Millones de personas están protagonizando una auténtica rebelión en Latinoamérica. País tras país, las masas vuelven a enfrentarse con decisión a la realidad de miseria a la que les condena el sistema capitalista. Los fieles representantes del más crudo neoliberalismo como Macri o Bolsonaro han fracasado abiertamente en su estrategia de estabilizar la situación. No tienen alternativa y sus tremendos ataques a la mayoría sólo provocan una mayor polarización y radicalización de las masas. La experiencia del movimiento y de los gobiernos reformistas de izquierdas en muchos de estos países no ha pasado en balde. La lucha se recrudece y la disyuntiva se presenta de nuevo en toda su crudeza: o capitalismo y miseria o luchar por transformar la sociedad.

Levantamiento popular en Honduras

El intento de privatizar la sanidad y la educación ha sido la gota que ha colmado el vaso en Honduras. Después de dos meses de protestas masivas que comenzaron médicos y maestros, nuevos sectores se han sumado masivamente a la lucha. Exigen la salida inmediata del presidente Juan Orlando Hernández (JOH) del poder, obtenido en 2017 gracias a un pucherazo electoral que provocó movilizaciones multitudinarias.

En este momento el país está totalmente paralizado con paros y huelgas como la del transporte, con cortes de carretera y manifestaciones en las que participan decenas de miles de personas en las principales ciudades, y se han creado asambleas y comités de acción para organizar las protestas. Incluso el aparato del Estado se resquebraja y un sector de la Policía Nacional se ha negado a seguir reprimiendo a los manifestantes. Esto es un síntoma de la magnitud del movimiento, que rompe en líneas de clase los propios cuerpos represivos, síntoma claro de una situación revolucionaria. También pone de manifiesto la división existente en la propia burguesía, que no tiene nada claro que sólo con la vía represiva aplicada por JOH se pueda solucionar esta crisis y no agravarla aún más.

Desde finales de junio el gobierno ha desplegado al ejército y se ha atrincherado en la capital, provocando enfrentamientos durante días con los manifestantes. El saldo ha sido de al menos tres muertos y decenas de heridos y detenidos. Inmediatamente como respuesta los estudiantes tomaron la Universidad Autónoma de Honduras (UNAH). En un intento desesperado de evitar que el encierro se convirtiera en un acicate, JOH ordenó a la Policía Militar de Orden Público entrar en la UNAH abriendo fuego contra los estudiantes. Estas acciones están aislando aún más a un ejecutivo que se mantiene solamente gracias al apoyo de EEUU y del ejército.

Los ataques de los distintos ­gobiernos están generando una contestación en la calle que se convierte rápidamente en movimientos masivos de millones de personas que aspiran a cambiar radicalmente las cosas. Esto pasó en Nicaragua hace menos de un año, cuando el régimen de Daniel Ortega intentó recortar las pensiones drásticamente. Las movilizaciones de pensionistas, apoyadas por los estudiantes, se transformaron en una crisis revolucionaria en la que el Estado perdió el control de zonas enteras del país durante meses. Cuando las masas pasan a la ofensiva, sus objetivos se elevan y sus conclusiones avanzan: ya no se trata de tumbar esta o aquella medida, sino que hay que acabar con los regímenes corruptos, responsables de la miseria de la clase obrera, de los campesinos pobres y demás sectores oprimidos.

Esto mismo ocurre con el presidente Jovenel Moïse en Haití. La rabia de la población del país más pobre de todo Latinoamérica también ha explotado. Miles de millones de dólares de los fondos de Petrocaribe, el programa de desarrollo lanzado por Hugo Chávez en 2005, se han “perdido” en las arcas de las empresas cercanas al Gobierno haitiano. Mientras tanto, en 2018, el Ejecutivo del pequeño país caribeño, puso encima de la mesa una subida de hasta el 50% tanto de la luz como del combustible. La reacción de los trabajadores y campesinos haitianos obligó al Gobierno a paralizar sus planes. Pero esta cesión no detuvo la lucha. Desde el verano del año pasado cuando empezaron las protestas, la movilización no ha parado, escalando a un nivel superior el pasado junio.

La onda expansiva de huelgas, movilizaciones e inestabilidad política ha alcanzado Chile, Colombia o también a Uruguay. El 25 de junio tenía lugar una huelga general en este país en apoyo a los trabajadores del gas que llevan meses en conflicto con la petrolera brasileña Petrobras. La repercusión del paro en las empresas públicas, en las fábricas e incluso en el comercio ha sido muy importante. Los centros de salud públicos y privados cerraron y el transporte público quedó totalmente paralizado. Uno de los sectores con mayor seguimiento ha sido el educativo, más del 90% de los trabajadores de la enseñanza pararon en la capital. El éxito de la huelga pone de manifiesto que el descontento acumulado va mucho más allá de los despidos en Petrobras.

El capitalismo es incompatible con una vida digna para la mayoría

Los capitalistas miran con terror la ofensiva de los jóvenes y los trabajadores. Muchos analistas ya hablan abiertamente de la inminencia de una nueva recesión económica a nivel mundial. Ningún país de Latinoamérica se ha recuperado de la última, y el descalabro económico de algunas de las más importantes es ya una realidad.

El objetivo de la burguesía internacional y del imperialismo norteamericano es avanzar en reformas estructurales que abaraten la producción de las empresas locales y multinacionales. Pretenden acabar con las pensiones, los derechos laborales, los subsidios de desempleo, la sanidad y educación públicas, etc. Persiguen privatizar y desmantelar todo el sector público de estos países para poder acceder de forma todavía más directa a las materias primas y a la mano de obra barata. Estas son las necesidades de los empresarios. Cualquier conquista que los trabajadores arranquen es una afrenta para las multinacionales y sus cómplices y tiene que ser barrida: es incompatible con sus beneficios y su sistema.

La situación en Argentina es un buen ejemplo. El presidente Macri —hasta hace poco la nueva “promesa” de los magnates en el continente— ha aumentado de forma salvaje el precio de la electricidad, gas, agua y transporte (entre 200% y 1.300%), ha despedido a miles de empleados públicos, rebajado las pensiones y aprobado una reforma laboral con despido sin causa ni indemnización.

El salario real cayó un 12%, la tasa de pobreza ha aumentado un 20% interanual. El 46% de los niños y jóvenes son pobres, el 10% es indigente, 3,2 millones no disponen de acceso al agua corriente y 9,5 millones carecen de sistema de alcantarillado.

La economía argentina está ya en recesión, la deuda externa se ha disparado, la inflación es galopante y el desempleo ha llegado a la cifra más alta desde 2005.

Los trabajadores declaran la guerra a Macri y Bolsonaro

El 29 de mayo la clase obrera argentina paralizaba el país en la quinta huelga general contra este Gobierno. El país se paró por completo. Durante los tres años y medio de Macri en el poder la movilización ha sido permanente. Maestros, trabajadores públicos, pensionistas, mujeres y centenares de colectivos han salido masivamente a las calles. La presión generada ha sido tal que incluso la CGT, el mayor sindicato del país, se ha visto obligada a convocar esta huelga, rompiendo con su actitud conciliadora y su estrategia de imponer la paz social.

La clase trabajadora ha irrumpido con fuerza como protagonista en uno de los países más importantes del continente. Y no es el único.

En Brasil, 45 millones de trabajadores pararon el 14 de junio en la primera huelga general contra el ultraderechista Bolsonaro. Centenares de miles de manifestantes recorrieron las calles de 380 ciudades. Este formidable ejercicio de fuerza viene precedido de grandes movilizaciones como la del sector educativo, que el 15 de mayo sacaba a más de dos millones de personas en más de 200 ciudades, siendo la consigna más coreada “Fuera Bolsonaro”. El descrédito y pérdida de apoyo del Gobierno está siendo trepidante. Según la encuestadora Datafolha, en sus primeros cien días, un 30% consideraba mala o pésima su gestión, un 33% regular y sólo el 32% la calificaba como buena. Toda la propaganda sobre el giro a la derecha de las masas en Brasil queda en evidencia como una gran mentira.

Bolsonaro ha intentado frenar la movilización con la represión. Algunos de los miembros de su gobierno han sido vinculados con organizaciones criminales acostumbradas a la extorsión, la amenaza y el asesinato. Su hijo mayor, por ejemplo, ha sido relacionado con los jefes de la “Oficina del Crimen”, una mafia formada por policías corruptos y delincuentes vinculados a la extrema derecha. A esta organización pertenecían los dos policías que en marzo de 2018 asesinaron a la activista de izquierdas Marielle Franco que, tras ser elegida concejala de Rio de Janeiro, denunciaba el hostigamiento policial sufrido por la población de los barrios más humildes. Este gabinete reaccionario cuenta con militares entusiastas del golpismo y elementos como la ministra de Agricultura, Tereza Cristina Correa, vinculada con los latifundistas más importantes de Brasil, que financian y organizan a las bandas armadas contra los Sin Tierra, utilizando la violencia para ocupar las tierras donde viven pueblos originarios y poder explotarlas en su beneficio.

Pero la acción de los piquetes y la organización de los trabajadores han impedido que las amenazas de despido y el terror del aparato estatal frenaran la huelga. Se pone en evidencia la incapacidad e impotencia del aparato del Estado para frenar al movimiento, cuando este está decidido a dar la batalla.

Las masas oprimidas, los campesinos pobres, la clase trabajadora y la juventud están poniendo de manifiesto su fuerza, su voluntad de lucha, su resistencia frente a la represión, su ingenio y su capacidad para organizarse. En América Latina se podría barrer uno detrás de otro todos los regímenes corruptos y parásitos, vinculados al narco, al imperialismo y al terror. Se podría acabar con los ataques y mejorar de una vez por todas la vida de millones de personas, acabando con el sufrimiento y la barbarie que se vive. Para hacerlo hay que romper definitivamente con el sistema capitalista y sus instituciones.

A pesar de esto, muchas organizaciones que juegan un papel dirigente en estas luchas niegan esta premisa y defienden que es posible una política que favo­rezca a la mayoría, pero respetando el marco del sistema capitalista.

López Obrador: ¡O con los capitalistas o con los trabajadores y el pueblo!

En México estamos viviendo una prueba de fuego en ese sentido. El 1 de julio de 2018 ganaba las elecciones Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Durante 89 años los representantes de la oligarquía se mantuvieron en el poder recurriendo al miedo, al clientelismo y al fraude electoral. Sólo la movilización masiva en la calle durante el último periodo ha podido cortar esa dinámica. La propia victoria electoral de la izquierda supone en sí misma un desafío al sistema y un gran triunfo de los trabajadores. Después de cinco meses de Gobierno AMLO los hechos han demostrado que es imposible conciliar los intereses de los empresarios y de los trabajadores.

Intentarlo, como AMLO está haciendo, está condenado al fracaso. La burguesía ha boicoteado y evitará cualquier medida fundamental que mejore las condiciones de las masas.

Pero los trabajadores mexicanos no pueden esperar. La victoria de AMLO los llenó de confianza en sus propias fuerzas. Así lo han demostrado en la rebelión que se vive al norte del país, protagonizada por trabajadores de las maquiladoras. Tras la negativa de los empresarios a subir el salario mínimo decretada por el nuevo gobierno, más de 80.000 trabajadores de alrededor de 90 empresas protagonizaron una huelga que paralizó por completo la producción. Después de varias semanas, los trabajadores consiguieron vencer a la patronal imponiendo el incremento salarial. Para lograrlo han pasado por encima de la CTM, una de las centrales sindicales más grandes y corruptas, tradicionalmente vinculada al gobierno y a la patronal. Así se ha planteado la formación del Sindicato Nacional Independiente de Industria y Servicios 20/32, un paso fundamental para la organización democrática y combativa de los trabajadores.

Llevar la lucha hasta el final: por la transformación socialista de la sociedad

Esta victoria marca el camino a millones de oprimidos en México y toda Latinoamérica. Los empresarios no van a respetar ningún decreto ni ninguna ley que les perjudique. Sólo con la lucha se puede avanzar. Las consecuencias de renunciar a esto, de dejarse asimilar por las instituciones burguesas y conciliar con los intereses de los capitalistas son dramáticas.

El capitalismo no puede ofrecer nada en Latinoamérica ni en ningún lugar del mundo a la clase obrera y a los sectores más desfavorecidos. Romper con él es la condición indispensable para avanzar. La fuerza de las masas para hacerlo queda demostrada una y otra vez en cada lucha, en cada país. La tarea es utilizar esa fuerza para expropiar los bancos, la tierra, las grandes empresas y todo el capital imperialista para administrar la riqueza directamente por parte de los trabajadores. Planificar democráticamente la economía en beneficio la mayoría es la única salida.


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