo económico ha nombrado a dos altos cargos de la Liga; y por último, Luigi Di Maio, del M5E, seguirá al frente de Exteriores.
Rápidamente, la burguesía de toda Europa a través de sus medios de comunicación ha realizado una intensa campaña: intentan presentarlo como un gran administrador, serio y neutral, llamado a liderar la “modernización” de las instituciones y la economía e industria del país. Sin embargo, Draghi, a quien nadie ha votado, es un ejemplo muy claro de cómo, cuando la clase dominante no es capaz de estabilizar la situación política por los medios habituales que permite la democracia burguesa, no tiene ningún empacho en dar un golpe sobre la mesa para salvaguardar sus intereses. Un aviso a navegantes de cómo impulsar y pilotar los planes de ajuste que necesitan a la mayor brevedad.
Y en esta operación de fondo, la estrategia de la Liga ante el nuevo Ejecutivo refleja a la perfección al servicio de quién está la ultraderecha: Salvini que, además de su discurso racista y xenófobo, se caracterizó por campañas electorales y retórica contra la Unión Europea y a favor de la “soberanía” del pueblo frente a los tecnócratas, a favor del nacionalismo económico y la salida del euro; ahora, sin embargo, se ha convertido en uno de los máximos defensores de la política de “unidad nacional” y ha aceptado gustosamente entrar en este Gobierno “europeísta”, aparcando temporalmente su demagógico discurso antiestablishment con la excusa de “salvar” al país en la “guerra contra el covid-19”, es decir, para preservar los intereses de la burguesía italiana, defender los intereses de la patronal (como hizo mientras estuvo en el Gobierno) y declarar la guerra a la clase trabajadora.
La crisis interna del M5E se ha agudizado aún más al calor del debate sobre qué camino a seguir ante el nuevo escenario. De hecho, 20 senadores y 31 diputados se negaron a apoyar a Draghi y fueron expulsados. El líder de este sector, Di Battista, ha abandonado la formación, eso sí, no de manera definitiva ya que señaló que si “Draghi hace las cosas bien” podría volver. Al igual que en el caso de la Liga, en una situación crítica los grillini han vuelto a retratarse —al votar la investidura de Draghi— como lo que son: ninguna alternativa real para la clase trabajadora y una muleta más para los capitalistas italianos, como ya lo demostraron formando Gobierno con la Liga y, después, con la socialdemocracia del PD.
El azote del coronavirus: la clase trabajadora pone los muertos, la burguesía amasa beneficios
Como en otros países, el coronavirus ha desnudado la precariedad del sistema sanitario italiano y provocado una verdadera carnicería: a día de hoy se registran más de 100.000 muertes, siendo el sexto país del mundo con más víctimas en cifras absolutas y el segundo en número de fallecidos (169) por cada 100.000 habitantes. En las última semanas, la curva de contagio —marcada por la propagación de las nuevas cepas y la lentitud en la vacunación— ha aumentado de manera preocupante hasta el punto de que once regiones se encuentran, en el momento de redactar este artículo, en nivel rojo de alerta y el nuevo Gobierno ha aprobado un confinamiento domiciliario a partir del 15 de marzo en esas zonas, y tres días de cierre total en Semana Santa.
Las políticas de Conte desde el inicio de la pandemia se caracterizaron por mantener abierta la actividad productiva. Así ocurrió en las principales zonas industriales del país, como Lombardía y Emilia Romagna; además, se aprobó un paquete de ayudas por valor de 25.000 millones de euros destinado a las grandes empresas, mientras el sistema sanitario quedó abandonado a su suerte. De esta manera, los grandes banqueros y empresarios han aumentado su tasa de beneficios durante este año de pandemia, en contraste con la situación de empobrecimiento de la clase trabajadora y sectores amplios de las capas medias.
En diciembre de 2019, la tasa oficial de paro alcanzó el 9% y la de paro juvenil el 30%; según Caritas, la tasa de pobreza pasó del 31%, en septiembre de 2019, al 41% en el mismo mes de 2020; según datos del Banco de Italia, durante el primer confinamiento, un 30% de la población más pobre declaraba no tener recursos para pagar los gastos esenciales del mes siguiente. El informe anual de Oxfam señala que, desde el inicio de la pandemia, la riqueza de los 36 multimillonarios italianos más ricos aumentó en 46.000 millones de euros —una cifra obscena, equivalente a unos 7.500 euros para cada una de los 6 millones de personas más pobres— y el 1% más rico del país tiene ya más patrimonio que el 70% más pobre.
Y las perspectivas económicas no son nada halagüeñas. Antes del coronavirus la situación ya era preocupante: la economía entró oficialmente en recesión en 2019 y la deuda pública alcanzó, en ese año, el 134,7% del PIB. Ahora, la deuda ha sobrepasado el 150% y la economía cayó un 8,9% en 2020. El Banco de Italia prevé un crecimiento de tan solo el 3,4% para el 2021.
Hace falta levantar una alternativa revolucionaria
En todo este panorama la cúpula del principal sindicato, la CGIL, —al igual que las otras centrales, CISL y UIL— ha mantenido una estrategia de conciliación con los diferentes Gobiernos, aceptando sin lucha todos y cada uno de los ataques a la clase trabajadora. Han hecho lo posible por mantener la paz social, incluso cuando la ultraderecha alcanzó el poder y durante la masacre del coronavirus. Ante Draghi, mantienen sus buenos modales y persisten en su estrategia.
Sin embargo, la situación objetiva llevará tarde o temprano a la clase obrera italiana a retomar con fuerza la calle, a pesar de la ausencia de una política de confrontación y de lucha por parte de quienes ocupan hoy las direcciones de la izquierda. La clase trabajadora y la juventud sí han dejado clara su intención de luchar. Lo vimos en las multitudinarias movilizaciones impulsadas por el movimiento de las sardinas en 2019[3] que reflejaron la enorme rabia acumulada durante los últimos años, y también en las luchas y huelgas en las zonas industriales del norte del país o las protestas de los sanitarios durante la pandemia. Fuera del parlamento, la formación Poder al Pueblo, está arrastrando a sectores combativos de la izquierda y ha criticado la formación del nuevo Gobierno y denunciado su carácter de clase.
Hay que levantar una izquierda de combate, que denuncie la política conciliadora de los dirigentes sindicales y la izquierda reformista, que reivindique la necesidad de una huelga general para frenar los ataques (que no han parado), para reconquistar derechos y que exija un plan de rescate a la sanidad y educación públicas. Hace falta una alternativa revolucionaria, que se oponga a la lógica de este sistema y defienda un programa realmente socialista, empezando por la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía bajo control democrático de los trabajadores y trabajadoras.
[1] Coalición electoral reformistas, a la izquierda del PD.
[2] Escisión del PD liderada por Matteo Renzi.
[3] Italia. Salvini puede ser derrotado con la lucha de masas y un programa revolucionario