El 19 de julio de 1979 los jóvenes, trabajadores y campesinos de Nicaragua derrocaban la odiada dictadura de la familia Somoza, que había mantenido sojuzgado al país durante 43 años. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un grupo guerrillero que cuatro años antes apenas contaba con 500 combatientes, llegaba al poder impulsado por el movimiento insurreccional de las masas. Nicaragua, un pequeño país de solamente tres millones de habitantes, se convertía en ejemplo y punto de referencia para millones de oprimidos en todo el mundo.
La historia de cómo el pueblo nicaragüense logró derribar al régimen somocista y resistir durante casi once años el sabotaje económico y la sangrienta intervención militar organizadas por el imperialismo y la burguesía representa una de las epopeyas más conmovedoras en la larga lucha de los oprimidos del mundo por su liberación. La capacidad de lucha y sacrificio mostrados por las masas en Nicaragua sigue siendo hoy una inspiración para cualquier revolucionario, y hace que, treinta años después de aquella gesta, resulte inevitable hacerse unas cuantas preguntas.
¿Por qué pese a esa enorme voluntad y conciencia la revolución pudo ser derrotada? ¿Cómo se explica que el FSLN —que llegó al poder impulsado por un movimiento masivo de la población y ganó las elecciones de 1984 con el 67% de apoyo popular— pudiese ser derrotado en las elecciones presidenciales del 25 de febrero de 1990 por catorce puntos de diferencia y haya tardado casi veinte años en regresar al gobierno?
Para los reformistas la explicación es sencilla y, por supuesto, no tiene nada que ver con muchas de las políticas aplicadas entonces (economía mixta, búsqueda de alianzas con la llamada burguesía patriótica, aislamiento de la revolución en un sólo país,...) sino con la “falta de conciencia” e “inmadurez” de las masas o la “ausencia de condiciones” para llevar adelante la revolución. Pero esas masas que en 1990 votaron mayoritariamente por la oposición o se abstuvieron, eran las mismas que habían soportado anteriormente todo tipo de penalidades y sufrimientos, movilizándose contra el régimen somocista; las misma que llevaron al FSLN al poder y lucharon contra viento y marea por defender su revolución frente a las constantes acometidas del imperialismo y la contrarrevolución.
Hoy, mientras celebramos que se cumplen treinta años de la impresionante victoria de la revolución sandinista (y cuando en tan sólo unos meses deberemos recordar otro aniversario mucho menos feliz: los veinte años de la derrota electoral del 25 de febrero de 1990) resulta imprescindible hacer un análisis marxista, científico, tanto de los aciertos como de los errores cometidos. Sólo de este modo podremos sacar lecciones para revoluciones actualmente en marcha como las de Venezuela, Ecuador, Bolivia u Honduras. Así como para la propia Nicaragua, ahora que el FSLN vuelve a gobernar.