El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando de paso los límites de su dominio. En la esfera económica, estas constantes rupturas y resEl equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando de paso los límites de su dominio. En la esfera económica, estas constantes rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms. En la esfera de las relaciones entre las clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en ‘lock-outs’, en lucha revolucionaria. En la esfera de las relaciones entre los estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o bien más solapadamente, la guerra de tarifas aduaneras, la guerra económica o el bloqueo. El capitalismo posee entonces un equilibrio dinámico, el cual está siempre en proceso de ruptura o restauración. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee una gran fuerza de resistencia: la prueba mejor que tenemos de ello es que aún existe el mundo capitalista

León Trotsky

El desarrollo de la economía no se refleja de modo mecánico en la conciencia de la clase obrera. Esta se ve afectada por factores ideológicos, por la política de sus organizaciones, las victorias y las derrotas del período precedente, su experiencia acumulada, y por la fuerza de la costumbre que actúa como una poderosa rémora.

No obstante hay períodos en que las contradicciones que se han larvado durante años e incluso décadas en el substrato material de la sociedad, explotan con violencia, polarizando a las clases y acelerando la toma de conciencia. Ahora hemos entrado en uno de esos períodos: Todo el sistema capitalista se encuentra sometido a una gran inestabilidad, en primer lugar en su base económica.

Una curva de desarrollo descendente

La polémica sobre la recuperación de la economía mundial lleva centrando el debate económico durante más de tres años. Desde la recesión en EEUU de 2001, todas las semanas se publican artículos anunciando la llegada de la recuperación y sin embargo, la recuperación no acaba de concretarse.

La existencia de booms y recesiones es consustancial al desarrollo del capitalismo. Lo fundamental no es sólo observar estos ciclos, que algunos ilusoriamente pensaban que estaban abolidos, sino enmarcarlos en la curva general de desarrollo económico. Hay períodos en la historia donde el crecimiento de las fuerzas productivas, del comercio mundial, de la inversión y de los mercados es netamente ascendente, aunque lógicamente estén recorridos también por períodos de recesión que suelen ser cortos y poco profundos. Tal fue el caso del período posterior a la Segunda Guerra Mundial para los países capitalistas desarrollados de Europa y EEUU. En un período de expansión capitalista así, la confianza de la burguesía en el futuro de su sistema irradiaba a toda la sociedad, creando las condiciones objetivas para el avance del reformismo socialdemócrata. En los diez años que precedieron a la recesión de 1973, Japón experimento un crecimiento global de PIB del 50%, Canadá de un 70%, Francia de un 69% y EEUU de un 40%, por citar algunos ejemplos. El promedio de crecimiento anual de los países de la OCDE en este período fue del 6,6% del PIB.

Si tomamos la última década, desde 1993, tan solo EEUU creció a tasas superiores al 4% en algunos años, fundamentalmente en la segunda parte de los años noventa, para estancarse a partir de 2000, caer en 2001 y volver a recuperarse ya más modestamente en 2002. En esta última década, la economía mundial ha descansado fundamentalmente en el ímpetu y fortaleza del mercado norteamericano, y el problema es que lo sigue haciendo. La Unión Europea ha vivido en el mismo período, un prolongado descenso a los infiernos, con crecimientos raquíticos no superiores al 3% en los mejores momentos y ya instalados desde hace más de cinco años en tasas del 1%-2%. Una observación más detallada demuestra además que el estancamiento de las principales economías europeas se ha extendido en los dos últimos años (Francia, Alemania, Italia), bordeando peligrosamente la recesión. En cuanto a Japón, la potencia más dinámica de la economía mundial en la década de los sesenta y setenta, la situación es bastante peor incluso. Una recesión de una década, algo insólito en la historia del país, con tasas de déficit superiores al 7% del PIB, quiebras empresariales masivas, deflación, aumento espectacular del desempleo, fuga de inversiones y crisis crónica del sector financiero a causa del más del billón de dólares que suponen los créditos morosos que fueron concedidos en la orgía inmobiliaria de los años ochenta.

Salvando la cuenca occidental del Pacífico y China, que ha tenido un crecimiento espectacular en las dos últimas décadas pero que, a pesar de todo, supone por ahora un 3% del PIB mundial, en el resto del planeta las cosas han ido a peor: África y América Latina han entrado en una espiral recesiva de la que todavía no saldrán.

Por otro lado la OIT (Organización Internacional del Trabajo) ha difundido su informe anual sobre el paro en el mundo. Según dicho informe el paro se agravó en 2003 hasta “el nivel más alto registrado históricamente: 185,9 millones, que representan el 6% de la fuerza laboral mundial”, a lo que hay que añadir los cientos de millones de subempleados y los 550 millones de trabajadores que viven con menos de un dólar al día.

En definitiva, la curva de desarrollo capitalista no es ascendente sino descendente, con puntos de caída espectaculares (Japón) y con perspectivas cada vez más difíciles.

Nubarrones en

la economía de EEUU

Las bases del crecimiento en EEUU durante estos dos últimos años han sido el tirón del consumo, alimentado por la expansión del crédito, las rebajas fiscales a los ricos (tres rebajas en tres años, que han proporcionado a los millonarios del país decenas de miles de millones de dólares), el gasto estatal (fundamentalmente gasto militar y en seguridad) y, por supuesto, la caída brutal del dólar, una forma agresiva de favorecer las exportaciones de EEUU a costa de sus competidores directos y que tendrá graves consecuencias en la economía mundial. Mientras tanto se han despedido a más de dos millones de trabajadores, fundamentalmente de las manufacturas y de los sectores relacionados con las tecnologías de información, el nivel de pobreza afecta a 34,6 millones de personas y cerca de 40 millones carecen de cualquier seguro médico. Estas no son las bases para una recuperación sana y fiable en el tiempo.

Muchos economistas burgueses han puesto el acento en los grandes desequilibrios que este modelo de crecimiento representa para el futuro. El propio FMI ha señalado que el gran déficit presupuestario, superior a los 450.000 millones de dólares podría producir mayor presión sobre los tipos de interés y, citamos textualmente “poner en riesgo a la economía de EEUU, así como la del resto del mundo”. El informe concluye de esta manera: “... Con una deuda externa neta de EEUU en niveles sin precedentes, un abrupto debilitamiento de las inversiones podría llevar a adversas consecuencias tanto dentro como fuera del país”. El informe también señala que en pocos años las obligaciones financieras norteamericanas podrían representar el 40% de su economía total, un nivel sin precedentes para un país industrializado, y esto “podría causar el caos en el valor del dólar y en la paridad de las monedas”. Las necesidades para financiar el endeudamiento estadounidense “podrían empujar las tasas de interés al alza frenando con ello las inversiones y el crecimiento económico global”.

De hecho las necesidades de financiación suponen ya 60.000 millones de dólares, pero esa cifra puede llegar a los 90.000 millones al mes. La contradicción es que la caída vertiginosa del dólar, para alimentar las exportaciones y paliar el déficit comercial, tiene otra cara y es reducir el atractivo de las inversiones en dólares: los capitales foráneos se refugian en otras divisas más fuertes como el euro. Este hecho, potencialmente explosivo, ya se puede comprobar pues en septiembre las entradas en dólares se desplomaron de 64.000 millones de dólares a 4.200 millones. Si cualquier país de América Latina tuviera estos desequilibrios ya sería condenado por el FMI a una dura purga de ajuste presupuestario. Sin embargo con EEUU las reglas son otras.

Por otra parte, la producción industrial después del fuerte ajuste laboral producido en estos dos últimos años, no termina de despegar. La capacidad productiva instalada se utiliza a un 75%, mientras que el conjunto de la producción industrial se estancó en diciembre de 2003, creciendo un 0,1%, mientras que en noviembre fue del 1%.

Desde el punto de vista del mercado interno no se puede mantener indefinidamente un crecimiento basado en el crédito. Stephen Roach, economista jefe del Morgan Stanley, se mostró muy pesimista en el pasado Foro de Davos y dibujó una perspectiva sombría para EEUU: “Su crecimiento se basa en el humo y los desequilibrios han incrementado la formación de burbujas especulativas (...) La tasa de ahorro privado neto en estos momentos está en cero, y pronto puede pasar a ser negativa”.

Nunca en la historia del capitalismo norteamericano se habían conocido unas tasas de endeudamiento tan elevadas y un ahorro inexistente. Esto tendrá efectos catastróficos a medio plazo. En los años 60 la tasa de ahorro familiar superaba el 7% del PIB, eran las grasas que había acumulado el sistema, que le proporcionaban estabilidad y apoyo social.

Con todo no son estos los únicos problemas a los que se enfrenta la economía mundial. El rasgo característico de este período, y es un rasgo propio de las épocas de estancamiento y crisis, es la lucha a muerte por los mercados. El estallido de las instituciones encargadas de velar por el comercio mundial (OMC) y los fracasos reiterados de las últimas negociaciones globales para impulsar el comercio, que está reduciendo sus tasas de crecimiento de un 12% en 2000 a un raquítico 1% en 2002 y un 3% en 2003, auguran brutales enfrentamientos interimperialistas. A esto hay que añadir la inestabilidad militar, y los efectos dramáticos de la aventura imperialista de Iraq, el surgimiento amenazador de una nueva potencia económica como China que introduce nuevas contradicciones en la economía americana y mundial, pero que también está acumulando material explosivo en su interior, la ruptura del consenso europeo y las divisiones de la UE y finalmente, y no menos importante, el nuevo ascenso en la lucha de clases y su radicalismo, que en zonas como América Latina adquieren una forma abiertamente revolucionaria.

Un panorama de convulsiones y acontecimientos históricos, que serán tratados en los próximos números de El Militante.


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