¡La izquierda que lucha obtiene un gran resultado donde va unida!

Las elecciones del 20D han abierto en canal al viejo régimen del bipartidismo, con un parlamento fragmentado que tendrá grandes dificultades para proporcionar una mayoría de gobierno estable. Si en 2008 los votos de PSOE y PP alcanzaban el 84%, o en 2011 del 73%, en 2015 superan por los pelos el 50%. Pero sobre todo hay dos conclusiones inmediatas a sacar de estos resultados. Por una parte, el duro varapalo al Partido Popular: consigue 7.212.390 votos (28,72%), y 123 escaños, perdiendo más de 3.650.000, el 34% de su electorado, y 63 escaños de los 186 que obtuvo en 2011. Este desplome no se compensa con los resultados de Ciudadanos (C’s). El meteórico “ascenso” de la formación de Albert Rivera que pronosticaban el CIS y la mayoría de las encuestas, ha quedado muy por debajo de las expectativas: su cuarta posición, con 3.498.392 votos (13,93%) y 40 escaños, es un revés para la clase dominante que se queda muy lejos de contar con un bloque de derechas mayoritario en el parlamento.

La otra gran conclusión de la jornada electoral son los magníficos resultados que cosechan las formaciones a la izquierda de la socialdemocracia tradicional, muy especialmente cuando van unidas. Si se suman los resultados de Podemos, las coaliciones de izquierda en Catalunya, Galicia y País Valencià, y los conseguidos por Garzón y Izquierda Unida-Unidad Popular, en total 6.112.438 votos, superan ampliamente al PSOE y se colocarían como segunda fuerza política. Una lección que debe hacer reflexionar a Pablo Iglesias y a los dirigentes de Podemos.

La unidad de la izquierda triunfa en Catalunya, y obtiene un resultado histórico en Galicia y País Valencià

La histórica victoria en Catalunya de En Comú Podem —coalición amplia de la izquierda integrada por Podemos, Barcelona en Comú, Iniciativa per Catalunya Verds, Equo y Esquerra Unida i Alternativa— es una demostración inapelable de que la unidad no es sólo la suma de las partes. Este Frente de Izquierdas ha multiplicado su potencia de atracción uniendo el derecho a decidir a la lucha contra las políticas de recortes, y situando a Ada Colau como referente del mismo. Así, han logrado más de 900.000 papeletas y rozado el 25% del censo electoral, ampliando el apoyo obtenido en las municipales de mayo. En Barcelona ciudad es la fuerza más votada con un 26%, y en muchas ciudades del cinturón rojo con mayor contundencia aún: en El Prat de Llobregat (36%), en Sant Boi (33,6%), en Cornellà (32,9%), en Badalona (30,2%),…

Las tendencias a la unidad de la clase trabajadora por encima de divisiones nacionales se han expresado con fuerza en Catalunya, donde la burguesía nacionalista de Convergència se lleva un revolcón sin precedentes reduciendo su presencia de 16 a 8 escaños, perdiendo más de 450.000 votos. También el PP continúa su vía crucis hundiéndose en última posición con el 11,1% de los votos y 5 diputados. La cuarta posición de C’s, que irrumpió con el 18% de los votos como segunda fuerza en las autonómicas del pasado 27S, no puede calificarse más que de fracaso: pierde casi 250.000 votos en tres meses, quedándose con el mismo número de escaños que el PP, y por detrás del PSC.

Impresionante es también la segunda posición obtenida por En Marea en Galicia, que con el 25% de los votos, 408.370, obtiene 6 escaños, colocándose como primera fuerza en Vigo —la ciudad más poblada de Galicia y la que cuenta con un tejido industrial más importante— con nada menos que el 34% de los sufragios; o en segunda posición en A Coruña, con un 31% del electorado y a escasos mil votos del PP. La fuerte irrupción de la coalición de izquierdas en Galicia integrada por Anova, Esquerda Unida, Podemos y las Mareas, se ha confirmado el 20D con un resultado histórico después del éxito cosechado en las elecciones municipales. También la unidad explica la gran posición, segunda fuerza, en que queda la coalición entre Podemos y Compromís en el País Valencià, con 671.071 sufragios, el 25,1%, y 9 diputados, conquistando un resultado tremendo en la ciudad de Valencia con 394.112 votos, el 27,06%, y 5 diputados. Si le sumamos los votos obtenidos por Unitat Popular se colocarían como primera fuerza por delante del PP.

El giro a la izquierda se completa con otros datos muy significativos. El éxito de Podemos en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), donde gana las elecciones con 316.441 papeletas, el 26% del voto frente al 24,8% obtenido por el PNV, y queda segundo en diputados: 5, uno menos que el PNV; o en Navarra, donde se alza con la segunda posición —80.961 votos, el 23%, y 2 diputados—, saca a la superficie la ola de crítica y desencanto de decenas de miles de jóvenes y trabajadores con la estrategia institucional de la dirección de la izquierda abertzale (EH Bildu) y su subordinación al PNV. De hecho, la izquierda abertzale pierde algo más de un tercio de sus votantes respecto a las elecciones de 2011. Y no menos importante es el resultado en Madrid, donde Podemos alcanza la segunda posición con el 20,9% de los votos, superando en tres puntos al PSOE que se queda en cuarta posición por detrás también de Ciudadanos (750.477 papeletas y 8 diputados para la formación morada frente a 643.158 y 6 escaños de Pedro Sánchez).

Antes de entrar a desmenuzar los resultados de Podemos (5.189.333 votos, el 20,66% del total y 69 escaños, quedándose a poco más de 340.000 votos de conseguir el sorpaso al PSOE) y de Unidad Popular-Izquierda Unida (que obtiene 923.105 papeletas y dos diputados, ambos por Madrid), hay que reseñar que el PSOE evita la debacle que las encuestas pronosticaban, pero aún así recoge los peores resultados de su historia: 5.530.693 votos y solo 90 diputados, dejándose casi 1,5 millones de electores y 20 escaños por el camino desde 2011, cuando Rubalcaba cosechó el récord negativo. Una sangría de votos que se produce con un PSOE en la oposición y con un gobierno de la derecha especialmente desprestigiado por su política de recortes sociales, en derechos democráticos y anegado por la corrupción. Si se descuenta los apoyos que logra mantener en Andalucía —1.400.000 votos, el 25% del total obtenido por el PSOE— y Extremadura, el partido de Pedro Sánchez se hunde en territorios que no hace tanto eran graneros de votos socialistas: en Catalunya se convierte en tercera fuerza con el 15,7% de los votos (589.021), perdiendo más de 330.000 votos y 11 puntos respecto a 2011, y más de un millón y 30 puntos respecto a 2008; en Madrid pierde 230.000 votantes en relación a las últimas; casi 170.000 en el País Valencià, y lo mismo ocurre en la CAV y Navarra, donde desde 2008 ha perdido 25 y 20 puntos porcentuales respectivamente. Un mal resultado por mucho que la dirección de Ferraz, y no pocos tertulianos de la derecha, lo intenten disfrazar.

Los resultados de Podemos y la confluencia de la izquierda

Podemos ha concentrado el voto de un gran sector de los trabajadores y jóvenes que han batallado estos años contra las políticas reaccionarias del PP. Su irrupción en las europeas y, mucho más que eso, el enorme entusiasmo que desató entre capas muy movilizadas, y que se volcaron en la creación de círculos en miles de localidades, hacían de Podemos el vehículo político del descontento social. Como señalamos en el artículo previo a las elecciones: “Podemos nació como un instrumento de lucha contra la casta, denunciando a las élites económicas y la legión de políticos, jueces y periodistas siempre dispuestos a lamer las botas de los poderosos. Su capacidad por sintonizar con las grandes luchas iniciadas en el 15M, continuadas con las Mareas Ciudadanas, las Marchas por la Dignidad, y un sin fin de conflictos sociales, le proporcionó un impulso tremendo como se vio en la gran demostración de enero de 2015 en Madrid, cuando más de 300.000 personas abarrotaron el centro de la capital respondiendo a su llamamiento…”.

La formación de Pablo Iglesias ha logrado colocar en el Parlamento un total de 69 diputados. Pero en estas cifras hay que tener en cuenta que 27 escaños se han obtenido en las coaliciones de izquierda que Podemos integraba: País Valencià 9, Catalunya 12, Galicia 6. Con los votos ocurre igual. Podemos en solitario alcanza 3.181.339 papeletas, a las que hay que sumar los 2.007.994 votos que consiguen las coaliciones antes mencionadas. Por supuesto, sería ridículo poner en duda que el peso de Podemos en estas coaliciones es muy importante, pero realmente la unidad del conjunto de las formaciones de izquierdas transciende, y mucho, lo que Podemos puede conquistar en solitario. Este hecho nos lleva a otra conclusión. Si Pablo Iglesias y el aparato de Podemos no hubiera rechazado con desdén burocrático la confluencia con Unidad Popular-IU, y se hubiera logrado conformar un frente amplio de la izquierda que lucha, con Pablo Iglesias y Garzón como referentes estatales, junto a Ada Colau, Mónica Oltra, Beiras y otros muchos en los diferentes territorios, el balance hubiera sido mucho mejor, superando al PSOE en votos y probablemente también en escaños.

Podemos ha conquistado la tercera plaza, pero los sondeos de fin de campaña, y también los realizados a pie de urnas, abrían la puerta a una fuerte remontada sin excluir la posibilidad de alcanzar la segunda posición y superar al PSOE. Al final no ha ocurrido esto y hay que explicar el porqué.

En enero de 2015 el CIS situaba a Podemos como primera opción electoral, 28% de los votos, justamente en el momento en que lograba movilizar a más de 300.000 personas en la Marcha por el Cambio celebrada en Madrid. ¿Qué ocurrió desde entonces? ¿Cómo es posible que en un breve espacio de tiempo, las expectativas electorales de Podemos se redujesen tanto y, a pesar del resultado obtenido, no se haya logrado sobrepasar al PSOE de Pedro Sánchez?

La respuesta a estos interrogantes hay que buscarlas en factores políticos:

1. La mayoría social se gana por la izquierda, con un discurso coherente y, sobre todo, basado en la movilización en las calles. Pablo Iglesias y sus compañeros de dirección han tenido una auténtica obsesión por no llamar “al pan, pan y al vino, vino”, para curiosamente recuperar el sesgo más militante y claramente de izquierdas en los mítines de campaña. En ese camino, la dirección de Podemos se ha dejado muchas plumas políticas que eran fundamentales para movilizar el voto de la izquierda social y arrebatar a la dirección del PSOE su preponderancia sobre un sector de la clase trabajadora.

Cuando la derecha atacaba a Podemos por su “izquierdismo” y su apoyo a la revolución bolivariana, la dirección reaccionaba con la política del avestruz, mirando hacia otro lado cuando se hablaba de Venezuela o votando resoluciones en parlamentos y ayuntamientos a favor de la libertad de los golpistas presos; algo similar ocurría con los acontecimientos en Grecia, donde Pablo Iglesias y Errejón no han perdido oportunidad para justificar la capitulación de Tsipras ante la troika. En lugar de mantener una posición clara de rechazo a la Monarquía, se ha basculado en la ambigüedad calculada pidiendo un referéndum pero sin clarificar una opción republicana. Pero lo peor han sido las renuncias a “ideas programáticas” que tenían un gran efecto movilizador porque conectaban con las aspiraciones de la mayoría: del no pago de la deuda ilegítima y las nacionalizaciones de los sectores estratégicos, se pasó a todo lo contrario; de prohibir por ley los desahucios, se habla ahora de “ningún desahucio sin solución habitacional”, argucia semántica que oculta una renuncia fundamental en el programa y que ha sido recientemente señalada por los activistas de la PAH; lo mismo ocurre con la reducción de la edad de jubilación, o cuando se afirma que la enseñanza concertada continuará siendo subvencionada con dinero público. En política internacional la cosa ha sido incluso peor: se defiende la permanencia en la OTAN y las bases militares de EEUU en la península, y al tratarse de la guerra los dirigentes de Podemos hablan de paz… pero ofrecen la “máxima” colaboración al gobierno de Rajoy participando en las mesas del pacto contra el terrorismo yihadista, cuando lo que su base espera es que pasen a la ofensiva encabezando un fuerte movimiento contra la intervención imperialista. Como corolario, la cúpula de Podemos ha sustituido “la ruptura” con el régimen del 78 por las alabanzas a la constitución y la Transición.

Es inevitable que todo este planteamiento haya tenido el efecto contrario que pretendía. Para arrastrar a una parte considerable de la base social del PSOE, que da muestras más que evidentes de descontento con la política de su dirección, hay que diferenciarse con claridad, de manera rotunda en los aspectos esenciales. Esto no implica adoptar un lenguaje sectario ni mucho menos. De lo que se trata es de no repetir las generalidades que ya dice Pedro Sánchez, o de copiarlas con otro estilo. Si la dirección de Podemos se presenta como una “alternativa” respetuosa con el sistema, ofrece “Pactos de Estado al resto de las formaciones”, insiste en representar “lo mejor del espíritu de la Transición”, es decir, introduce los mismos prejuicios y lugares comunes del parlamentarismo, de que todo es posible “con los votos en las cortes”, distanciándose de la lucha de masas como motor del cambio, entonces es difícil no favorecer a la burocracia del PSOE e incluso a Ciudadanos. El “giro al centro” no fortalece a Podemos, lo debilita, y proporciona oxígeno a los representantes de la “política oficial”, es decir, de la casta. Los resultados en Andalucía y Extremadura son elocuentes al respecto. En estas comunidades el PSOE obtiene 802.442 votos más que Podemos.

2. El rechazo de Pablo Iglesias a la confluencia con Unidad Popular-IU y su candidato Alberto Garzón ¿ha sido una buena o una mala decisión? La respuesta depende del objetivo que se persiga. Si lo único que se pretende es conformar un partido de oposición parlamentaria siguiendo la estela de la socialdemocracia tradicional, la negativa a la unidad tiene sentido. Pero si realmente se busca derrotar a la derecha, la confluencia electoral con Unidad Popular-IU habría sido un fuerte catalizador para lograr un resultado mucho más favorable.

Unidad Popular-IU logra meter en el Parlamento dos diputados por Madrid, a los que habría que sumar el conseguido en Barcelona y en A Coruña en las coaliciones de izquierda. El resultado no es bueno: ha perdido más de 760.000 votos respecto a 2011 y 6 diputados (IC tenía uno en el grupo de la Izquierda Plural), con una caída en Andalucía de 2,5 puntos porcentuales, y aún más acusada en Asturias, de casi 5 puntos. Por supuesto, estos datos negativos no pueden ocultar que sigue siendo la formación más perjudicada por la ley electoral: a Izquierda Unida le cuesta 461.000 votos obtener un escaño, mientras que al PP le supone 58.000 y al PSOE 61.000.

Alberto Garzón no ha podido descargarse del pesado lastre de un aparato anquilosado, y de una larga tradición política llena de pactos con la dirección del PSOE para aplicar políticas alejadas de la izquierda; de vínculos estrechos con la cúpula de CCOO y en consecuencia de pasividad frente a la política de pacto social y desmovilización, y de una trayectoria en la que IU ha sido vista, durante décadas, como parte del engranaje institucional del sistema. Esta “mochila” ha sido imposible de superar en estas elecciones, mucho más contando con la fuerza de Podemos y su capacidad de agrupar el voto contra el PP desde la izquierda. Pero es significativa la campaña de Alberto Garzón, con mítines muy concurridos que han desbordado las expectativas y despertado enormes simpatías, sobre todo por el lenguaje de izquierdas y combativo que ha utilizado y que supone un paso adelante con el pasado mencionado. En definitiva, a pesar del resultado, se ha visualizado un potencial que se podría desarrollar en la práctica si rompe definitivamente con las peores tradiciones de Izquierda Unida apostando por un programa rupturista y anticapitalista.

Polarización, inestabilidad política y lucha de clases

Las elecciones han dejado una fotografía de la gran polarización que vive la sociedad española, pero también del giro a la izquierda que la ley electoral tiende a distorsionar cuando no a falsear. Si sumamos los votos obtenidos en 2015 por el PP, Ciudadanos y otras formaciones de la derecha nacionalista (11.818.310) se quedan por debajo de los que el PP, UPyD, PNV y CiU lograron en 2011 (13.592.822). Con la izquierda sucede al contrario. Si se suman los de Podemos, Coaliciones de izquierda, Unidad Popular-IU, Bildu e incluimos los del PSOE y ERC, en 2015 se alcanzan 12.561.905, frente a los 9.631.878 de 2011. En el 20D hay 744.000 votos más para la izquierda que para derecha, mientras que en 2011 la derecha tenía casi 4 millones de votos más. El vuelco es claro.

Ante estos resultados, la posibilidad de formar un gobierno de la derecha estable y con capacidad para imponer las reformas y ajustes reclamados desde la Unión Europea está en entredicho por estos resultados. La suma de diputados del PP y Ciudadanos arroja un saldo insuficiente, y la decepción ha sido grande: Albert Rivera recoge lo que pierde UPyD, que en 2011 obtuvo 1.143.225 votos (y ahora se hunde con poco más de 150.000), pero a duras penas canaliza la pérdida de 3.651.000 votos del PP, y no ensancha la base social de la reacción. Sin la aritmética parlamentaria necesaria, un gobierno de coalición PP y C’s sólo podría mantenerse si llega a un acuerdo de legislatura, más o menos abierto más o menos oculto, con otras formaciones como PNV y Convergència, o con el PSOE de Pedro Sánchez. Cualquiera de estas opciones es igual de problemática.

El desastroso resultado del partido de Mas, que cede parte de su electorado a Esquerra, sólo puede acentuarse en el futuro si pactan con el PP, un escenario de todas formas harto difícil salvo si hubiera un giro de 180 grados en la política de la derecha españolista respecto a la cuestión nacional catalana. La fórmula de un gobierno de la derecha sostenido por el PSOE, incluyendo la posibilidad de una gran coalición, cuenta con firmes partidarios tanto en el PP, de hecho es la preferencia declarada de Rajoy, como en las filas socialistas o, mejor dicho, entre los viejos “capos” de la socialdemocracia más de derechas, cuyo perfil lo representa mejor que nadie Felipe González. Pero las consecuencias de un pacto de esta naturaleza serían desastrosas para Pedro Sánchez, con un grupo parlamentario de Podemos a la ofensiva y beneficiándose de esta entrega. Una solución a la “griega”, la gran coalición de la derecha con la socialdemocracia tradicional, podría tener efectos en el PSOE muy parecidos a los que tuvo para el PASOK: su completo hundimiento.

La posibilidad de un gobierno liderado por el PSOE de Pedro Sánchez, junto a Podemos y las alianzas de izquierda de Catalunya, Galicia y País Valencià, más Unidad Popular-IU, también es incierta. Necesitaría del apoyo de los 9 diputados de Esquerra Republicana, y los dos de Bildu, además de la aquiescencia de PNV y Convergència. En teoría, un acuerdo semejante pasaría por abrir el melón de la reforma constitucional y dar cabida al referéndum para decidir en Catalunya, cosa que difícilmente ocurriría sin una crisis interna mayor de la que ya padece el PSOE, y que sería azuzada con ganas por una Susana Díaz que prepara su asalto a la secretaria general. En cualquier caso, un gobierno de coalición de izquierdas de este tipo, con un PSOE con más diputados que Podemos, entraña muchos riesgos. La socialdemocracia tradicional, más allá de las declaraciones electorales y los “cuerpo a cuerpo” dialécticos de los debates, no está en la línea de desafiar las políticas de austeridad reclamadas por la UE, así que las contradicciones a las que se vería sometida una coalición tan amplia serían muy potentes desde el principio.

Otra opción que barajan desde el PP, y desde la Unión Europea también, sería la convocatoria de nuevas elecciones, una especie de “segunda vuelta” que permitiese a la derecha reforzar su apoyo. Se trata de una apuesta arriesgada para la burguesía, porque si en sus cálculos cuenta una posible desmovilización del electorado de izquierdas, la convocatoria colocaría a Podemos ante la decisión de mantener su estrategia de acudir en solitario a las urnas, o acusar la presión de los hechos confluyendo con IU y el resto de formaciones a la izquierda de la socialdemocracia.

Es pronto para decidir un pronóstico más acabado. La volatilidad es muy grande, y no hace falta señalar que, sea cual sea el resultado, la voluntad que millones de trabajadores y jóvenes hemos manifestado en las urnas para cambiar radicalmente la situación, se trasladará inevitablemente a las calles, como ha sucedido en estos años. Hay demasiadas tareas urgentes por resolver, tanto del lado de la burguesía, que no renuncia a nuevas medidas antiobreras en un contexto de crisis que se prolonga, como para la clase trabajadora y la juventud, que han hecho una gran experiencia política en estos años, que mantienen una gran confianza en sus fuerzas, y que han comprobado el valor de la movilización de masas.

¡Sí se puede, la lucha sigue tras el 20D!


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