Ante los resultados de las elecciones locales[1], las direcciones de la izquierda se lanzaron a un intento no por comprender la realidad y corregir sus errores, sino por ocultarla o tergiversarla hasta hacerla encajar en sus prejuicios y aspiraciones. No podía ser de otra manera, dado que, a pesar de todo el ruido, los resultados de estas elecciones demuestran los límites del reformismo, límites que, en una época de crisis orgánica del capitalismo, son cada vez más estrechos.
Victoria amarga de la izquierda
En primer lugar, es cierto que la izquierda ganó estas elecciones, ostentando hoy 168 de los 308 ayuntamientos y habiendo conquistado un total de 1.069 concejales, tras recibir 2,49 millones de votos a nivel nacional (49,8%). La derecha (PSD, CDS, Chega e Iniciativa Liberal) obtuvo 119 ayuntamientos, 850 concejales y cerca de 1,99 millones de votos (39,76%). La victoria de la izquierda es, por tanto, indiscutible. Esto debe quedar claro frente a la multitud de comentaristas de los medios de comunicación que buscan ocultar la derrota de la derecha. La abrumadora mayoría de los trabajadores y jóvenes que votaron lo hicieron por la izquierda, y con ellos votó una parte significativa de las clases medias.
Pero no podemos quedarnos aquí. En primer lugar, la victoria tuvo una distribución extremadamente desigual entre las fuerzas de izquierda, todavía más desigual que en las municipales de 2017 o las legislativas de 2019.
Conquistando 148 ayuntamientos y apoyado por el 37,5% del electorado, el Partido Socialista es el auténtico vencedor de estas elecciones. El número de sufragios recogidos por la socialdemocracia en todo el país es de 1.854.647, sumando las diferentes coaliciones locales encabezadas por el partido de António Costa.
La CDU [PCP], por su parte, sólo obtuvo 410.585 votos (un 8,2%), quedando con 19 ayuntamientos, 5 menos de los que gobernaba hasta el día de las elecciones. En total, perdió 7 municipios (uno para el PSD y seis para el PS) y sólo recuperó dos de manos del PS. Entre los municipios perdidos se encuentran tres de los llamados “bastiones” (ayuntamientos cuyo alcalde era del PCP desde 1976) y también el importante ayuntamiento de Loures. Fueron los peores resultados de la CDU en unas elecciones municipales, incluso peores que los de 2017, cuando la CDU perdió diez bastiones de un solo golpe.
Finalmente, el BE (Bloco de Esquerdas) tuvo también sus peores resultados en unas municipales, con 137.521 votos (un 2,75%), quedando incluso por debajo de Chega [extrema derecha]. Sin un solo ayuntamiento, con una caída de 32.506 votos respecto a 2017 (cuando obtuvo 170.027, el 3,29%) y bajando de 12 a 5 concejales, el Bloco se ve reducido a la irrelevancia en la llamada política local, prestándose a servirle de muleta al PS en los pocos ayuntamientos donde tiene ediles.
Estos números expresan de forma dramática la crisis del reformismo de izquierda, ya sea en su versión estalinista o en su versión “nueva izquierda”. Pero las señales de la crisis del PS, la socialdemocracia tradicional, también se reflejan en estas elecciones, aunque de forma más discreta.
El número de votos del PS fue prácticamente el mismo que en las elecciones legislativas de 2019 (cuando obtuvo 1.866.407 votos, es decir 11.760 más que ahora) y la pérdida de doce ayuntamientos puede parecer insignificante a primera vista, pero el diablo está en los detalles. Respecto a 2017, cuando obtuvo 2.003.914 votos, el PS perdió la nada despreciable cantidad de 149.267 votos, y, lo que es más significativo, buena parte de esas pérdidas lo fueron en municipios donde gobernaba. Por eso 31 ayuntamientos del PS pasaron ahora a manos del PSD. Por el contrario, sólo 12 pasaron del PSD al PS. Donde el PS pudo aplicar su política, la erosión de su base social es evidente, y en ningún municipio es esto más claro que en Lisboa.
Lisboa es un aviso a todas las direcciones de la izquierda
En la capital, Fernando Medina esperaba una victoria fácil. Cuatro días antes de las elecciones, las encuestas le daban una ventaja de casi 10 puntos porcentuales sobre Carlos Moedas, el candidato del PSD. Finalmente, Moedas se convirtió en alcalde de Lisboa con una ligera ventaja de 2.299 votos. El PS pasó de 106.110 votos (42,02%) a 80.869 (33,31%).
Se han señalado varios factores para esta sorprendente derrota. El escándalo que la derecha denominó “russiagate” (cuando se demostró que el Ayuntamiento de Lisboa facilitó a la embajada rusa los datos personales de los manifestantes que participaron en una protesta contra Putin) es uno de ellos. Ciertamente, esto no mejoró la imagen de Medina, pero la causa de la derrota del PS no fueron los escándalos mediáticos. La raíz del problema, el factor fundamental que explica sus resultados, es la propia política de la socialdemocracia.
El PS gobernó ininterrumpidamente Lisboa durante 14 años, primero con Costa en la alcaldía y después con Medina. Durante este tiempo, siempre que los intereses de la burguesía y el proletariado chocaron frontalmente, el PS se puso sin vacilar del lado de la burguesía. Así, siguió una política de desinversión pública y degradación de las infraestructuras de la educación, la sanidad y el transporte; de privatización de los servicios públicos, de liberalización del mercado inmobiliario y gentrificación, con desahucios salvajes; de precarización de la fuerza laboral y de represión contra los trabajadores y la juventud. Durante la crisis sanitaria del covid, el desprecio del Ayuntamiento de Lisboa por la vida de los trabajadores fue flagrante. A pesar de una serie de medidas cosméticas, la política del PS, en su esencia, fue indistinguible de la política del PSD. La derrota del domingo 26 es apenas una pequeña parte del precio que paga la socialdemocracia por su programa procapitalista.
Como cara de esta política, Medina fue claramente incapaz de movilizar a los trabajadores y jóvenes lisboetas, que, a pesar de la gentrificación desenfrenada, todavía son más que suficientes para aplastar a la derecha en las urnas y, como se ha demostrado en repetidas ocasiones, quieren aplastarla. Por cierto, es importante señalar que en Lisboa también ganó la izquierda, a pesar de que el PSD se hizo con la alcaldía. Los votos del PS, la CDU y el BE suman el 50,02% (con la CDU reteniendo sus 2 concejales y subiendo al 10,51%) e implican que el ayuntamiento tendrá 10 concejales de izquierda frente a 6 concejales y 1 alcalde de derecha. Moedas tendrá que gobernar en minoría incluso después de haber cocinado una coalición ridícula con una sopa de siglas (PSD-CDS-A-MPT-PPM)[2]. Esta derecha completamente desesperada fue capaz de hacer lo que el PS no hizo: movilizar intensamente a su base social en torno a un programa claro. En este caso, un programa de liberalización salvaje y de ataques a los trabajadores.
La conclusión no puede ser más clara, y lo hemos explicado repetidamente: la política reformista de conciliación de clases y concesiones al capital prepara el terreno para un gobierno de la derecha porque desmoviliza y desmoraliza a los trabajadores y los jóvenes. Lisboa es un claro aviso, a escala local, de lo que puede suceder a escala nacional si la izquierda no cambia fundamentalmente su política.
La derecha celebra su derrota
Los medios de comunicación burgueses intentan tapar el sol con un colador inflando la victoria de Moedas en Lisboa y minimizando la victoria del PS a escala nacional. Aunque derrotado, el PSD tiene motivos para estar satisfecho. En estas municipales, la derecha avanzó electoralmente por primera vez desde el gobierno de Passos Coelho y la troika. La euforia de Rui Rio y Francisco Rodrigues dos Santos, [presidentes respectivamente del PSD y el CDS], refleja exactamente eso: el proceso de reorganización de la derecha está mostrando sus primeros resultados tangibles.
En decenas y decenas de municipios del país, y no sólo en Lisboa, el PSD logró movilizar e inflamar a toda su base social contra el “socialismo”. El número de ayuntamientos donde gobierna aumentó en 16, llegando a 113, con victorias importantes en Coimbra y Lisboa. Sumando los ayuntamientos controlados por el CDS, y también Oporto y Figueira da Foz, con Rui Moreira y Santana Lopes como alcaldes, la derecha ostenta 121 de los 308 municipios del país. La derecha aumentó 187.000 votos respecto a las anteriores municipales, pero gracias a los votos de Chega e IL, puesto que PSD y CDS perdieron cerca de 84.000 votos.
En una situación de polarización social, en la cual amplias capas de la clase obrera, cientos de miles de jóvenes y una parte significativa de las capas medias se radicalizan hacia la izquierda, esto es de esperar. Lo más importante a destacar es que mientras se da esta radicalización hacia la izquierda, las clases poseedoras y sectores importantes de la pequeña burguesía se radicalizan hacia la derecha, dando lugar a fenómenos como el surgimiento de Chega. En todos los procesos de polarización hay dos polos; cada paso de las fuerzas de revolución desencadena un paso correspondiente de las fuerzas de la contrarrevolución.
El quid de la cuestión es que, mientras la derecha está siendo capaz de reorganizarse y dar expresión electoral al giro reaccionario de sus bases, la izquierda sigue una política procapitalista que deja a los trabajadores y jóvenes radicalizados no sólo sin una fuerza electoral que los represente, sino que, mucho peor, también los deja huérfanos de dirección política para la lucha concreta —que se desarrolla fundamentalmente fuera de las instituciones de la democracia burguesa donde PS, PCP y BE se encierran obstinadamente, y tanto más obstinadamente cuanto mayor es la crisis del capitalismo y de la democracia burguesa—, como queda patente en cada elección por la abstención, que el 26 de septiembre alcanzó el 46,35%, un aumento de 1,32 puntos porcentuales respecto a 2017. La abstención fue particularmente significativa en municipios típicamente proletarios como Sintra (59,9%), Setúbal (57,8%), Moita (57,9%) o Amadora (57,3%).
El PS, presentándose y siendo presentado por el resto de la izquierda como el “mal menor” y el voto útil contra la derecha, aún conserva una gigantesca base electoral entre los trabajadores y los jóvenes, pero esto no durará para siempre. El desgaste político de la socialdemocracia, que se está produciendo con redoblada intensidad a la izquierda del PS, es todo lo que necesita la derecha para recuperar el gobierno y aplicar otro programa draconiano de empobrecimiento y represión.
La derecha celebra los resultados de estas elecciones locales porque entiende lo esencial de este proceso, aunque superficialmente hayan sido una derrota para ella. El proceso de reorganización que atraviesa, con la irrupción del ultrarreaccionario Chega en la escena política, el colapso del CDS —partido donde la oposición afila sus navajas y donde ya se escuchan voces que claman por la unificación con el PSD—, la disputa por el liderazgo del PSD y los enormes esfuerzos de articulación que se traducen en grandes conferencias que buscan reunir a toda la derecha en torno a un único programa —como las que organiza el Movimiento Europa y Libertad— son posibles y se ven facilitados por las políticas procapitalistas que el PS aplica con la complicidad del PCP y del BE. La izquierda está dándole tiempo y facilidades a la derecha para que se recupere.
Hay que acabar con la orfandad política de la clase obrera
Las elecciones burguesas son un terreno extremadamente desfavorable para la acción de los revolucionarios. En períodos de crisis del capitalismo como el que vivimos, especialmente en los momentos más críticos, las elecciones no sólo no reflejan correctamente la verdadera correlación de fuerzas y el desarrollo de la lucha de clases, sino que los distorsionan aberrantemente.
Con todo lo dicho, es evidente que el relativo avance electoral de la derecha el pasado 26 de septiembre no refleja un “giro a la derecha” de capas sociales importantes, una “despolitización de la juventud”, un “desinterés de los trabajadores” o un “bajo nivel de conciencia de clase”. Pensar así es no comprender nada de lo que está sucediendo.
La década transcurrida desde la caída de José Sócrates [PS] y del gobierno de Passos Coelho [PSD] y de la troika está llena de lecciones. Las mismas lecciones deben sacarse de la implacable ola de revoluciones, sublevaciones y movimientos de masas que recorren el mundo. El capitalismo no tiene solución para los problemas de la inmensa mayoría de la población. Su continuidad significa el aumento de la miseria material y espiritual de la humanidad a niveles intolerables. La clase obrera y la juventud demuestran una y otra vez que comprenden estos hechos, y ejercen su fuerza de todas las formas posibles con una determinación revolucionaria admirable. Pero ningún grado de conciencia de clase general es suficiente para prescindir del papel de una dirección revolucionaria.
La construcción de un partido obrero capaz de plantear el programa de la revolución socialista como la alternativa real a la barbarie capitalista que vivimos es la tarea del momento. Sólo tal programa puede movilizar a las amplias capas sociales que están buscando una salida a la crisis por la izquierda.
[1] La estructura del poder local en Portugal es más compleja que en el Estado español. Por un lado, hay muchos menos ayuntamientos (308 en total). Pero por otro, hay tres niveles de representación, cada uno con su correspondiente papeleta: Cámara municipal, Asamblea municipal y Asamblea de freguesia (“parroquia”). En este artículo se analizan los resultados de la votación para las cámaras municipales, de la que salen los concejales y el alcalde, que por ley es el nº 1 de la lista más votada.
[2] Partido Social Demócrata, Centro Democrático Social, Alianza, Movimiento de la Tierra y Partido Popular Monárquico.