Tras la irrupción de Podemos en las elecciones europeas y la aparición de Guanyem Barcelona —la plataforma encabezada por Ada Colau—, las iniciativas políticas para desalojar a la derecha de las alcaldías se han multiplicado en todo el estado. ¡Qué transformación más profunda! Habría que retroceder muchos años atrás para encontrar un ambiente de participación política y entusiasmo como el que vivimos en estos momentos. Probablemente no sea una exageración afirmar que, por primera vez desde los años 70, decenas de miles de personas se reúnen cotidianamente para debatir de política. La existencia de más de 800 círculos de Podemos en todo el estado es buena prueba de ello.
Y, en este contexto, cada nueva subida en las encuestas de Podemos desata una nueva andanada de ataques histéricos que auguran poco menos que el Apocalipsis si el bipartidismo es finalmente demolido en las próximas generales. Son los aullidos de la desesperación.
La lucha de clases y las instituciones del régimen capitalista
El actual terremoto político ha surgido de las entrañas de la sociedad, de una rebelión social que ha cuestionado prácticamente todo: los desahucios, la privatización de la sanidad y la educación públicas, el funcionamiento antidemocrático de las instituciones, la monarquía, los despidos, las contrarreformas laborales… Un movimiento que inició su andadura declarando su indignación ante la corrupción y las injusticias sociales, para transitar hacia conclusiones políticas cada vez más avanzadas. El potente caudal que se desarrollaba en las manifestaciones y las huelgas necesitaba organizarse también en el terreno político si quería poner en marcha los cambios que pretendía y, al no encontrar espacio dentro de las organizaciones tradicionales de la izquierda, buscó nuevos cauces de expresión. Podemos y Guanyem Barcelona son las experiencias más representativas de este proceso que abre paso a una idea profundamente revolucionaria: tenemos que ser nosotros mismos —los trabajadores, los jóvenes, los parados, la mayoría social— los que con nuestra propia participación acometamos la tarea de resolver los problemas que sufrimos.
Toda esta efervescencia ha abierto un interesante debate dentro de Podemos al calor de la Asamblea Ciudadana que designará a su dirección y los ejes de su acción política. Varios dirigentes, entre los que se encuentran Pablo Iglesias y su equipo, han hecho declaraciones importantes estos días, señalando que no se proponen romper con el capitalismo sino aplicar medidas de sentido común, y manifestando su oposición a concurrir con candidaturas propias en las elecciones municipales, aunque sí presentarse con la ‘marca’ Podemos en las autonómicas de mayo y las generales de noviembre. Unas reticencias que se basan en la idea de que las elecciones municipales llegan muy pronto para Podemos, y para poder presentar candidaturas confiables en los más de 8.000 municipios sin sufrir un posible aluvión de arribistas y oportunistas.
Sería de una candidez sorprendente, y bastante irresponsable, negar o minimizar los riesgos inherentes a participar en el terreno electoral; pero también sería un tanto ingenuo reducir estos peligros a los municipios. Son incontables los ejemplos de como la corrupción que irradia el sistema capitalista se extiende a todos los ámbitos, incluida la administración autonómica, la estatal o la europea. Por otro lado, aunque la juventud de Podemos es un hecho innegable, un repaso a la trayectoria de muchos dirigentes y organizaciones de la izquierda prueba que la veteranía no es ningún antídoto frente al fenómeno de la degeneración política y la corrupción. La experiencia parece indicar que el asunto tiene más que ver con la naturaleza de las propias instituciones capitalistas en las que se participa y, sobre todo, con el programa y los métodos que se defiende. Si la idea no es transformar el capitalismo de arriba abajo, no es acabar con este sistema injusto apoyándonos en la movilización y en la participación democrática de la mayoría de la población, sino sólo gestionarlo, gestionarlo mejor que otros se supone, entonces si que es posible que el peligro del arribismo, de la corrupción, de la adaptación al sistema, igual que ha ocurrido en tantos casos de la historia, sea muy difícil de evitar.
¿Cómo se cierra el paso al arribismo?
Todas las carencias, las corruptelas así como las taras burocráticas y antidemocráticas que rigen la vida cotidiana de los ayuntamientos y los parlamentos no son en absoluto casuales ni exclusivas de este período histórico, sino parte intrínseca de su existencia bajo el régimen capitalista. Los abultados salarios y dietas, los cómodos despachos y las generosas jubilaciones, son algo más que un genuino y muy eficaz ‘soborno’ legal. Los diputados o concejales desarrollan el grueso de su actividad en edificios inaccesibles para la gente corriente, pero que tienen sus puertas abiertas de par en par para todo tipo de representantes de las finanzas, las empresas, la especulación y el ventajismo económico. Un complejo entramado burocrático absorbe prácticamente todo el tiempo y la actividad de los llamados representantes de la soberanía popular, y los más decididos a la lucha sufren el peso de una multitud de tecnicismos legales a través de los cuales se vetan y torpedean decisiones políticas incómodas para el sistema. Las leyes y todo el entramado jurídico, están diseñados para proteger los intereses de los poderosos.
Todos estos elementos están conscientemente diseñados con un fin: convertir a los órganos de gobierno de esta sociedad divida en clases, en fortalezas que aíslan a sus miembros tanto de las necesidades reales de los trabajadores, de los oprimidos, como de la presión que éstos ejercen en defensa de sus derechos. Nos enfrentamos a una maquinaria perfectamente diseñada que se pone en marcha desde el primer día en que un representante de la izquierda inicia su andadura institucional, para cortar sus raíces en el movimiento e intentar asimilarlo, ya sea corrompiéndolo por medio de prebendas materiales o mediante el desánimo a través de infinitos obstáculos técnicos y legales. Empezar por comprender esta dinámica viciada de las instituciones que tienen como objetivo asegurar la estabilidad y continuidad del régimen capitalista, y entender que los futuros concejales y diputados de Podemos o de cualquier organización de la izquierda que lucha se desenvolverán en un medio hostil, ayudará a combatir las tendencias oportunistas y a los arribistas.
Desde luego, rescatar una de las reivindicaciones históricas del movimiento obrero: ‘diputado obrero, salario obrero’, es también un buen comienzo para desanimar a quienes se acerquen para progresar económicamente. Pero junto a este tipo de medidas, incluidas todas las declaraciones de tipo ético que se quieran adoptar, lo fundamental es mantener siempre presente que la fuerza de Podemos no está dentro, sino fuera de las instituciones. Está en las calles, en su capacidad para ser el cauce de expresión de los que luchan contra este sistema y sus injusticias, y en que el protagonismo y su futuro pasa por la participación masiva de sus miles de miembros, del conjunto de los activistas y luchadores que la crisis ha producido en grandes cantidades. Es de abajo de donde surge el apoyo, la energía y el aire limpio necesarios para resistir en un medio hostil, y este empuje, obviamente, necesita de ideas, de un programa que se enfrente claramente, consecuentemente, a la causa de los males que queremos combatir: el sistema capitalista.
Una alternativa para romper con el capitalismo, no para gestionarlo mejor
La honestidad y la valía individual de los representantes políticos es un elemento indispensable, pero resistir la presión del capitalismo exige de algo más. El escándalo de las tarjetas de Bankia está lleno de enseñanzas que van más allá de la existencia de muchos mangantes. La corrupción generalizada de los consejeros del PSOE, IU, CCOO y UGT, el profundo desprecio que mostraron hacia sus militantes de base y sus votantes, el abandono de todos los principios y el programa que decían defender, precisaba para materializarse de una premisa política: su asimilación ideológica por parte del sistema. ¿Por qué tantos, por qué todos? Podríamos contentarnos con una explicación que reduzca todo a la calidad humana de los afectados, pero esto sería pura metafísica que no sirve para explicar un fenómeno que tiene raíces materiales, sociales y políticas.
Estos últimos años han permitido visualizar a millones de personas la corrupción que impera en todos los organismos encargados de tomar decisiones bajo el capitalismo. Mires donde mires, un país u otro, ya sean parlamento, comité de asesores o juntas de consejeros de empresas públicas y privadas, si hay capitalismo, hay corrupción. La caída de muchos representantes, y líderes, de las organizaciones tradicionales de la izquierda en el charco infecto de la corrupción, donde chapotean junto a los de la derecha, la patronal o la casa real, viene de la mano de su capitulación política ante la burguesía y el sistema de libre mercado.
Desgraciadamente, esta situación no se va a resolver apelando al sentido común de los banqueros y los grandes empresarios. Hace unos meses, la ONG Oxfam Intermón hizo público el siguiente dato: 85 multimillonarios acumulan tanta riqueza como los 3.570 millones de personas que forman la mitad más pobre de la población mundial. La lógica de los capitalistas se asienta en una máxima: incrementar su cuenta de beneficios. El sufrimiento social que con ello provocan es considerado un daño ‘colateral’ que asumen sin ningún problema de conciencia. Es decir, la honestidad, la preparación académica, las buenas intenciones, no son suficientes. Los trabajadores, los jóvenes, los oprimidos, y las fuerzas políticas que como Podemos expresan la decisión de millones de personas de pasar a la acción, necesitamos contar con un modelo de sociedad alternativo al capitalismo. No puede haber justicia social sin igualdad económica, y esta verdad, concreta e insoslayable, reivindica hoy más que nunca el socialismo.
Bienvenido sea el debate y la confrontación de ideas entre los que queremos cambiar el mundo.