“En este país necesitamos una revolución política en la que millones de personas estén preparadas para ponerse en pie y decir ‘basta ya’ (…) una revolución contra los multimillonarios y oligarcas que han secuestrado el sistema político (…) Lo que decimos a Wall Street es que la clase obrera de este país está enferma y cansada de trabajar largas jornadas a cambio de bajos salarios”. Con esta clase de mensajes Bernie Sanders, el candidato a las primarias del Partido Demócrata de cara a las elecciones presidenciales del próximo 2016, ha convulsionado el panorama político estadounidense.
Sanders se define socialista, una palabra que durante décadas ha sido considerada algo así como una herejía política. Hay que tener en cuenta que desde el final de la Segunda Guerra Mundial la clase capitalista norteamericana utilizó la existencia de la URSS para llevar a cabo una intensa campaña de propaganda contra las ideas socialistas y comunistas. El momento más negro fue el macarthismo, durante las décadas de los cuarenta y cincuenta. Cuando Sanders anunció su candidatura a las primarias muchos medios de comunicación afirmaban que la etiqueta “socialista” le cerraría muchas puertas, ahora están perplejos y asustados por su éxito.
Entusiasmo y movilización creciente
Sin apenas cobertura de los medios, Sanders ha acabado con el mito impuesto durante décadas por la clase dominante de una sociedad norteamericana acomodada y conservadora. Su impacto ha sido tremendo. En los primeros días de campaña más de 100.000 personas se apuntaron para colaborar en su candidatura. Sanders se ha comprometido a no aceptar para su campaña ni un solo dólar de las grandes corporaciones, y en un solo día recaudó 1,5 millones de dólares, más del 99% de los donantes han aportado 250 dólares o menos, cantidad que contrasta con los 2.700 dólares de media recaudadas por la campaña de Hillary Clinton, su principal contrincante. A finales de septiembre ya habían contribuido económicamente más de 400.000 personas superando los 15 millones de dólares.
El éxito de la candidatura de Sanders no es algo casual. En los últimos años se ha destacado por su oposición a los recortes de la administración Obama o a leyes como la Patriot Act que recorta gravemente los derechos democráticos de los ciudadanos norteamericanos. Sin duda este ha sido uno de los factores de su popularidad, pero lo más importante es que su discurso ha conectado con el descontento social y con la oposición a la política de austeridad de la mayoría de jóvenes y trabajadores norteamericanos. Es una consecuencia del proceso de polarización política y giro a la izquierda de los últimos años, que se expresó en el triunfo histórico de Obama en 2008, en el estallido de movimientos de masas como Occupy Wall Street o Fight for $15, que se ha convertido en el movimiento por los derechos laborales más masivo de las últimas décadas.
Como sucedió con Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, el anuncio de la candidatura de Sanders ha generado una gran expectación. Decenas de miles de personas han asistido a sus mítines: 16.000 en Seattle, 10.000 en Madison, 5.000 en Denver, 28.000 en Portland o 27.000 en Los Ángeles, y así a lo largo y ancho del país. La inmensa mayoría son jóvenes y trabajadores entusiasmados con las medidas que propone. El 13 de octubre se emitió en televisión un debate —más de 15 millones de personas lo vieron, una audiencia inaudita para unas primarias— entre los cinco candidatos a las primarias demócratas. En el transcurso de las cuatro horas que duró, Sanders recaudó 1,3 millones de dólares para su campaña, según Google fue el candidato más buscado y Merriam Webster informó que la palabra más buscada fue “socialismo”. El éxito de Sanders obligó a los otros candidatos a centrarse en las cuestiones sociales y a utilizar un lenguaje más a la izquierda, incluida Clinton. Según un analista político el vencedor del debate fue la “clase”, porque por primera vez en años se sustituyó el término “clase media” por el de “clase obrera”.
¿Qué defiende Sanders?
Sanders se define como un “socialista democrático” y su modelo es el de la socialdemocracia escandinava de los años setenta del siglo veinte. En el frente económico defiende un plan público de inversión en infraestructura por valor de un billón de dólares, con el fin de crear 13 millones de puestos de trabajo. Define el “socialismo democrático” como una forma de que la clase obrera “recupere lo que por justicia le corresponde” de la renta nacional. Reivindica la educación superior gratuita, sanidad pública universal, igual salario para las mujeres, salario mínimo de 15 dólares o el aumento de los impuestos a las grandes empresas.
A pesar de los límites de su programa —no defiende la nacionalización de las industrias estratégicas o la banca, un punto imprescindible en un programa socialista— el gran mérito de Sanders es haber situado las reivindicaciones de la clase trabajadora en el primer punto del debate político, con declaraciones en la que señala que “no hay nada de radical en querer que en el país más rico del mundo nadie que trabaje 40 horas semanales viva en la pobreza” o que “Estados Unidos es el único país desarrollado en el que los trabajadores no tienen bajas pagadas por enfermedad o causas familiares”. Además, Sanders ha puesto el dedo acusador contra la desigualdad social y la impunidad de los más ricos, en el citado debate televisivo denunció que “el 58% de los ingresos son para el 1% más rico” o defendió que “necesitamos una economía que funcione para los trabajadores, no solo para los millonarios”.
También ha rechazado rotundamente el racismo, y ha puesto el foco en la necesidad de la lucha por un cambio social y político profundo (aunque la “revolución política” que él concibe no implique la ruptura con el sistema capitalista). Al presentarse como un candidato “socialista” ha generado un enorme interés en el socialismo y toda una generación de jóvenes y trabajadores por primera vez están abiertos a esas ideas y quieren saber más sobre lo que significa ser socialista.
La candidatura de Sanders también ha sacudido la estructura de los osificados sindicatos norteamericanos, que son claves en la elección del candidato demócrata. Inicialmente las direcciones sindicales mostraron sus simpatías por Hillary Clinton, algo que provocó una rebelión en la base de algunos sindicatos. Miles de afiliados y activistas han manifestado su apoyo a Sanders a través de la campaña Labor for Sanders y ha obligado a que varias federaciones sindicales le apoyen. El primer sindicato estatal que se ha posicionado a su favor es el de enfermería. Como explicaba la publicación digital In These Times: “Activistas y afiliados sindicales de todo el país han calificado a Sanders como único candidato viable para los trabajadores”, esta popularidad entre la clase obrera la ha conseguido con su presencia en distintas movilizaciones. El último ejemplo fue su participación hace unas semanas en el piquete de los trabajadores de Verizon o el 6 de octubre presentando una propuesta de ley en el Senado para proteger a los trabajadores que intentan formar sindicatos.
Según avanza la campaña crece el nerviosismo en la clase dominante estadounidense y se intensifican los ataques contra Sanders, como sucedió contra Corbyn en Gran Bretaña. Lo que más preocupa a la clase dominante son las fuerzas sociales que estas candidaturas están despertando. Los capitalistas norteamericanos son conscientes de todas las contradicciones acumuladas después de años de ataques a las condiciones sociales y laborales. Las explosiones sociales en Baltimore, Newark o Nueva York a causa de la violencia policial, demuestran que están sentados sobre un barril de pólvora que puede estallar en cualquier momento.