La noche del viernes 13 de noviembre un salvaje ataque terrorista golpeó París causando 129 muertos y más de 350 heridos, 99 de ellos muy graves. La autoría del atentado fue reivindicada por el Estado Islámico (ISIS), un grupo yihadista que juega en Oriente Medio un papel semejante al del fascismo en los años treinta, y que tiene fuertes vinculaciones con el imperialismo occidental y sus aliados históricos en Oriente Medio, fundamentalmente Turquía y Arabia Saudí.

La conmoción por esta matanza, como no podía ser de otra manera, ha sacudido a millones de personas en Europa y en el mundo. Un dolor que nos hace ser más conscientes del sufrimiento que padece la población de Siria, de Afganistán o de Iraq las 24 horas del día, los 365 días del año. Pero esta acción repugnante ha sido utilizada por los gobiernos de Francia y del resto de Occidente, una vez más, para lanzar una ofensiva durísima contra las libertades y los derechos democráticos, y atizar los preparativos para una nueva y brutal intervención militar en Oriente Medio.

Hipocresía imperialista, ¿qué hay detrás del Estado Islámico?

Apenas hay palabras para calificar el espectáculo de cinismo y mentiras, de hipocresía y doble lenguaje, del que hacen gala los dirigentes de las grandes potencias en estos días. Los mismos gobiernos de Europa y EEUU que se llenan la boca hablando de “lucha contra el terrorismo” han sido responsables de una guerra imperialista tras otra en Oriente Medio y de crear todo tipo de milicias yihadistas, a cual más sanguinaria. ¿Democracia, libertad, estado de derecho? Nada de eso.

Las intervenciones militares del imperialismo fueron el caldo de cultivo para que en Iraq se instalaran toda una serie de grupos afines al yihadismo más extremo, utilizados por las potencias occidentales y sus vasallos en la zona como punta de lanza contra cualquiera que amenazara sus intereses. Fueron los EEUU y sus aliados los que auparon al Estado Islámico para derrocar al régimen de Al-Assad, golpear a Rusia y China en su lucha por la hegemonía mundial, y hacer descarrilar el movimiento de protesta que surgió al calor de la Primavera Árabe en el pantano de la guerra civil más reaccionaria. Ahora el monstruo yihadista, lleno de confianza por sus victorias en Siria, ha desarrollado su propia agenda en contradicción con los intereses de sus antiguos mentores. Pero este hecho no impide al imperialismo seguir utilizando una doble moral.

Pocas horas después de estos brutales atentados la cumbre del G20 se reunía en la localidad turca de Antalya, donde todos los líderes mundiales expresaron su compromiso en combatir al ISIS y cortar sus fuentes de financiación. Mientras hacían estas declaraciones posaban y se fotografiaban junto al presidente turco Tayyip Erdogan, cuyo gobierno es el principal benefactor y protector del Estado Islámico, que cuenta en Turquía con una base de operaciones fundamental tanto para realizar labores de financiación vía contrabando de petróleo y objetos de arte, como para la entrada de armamento y de nuevos miembros para la organización, actividades que ha realizado durante años con la absoluta permisividad de la policía y del ejército turcos. Al presidente Erdogan, al que se vende como modelo de “islamismo democrático y moderado”, no sólo no se le tacha de terrorista sino que se le premia por los buenos servicios que presta al imperialismo, como ha hecho recientemente Angela Merkel prometiéndole acelerar el proceso de adhesión de Turquía a la UE y regalándole 3.000 millones de euros para mantener controlados a los refugiados sirios que huyen de una guerra que él mismo ha contribuido a crear. Es difícil encontrar un ejemplo más repugnante de hipocresía y doble moral.    

El otro gran aliado de Occidente en la zona es Arabia Saudí, uno de los regímenes más despóticos y brutales que existen en el mundo, y una de las principales fuentes de financiación de los grupos integristas a través de los cuales exporta su reaccionaria visión del Islam. Son de sobra conocidas las grandes sumas donadas por los millonarios y príncipes de las monarquías del golfo al Estado Islámico y a muchas otras organizaciones yihadistas, como el Ejército de la Conquista —paraguas bajo el que lucha en Siria Ahrar al Sham, grupo rebelde islamista— y el Frente Al-Nusra —rama siria de Al Qaeda—, que reciben más de un 40% de sus recursos desde Arabia Saudí y Qatar.

Por supuesto, los crímenes y violaciones de derechos humanos del régimen saudí son un pequeño detalle, ya que se trata de un “amigo” imprescindible que posee las principales reservas petroleras del mundo. Por eso mismo también Occidente hace la vista gorda ante la agresión militar saudí contra Yemen, que ha causado miles de muertos y un millón de desplazados. Una intervención que ha servido además para reforzar la presencia en Yemen de “Al Qaeda en la Península Arábiga”, considerada la facción más peligrosa de las adscritas a Al Qaeda. Todo esto es público y notorio, pero no ha impedido a los sucesivos gobiernos españoles vender armas a Arabia Saudí, entre 2003 y 2014, por valor de 725 millones de euros, o que recientemente el príncipe saudí, Faisal bin Hassan Trad, ha sido designado para presidir una comisión de expertos independientes en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

No sólo Turquía y Arabia sino también los propios países europeos son activos colaboradores en la financiación del Estado Islámico. Ya en septiembre de 2014 la embajadora de la Unión Europea en Iraq, Jana Hybaskova, denunciaba ante la comisión de asuntos exteriores del parlamento europeo que varios países comunitarios compraban petróleo del ISIS, sin que se haya tomado ninguna medida al respecto hasta ahora. El hecho es que el Estado Islámico se ha convertido en el noveno productor mundial de crudo, y después de más de 8.000 ataques aéreos efectuados por la coalición liderada por EEUU desde que esta empezó a operar, ni uno sólo de estos bombardeos ha tenido como objetivo sus infraestructuras petrolíferas. Un negocio igualmente lucrativo es el contrabando de objetos de arte y arqueología provenientes de Siria e Iraq: las piezas menos relevantes acaban vendiéndose en conocidas páginas web, mientras las más importantes son presa de los grandes coleccionistas internacionales.

Medidas represivas y ataques a los derechos democráticos

Con la excusa de combatir el yihadismo —que nutre sus filas en Europa de jóvenes de barrios pobres sin más perspectiva que caer en la delincuencia y vivir bajo un constante acoso policial— se está desatando una brutal campaña del miedo. El objetivo es bastante transparente: recortar los derechos democráticos y las libertades políticas, imponiendo una legislación cada vez más autoritaria, y crear la atmósfera que justifique entre la opinión pública una nueva intervención militar. Se repite, en líneas generales, el mismo guión de 2001 tras el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York.

En Francia, Hollande y la burguesía no han perdido el tiempo: se ha limitado el derecho a reunión, se permite disolver asociaciones y organizaciones sin ninguna sentencia judicial previa, y se da vía libre a registros domiciliarios y detenciones durante varios días sin orden judicial. En el caso de Bélgica, el gobierno impuso en la práctica el estado de sitio en Bruselas durante casi una semana, con el ejército patrullando las calles, suspendiendo el transporte en metro, cerrando las universidades, institutos y colegios, y obligando a la población a permanecer encerrada en casa. Una psicosis colectiva de temor y delación, de histeria, propicia para que el Estado y las fuerzas policiales hagan y deshagan a su antojo. Por supuesto, la campaña de acoso y difamaciones contra la población musulmana arrecia en estas condiciones, dando alas a los ataques racistas y a las manifestaciones xenófobas de la extrema derecha.

Esta escalada represiva también es utilizada contra los refugiados. No basta con emplear la represión policial, los gases lacrimógenos, las vallas con cuchillas, y los campos de internamiento. Los gobiernos europeos tratan de tapar su vergonzosa actuación criminalizando a los cientos de miles de hombres, mujeres y niños que huyen de la barbarie, aduciendo la posibilidad de que entre ellos puedan infiltrarse terroristas. En realidad, los refugiados, al igual que los muertos de París, son también víctimas de los imperialistas y del monstruo terrorista que estos han construido. Ahora más que nunca debemos de seguir prestándoles todo nuestro apoyo. Es a partir de la solidaridad, la unidad y la movilización de los trabajadores por encima de las fronteras y de cualquier diferencia étnica y religiosa, como se puede dar una batalla realmente efectiva contra el terrorismo, que es a su vez también una batalla contra el capitalismo y el imperialismo, en última instancia, los auténticos causantes de esta lacra.

 Atrapados en el laberinto

Estados Unidos supuestamente lleva más de un año bombardeando al Estado Islámico, pero los resultados de esos ataques son muy pobres. La realidad es que ante la carencia de una fuerza militar fiable sobre el terreno, los norteamericanos se han cuidado mucho de debilitar al ISSI, porque esto a su vez significaría reforzar las posiciones de Al-Assad, y en consecuencia de Irán, Hezbolá y Rusia. Estas eran las mismas razones alegadas por el gobierno francés hasta finales del verano para justificar su decisión de no colaborar en los bombardeos, poniendo en evidencia que lo realmente importante para los imperialistas no es la “lucha contra el terrorismo” sino la defensa de sus propios intereses económicos y geoestratégicos.

En realidad, las intervenciones militares del imperialismo han resultado ser un completo fracaso desde que en 2001 Estados Unidos planteara lo que se dio en llamar “guerra contra el terror”. Desde entonces hemos asistido al menos a dos invasiones militares (Afganistán e Iraq), junto a multitud de intervenciones armadas de carácter menor tanto en Oriente Medio como en África. ¿Cuál es el resultado catorce años después? Someter a escombros al menos a cinco naciones, Iraq, Siria, Afganistán, Yemen y Libia, cientos de miles de muertos, millones de refugiados y desplazados, y una extensión del integrismo islamista nunca antes vista y que abarca desde Nigeria en la costa Atlántica hasta Asia Central. Sólo en 2014 la misma barbarie que hemos visto en París afectó en el mundo a 18.000 personas que fueron asesinadas en atentados terroristas, 16.000 de ellas en Nigeria, Somalia, Kenia, Siria, Irán, Iraq y Afganistán.

A pesar de estas desastrosas consecuencias, François Hollande plantea ahora actuar militarmente contra el Estado Islámico convocando a una nueva “Unión Sagrada” de “toda la Nación”. Sarkozy junto con la extrema derecha del Frente Nacional han aplaudido la iniciativa. Pero no hay que engañarse, el objetivo va más allá de un supuesto combate contra el terrorismo. Una guerra les permitiría desviar la atención de otros problemas domésticos acuciantes, como la crisis económica, el desempleo de masas y los recortes sociales, pero no sólo es eso. A través de una acción militar contundente, el imperialismo occidental pretende recuperar la iniciativa en Oriente Medio y en otras zonas, para frenar la creciente influencia que Irán, Rusia y China han venido ganando. También el complejo militar industrial —tan poderoso en EEUU y Europa—presionan en este sentido: han conseguido suculentos beneficios con la creciente extensión de los conflictos bélicos y la escalada de militarismo, y no es casual que el valor de sus acciones se incrementara tras el anuncio de Hollande de “declarar la guerra” al Estado Islámico.

De todas formas hay que ver el proceso de manera global con todas sus contradicciones. El bloque occidental no está unido. Arabia Saudí y Turquía tienen su propia agenda, y no renunciarán a sus aspiraciones hegemónicas en la región. El derribo de un avión ruso por parte del ejército turco no es ninguna casualidad. Quieren mandar un mensaje a Obama y a EEUU para disuadirlos de cualquier tipo de alianza con Rusia para combatir al Estado Islámico. Y aquí está precisamente la cuestión crucial. No es posible una intervención en territorio sirio como hicieron en el pasado en Iraq o en Afganistán. Los imperialistas occidentales no pueden sostener una guerra de ese tipo sin un estallido social en sus propias naciones, y sin provocar un conflicto aún más devastador que implique a todas las potencias en Oriente Medio. Pero si atacan al ISIS con bombardeos fortalecen a sus enemigos, a Rusia, Irán e indirectamente a China. De ahí las dudas y vacilaciones de cómo impulsar la coalición occidental y con que objetivos.

¡Hay que parar la guerra imperialista!

La posición del gobierno de Rajoy, y de la dirección del PSOE y Ciudadanos, aunque igual de belicosa, se ve condicionada por el temor a desatar un gran movimiento contra la guerra. Desde la derecha y la socialdemocracia quieren vendernos la vieja idea de que estamos todos en el mismo barco en la lucha “contra el terrorismo”. Una llamada a la “unidad” que pretende silenciar el comportamiento criminal de las potencias occidentales. Ellas provocan las guerras para expoliar los recursos de estos países en beneficio de las grandes multinacionales, y luego estamos la mayoría que somos los que sufrimos las consecuencias. Las bombas que se lanzan en Siria, en Afganistán, en Iraq, estallan finalmente en las calles de París, de Madrid o Londres. Como dice la consigna: es vuestra guerra, son nuestros muertos.

Las intervenciones imperialistas en Oriente Medio, el crecimiento del yihadismo reaccionario, los atentados terroristas, las medidas represivas y la legislación autoritaria, son fenómenos evidentes de la completa ruptura del equilibrio del sistema. El capitalismo está sufriendo una crisis orgánica que se revela en todos los planos: en el hundimiento de la economía mundial, en la tremenda agudización de la lucha de clases, en la crisis del parlamentarismo y la democracia burguesa, en la extensión de las guerras y el militarismo más agresivo, en los estallidos revolucionarios y la contrarrevolución… En estos momentos en los que el capitalismo muestra su cara más horrorosa, no nos dejaremos embaucar por las mentiras y la demagogia de los gobiernos al servicio de los grandes poderes económicos y militares. Debemos unir todas las fuerzas para levantar la bandera del internacionalismo proletario, y llamar a la movilización masiva de los trabajadores y la juventud con un programa socialista para acabar con la guerra imperialista y la barbarie capitalista.


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