El 19 de abril más 850 inmigrantes morían ahogados en el Mediterráneo cuando intentaban alcanzar las costas italianas. Una masacre que se une a una larga lista que desde 2000 a 2014 ha segado la vida de 28.000 personas. Cada año decenas de miles de personas lo arriesgan todo por llegar al continente europeo, desnudando la hipocresía de los gobiernos de la UE que se hinchan de hablar de “democracia”, “libertad”, “derechos humanos”.

Estos hombres, mujeres y niños, se ven obligados a hacerlo en condiciones deplorables, a bordo de los llamados “barcos fantasma”, porque la UE ha cerrado sus fronteras a cal y canto. A los trajeados dirigentes de la UE no les basta que estos países azotados por la guerra y la miseria, provocadas por las mismas potencias occidentales, se hundan en la barbarie; también alientan esta masacre en el mar para disuadir a los que quieren huir con la esperanza de encontrar una vida mejor. La misma Unión Europea que no para de amenazar a Venezuela, es la que impone la ley de la brutalidad, de la desesperación y la muerte a miles de inocentes.

En este transporte de esclavos, miles de personas viajan hacinadas como animales sin apenas agua y alimentos en barcos viejos y apenas aptos para navegar; para acceder a estos paquebotes tienen que  pagar miles de dólares, y en numerosas ocasiones  son abandonados antes de llegar a las costas europeas. Oficialmente, los gobernantes europeos acusan a las “mafias de traficantes” por estas muertes, pero no hay que olvidar que esas mismas mafias son toleradas porque están directamente vinculadas a los círculos de poder de sus respectivos países, que a su vez dependen de los gobiernos y multinacionales occidentales.

Resulta indignante ver a Renzi, Mekel, Rajoy, Hollande, Cameron y cia, cómo derraman lágrimas de cocodrilo por las víctimas cuando ellos son los responsables de las guerras y conflictos militares que hoy arrasan Libia, Siria, Mali, Sudán, Congo, Iraq, Afganistán, Somalia o Yemen, por el control de sus recursos y materias primas.

Una catástrofe que se podía haber evitado

La muerte cada año de miles de inmigrantes no es algo inevitable que acompañe de manera irremediable a la inmigración. Este último naufragio ha dejado en evidencia la política migratoria de la UE y también los efectos que tienen los recortes sociales y económicos. 

Hasta el pasado mes de octubre el rescate marítimo en el Mediterráneo estaba a cargo de la operación Mare Nostrum, que era responsabilidad de Italia. Entonces, la UE decidió por fin a este operativo y lo sustituyó por el plan Tritón, dirigida por el Frontex, la policía europea de fronteras, pero con sólo un tercio de los recursos económicos y materiales que tenía la misión italiana. La consecuencia de este cambio y reducción de presupuesto ha sido que desde enero a abril de 2015 ha aumentado 17 veces el número de muertos en el mar.  La Directora Adjunta para Europa de Human Rights Watch denunció cómo en esta última catástrofe “la UE se ha quedado de brazos cruzados mientras cientos de personas mueren a poca distancia de sus costas”.

La respuesta de la UE a esta matanza fue convocar una reunión urgente, que no decidió ninguna medida seria para aliviar el problema de fondo. Además, las deportaciones a los países de origen de los inmigrantes expulsados están reportando jugosos beneficios a las aerolíneas privadas. Basta un ejemplo: según denuncia el SEPLA, Air Europa y Swift Air han firmado un convenio con el gobierno español de casi 12 millones de euros para deportar inmigrantes. El Frontex, por ejemplo, entre 2010 y 2014 gastó más 8 millones de euros para financiar 31 de estos vuelos.

Cuando el capitalismo iba bien, los capitalistas no dudaron en permitir la afluencia masiva de inmigrantes para ser utilizados como mano de obra barata; cuando estalló la crisis dejaron de ser útiles y comenzó una campaña destinada a azuzar el odio y el racismo. Pero los inmigrantes no son los que han desmantelado el estado del bienestar, no han destruido la sanidad ni la educación público, no han despedido masivamente a trabajadores, ni han evadido impuestos y robado a manos llenas. El sufrimiento y la desesperación que obliga a miles de personas a arriesgar su vida en busca de un futuro mejor es un signo del callejón sin salida del capitalismo que se ha convertido en una auténtica amenaza para la humanidad.

El 19 de abril más 850 inmigrantes morían ahogados en el Mediterráneo cuando intentaban alcanzar las costas italianas. Una masacre que se une a una larga lista que desde 2000 a 2014 ha segado la vida de 28.000 personas. Cada año decenas de miles de personas lo arriesgan todo por llegar al continente europeo, desnudando la hipocresía de los gobiernos de la UE que se hinchan de hablar de “democracia”, “libertad”, “derechos humanos”. Estos hombres, mujeres y niños, se ven obligados a hacerlo en condiciones deplorables, a bordo de los llamados “barcos fantasma”, porque la UE ha cerrado sus fronteras a cal y canto. A los trajeados dirigentes de la UE no les basta que estos países azotados por la guerra y la miseria, provocadas por las mismas potencias occidentales, se hundan en la barbarie; también alientan esta masacre en el mar para disuadir a los que quieren huir con la esperanza de encontrar una vida mejor. La misma Unión Europea que no para de amenazar a Venezuela, es la que impone la ley de la brutalidad, de la desesperación y la muerte a miles de inocentes.

En este transporte de esclavos, miles de personas viajan hacinadas como animales sin apenas agua y alimentos en barcos viejos y apenas aptos para navegar; para acceder a estos paquebotes tienen que  pagar miles de dólares, y en numerosas ocasiones  son abandonados antes de llegar a las costas europeas. Oficialmente, los gobernantes europeos acusan a las “mafias de traficantes” por estas muertes, pero no hay que olvidar que esas mismas mafias son toleradas porque están directamente vinculadas a los círculos de poder de sus respectivos países, que a su vez dependen de los gobiernos y multinacionales occidentales.

Resulta indignante ver a Renzi, Mekel, Rajoy, Hollande, Cameron y cia, cómo derraman lágrimas de cocodrilo por las víctimas cuando ellos son los responsables de las guerras y conflictos militares que hoy arrasan Libia, Siria, Mali, Sudán, Congo, Iraq, Afganistán, Somalia o Yemen, por el control de sus recursos y materias primas.

Una catástrofe que se podía haber evitado

La muerte cada año de miles de inmigrantes no es algo inevitable que acompañe de manera irremediable a la inmigración. Este último naufragio ha dejado en evidencia la política migratoria de la UE y también los efectos que tienen los recortes sociales y económicos.  

Hasta el pasado mes de octubre el rescate marítimo en el Mediterráneo estaba a cargo de la operación Mare Nostrum, que era responsabilidad de Italia. Entonces, la UE decidió por fin a este operativo y lo sustituyó por el plan Tritón, dirigida por el Frontex, la policía europea de fronteras, pero con sólo un tercio de los recursos económicos y materiales que tenía la misión italiana. La consecuencia de este cambio y reducción de presupuesto ha sido que desde enero a abril de 2015 ha aumentado 17 veces el número de muertos en el mar.  La Directora Adjunta para Europa de Human Rights Watch denunció cómo en esta última catástrofe “la UE se ha quedado de brazos cruzados mientras cientos de personas mueren a poca distancia de sus costas”.

La respuesta de la UE a esta matanza fue convocar una reunión urgente, que no decidió ninguna medida seria para aliviar el problema de fondo. Además, las deportaciones a los países de origen de los inmigrantes expulsados están reportando jugosos beneficios a las aerolíneas privadas. Basta un ejemplo: según denuncia el SEPLA, Air Europa y Swift Air han firmado un convenio con el gobierno español de casi 12 millones de euros para deportar inmigrantes. El Frontex, por ejemplo, entre 2010 y 2014 gastó más 8 millones de euros para financiar 31 de estos vuelos.

Cuando el capitalismo iba bien, los capitalistas no dudaron en permitir la afluencia masiva de inmigrantes para ser utilizados como mano de obra barata; cuando estalló la crisis dejaron de ser útiles y comenzó una campaña destinada a azuzar el odio y el racismo. Pero los inmigrantes no son los que han desmantelado el estado del bienestar, no han destruido la sanidad ni la educación público, no han despedido masivamente a trabajadores, ni han evadido impuestos y robado a manos llenas. El sufrimiento y la desesperación que obliga a miles de personas a arriesgar su vida en busca de un futuro mejor es un signo del callejón sin salida del capitalismo que se ha convertido en una auténtica amenaza para la humanidad.


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