“El Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el lugar, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables. En este punto importantísimo y cardinal comienza la tergiversación del marxismo….
LENIN, 1917.
El Estado es el instrumento de dominación de la clase capitalista sobre los trabajadores. Esta sencilla verdad se oculta a las masas, por ejemplo, con la supuesta defensa de las fronteras o la lucha contra la delincuencia. En última instancia la verdadera función del estado es defender las relaciones de producción capitalistas y los beneficios patronales. Incluso en las empresas públicas (PDVSA, CORPOELEC, CANTV) el estado capitalista reprime los derechos laborales y aplica políticas que benefician a los empresarios privados y deterioran servicios como la salud o la educación.
El carácter de clase del estado quedó al descubierto para los trabajadores en los años ’80 y ’90 del siglo pasado, cuando entró en crisis el capitalismo venezolano y actuó para defender los beneficios empresariales. La máxima expresión fue el Caracazo. Confirmando la frase de Engels, compañero de lucha de Marx, de que “el Estado se reduce en última instancia a cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad”, el ejército masacró a más de 3.000 jóvenes y trabajadores, imponiendo sangrientamente los recortes sociales y privatizaciones que exigía el FMI.
La socialdemocracia y el estado
Existen corrientes socialdemócratas que se autodenominan de izquierda demócrata y tergiversan estas ideas que defiende el marxismo sobre el estado, planteando que su función principal es “conciliar” los conflictos entre las clases sociales. Estos sectores se infiltran en los movimientos revolucionarios y, para evitar el derrocamiento del Estado capitalista, plantean que basta con reformar la constitución y gestionar el estado capitalista, limitando su progresismo a políticas que no resuelven ningún problema de fondo, concediéndonos (como mucho) algunas migajas, manteniendo la explotación y las desigualdades, alimentando la corrupción, etcétera.
Cuando las masas insatisfechas se levantan contra el dominio capitalista se abre la posibilidad de llevar a cabo una verdadera revolución. Pero si esa revolución no está dirigida por un partido revolucionario basado en la clase obrera y no destruye el estado capitalista, levantando una democracia obrera basada en delegados elegibles y revocables por los trabajadores, el resultado será la derrota. Sea mediante un golpe fascista o por la degeneración burocrática de un gobierno que, aunque habla de revolución, golpea a los trabajadores y el pueblo beneficiando a los empresarios.
La caracterización del estado para los revolucionarios y marxistas
Sobre el estado, en 1917, Lenin reforzaba la caracterización señalada por Marx, planteando que “el estado es una máquina destinada a la opresión de una clase por otra, una máquina llamada a mantener sometidas a una sola clase todas las demás clases subordinadas”.
En la actualidad, en todos los países, vivimos el dominio del modo de producción capitalista. El Estado impone relaciones sociales de producción para someter a los trabajadores a los intereses de la burguesía. Esa es la esencia del Estado contemporáneo. Sus gobiernos pueden presentarse como brutales tiranías, monarquías reaccionarias o “democracias representativas”, pero tienen en común la defensa de la acumulación capitalista.
Cuando los capitalistas hablan de “constitución” y “estado de derecho” es un engaño. Bajo el capitalismo las cuestiones decisivas las deciden las juntas de administración de los grandes bancos y empresas, limitando el poder de los parlamentos y tribunales de justicia a cuestiones secundarias y sometiéndolos a su voluntad.
El capitalismo significa penuria y pesadumbre de la clase obrera y la juventud. La lucha es el único camino para abolirla. Pero se requiere de verdaderos dirigentes formados en el marxismo y luchando dentro de los centros de trabajo, universidades, barrios, sindicatos o cualquier ambiente para la lucha de clase. La formación y la acción revolucionaria de estos dirigentes es una tarea permanente, urgente y necesaria. Uno de los mejores textos que contribuye en esa preparación es “El Estado y la Revolución”, escrito por Lenin en 1917.