Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones hasta las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China...
Carlos Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista
El dominio aplastante del mercado mundial es el factor determinante en las relaciones capitalistas contemporáneas. La integración de las economías nacionales, o en palabras del Manifiesto Comunista la interdependencia universal de las naciones, hace que los acontecimientos económicos en EEUU tengan una influencia decisiva en Europa, o que la caída de las economías del sudeste asiático determinen la evolución de los mercados en los países más desarrollados.
En el artículo del mes pasado señalábamos las incertidumbres que se ciernen sobre la economía de EEUU. A pesar de cerrar el ejercicio de 2003 con un crecimiento del PIB en torno al 3,1%, el déficit gemelo (por cuenta corriente y presupuestario) podría superar este año el billón de dólares. Como señala un reciente informe: “Aun cuando los EEUU han vivido períodos anteriores de (...) desequilibrios “gemelos” en cuenta corriente y fiscal, la situación actual parece ser más grave. Esto no sólo por la magnitud de estos desequilibrios sino por la complejidad del contorno internacional y, en particular, por la debilidad del resto de las economías, sobre todo Europa y Japón. A esto cabe subrayar que las bajas tasas de interés dejan poco margen de maniobra para el estímulo monetario adicional, que en un bajo nivel de inflación ha hecho reaparecer el fantasma de la deflación, y que la existencia de Bancos Centrales independientes y del euro como una alternativa de moneda de reserva, hacen más difícil concertar políticas coordinadas con el fin de lograr ajustes paulatinos. Frente al débil crecimiento que aún se observa a escala mundial, la manera en que se logre el necesario ajuste de los valores de las principales divisas será un factor importante para contribuir a la reactivación de la economía mundial o por el contrario, para empujarla a una nueva recesión” (Estados Unidos: ¿Una nueva economía o más de lo mismo?, Gunilla Ryd, Centro de Proyecciones de la División de Estadística y Proyecciones Económicas).
Durante años los estrategas de la economía burguesa han tratado de presentar diferentes escenarios que garantizarían un nuevo auge económico. La idea de sustituir la locomotora económica estadounidense por Japón o la UE estuvo de moda hace 24 meses. Ahora, después de comprobar los magros resultados de la economía europea y las permanentes dificultades de Japón, se habla de nuevo de EEUU y de... China, país que concentra el interés creciente de los inversores. Sin disminuir la importancia potencial del gigante asiático cabe señalar que el PIB chino tan sólo representa el 3% de la economía mundial y si bien es fuente de negocios, deslocalizaciones e inversión directa de capital en proporciones que ningún otro país tiene, se ha convertido a su vez en una potencia exportadora que alimenta los problemas de la economía norteamericana (pues inunda sus mercados de productos baratos) y de otras, especialmente en Latinoamérica y Centroamérica, que se ven desplazadas del mercado de EEUU. China alimenta a su vez la crisis de sobreproducción latente en toda la economía mundial.
Europa:
estancamiento y recesión
La economía de Europa concentra más del 50% del PIB mundial y un 65% de las transacciones comerciales. A pesar de todas las medidas de ajuste, que se han cebado en un recorte constante de los gastos sociales, en sanidad, educación, subsidios de desempleo, inversiones públicas en infraestructuras, a pesar de las rebajas fiscales al capital, las privatizaciones masivas, las “ayudas al empleo”, la flexibilidad laboral, incluyendo la “paz social” que los dirigentes reformistas de los sindicatos y la izquierda política han tratado de garantizar, a pesar de todo, la economía europea no levanta cabeza. Los sacrificios de la clase obrera europea, su perdida de derechos, la reducción de su poder adquisitivo y el aumento de los ritmos de trabajo sólo han servido para mantener las tasas de ganancias de los grandes capitalistas nacionales y multinacionales, que a base de despidos y ajustes salariales, se están llenando los bolsillos.
La economía de la zona euro cierra el año 2003 con un crecimiento del 0,4%, medio punto menos que en 2002, la peor evolución del PIB desde 1993. La previsión de la Comisión Europea para 2004 es igual de negativa: 0,3% para la primera mitad y 0,7% para la segunda mitad. El objetivo planteado en la llamada Agenda de Lisboa por la que la economía de la UE se convertiría en 2010 en la más dinámica del mundo es inalcanzable en los propios términos de la economía burguesa.
Dentro del cuadro, destaca Alemania con una caída de -0,1% del PIB en 2003 lo que demuestra que todas las reformas antiobreras emprendidas por Schröder no han servido ni para aumentar la inversión productiva, ni para crear empleo. En Francia el PIB creció un 0,5% en 2003 y en Italia un 0,4%.
En esta situación todas las medidas tomadas en el período anterior para garantizar el déficit cero, la estabilidad presupuestaria y la integración política se están quedando en papel mojado. Tal como señalamos los marxistas hace diez años, los acuerdos de Maastricht saltarían por los aires cuando las economías más importantes de Europa se enfrentaran a la recesión. En épocas de crecimiento se pueden adoptar decisiones favorables a una mayor integración pero cuando la crisis estalla, los intereses particulares de cada burguesía nacional prevalecen sobre las declaraciones de intenciones.
Intereses contrapuestos
El desprecio de Francia, Alemania y Gran Bretaña por las decisiones y recomendaciones de la Comisión Europea, manteniendo el déficit por encima del 3% y negándose a acatar las multas pertinentes, es una prueba evidente de que los poderes imperialistas más fuertes de Europa no se van a dejar condicionar por las países más débiles. La formación de un “Directorio” entre estas tres potencias muestra bien a las claras la actitud que tienen respecto a la “construcción europea”: todo se hará si nuestros intereses se salvaguardan. De la misma manera que las decisiones en cuanto a congelar el crecimiento de los fondos de cohesión y al tiempo dedicar más recursos a estimular el crecimiento de los países grandes revela que se acabó el café para todos, sobre todo si esto es a costa de las cuentas de Alemania, Francia y Gran Bretaña, los mayores contribuyentes a los fondos de cohesión territorial. El enfrenamiento político en la UE, la escisión provocada por la guerra imperialista contra Iraq entre los países miembros, o la forma en que se tomarán las decisiones en la Comisión, no son más que la expresión pública de estas contradicciones económicas. No es posible una unidad real de Europa sobre bases capitalistas, y mucho menos una Europa libre y “democrática” cuando precisamente todos los grandes proyectos políticos (Constitución Europea, restricciones a la libre circulación de trabajadores provenientes de Europa del Este, medidas “antiterroristas”, ataques a los derechos de reunión, expresión y manifestación, ajustes sociales) van en la misma dirección: un reforzamiento del carácter autoritario del estado burgués en todos los países.
Paralelamente la fortaleza europea se enfrenta al desafío que EEUU ha establecido contra sus competidores, con el mantenimiento de un dólar bajo para aumentar sus exportaciones, estimular la inversión interna y paliar el déficit por cuenta corriente. Recientemente en la reunión del G-7 en Boca Ratón (Miami) no hubo acuerdo para intervenir conjuntamente en el mercado de divisas, un factor que sí fue decisivo en 1987 para evitar la recesión. La burguesía norteamericana insiste en su política de dólar en caída, aunque esto sea a costa de “perjudicar” los intereses de los capitalistas europeos. Más gasolina para el incendio que consume la economía europea.
En este contexto, la clase obrera europea y de los países capitalistas más avanzados se encuentra frente a una doble ofensiva: El ataque permanente a su poder adquisitivo y al salario social, y por otra parte las llamadas “deslocalizaciones” que están provocando despidos masivos y cierres de empresas. Ambos hechos reflejan antes que nada la bancarrota de las direcciones reformistas de los sindicatos que son incapaces de hacer frente a esta agresión generalizada contra el único patrimonio que tiene la clase obrera: el puesto de trabajo. De deslocalizaciones y de cómo hacer frente a la ofensiva con un programa de lucha hablaremos en el próximo artículo.