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Capítulo 2. El ‘general de hombres libres’


“Nosotros iremos hacia el sol de la libertad o hacia la muerte; y si morimos, nuestra causa seguirá viviendo. Otros nos seguirán”.

Augusto César Sandino.


El Ejército Defensor de la Soberanía Nacional


A diferencia de la mayoría de los dirigentes liberales, Sandino era un hombre de origen humilde que mantenía intactos sus vínculos con los oprimidos. Nacido el 18 de mayo de 1895 en el pueblo de Niquinohomo (departamento de Masaya), en el seno de una familia campesina, desde niño se ve obligado a trabajar: primero como jornalero en la Costa del Pacífico de Nicaragua, más tarde como ayudante mecánico en Costa Rica, obrero en una plantación de la United Fruit en Guatemala y, posteriormente, como petrolero en México. El contacto permanente con la vida de los explotados no sólo de Nicaragua sino de toda Centroamérica aviva en él tanto un férreo sentimiento antiimperialista como una profunda sensibilidad social.

 

Sandino organiza con los mineros de San Albino el primer embrión de lo que será su ejército guerrillero: el Ejercito Defensor de la Soberanía de Nicaragua (EDSN). Tras establecer durante un tiempo su campamento base en el pueblo de Las Segovias, el EDSN se extenderá por todo el país y luchará heroicamente contra las tropas imperialistas desde 1927 a 1933. Tras empezar con solamente 27 hombres, el EDSN llegará a sumar 6.000 combatientes armados. Pero incluso más importante que el número de guerrilleros movilizados fue el hecho de que la lucha de Sandino contra el gigante imperialista logró catalizar todas las energías que permanecían dormidas en el seno de la sociedad nicaragüense.

 

Como ha ocurrido en otras ocasiones a lo largo de la historia, el malestar acumulado necesitaba un cauce a través del que manifestarse y un líder en el que encarnarse. Sandino será ese líder. Las masas obreras y sobre todo campesinas (en ese momento la inmensa mayoría de la población nicaragüense) oprimidas durante siglos por el imperialismo y la oligarquía, hartas de miseria, explotación y traiciones, le bautizan como “el general de hombres libres” y depositan en él sus esperanzas de cambio. El ejército sandinista se moverá como pez en el agua en el seno de las masas campesinas.

 

El nunca del todo consolidado (y de por sí débil) aparato del Estado burgués entra en descomposición. En la práctica, el imperialismo estadounidense se verá obligado a asumir el control del mismo, tanto con el objetivo de evitar su colapso como para intentar transformarlo en un instrumento útil contra la insurrección. El ejército y la policía nicaragüenses son dirigidos directamente por oficiales yanquis. Para proteger los intereses de los acreedores estadounidenses y canalizar directamente los recursos nacionales de Nicaragua hacia el pago de una deuda externa que estaba batiendo records históricos, los EEUU llegan a tomar el control de las aduanas y los bancos emisores de moneda. Pero incluso estas medidas intervencionistas tan descaradas resultan insuficientes. El gobierno estadounidense se ve obligado a destinar más tropas a Nicaragua, hablándose de hasta 12.000 soldados.

 

El imperialismo no puede


Y, no obstante, las tropas de ocupación, pese a su superior poder militar, se muestran incapaces de derrotar a los guerrilleros y las masas obreras y campesinas que les apoyan. En su intento de sofocar la lucha de liberación del pueblo nicaragüense el imperialismo recurrirá a medidas cada vez más desesperadas y brutales: bombardeos de poblaciones enteras (como el pueblo de Ocotal, donde se calcula que en un solo día el ejército de los EEUU pudo masacrar entre 300 y 3.000 campesinos), torturas y detenciones en masa. Todo este bárbaro despliegue de fuerza sólo despierta un mayor apoyo social a los revolucionarios tanto en Nicaragua como a nivel internacional.


La lucha de Sandino se convierte en un referente latinoamericano e incluso mundial. Diferentes testimonios hablan de pancartas en 1929 en Shanghai solidarizándose con Nicaragua. De toda Latinoamérica e incluso de otras zonas del planeta afluyen voluntarios que quieren luchar en la Brigada Internacionalista del ejército de hombres libres sandinista. El marxista salvadoreño Farabundo Martí, que llega a alcanzar el grado de coronel y trabaja como secretario privado de Sandino, es uno de ellos. Martí regresará a El Salvador y será asesinado tras dirigir la insurrección obrera de 1932, ahogada en sangre por la oligarquía.

 

Otro revolucionario salvadoreño, Miguel Mármol, en una entrevista que le hace el escritor también salvadoreño Roque Dalton, describe cómo vivían las masas en su país la lucha de Sandino en la vecina Nicaragua. “Hasta las fiestas de cumpleaños de cualquier hija de vecino y las procesiones de la Virgen terminaban con gritos y consignas en favor del gran guerrillero de Las Segovias y en contra de los yanquis asesinos”.

 

El apoyo de las masas a Sandino, el rechazo internacional a la intervención imperialista en Nicaragua y el riesgo de que la insurrección de los campesinos nicaragüenses pudiera extenderse a los países vecinos obligan finalmente a EEUU a firmar un acuerdo de paz, el 1 de enero de 1933, en el que se compromete a retirar sus tropas. Sin embargo, esto no significará el fin de la expoliación del país ni de la injerencia yanqui.

 

El ejército nicaragüense había sido entrenado por los EEUU durante décadas. Miles de lazos —como decía Lenin en El Estado y la revolución, “visibles e invisibles”— unían a sus oficiales no sólo con la oligarquía sino con el propio Departamento de Estado de los EEUU. En particular la Guardia Nacional, formada bajo férrea dirección estadounidense, constituía una guardia pretoriana cuyo único objetivo era salvaguardar los intereses del imperialismo y la oligarquía una vez salidas las tropas estadounidenses del país. En un primer momento hasta el nombre de este cuerpo estaba en inglés (la Constabulary). El cambio de nombre y la inclusión del término “Nacional” no modificarán en nada ni su carácter ni sus métodos y objetivos.

 

Los errores de Sandino


Reflejando la corrección de la teoría de la revolución permanente, la lucha de los sandinistas y las masas obreras y campesinas que les apoyaban, que había comenzado como un combate por la expulsión de las tropas de ocupación, empezaba a adquirir cada vez un contenido social más evidente. Como explica el comandante del FSLN Bayardo Arce, en una entrevista en los años 80: “Sandino consideraba que la tierra debía ser del Estado, que la forma de organización social debía ser la cooperativa” (G. Invernizzi, F. Pisani y J. Ceberio, Sandinistas). De hecho, poco antes de ser asesinado había organizado en el norte del país cooperativas de campesinos para explotar de manera colectiva la tierra.

 

 

 

El ejemplo victorioso de la Revolución de Octubre en Rusia y el llamamiento de los bolcheviques, bajo la dirección de Lenin y Trotsky, a la revolución mundial era en esos momentos un poderosísimo punto de referencia para todos los revolucionarios del mundo. Intuitivamente, en base a su experiencia, Sandino y muchos de los revolucionarios que le acompañaban estaban sacando conclusiones avanzadas en el sentido de contemplar la lucha por la liberación de Nicaragua del dominio estadounidense como parte de la lucha internacional de todos los explotados contra cualquier tipo de opresión.

 

“Me sirve de mucho placer —decía Sandino en una carta— manifestarle que nuestro ejército esperará la conflagración mundial que se avecina para principiar a desarrollar su plan humanitario que se tiene marcado en favor del proletariado mundial (...) Muy luego tendremos nuestro triunfo definitivo en Nicaragua conque quedará prendida la mecha de la explosión proletaria contra los imperialistas de la tierra” (citado en Entrevista a Bayardo Arce, del libro Sandinistas).

 

Sandino también veía a los obreros y a los campesinos como los protagonistas fundamentales de la guerra de liberación. No obstante, su error fue no extraer las últimas conclusiones y quedarse a medio camino. De hecho, pensaba que era posible liberar al país del dominio imperialista y resolver muchos de los problemas sociales sin expropiar a la clase dominante. “Ni extrema derecha ni extrema izquierda, nuestra consigna es el frente unido. En este caso no es ilógico que nuestra lucha acepte la colaboración de todas las clases sociales sin “ismos” o clasificaciones” (Claudio Villas, Nicaragua: Lecciones de un país que no completó la revolución). Este error lo pagarán caro tanto él como las masas que le siguen.

 

Según algunas fuentes, Sandino expulsó a los miembros de la sección de la Internacional Comunista en Nicaragua de su movimiento. Esto ha sido utilizado por algunos para presentarle como anticomunista. Sin embargo, hay versiones contrapuestas sobre este hecho y es necesario tener en cuenta que el periodo durante el cual se desarrolla la lucha de Sandino (1927-1934) coincide con la aplicación por parte de la Internacional Comunista, bajo la nefasta dirección de Stalin y Molotov, de la política ultraizquierdista del “tercer periodo”. Esta política tachaba a cualquier movimiento o partido de masas no controlado por ellos de fascista y agente del imperialismo. Los errores del “tercer periodo” separaron a los partidos comunistas (estalinistas) de las bases revolucionarias en todos los países y les granjearon el rechazo de no pocos luchadores antiimperialistas. Seguramente Nicaragua y Sandino no fueron una excepción.

 

No podemos saber a ciencia cierta si, con una política y un programa correctos por parte de la URSS y la Komintern, Sandino podría haber sido ganado para el marxismo pero, como mínimo, miles de los obreros y campesinos que le apoyaban y evolucionaban hacia la izquierda sí podían y debían haberlo sido con un programa y una estrategia como los defendidos por los bolcheviques en la Rusia de 1917.

 

Como hemos visto, la burguesía nicaragüense era absolutamente dependiente del imperialismo y estaba unida a éste por miles de lazos. La liberación nacional de Nicaragua sólo era posible como parte de la una revolución social que acabase con el dominio del país de latifundistas y capitalistas nacionales y de los imperialistas, expropiando y estatizando los bancos y las principales industrias y repartiendo la tierra a los campesinos.

El carácter eminentemente campesino del ejército de Sandino será otro elemento que influya de forma importante en el desenlace de los acontecimientos. La clase obrera —por el papel que juega en la producción— es la única clase que puede edificar una estructura estatal revolucionaria alternativa a la maquinaria represiva reaccionaria creada por la burguesía. El campesinado, los desempleados, etc., desempeñan un papel importante en la lucha revolucionaria. Los motines y estallidos insurreccionales protagonizados por estas capas son fundamentales a la hora de descomponer el aparato estatal burgués; pero los campesinos —debido a la dispersión a que les somete el propio modo de producción capitalista— encuentran muchos más obstáculos para desarrollar formas de conciencia y organización colectiva (consejos formados por voceros elegibles y revocables, asambleas, etc.). En cambio los métodos y formas organizativas de la clase obrera son las asambleas masivas, huelgas, comités elegidos y revocables, etc. Estos organismos, empezando como instrumentos para organizar la lucha, pueden y deben transformarse en medio de una situación revolucionaria en los organismos a través de los cuales la clase trabajadora, agrupando en torno a sí al resto de los oprimidos, ejerza el poder y edifique un Estado revolucionario.

 

Reflejando estas carencias, una vez que la guerra civil campesina liderada por Sandino logró expulsar a las tropas estadounidenses el poder no pasará a manos del ejército campesino sandinista ni éste será capaz de forjar un gobierno y un Estado revolucionario sino que será la burguesía liberal la que siga detentando el poder.


Del asesinato de Sandino

al golpe de Somoza


Sin una perspectiva y un programa marxista, y una vez retiradas las tropas extranjeras, Sandino acepta desmovilizar su ejército (manteniendo únicamente a cien hombres armados) y abrir una negociación con el gobierno burgués del liberal Sacasa. Su esperanza era que, una vez retiradas las tropas invasoras, sería posible llegar a un acuerdo para consolidar un régimen democrático bajo el cual luchar pacíficamente por las transformaciones políticas y sociales pendientes en el país.

 

Sin embargo, para la clase dominante esta negociación no era más que una trampa. El imperialismo y los sectores decisivos de la burguesía nicaragüense habían firmado la sentencia de muerte de Sandino hacía tiempo. El 24 de febrero de 1934, la misma noche que el líder revolucionario acudía al Palacio de Gobierno a reunirse con el presidente Sacasa, el jefe de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza García, organizaba su asesinato y el de varios de sus colaboradores, incluidos su padre y su hermano, a sangre fría.

 

El exterminio de los líderes revolucionarios era el primer paso para intentar recomponer el orden capitalista en Nicaragua. Tras verse obligados los imperialistas a abandonar el país, la Guardia Nacional se encargará de desempeñar ese mismo papel de árbitro entre los distintos sectores de la clase dominante que jugaba antes el ejército estadounidense. El nuevo hombre fuerte del régimen será el jefe de la Guardia Nacional, Somoza García. Somoza era un aventurero que, tras estudiar en EEUU y fracasar en su intento de convertirse en empresario, se las había arreglado para casarse con la hija de una de las principales familias de la oligarquía nicaragüense, los Debayle. Considerado por el imperialismo estadounidense su hombre de confianza en el país, encabezará primero la ofensiva contrarrevolucionaria y posteriormente, en 1936, dará un golpe de Estado contra su propio tío político, el liberal Sacasa, tras el cual se proclama nuevo presidente de Nicaragua. Durante 43 años “la larga noche de la infamia” somocista, como la describe en una de sus poesías el escritor argentino Julio Cortázar, dominará el país.


Capítulo 3. El régimen somocista

 

“Somoza es un hijo de puta... ¡pero es nuestro hijo de puta!”. Franklin D. Roosevelt, Presidente de los Estados Unidos.


El Bonaparte nicaragüense


La derrota del movimiento revolucionario liderado por Sandino y el establecimiento de la dictadura bonapartista de Somoza fueron las condiciones necesarias para la creación de un Estado burgués estable en Nicaragua. En realidad, la burguesía nicaragüense nunca había sido capaz de constituir un Estado burgués que funcionase con normalidad y garantizase la estabilidad del sistema. Somoza se basará en el ejército y la Guardia Nacional, de la que es jefe directo, así como en el control de la maquinaria del Partido Liberal Nacional (PLN) para concentrar todos los resortes del poder en su persona y elevarse por encima de las clases sociales y de los distintos estratos de la clase dominante, actuando como árbitro entre ellos. La oligarquía nicaragüense había encontrado su Bonaparte.

 

“El viejo Somoza, un hábil político, pudo mantenerse en el poder manteniendo un ojo vigilante sobre sus sucesivos rivales dentro del ejército y la policía, y eliminándolos; comprando y desacreditando a las figuras de la oposición política, haciendo pactos y alianzas con los partidos burgueses que se le oponían, e intercambiando entre sí períodos de terror y fases en las cuales se hacían algunas concesiones políticas que permitían el ejercicio de algunas libertades democráticas (…) siempre fue lo suficientemente hábil como para ganar un cierto manto de legitimidad para su régimen. Llamaba a elecciones y en ocasiones dejaba que títeres controlados por él tomaran la presidencia” (La creciente oposición al régimen de Somoza, F. Amador, en Nicaragua: ¿Reforma o revolución? p. 73).

 

La camarilla somocista gobernará en interés de la burguesía. Sin embargo, como ha ocurrido a lo largo de la historia con otros líderes bonapartistas —desde el propio Luis Napoléon Bonaparte en Francia a mediados del siglo XIX hasta Chiang Kai Shek en China en 1927— al hacerlo someterá a un feroz saqueo a la misma clase cuyos intereses, en última instancia, defiende. En determinados momentos los Somoza y sus compinches incluso castigarán, robarán, encarcelarán y hasta eliminarán físicamente a algunos miembros de la clase dominante.

 

La familia Somoza no sólo monopolizará el poder político en su propio beneficio sino que lo utilizará para convertirse en la más rica del país. En el momento en que Anastasio Somoza hijo debe abandonar el poder, a causa de la insurrección popular triunfante de 1979, el botín amasado por su familia produce asombro a cualquiera: “Somoza y su familia son dueños de la mayor parte del país. A través de siete grandes grupos (Debayle-Bonilla, Pallais-Debayle, Somoza-Abreu, Somoza-Debayle, Somoza-Portocarrero, Somoza-Urcuyo y Sevilla-Somoza) manejan trescientas sesenta y cuatro empresas monopolistas, que abarcan bancos, transporte aéreo, marítimo y terrestre, centros comerciales, centrales azucareras, agencias publicitarias, canteras, periódicos, destilerías y emisoras, y controlan la producción de textiles, cigarrillos, abonos, adoquines, clavos, hielo, cobre, cítricos, casas prefabricadas, cemento y varios renglones más” (Laura Restrepo, ¿Será Nicaragua una nueva Cuba?, Revista de América, Nº 7).

 

El escritor, y futuro vicepresidente del gobierno sandinista, Sergio Ramírez, escribió en 1975 un artículo titulado “Somoza de la A a la Z”. En el mismo, Ramírez elaboraba una lista por orden alfabético de todos los productos y negocios en los que participaba la familia Somoza. No quedó una letra sin rellenar. En la letra X aparecía el epígrafe propiedades desconocidas. “Y no dejaba de incluir la Sangre bajo la letra S, porque la Compañía Plasmaféresis, instalada en Managua, se la compraba a los indigentes y a los borrachines para fabricar plasma de exportación” (S. Ramírez, Adiós Muchachos, p.83).


Un tirano a la medida


Si la burguesía en su conjunto y el imperialismo estadounidense toleraron a los gángsteres somocistas al frente del aparato estatal durante tanto tiempo no fue por casualidad. Por primera vez a lo largo de su historia, la burguesía nicaragüense consigue edificar un poder estatal que, con todas sus “peculiaridades” (nepotismo, corrupción, arbitrariedad, etc.), parece funcionar y garantizarles un grado de estabilidad hasta entonces desconocido.

 

El carácter despótico y corrupto del régimen somocista es, en última instancia, reflejo y producto del carácter igualmente degenerado y parásito del capitalismo nicaragüense. Pero al mismo tiempo es el único tipo de régimen que posibilita a la burguesía y al imperialismo someter a las masas a las condiciones de explotación que necesitan para mantener su tasa de ganancia. Si la familia Somoza no hubiese existido la burguesía de Nicaragua y el gobierno de los Estados Unidos habrían tenido que inventarla.

Algo similar ocurrió en los demás países centroamericanos, quizá con la excepción —al menos en parte y por un periodo— de Costa Rica. En un análisis realizado en 1980, el sociólogo estadounidense James Petras resume el tipo de desarrollo capitalista que se dio en Centroamérica desde los años 30 hasta la crisis capitalista mundial de los años 70:

“El desarrollo capitalista centroamericano se ha producido dentro de un contexto político, social y económico caracterizado por tres realidades de peso. Primera: la subsistencia de la clase dominante tradicional, que, aunque haya diversificado progresivamente sus propiedades y posesiones, ha seguido conservando un poder económico y político de base familiar. Segunda: la dominación mediante regímenes estatales policíacos o militares, ligados a la clase dominante a través de vínculos familiares o económicos y asociaciones con organismos militares y policiales del aparato imperialista norteamericano. Y tercera: la presencia de corporaciones multinacionales (sobre todo estadounidenses pero también, y cada vez más, europeo-occidentales y japonesas) coligadas con determinados sectores de la clase dominante tradicional y con organismos imperialistas norteamericanos de índole económica y política. Este triunvirato (…) ha servido de marco durante casi medio siglo a la expansión capitalista de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala” (J. Petras y M. Morley, “Expansión económica, crisis política e intervención norteamericana en Centroamérica”, en Capitalismo, Socialismo y Crisis mundial).

 

La creciente rapacidad y ambición de la camarilla somocista, sobre todo del último Somoza, produce choques con grupos de la burguesía que se ven desplazados del poder político y sienten disputada incluso una parte de sus posiciones económicas. Esto generará, a lo largo de los 43 años de régimen somocista, distintos momentos de tensión en el seno de la clase dominante e incluso enfrentamientos abiertos. Sin embargo, cada vez que estos choques amenazan con desbordar los cenáculos cerrados de la clase dirigente y provocar la entrada en escena de las masas, los sectores burgueses opuestos al clan Somoza serán los primeros en pisar el freno y buscar toda suerte de acuerdos con la mafia gubernamental. La experiencia de la insurrección de masas liderada por Sandino en los años 30 era una lección grabada a sangre y fuego en la memoria de los capitalistas. Ningún sector de la clase dominante estaba dispuesto a que algo semejante pudiera repetirse.

 

Y, sin embargo, el resultado de la prolongación de un régimen como el somocista durante varias décadas será precisamente ese que la clase dominante quiere evitar. Las masas irán acumulando una honda amargura y frustración que antes o después tenía que estallar. Como ha ocurrido en otros momentos a lo largo de la historia, la juventud y en parte la intelectualidad actúan como un cierto barómetro de la presión y malestar que se acumulan en la sociedad. Capas crecientes de jóvenes e intelectuales de origen pequeñoburgués, e incluso una parte de la juventud de origen burgués, hastiados de la podredumbre y corrupción somocistas, romperán con la clase dominante y mirarán hacia las organizaciones de izquierda buscando, una y otra vez, un camino revolucionario para intentar cambiar la sociedad.


El papel del estalinismo


El principal partido de la izquierda nicaragüense hasta los años setenta fue el Partido Socialista de Nicaragua (PSN), fundado en los años cuarenta. El PSN estaba controlado por la burocracia estalinista de la URSS. Pero, atado a la teoría estalinista de “las dos etapas” y a la búsqueda de alianzas con la inexistente burguesía progresista, el PSN nunca conseguirá convertirse en un punto de referencia para las masas.

 

A partir de 1935, la dirección de la Komintern abandona la política ultraizquierdista del “tercer periodo”, que sólo había servido para desprestigiar y aislar a los partidos comunistas. Pero en su lugar, lejos de adoptar una estrategia correcta, Stalin y sus agentes al frente de la Internacional (Dimitrov, Molotov,...) deciden pasar del ultraizquierdismo al oportunismo más extremo resucitando la teoría menchevique de “las dos etapas” y adoptando la estrategia de los llamados Frentes Populares.

 

Según los nuevos planteamientos era necesario renunciar por todo un periodo histórico a la lucha por la expropiación de los capitalistas y la construcción del socialismo en aras de un acuerdo con los sectores “patrióticos”, “democráticos” o “progresistas” de la burguesía. La revolución, antes de poder entrar en la etapa de la lucha por el socialismo, debía pasar obligatoriamente por una larga etapa de liberación nacional y desarrollo capitalista. Sólo tras décadas de capitalismo y democracia burguesa, en un futuro indeterminado pero en todo caso lejano, se podría plantear la lucha por el socialismo. Esta orientación, en realidad, era resultado del intento de Stalin y la burocracia rusa de tranquilizar a las burguesías francesa, estadounidense y británica sacrificando la revolución mundial en aras de sus intereses burocráticos. Su resultado más inmediato fue la trágica derrota de la revolución española e impedir la toma del poder en Francia y otros países.

 

La política de alianzas con las llamadas burguesías democráticas fue aplicada de un modo aún más grosero si cabe durante la segunda guerra mundial y culminó con la decisión por parte de Stalin de disolver la Internacional Comunista en 1943 para contentar a sus entonces aliados —y pocos años después enemigos— Churchill, primer ministro británico, y Roosevelt, presidente de los EEUU. La burocracia estalinista terminaba así de sacrificar el objetivo de la revolución mundial, al que Lenin había supeditado toda su lucha, en el altar de sus bastardos intereses de casta y en pos de un único objetivo: mantener como fuese su control del poder.

 

En Nicaragua el resultado de esta política de colaboración de clase impuesta desde Moscú es, nada más y nada menos, el apoyo de los estalinistas nicaragüenses a Somoza en las elecciones presidenciales de 1944. Éste, como agente cínico y servil de los EEUU que era, había sido el primer gobernante americano en declarar la guerra a las potencias del Eje tras el ataque a Pearl Harbor, adelantándose incluso 24 horas al propio Roosevelt.

 

El PSN en ese momento goza de gran prestigio a causa de aparecer vinculado a la resistencia del pueblo soviético contra el nazismo y al punto de referencia que seguía representando para los trabajadores de todo el mundo la revolución rusa, especialmente en los países más atrasados. “Somoza reconoció el carácter conciliador del Partido Socialista Nicaragüense (PSN), el recientemente fundado partido comunista local. Utilizando esto, logró ganar el apoyo del naciente movimiento obrero por medio de algunas concesiones, como la aprobación de un código laboral que contemplaba el derecho de organización y huelga, así como el derecho a un salario mínimo. Con el apoyo del PSN, Somoza logró una gran votación en las elecciones e inmediatamente después ilegalizó a los comunistas” (F. Amador, La creciente oposición al régimen de Somoza, p.74).


La izquierda en Nicaragua


Escaldado tras esta experiencia, el PSN, se opondrá a partir de los años 50 y 60 a Somoza, pero —siguiendo las directrices de la burocracia estalinista— seguirá renunciando a defender una política socialista y buscará una y otra vez distintas alianzas con los sectores supuestamente progresistas y antisomocistas de la burguesía.

 

Esta política errática le impide aglutinar a la clase obrera y a los campesinos tras su bandera. Estos errores unidos a los choques que se producen a nivel internacional entre la burocracia rusa y las burocracias china, albanesa, etc., darán como resultado varias escisiones del partido y el surgimiento de otros pequeños partidos que se declaran marxistas. Los que alcanzan mayor repercusión son el Partido Comunista de Nicaragua (PC de N) y el Movimiento Autónomo Proletario Marxista-Leninista (MAP-ML). Aunque estos partidos utilizan en diferentes momentos un discurso y consignas más radicales que el PSN y logran agrupar a algunos activistas obreros y estudiantiles radicalizados tampoco lograrán convertirse en una alternativa para las masas. La causa de ello es que siguen atados a las mismas políticas estalinistas basadas en la teoría de las dos etapas, y esto les impide dotarse de un programa y unos métodos que respondan a las necesidades de las masas. Junto a ello, especialmente los dirigentes del PCdeN, harán gala de una extraordinaria mezcla de sectarismo y oportunismo que les llevará en varias ocasiones a aliarse con sectores burgueses contra otros partidos de izquierda.

 

Como explicábamos anteriormente, en ocasiones en que la lucha de la clase obrera se ve bloqueada por ausencia de dirección, los estudiantes y la intelectualidad pueden expresar el malestar acumulado. Al no encontrar los jóvenes un camino claro en los partidos de izquierda para sus anhelos de cambio, será inevitable que muchos activistas intenten todo tipo de atajos y acciones heroicas pero a menudo desesperadas.

 

En 1956 el poeta Rigoberto López, militante del Partido Liberal Independiente (opositor al Partido Liberal Nacional somocista) se inmola para poder asesinar al dictador en una fiesta. La forma del atentado recuerda mucho a los que se producían en la Rusia zarista. Tras la muerte de Anastasio Somoza García el poder pasa a su hijo mayor, Luis Somoza Debayle, y tras la muerte de éste, en 1967, a otro hijo: Anastasio Somoza Debayle. Este último gobernará con la misma mano de hierro, nepotismo y violencia que su padre, aunque con menos astucia, hasta ser derrocado por la revolución.

 

En 1962 un grupo de jóvenes revolucionarios, muchos de ellos ex militantes del PSN, que han participado tanto en las luchas estudiantiles y populares de los años anteriores como en los distintos intentos de conformar partidos o alianzas de izquierda, hartos de no ver una lucha seria contra el régimen somocista e inspirados por el ejemplo victorioso de la revolución cubana y el referente histórico que representaba la lucha de Sandino, deciden organizar un movimiento guerrillero: el Frente Sandinista de Liberacion Nacional (FSLN).


 

El Programa Histórico

del Frente Sandinista

 

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En el Programa Histórico del FSLN, escrito en 1969 por su fundador y principal dirigente, Carlos Fonseca Amador, se enuncia un programa bastante avanzado. En el terreno económico el FSLN plantea que: “Expropiará los latifundios, fábricas, empresas, edificios, medios de transporte y demás bienes usurpados por la familia Somoza”, así como los “usurpados por políticos y militares y todo tipo de cómplices que se han valido de la corrupción administrativa del régimen actual”. Además el programa plantea la nacionalización de “todas las compañías extranjeras que se dediquen a la explotación de los recursos minerales, forestales, marítimos y de otra índole” y “el control obrero en la gestión administrativa de las empresas y demás bienes expropiados y nacionalizados”, así como la nacionalización “del sistema bancario, el cual estará al servicio exclusivo del desarrollo del país”.

 

También se defiende el desconocimiento de la deuda externa, el “control estatal sobre el comercio exterior” y la expropiación y liquidación del latifundio mediante una reforma agraria que “entregará gratuitamente la tierra a los campesinos de acuerdo con el principio de que la tierra debe pertenecer al que la trabaja”. “La enseñanza será gratuita en todos los niveles y obligatoria en algunos” y el gobierno “obrero y campesino (…) nacionalizará los centros de enseñanza privados”. Junto a toda otra serie de medidas como la jornada de 8 horas, la abolición de la prostitución, la prohibición de los despidos, un salario mínimo digno, etc., el programa también defiende la histórica consigna revolucionaria por la que batallaron Morazán, Farabundo Martí o el propio Sandino: “la unificación popular centroamericana”.

 


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