León Trotsky
Las grandes crisis de la historia, las guerras, las revoluciones, alteran las concepciones que millones de personas tienen de la sociedad en la que viven. Las certezas y creencias solidamente establecidas durante años de desenvolvimiento pacifico empiezan a cuestionarse con fuerza. Es en ese momento cuando el orden establecido de la sociedad de clases entra en crisis y la conciencia de los oprimidos avanza con botas de siete leguas.
Desde el colapso del estalinismo en la URSS y en los países del Este europeo, todas las instituciones que sostienen el orden capitalista convergieron en una misma estrategia: desacreditar las ideas del marxismo, del socialismo científico, y desatar, al amparo de esta foribunda campaña ideológica, una ofensiva sin cuartel contra los derechos de los trabajadores y sus condiciones de vida y de trabajo. Esta estrategia, como decimos, se desarrolló desde todos los frentes: renombrados intelectuales que se mofaban de cualquier teoría que pudiese oler a socialismo, rehabilitando a su vez todo tipo de superchería burguesa; por supuesto, los medios de comunicación de masas actuaron de potentes altavoces de toda esta propaganda; los parlamentos, las universidades y, como no, los dirigentes reformistas de la izquierda que, en aras de la modernidad, dieron crédito y apoyaron de forma entusiasta esta campaña a favor del sistema de la libre empresa, de la globalización imperialista, las privatizaciones en masa y el recorte de los gastos sociales.
Durante años, el modelo económico estadounidense, al que declaran su adhesión los políticos y economistas de Europa occidental desde los liberales hasta muchos prohombres de la socialdemocracia, se nos ha presentado como la quintaesencia de la productividad y el bienestar. Pero detrás de este cuadro idílico se ocultaba una explotación descarnada de millones de trabajadores que veían como el famoso sueño norteamericano se estaba transformando en una pesadilla de horas extras no remuneradas, jornadas inacabables, ritmos de trabajo extenuantes, salarios raquíticos y empleo basura. Esta gigantesca extracción de plusvalía que ha llenado los bolsillos de los ricos, ha sido obtenida de los nervios y la salud de millones de explotados y de la destrucción de la sanidad y la enseñanza pública, de las prestaciones a los más desfavorecidos, de las ayudas a vivienda y los programas de infraestructuras sociales...
El imperialismo norteamericano y sus estrategas han declarado a los cuatro vientos sus deseos de “paz, prosperidad y democracia” para el mundo. ¡Que grotesca broma! Las intervenciones militares de los imperialistas en Iraq, en Afganistán, en América Latina, en África, que han provocado millones de muertos en las últimas dos décadas (tan sólo en África más de tres millones entre 1993 y 2005) son la prueba más clara de adónde nos conduce la barbarie del capitalismo.
La última guerra imperialista en Iraq provocó una sacudida general en la conciencia de millones de jóvenes y trabajadores de todo el planeta que participaron activamente en las movilizaciones contra la guerra. Este proceso fue un duro golpe a la fachada de mentiras que los capitalistas habían construido en las décadas precedentes, un duro golpe a las instituciones de la clase dominante, la ONU, la OTAN, un duro golpe a las mentiras respecto a la soberanía popular y la democracia burguesa.
Ahora el imperialismo norteamericano ha sufrido un nuevo golpe devastador. La masacre de miles de hombres, mujeres, ancianos y niños en su mayoría de familias trabajadoras y afroamericanas en los estados sureños de EEUU tras el paso del huracán Katrina, ha puesto al descubierto la naturaleza criminal del capitalismo.
La cuestión, como Trotsky planteaba hace más de 60 años, es que toda esta muerte y destrucción es completamente innecesaria. Bajo el capitalismo los adelantos tecnológicos y científicos han probado la capacidad del ser humano para proveer a la sociedad de bienestar. No obstante todos estos avances no se ponen al servicio de la mayoría. Por el contrario, como Marx señaló en El manifiesto comunista la pobreza arrastra cada día a más seres humanos.
El último informe del Programa para el Desarrollo de la Naciones Unidas (2005) es concluyente: 18 de los países más pobres, que cuentan con 460 millones de habitantes, han empeorado su nivel de vida respecto a 1990. El informe señala que 2.500 millones de personas sobreviven con menos de dos euros al día, es decir el 40% de la población mundial sólo logra el 5% de los ingresos, mientras el 10% más rico acapara el 54% de la riqueza de todo el planeta. Los datos de la matanza perpetrada en nombre del capitalismo son sobrecogedores: 10 millones de niños fallecen al año por enfermedades evitables (el 44% es africano); 115 millones de menores siguen sin escolarizar; falta agua potable para 1.000 millones personas, y 2.600 millones no tienen acceso a saneamientos.
El miércoles 14 de septiembre comienza en la sede de la ONU una cumbre para discutir los Objetivos de Milenio establecidos para erradicar la pobreza en el mundo. Desde ahora podemos augurar el fracaso de esta nueva reunión por que nunca podrán resolver estas lacras mientras defiendan y justifiquen la existencia del sistema capitalista.
Los marxistas, por el contrario, afirmamos que sí hay una alternativa para terminar con esta barbarie: la revolución socialista, la expropiación forzosa de los grandes monopolios, la gran banca, las grandes multinacionales de la alimentación y del comercio. Eliminando la propiedad privada de los medios de producción y estableciendo el control democrático de los trabajadores sobre la economía y el conjunto de la sociedad, sería posible una planificación armónica y socialista de todos los recursos para resolver en un breve plazo de tiempo la peste del hambre, de la muerte infantil, de la falta de agua, del paro, de las guerras por los mercados y un sin fin de problemas que atenazan a miles de millones en todo el mundo.
Hoy más que nunca necesitamos dejar bien claro que la única alternativa para la humanidad, si no quiere deslizarse cada día un poco más por la pendiente de la barbarie, es la lucha por el socialismo.
¡Únete a El Militante
para construir esta alternativa!