Las elecciones venezolanas del pasado 28 de julio han abierto una importante discusión en las filas de la izquierda militante y combativa de todo el mundo y de la propia Venezuela.

Formaciones como el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y otras organizaciones de la izquierda se han posicionado públicamente cuestionando el triunfo de Maduro. En la declaración emitida por la dirección del PCV se puede leer que el “Gobierno de Nicolás Maduro ha despojado al pueblo venezolano de sus derechos sociales y económicos, hoy (tras las elecciones) pretende privarlo de sus derechos democráticos”,  y exige “al CNE la publicación de la totalidad de las actas de votación ─tal y como lo establece el reglamento electoral─ así como la máxima transparencia en el escrutinio de los resultados¨. El PCV ha sido blanco de una dura persecución política por parte del Gobierno del PSUV, después de haber integrado el bloque del chavismo desde sus inicios.

En otras coordenadas más a la derecha, el presidente chileno Boric, el colombiano Petro, el brasileño Lula, el exmandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador y la plana mayor de la socialdemocracia internacional, han cargado en mayor o menor medida contra Maduro exigiendo la publicación de las actas completas del recuento electoral.

En una línea mucho más agresiva los portavoces del imperialismo estadounidense se han hecho eco de las denuncias de la oposición de derechas en Venezuela. Por ejemplo los observadores del centro Carter hablan sin ambigüedad de fraude y elecciones ilegítimas, y numerosos políticos de alto nivel de EEUU han exigido la renuncia inmediata de Maduro y el reconocimiento de la victoria de Edmundo González Urrutia. No olvidemos que estas fuerzas son las mismas que han sostenido la ofensiva golpista contra la revolución bolivariana desde el principio y proclamaron presidente a Juan Guaidó sin que mediara ninguna elección popular. ¿Para qué votar cuando a un presidente lo pueden colocar a dedo? Pero ahora hablan de fraude, cómo no.

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La gran confusión entre miles de activistas y luchadores sobre lo que está ocurriendo en Venezuela, tiene mucho que ver con la degeneración de la revolución bolivariana tras la muerte de Chávez y con otros elementos que escapan a la coyuntura interna del país. 

Por otra parte desde partidos estalinistas, y otras organizaciones como el Partido Comunista español (PCE) o Sumar en el Estado español que gobiernan con el PSOE y miran hacia otro lado ante el genocidio sionista en Gaza o dan su visto bueno a los presupuestos más militaristas de la historia, han salido a defender a Maduro y rechazan cualquier acusación de amaño electoral. Lo mismo ha ocurrido con el régimen de Putin, de Xi Jinping o con el de los mulás en Teherán, que han reconocido con entusiasmo el triunfo madurista.

Lógicamente hay gran confusión entre miles de activistas y luchadores sobre lo que está ocurriendo en Venezuela, algo que tiene mucho que ver con la degeneración de la revolución bolivariana tras la muerte de Chávez y con otros elementos que escapan a la coyuntura interna del país.

Para un sector, la lucha contra el imperialismo norteamericano, que sin duda es la mayor fuerza contrarrevolucionaria de la historia, lo justifica todo. Da igual los métodos que se empleen y las políticas que se defiendan en esta batalla. El enemigo de mi enemigo es mi amigo y cualquier análisis se reduce a una operación geoestratégica. Obviamente esta aproximación, por sencilla y bienintencionada que parezca, olvida las enseñanzas de Lenin y de Marx, y la necesidad de mantener un enfoque comunista, de independencia de clase e internacionalista ante fenómenos de gran calado político. Sin ese marco de interpretación es muy difícil orientarse correctamente en estos acontecimientos y preparar las fuerzas para luchar contra la agresión imperialista y el bloqueo, contra la oligarquía capitalista y terrateniente, y por una Venezuela genuinamente socialista liberada de la burocracia privilegiada, la desigualdad, la corrupción y el empobrecimiento.

Los resultados

Poco después de las 12 de la noche del 28 de Julio, Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) proclamaba a Nicolás Maduro ganador de las elecciones a la presidencia de Venezuela.

Según los datos oficiales, con una participación del  59% y pendientes de contabilizar 2 millones de votos (20%), Nicolás Maduro logró 5.120.000 sufragios, el 51,20, mientras que el candidato apoyado por la derecha, la ultraderecha y el imperialismo estadounidense y europeo,  Edmundo González Urrutia, lograba 4.400.000, el 44,20%. Se trata de un margen suficiente para considerar el resultado  irreversible.

Inmediatamente conocida la posición gubernamental, González Urrutia y María Corina Machado (MCM), verdadera líder de la oposición reaccionaria, llamaron a sus votantes a tomar las calles y emplazaron a la oficialidad del ejército a intervenir. Afirman poseer el 73% de las actas de votación y haber ganado con un 70% de apoyo.

A diferencia de anteriores ocasiones en que la oposición de derechas incendió las calles, esta vez las protestas, aunque se suceden por todo el país y ya han registrado según fuentes de organismos de derechos humanos 20 muertos, no se concentran en las urbanizaciones de la prospera clase media, sino en muchos barrios populares que fueron bastiones del proceso revolucionario liderado por Hugo Chávez entre 1998 y 2013. En las protestas destaca la presencia de miles de jóvenes de las capas más empobrecidas y desesperadas.

¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Durante la campaña electoral, María Corina Machado y Urrutia celebraron mítines masivos en lugares donde hace pocos años habrían sido abucheados y expulsados a pedradas, es decir, en lo que antes eran bastiones chavistas y que hoy se han convertido en lugares donde hierve el descontento con las políticas del Gobierno.

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Corina, la “Milei venezolana”, durante la campaña electoral ocultó su verdadero programa: recortes sociales, privatizaciones (empezando por la petrolera PDVSA), despidos masivos y venganza política contra la izquierda militante… 

Como explicamos en la declaración que publicamos hace unas semanas: “Estamos ante las elecciones más difíciles que ha enfrentado la izquierda combativa venezolana en décadas (…) no solo las capas medias, también sectores de trabajadores desesperados y desmoralizados, incluso activistas frustrados y golpeados por la represión, pueden caer en la trampa de votar a la derecha creyendo que nada es peor que seguir bajo este Gobierno. Otros, aunque muy desencantados y críticos (…) harán lo contrario: votarán por el PSUV y Maduro, precisamente para evitar la llegada de la derecha controlada por EEUU a Miraflores. En ausencia de una alternativa creíble al Gobierno y la derecha, también habrá millones de trabajadoras y trabajadores que se abstendrán”.

Con un cálculo cínico, la “Milei venezolana” escondió la motosierra ocultando su verdadero programa: recortes sociales, privatizaciones (empezando por la petrolera PDVSA), despidos masivos y venganza política con encarcelamientos y persecución a la izquierda militante… Era la mejor forma de llegar a los sectores más depauperados y golpeados del pueblo, prometiendo además que la victoria de su candidato títere traería el fin de las sanciones de EEUU, la llegada de inversiones, empleo, mejores salarios y  el retorno de los ocho millones de emigrantes salidos del país durante la última década.

El grave error de hacer el juego a ultraderechistas como Machado y Urrutia en nombre de la “democracia”

Como señalamos al principio de esta declaración, la actitud de sectores populares denunciando fraude y tomando las calles está provocando una enorme perplejidad y desorientación entre activistas y organizaciones de la izquierda. El Partido Comunista de Venezuela (PCV), cuyos militantes han participado durante años en la lucha contra la ultraderecha y el imperialismo, y que ha sido duramente golpeado por la burocracia, ha realizado un llamado “a las fuerzas genuinamente democráticas, populares y patrióticas  a unir fuerzas para defender la voluntad del pueblo venezolano que se expresó este domingo 28 de julio con una clara intención de cambio político en el país” y “construir espacios de amplia unidad para fortalecer la lucha por la recuperación de la Constitución y el estado de derecho”.

Con mucho pesar debemos señalar que estas afirmaciones de la dirigencia de PCV confunden aspectos que son muy importantes para los comunistas. Es difícil de creer que una ultraderechista admiradora de Trump y Netanyahu, participante en todos los golpes de Estado contra Chávez y guarimbas que causaron decenas de muertos, que pidió a EEUU una intervención militar como las que arrasaron Iraq, Libia, Afganistán o Siria para ahogar en sangre la revolución venezolana, represente la voluntad del pueblo. Y más chocante aún es que la dirección del PCV salude, de manera positiva, que el pueblo haya expresado una clara intención de cambio político. De ser esto último cierto ¿los comunistas tenemos que congratularnos del triunfo de la extrema derecha?

Por otra parte, como comunistas revolucionarios no deberíamos emplear el lenguaje de la clase dominante y hablar de “Estado de derecho” en abstracto. La palabra “democracia” no es un término absoluto, hay que discernir los intereses de clase que se ocultan tras ella. Lenin explicó que la democracia de los capitalistas, que ellos mismos se encargan de cubrir con el término engolado de “Estado de derecho”, es en realidad la dictadura parlamentaria del capital financiero. Existe ese tipo de democracia y otra, la democracia obrera.

Por otro lado la Constitución bolivariana sigue siendo una constitución burguesa pese a todos los aspectos progresistas que tiene y que, como el resto de constituciones burguesas del mundo que contienen elementos avanzados como resultado de la lucha de clases, excepcionalmente se cumplen muy parcialmente o son pisoteados y relegados por la clase dominante para no ejecutarse nunca.

Para ser concretos. En EEUU las “elecciones libres” y el “Estado de derecho”  no impide que la oligarquía financiera controle con puño de hierro tanto la Cámara de Representantes como el Senado y maneje a su antojo a republicanos y demócratas. Es lo mismo que vivimos en la IV República con adecos y copeyanos y lo vemos cada día en cada país capitalista: una rosca de políticos burgueses, jueces, policías y militares al servicio de los ricos, que legislan para salvaguardar su poder y beneficios colectivos, y cuando no es posible hacerlo mediante la cháchara parlamentaria se emplea la represión hasta donde haga falta.

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Los marxistas luchamos contra un Gobierno al servicio de Washington en Venezuela. Pero esto no implica apoyar acríticamente a Maduro y la cúpula del PSUV que son la contrarrevolución burocrática y han liquidado el legado de Chávez. 

Como miles de militantes honestos y luchadores del PCV, también hay otros sectores de la izquierda que, proponiendo levantar un tercer campo alternativo al Gobierno y la derecha, apoyan la consigna de que se revisen todas las actas de votación. Como señalamos anteriormente dirigentes como Lula, Petro, AMLO o Boric están en esa línea en mayor o menor grado. Pero es curioso que estos gobernantes sean los mismos que han renunciado a aplicar medidas revolucionarias en sus países, confrontar enérgicamente contra las políticas capitalistas, y ceden a la presión de la burguesía llegando a diferentes componendas con el imperialismo estadounidense. Ahora hacen lo mismo respecto a Venezuela, apelando a  la estabilidad regional, es decir, la estabilidad del sistema capitalista.

Posicionarse en política en función de los parámetros de la democracia capitalista, o en el caso venezolano llamando a la recuperación de la constitución y el “Estado de derecho”, lleva inevitablemente a supeditarse a la derecha. Incluso en caso de fraude, la alternativa no es un Gobierno imperialista al servicio del amo de Washington que lo primero que haría sería lanzar una ofensiva brutal contra la clase obrera y los derechos democráticos. El ejemplo de Milei en Argentina basta para resolver cualquier duda al respecto.

Sin embargo cabe preguntarse: ¿defender esta posición marxista implica apoyar acríticamente a Maduro y a la cúpula del PSUV que, mientras hablan de “socialismo” y citan a Chávez,  han llevado adelante una auténtica contrarrevolución burocrática que ha liquidado los avances conquistados por las masas? ¡De ninguna manera!

De la revolución bolivariana a la contrarrevolución burocrática

Sectores de la izquierda militante internacional con los que coincidimos en las huelgas obreras y las luchas sociales, contra la guerra imperialista y el sionismo genocida, impulsando un feminismo anticapitalista y combatiendo el racismo y la LGTBIfobia, entienden que para impedir la vuelta de la reacción y las fuerzas proimperialistas a Miraflores no queda más remedio que posicionarse con Maduro entregándole un cheque en blanco.

Desde Izquierda Revolucionaria compartimos al cien por cien el objetivo de evitar la vuelta de la ultraderecha y el imperialismo. Pero disentimos de los medios. Nosotros creemos que para evitarlo hay que reorganizar a la izquierda y luchar por rescatar las conquistas de la revolución bolivariana y profundizarlas hasta convertirlas en una revolución socialista genuina y triunfante. Eso pasa por arrebatar el poder a la burocracia, que se ha convertido en una fuerza social parasitaria y reaccionara, a sus aliados burgueses y a sus patrocinadores, los capitalistas rusos y chinos. Nosotros defendemos que el poder debe estar en manos de la clase trabajadora y sus organismos de democracia directa, y que la oligarquía financiera y terrateniente venezolana debe ser expropiada.

Las nacionalizaciones que Chávez impulsó de forma audaz le dieron un apoyo social aplastante, arrasando en 18 de las 19 convocatorias electorales que promovió. La movilización masiva de los oprimidos en las urnas y las calles derrotó los planes golpistas del imperialismo estadounidense.

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Nosotros defendemos que el poder debe estar en manos de la clase trabajadora y sus organismos de democracia directa, y que la oligarquía financiera y terrateniente venezolana debe ser expropiada. 

Las victorias en Venezuela estimularon procesos revolucionarios en otros países y un giro a la izquierda en toda Latinoamérica, convirtiendo a la revolución bolivariana en punto de referencia para millones en todo el planeta.

Pero Chávez, que resistió heroicamente los embates del imperialismo, que mostró una audacia y un compromiso con los oprimidos inquebrantable, cometió el error de no aprovechar toda esa fuerza para ir hasta el final, completar la revolución derrocando el capitalismo, y establecer una genuina democracia obrera. Confió en la posibilidad de avanzar gradualmente al socialismo llegando a acuerdos con una supuesta “burguesía patriótica”, y sobre todo apoyándose en el aparato militar y la colaboración con los imperialistas chinos y rusos.

Finalmente y estando ya ausente, las presiones de clases ajenas interfirieron cada vez más en el seno del proceso bolivariano: el aislamiento de la revolución y la falta de medidas enérgicas para derrocar a la burguesía, permitió que toda una legión de arribistas y carreristas tomaran el control del PSUV y de la administración del Estado y del Ejército, y que esta capa desarrollara nuevos privilegios materiales, salariales y disfrutara de un poder que los elevó muy por encima de los oprimidos. Esta capa burocrática se ha consolidado y no quiere renunciar bajo ningún concepto a su nueva posición dirigente.

Fenómenos de contrarrevolución política y de reacción como el que encabeza Maduro no son excepcionales en la historia. Lo hemos visto también en Nicaragua: sobre las cenizas de la heroica revolución sandinista se levanta hoy el régimen bonapartista, empresarial, ultracatólico y violentamente machista de Daniel Ortega. Algunos piensan que al ondear la bandera rojinegra del FSLN Ortega representa a las fuerzas de la revolución. Pero no, no es así.

El Gobierno de Maduro ha laminado el legado chavista. Lo ha destruido pactando con los capitalistas el cierre o la privatización de numerosas empresas expropiadas, despidiendo a miles de trabajadores, reprimiendo con extrema dureza las reivindicaciones y luchas obreras, persiguiendo a los activistas de izquierda más comprometidos y creando una red de soplones y chivatos, provenientes del lumpen a los que paga bien, para que actúen reventando huelgas y movilizaciones clasistas.

Su Gobierno ha hundido el salario mínimo, que llegó a ser el más alto de Latinoamérica y ahora es el más bajo. No ha tenido el menor reparo en dolarizar la economía, haciendo que las desigualdades sociales se disparen, y que en muchas ciudades la pequeña burguesía disfrute de un nivel de vida bien regado de fiestas, whisky y carros de alta gama, mientras millones de familias trabajadoras están al límite para conseguir lo imprescindible.

Como comunistas ¿debemos pasar por alto estos hechos, blanquearlos u ocultarlos? ¿Así es como se defiende la causa del socialismo en Venezuela e internacionalmente? La fusión de la burocracia con los capitalistas ha alimentado una corrupción galopante. Todo ello ha acumulado  una indignación masiva que el imperialismo estadounidense y sus peones intentan utilizar ahora en su beneficio.

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El Gobierno de Maduro ha destruido el legado chavista pactando con los capitalistas el cierre o la privatización de numerosas empresas expropiadas, reprimiendo las luchas obreras, persiguiendo a los activistas de izquierda más comprometidos, etc. 

Venezuela, clave en la lucha por la supremacía mundial entre los bloques imperialistas

Venezuela es una pieza muy preciada en la pugna por la hegemonía mundial entre EEUU y China. Posee las mayores reservas comprobadas de petróleo del planeta y otros recursos minerales y naturales. Fue el primer aliado estratégico de China en su expansión hacia Latinoamérica, amenazando el control yanqui de una región que considera suya. 

EEUU ha visto en estas elecciones una oportunidad de oro. Situar a MCM o Urrutia en Miraflores, además de dar barra libre a las multinacionales gringas para saquear PDVSA y los recursos del país más fácilmente, significaría un golpe en la mesa después de años acumulando derrotas frente a China y Rusia. 

Pero no está nada claro que lo consigan. Como ha demostrado la guerra de Ucrania, la capacidad de Washington para imponer sus designios está muy tocada, con divisiones internas en su clase dominante que se están expresando con virulencia en la campaña para las presidenciales de noviembre.

La burocracia madurista lo sabe y pretende resistir con el apoyo de China, Rusia e Irán. Es una apuesta arriesgada pero podría salirle, al menos a corto plazo, como ocurrió con Ortega en Nicaragua. Otra cosa es qué políticas y tipo de Gobierno salgan de ello como ya hemos comentado.

Algunos de esos sectores de la izquierda combativa que llaman a cerrar filas con Maduro creen que China, Rusia e Irán pueden, al menos, garantizar que Venezuela no caiga en las garras estadounidenses. Es completamente evidente que ni China ni Rusia tienen el historial de crímenes, golpes militares, intervenciones y sangrientas masacres como el de EEUU. Pero son potencias imperialistas en ascenso cuyo objetivo es conquistar mercados y fuentes de materias primas, garantizando el máximo beneficio para sus empresas, explotando brutalmente a los trabajadores tanto en sus países como allí donde invierten.

Ni Xi Jinping ni Putin, que ha declarado a Venezuela “aliada estratégica”, son  defensores de los pueblos oprimidos, ni de su clase obrera, ni representan un avance hacia el socialismo. Qué decir de los mulás iraníes, que han aplastado sangrientamente huelgas, protestas sociales y levantamientos revolucionarios, encarcelan y asesinan a los activistas de izquierda, y mantienen a las mujeres y a la comunidad LGTBI en una condiciones de opresión despreciables. Todos los acuerdos con China, Rusia e Irán no han significado ninguna mejora para los oprimidos en Venezuela, beneficiando únicamente a la burguesía, la burocracia y las capas superiores de la clase media.

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Desde Izquierda Revolucionaria peleamos por una Venezuela socialista, contra el imperialismo yanqui y sus peones defendiendo el programa del comunismo internacionalista contra el bonapartismo burgués de Maduro y sus políticas capitalistas. 

Construir una izquierda revolucionaria con un programa comunista

Sobre el reflujo y la ruina de la revolución bolivariana la burocracia madurista utiliza el discurso antiimperialista, chavista y “socialista” no para defender un programa de clase e internacionalista, sino para consolidar su posición social y sus privilegios, intentando dar un barniz izquierdista a sus políticas capitalistas.

Maduro encabeza un régimen bonapartista burgués, es decir, una forma de gobierno que no se apoya en las masas movilizadas ni en su conciencia revolucionaria, sino en la cúpula militar y el aparato estatal para emplear la represión sistemática contra la izquierda, el movimiento obrero y las luchas sociales. Incluso si logra sostenerse sorteando la presión de la protesta, a medio plazo suscitará más rechazo, nuevas crisis y oportunidades para la derecha y el imperialismo gringo.

Desde Izquierda Revolucionaria luchamos por una Venezuela socialista y estamos en primera línea del combate contra el imperialismo yanqui, la mayor amenaza para los pueblos oprimidos del mundo, y contra sus peones de derecha y ultraderecha como MCM. Y lo hacemos defendiendo el programa del comunismo internacionalista contra el bonapartismo burgués de Maduro y sus políticas capitalistas. Solo así ofreceremos una salida revolucionaria y socialista a las masas trabajadoras que sufren la crisis agónica del capitalismo venezolano.

 


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