El presidente argentino, Mauricio Macri, sufrió una estrepitosa derrota en las elecciones primarias celebradas en Argentina el pasado 11 de agosto: la candidatura peronista encabezada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner se alzó con el triunfo, superando en cuatro millones de votos a la derecha macrista (12.205.885 de votos y el 47,79% para el Frente de Todos y 8.121.596 y el 31,80 para Juntos por el cambio). Una debacle que refleja ante todo el enorme movimiento de masas que ha recorrido Argentina estos últimos cuatro años contra los recortes, la austeridad y los acuerdos alcanzados con el FMI que han arrasado socialmente el país.

La resistencia en las calles, las movilizaciones masivas de pensionistas, de los estudiantes y docentes, el levantamiento de las mujeres trabajadoras por el derecho al aborto, las huelgas generales… todo ello ha suspendido al gobierno macrista en el aire acosado por una crisis económica devastadora y por una clase obrera que se encuentra en pie de guerra.

La economía se hunde

Desde las primarias, la economía del país austral ha seguido profundizando su viaje a los infiernos. Ahogada por la inflación, que ya alcanza el 65% anual, la imparable caída del peso argentino respecto al dólar (el viernes 30 de agosto superó las 61 unidades por dólar, frente a los 45 del 9 de agosto), el peso de la deuda pública —cercana al 100% del PIB— y los desorbitados intereses en torno al 85% que debe pagar por ella, la economía argentina se encuentra al borde del precipicio.

Es imposible que Argentina pueda asumir el pago de la deuda y del crédito de 57.000 millones de dólares que el FMI le concedió en 2018. Todavía la suspensión de pagos no es oficial pero en la práctica es un hecho. El miércoles 28 de agosto, el ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, solicitó al FMI y a todos sus acreedores institucionales un aplazamiento en el pago de la deuda por “dificultades de liquidez” y posteriormente un plan de reestructuración de la misma por un monto superior a 100.000 millones de dólares.

Macri, se presentó como el salvador de Argentina. Contaba con el aval de la burguesía y los terratenientes, de las multinacionales y del Gobierno de EEUU. Con su victoria electoral en 2015, el imperialismo norteamericano parecía dar un paso importante en el camino de volver a contar en toda Latinoamérica con Gobiernos bajo su estricto control. También fue la señal para que muchos politólogos y supuestos “marxistas” clamaran sobre el “giro a la derecha” en el continente y el “bajo nivel de conciencia” de las masas argentinas.

Menos de cuatro años después, Macri ha conducido al país con paso firme hacia un colapso económico cuyas consecuencias pueden superar la crisis de 2001, incluido un estallido social revolucionario con profundas repercusiones continentales. Su fracaso de es también el fracaso del imperialismo.

Desigualdad, hambre y lucha de clases. El contexto de las elecciones presidenciales

El saldo de cuatro de años de gestión no deja lugar a dudas. La pobreza, según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), alcanzó hasta marzo de este año a 14 millones de argentinos, el 35% de la población. En el diario El País podíamos leer el pasado 7 de junio lo siguiente: “En 2018 la escasez en edad infantil subió al 51,7% y el 13% de los menores pasó hambre, según la Universidad Católica (…) Uno de cada dos argentinos menores de edad es pobre y uno de cada diez pasa hambre en un país que exporta alimentos para 400 millones de personas”. Todos los analistas coinciden en que estos porcentajes se incrementarán notablemente en los próximos meses. La situación es tan grave, que la iglesia argentina pidió al cadáver político que ocupa la Casa Rosada que declarase la emergencia alimentaria.

En este trasfondo de debacle social, los trabajadores argentinos, la juventud y los sectores más desfavorecidos están protagonizando constantes movilizaciones. Algunas de las más significativas fueron las del pasado 22 y 28 de agosto cuando cientos de miles de manifestantes recorrieron las calles de las principales ciudades argentinas, convocados por los movimientos sociales y los agrupamientos sindicales combativos y clasistas.

El Gobierno de Macri intenta desesperadamente maniobrar y evitar un estallido, siguiendo las directrices del imperialismo y la oligarquía. Para ello ha adoptado algunas medidas, puramente cosméticas, como la de reducir los impuestos sobre las “clases medias”, elevar simbólicamente el salario mínimo y ampliar el plazo para que las pequeñas empresas puedan pagar algunos impuestos...

Pero estas maniobras no van a parar a las masas argentinas. Tampoco la política seguida por las direcciones burocráticas de los principales sindicatos peronistas, la CGT y CTA, que intentan por todos los medios frenar las luchas concentrando sus esfuerzos estériles en mesas de negociación, y actuando en la práctica como muletas de un Gobierno moribundo.

La clase obrera argentina, que ha plantado cara a este Gobierno desde el primer momento y que ha protagonizado desde 2015 cinco huelgas generales, ha vuelto a tomar las calles con fuerza redoblada amenazando con hacer saltar por los aires el frágil statu quo que la dirección oficialista del peronismo pretende imponer.

El candidato peronista por el Frente de Todos, Alberto Fernández, a la vez que critica con la boca pequeña la política de Macri para hacerle responsable del desastre que atraviesa el país, lanza mensajes tranquilizadores a los capitalistas y al propio FMI sobre las medidas que aplicará si, como parece lo más probable, accede a la presidencia de Argentina en las elecciones del próximo 27 de octubre.

Su intención es la de seguir pagando la deuda, aunque renegociando plazos y condiciones y respetar y salvaguardar los intereses de los capitalistas nacionales y extranjeros en todo momento. Por ese motivo ha renunciado a una respuesta coherente de lucha, y ha establecido un frente único con la burocracia sindical negándose rotundamente a impulsar la huelga general para sacar a Macri del poder de una vez por todas. Las razones son obvias: alimentar la lucha de clases y la acción independiente de los trabajadores puede provocar una crisis revolucionaria que coloque al peronismo contra las cuerdas y lo escinda en líneas de clase.

El objetivo del Gobierno es mantenerse hasta las elecciones presidenciales. A pesar de los balones de oxígeno que recibe de los dirigentes de la CGT, la CTA y de Alberto Fernández, la crisis política, económica y social es tan profunda que no es seguro que lo consiga.

Todos (burguesía, FMI, Gobierno, dirigentes sindicales y el propio Alberto Fernández), pretenden canalizar la rebelión social que está teniendo lugar en Argentina, hacia las elecciones de octubre, la proclamación de un nuevo presidente y la constitución de otro Gobierno. Intentar dar una salida “parlamentaria” a esta situación catastrófica no resolverá nada. La población argentina ha pasado por una dura escuela y, a pesar de las ilusiones existentes en un nuevo gobierno peronista, no se contentará con discursos ni con más de lo mismo. Quiere un cambio radical y eso asegura una escalada de la acción directa de las masas para lograrlo.

La izquierda revolucionaria y sus tareas

Es evidente que el canal electoral por el que se expresan años de descontento social y de movilizaciones de masas contra Macri es el peronismo. Pero esto no significa, ni mucho menos, que la clase obrera la haya dado un cheque en blanco a Alberto Fernández.

El más que probable futuro presidente y su Gobierno se verán sometidos a enormes presiones, atrapados por la catástrofe económica y la decisión de lucha de las masas. La burguesía argentina y el imperialismo le reclamarán que en lo fundamental, continúe con la política aplicada por Macri, exigencias a las que Alberto Fernández no tendrá ningún reparo en atender. Pero la experiencia de estos años no ha pasado en balde: la clase obrera y la juventud exigirá contundentemente medidas reales y efectivas para acabar con el paro, la inflación, la precariedad laboral y la pobreza. La perspectiva de una crisis revolucionaria en Argentina se abre paso inexorablemente.

La principal fuerza de la izquierda que se reclama marxista en Argentina es el Frente de Izquierda y de los Trabajadores-Unidad (FIT-U). Esta coalición electoral, integrada por el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), el Partido Obrero (PO), Izquierda Socialista (IS), y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), consiguió más de 700 mil votos, manteniendo en lo fundamental el suelo electoral conquistado en los comicios anteriores. En sus filas y entre sus simpatizantes se encuentran miles de revolucionarios y luchadores, que forman parte de los sectores de vanguardia de la clase obrera. El número de votos obtenidos, pero sobre todo, su influencia en las luchas y movilizaciones que recorren Argentina, reflejan la existencia de un amplio espacio para seguir construyendo las fuerzas revolucionarias.

El FIT podría convertirse en la organización que agrupara a los sectores decisivos de la clase obrera. Para que esto sea posible es necesario, además de defender un programa revolucionario, saber establecer una táctica adecuada para conquistar a las masas que hoy marchan detrás de las formaciones peronistas, especialmente de las que se han inclinado a la izquierda en estos años tanto en el frente sindical como en los movimientos sociales.

El FIT-U debe trabajar coherentemente y concretamente por el frente único con las tendencias y los afiliados y afiliadas combativos de los sindicatos peronistas y de las organizaciones sociales, impulsando conjuntamente la movilización y defendiendo de forma constructiva y positiva el programa socialista, rompiendo con cualquier tipo de sectarismo. Meter en el mismo saco a todo el peronismo, sin tender un puente para ganar influencia en la izquierda y en la base social de este movimiento, es levantar un obstáculo entre el FIT y amplios sectores de las masas. La crítica principista a los dirigentes reformistas y pro-capitalistas del peronismo oficialista, no está reñida con una táctica fraternal que construya la unidad de acción en la lucha con millones de trabajadores peronistas que, además en el contexto argentino actual, son muy permeables a las consignas y reivindicaciones revolucionarias.

Para resolver los problemas fundamentales de las masas es imprescindible defender y combatir por un programa socialista y presentarlo con energía y confianza. Un programa que parta de las reivindicaciones y necesidades inmediatas de las masas, y que al desarrollarlo, enlace con las medidas que supondrían la organización en líneas socialistas de la economía y la sociedad argentinas.

Es necesario defender que ningún salario puede estar por debajo del coste de la cesta básica familiar, la escala móvil de precios-salarios para que la inflación no se coma los ingresos de las familias trabajadoras y que esta misma medida se aplique a las pensiones. Luchar por la anulación de las subidas del transporte, la luz y los combustibles, exigiendo la nacionalización de todos estos sectores estratégicos bajo el control democrático de la clase obrera. Defender el sistema sanitario y educativo públicos con un plan de choque. La lucha contra el desempleo partiendo de la ocupación y puesta en funcionamiento de toda empresa que cierra o despida y exigir su nacionalización bajo control obrero.

Luchar por acabar con la fuga de capitales que protagonizan los especuladores y los monopolios implica, en primer lugar, dejar de pagar la deuda externa y, en segundo, nacionalizar el sistema financiero y bancario bajo la dirección y control democrático de los trabajadores, para preservar los ahorros de la población y utilizar estos fabulosos recursos en medidas urgentes contra la pobreza y la exclusión social. Sólo la planificación socialista de la economía puede garantizar unas condiciones de vida digna.

Asimismo, es necesario el monopolio estatal del comercio exterior para evitar que un puñado de exportadoras maneje a su antojo la liquidación de las divisas.

En definitiva, echar a Macri y acabar con el Gobierno de la oligarquía y el capital mediante la movilización revolucionaria de los trabajadores, para crear las condiciones de un poder obrero alternativo y socialista.

Argentina ha entrado en un periodo decisivo de grandes choques entre las clases y de oportunidades para levantar una alternativa revolucionaria, socialista e internacionalista que tendrá un efecto eléctrico en toda Latinoamérica y el resto del mundo.


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