La candidatura de Jeremy Corbyn, veterano militante del ala izquierda del Partido Laborista, ha arrasado en las elecciones primarias. Con el 59,5% de los votos emitidos (251.417 papeletas), Corbyn ha obtenido una victoria histórica humillando a los candidatos del aparato: Andy Burnham, en segunda posición ha sacado un 19%, mientras Liz Kendal, la preferida de Blair, ha recibido un raquítico 4,5%. El terremoto que éste acontecimiento ha provocado en la política británica es reconocido en todos los medios y no es para menos.

Lenin señaló que la clase obrera de Gran Bretaña, debido a sus tradiciones históricas, se movía lentamente, como un elefante, pero cuando se ponía en marcha lo hacia de manera contundente. Han tenido que transcurrir más de 25 años desde las expulsiones del ala marxista, agrupada en la tendencia Militant, para que un representante de la izquierda llenara de entusiasmo a cientos de miles de jóvenes y trabajadores alzándose con el liderazgo del Partido. Las experiencias de décadas pasadas, con las derrotas sindicales, la arrogancia de Blair y el nuevo laborismo, y la destrucción salvaje de los servicios sociales, explican un fenómeno que entronca con movimientos de masas surgidos en otros países, especialmente en Grecia y el Estado español.

La bancarrota del blairismo

En las elecciones del pasado 7 de mayo el laborismo, dirigido por Ed Miliband, fue incapaz de aprovechar el fuerte descontento hacia el gobierno tory. La primera legislatura de Cameron supuso la eliminación de 700.000 empleos públicos, el aumento de la edad de jubilación, recortes severos en educación, sanidad y servicios sociales, y una nueva vuelta de tuerca en las leyes racistas y antisindicales. Las desigualdades crecieron de manera cruel: mientras cinco familias de multimillonarios concentran más riqueza que 12,6 millones de ciudadanos británicos, el 20% de la población (13 millones) vive en la pobreza.

Esta ofensiva contra los derechos sociales y la población más humilde fue respondida con numerosas manifestaciones y huelgas en el sector público, movilizaciones estudiantiles sin precedentes en los últimos treinta años, y con la explosión del movimiento independentista en Escocia abiertamente vinculado a la lucha contra los recortes. En todos estos acontecimientos el aparato del Partido Laborista ha jugado un papel lamentable, colocándose del lado de Cameron y enfrentándose a su base social. En mayo, obtuvo el peor resultado desde 1987, a pesar del hundimiento del Partido Liberal y de que los tories ganaran con sólo un 24,4% de los votos, su peor registro desde 1918. En feudos laboristas tradicionales, como Escocia, la derrota se convirtió en una catástrofe, pero nada conmovió a la dirección laborista a pesar de la dimisión de Ed Miliband.

La dirección y el grupo parlamentario, copado por blairistas acérrimos, han llegado demasiado lejos. Su pretensión de mimetizarse aún más con la derecha se ha estrellado contra un muro. La aparición de la candidatura de Corbyn ha sido el acicate para agrupar todo el descontento de la base social del laborismo, un fenómeno que ha desconcertado a todos los “politólogos” pero que refleja las profundas contradicciones de la sociedad británica: bajo el barniz de un aparente “giro a la derecha” atendiendo a los resultados electorales, se estaba fraguando un giro a la izquierda de proporciones históricas.

Corbyn conecta con las ansias de cambio

La dirección del Partido, pensando en controlar mejor el proceso, convocó primarias abiertas, en las que podrían votar además de los militantes, los simpatizantes — tras inscribirse y pagar 3 libras— así como los afiliados individuales de los sindicatos. Los dirigentes laboristas imaginaban que así facilitarían el voto de esos electores de “clase media” a los que asusta el “radicalismo”. No contaron con que la candidatura de Jeremy Corbyn conectaría con el ambiente real de furia, descontento y crítica al sistema que existe entre la juventud británica y los trabajadores, y también entre sectores de las capas medias empobrecidas.

Jeremy Corbyn, diputado laborista desde hace treinta años, se ha destacado como activista contra las guerras de Iraq o Afganistán, defensor de la independencia de Irlanda del Norte, de los derechos palestinos o de la revolución venezolana. En el parlamento se ha opuesto a todas las medidas que han recortado los derechos laborales de los trabajadores y, dentro del partido, a la supresión de la Cláusula IV de los Estatutos que defendía “la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio”.

La campaña de Corbyn, y el entusiasmo que despertaba progresivamente, ha sembrado el pánico entre el ala de derechas del laborismo y en la burguesía británica. Era de esperar que la prensa capitalista desatara una campaña feroz contra Corbyn, al que han acusado de todo tipo de “crímenes”, desde ser amigo de la “dictadura venezolana”, del IRA y de los radicales islámicos. La derecha laborista, en su desesperación, ha sacado del armario a Tony Blair, que desde las páginas de los principales periódicos ha lanzado discursos apocalípticos sobre el futuro del laborismo y de Gran Bretaña si Corbyn finalmente ganaba. El aparato también ha recurrido a todo tipo de manejos antidemocráticos, pero todas las maniobras, toda la campaña de mentiras y calumnias, se han vuelto en su contrario: han animado más a los partidarios de Corbyn a dar un vuelco completo a la situación.

Desde hace semanas, la apuesta de Corbyn a favor de defender los servicios sociales públicos y drogar las leyes antisindicales, su apoyo al aumento del salario mínimo a 10 libras la hora, a la resistencia de los ayuntamientos contra los recortes, y sus declaraciones a favor de la renacionalización de empresas, han centrado el debate político en el país. La que se conoce como Corbynmanía ha movilizado a decenas de miles de personas, más de 30.000 han asistido a sus mítines. La militancia del Partido Laborista ha aumentado casi un 50%: ahora cuenta con 299.755 militantes, además de los 189.703 afiliados sindicales y 121.295 personas, en su mayoría jóvenes, que se inscribieron para votar y pagado las 3 libras correspondientes.

Luchar por un programa socialista

“El partido ha cambiado mucho estos tres meses —ha señalado Corbyn tras su triunfo—ha crecido enormemente con gente que reclama un Reino Unido más justo. Doy a los nuevos miembros la bienvenida a nuestro partido, a nuestro movimiento. Y a los que regresan al partido, les doy la bienvenida de vuelta a casa. No supimos comprender las visiones de mucha gente joven a la que tachamos de generación apolítica. No lo era, era un generación muy política pero defraudada por cómo se viene haciendo la política”.

Corbyn se enfrenta a la tarea más importante. Tiene la obligación de no defraudar esta ola de apoyo que tiene raíces muy profundas. Tiene que abrir el partido a las nuevas capas de jóvenes y trabajadores que lo han respaldado y quieren una política socialista de verdad; hay que convocar inmediatamente un congreso del Laborismo, abierto a todos los colectivos que han apoyado a Corbyn, para aprobar un programa enérgico contra la austeridad capitalista, y organizar en cada fábrica, en cada barrio, en cada centro de estudio comités de apoyo a esa política (distintas encuestas señalan que el respaldo a la renacionalización de las empresas de energía, ferroviarias y el Royal Mail se sitúa por encima del 65%). Hay que actuar enérgicamente contra los parlamentarios que sabotearán este resultado con todos los medios a su alcance, proponiendo su sustitución por candidatos elegidos por la base. Y, sobre todo, aprendiendo de los acontecimientos griegos, hay que prepararse para enfrentar la presión de la burguesía, que hará todo lo posible por cercar y aplastar las iniciativas de Corbyn.

Se abre una gran perspectiva para agrupar una potente ala de izquierdas en el laborismo y los sindicatos con un programa socialista, y emprender una lucha sin cuartel para derrotar a Cameron. La victoria de Corbyn es una gran noticia para la clase obrera de toda Europa.


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