Mientras que hace unos meses parecía no tener fin el movimiento ascendente de los precios bursátiles y disponibilidad de los préstamos para comprar empresas, construir rascacielos o invertir en interminables bloques de pisos desde San Diego a Shoreditch y Shanghái, ahora todo ha cambiado. Se ha abierto un abismo ante el sector financiero del capitalismo.

 

Mientras que hace unos meses parecía no tener fin el movimiento ascendente de los precios bursátiles y disponibilidad de los préstamos para comprar empresas, construir rascacielos o invertir en interminables bloques de pisos desde San Diego a Shoreditch y Shanghái, ahora todo ha cambiado. Se ha abierto un abismo ante el sector financiero del capitalismo.

Cada día se producen nuevos anuncios de bancos que han tenido que "cancelar" el valor de los activos que han comprado (préstamos hipotecarios de viviendas en EEUU o bonos que están "respaldados" por el valor de las hipotecas en EEUU). Citibank 10.000 millones de dólares; HSBC 5.000 millones; Merrill Lynch 8.000 millones y así sucesivamente. Los bancos han confesado unas pérdidas de 60.000 millones de dólares.

El jefe de Citibank, el mayor banco del mundo (hasta un banco chino le sobrepasó el mes pasado cuando salió a bolsa), ha tenido que hacer frente a un paquete de despidos valorado en 150.000 millones de dólares. Después le siguió el mayor banco de inversión del mundo, Merrill Lynch.

Y alrededor del mundo, bancos más pequeños e instituciones financieras no sólo han perdido dinero, sino que se han derrumbado. En Gran Bretaña fue Northern Rock, un prestamista de hipotecas del norte de Inglaterra. Los grandes prestamistas hipotecarios han colapsado en EEUU. El mayor prestatario de EEUU, Countrywide, está al borde del precipicio después de registrar unas pérdidas enormes. Desesperados, los grandes bancos intentan fomentar un fondo especial valorado en 75.000 millones de dólares para financiar pequeños "vehículos para utilidades especiales" que originalmente fueron creados para conseguir beneficios extras.

Incluso instituciones financieras supuestamente "seguras y prudentes" como empresas o gobiernos locales se han quemado los dedos en los fondos de pensiones. Unas cuantas personas de la remota ciudad noruega de Narvik, 200 kilometros al norte del Círculo Ártico, donde el sol desaparece hasta enero, es probable que tengan mucho que pensar en la crisis del crédito que arrastra a los mercados monetarios globales, es decir, que amenazan sus salarios esta Navidad.

Narvik, junto con otras tres ciudades similares aisladas, Hemmes, Rana y Hattfjelldal, se han convertido en los últimos pueblos en descubrir que incluso los lugares más remotos se pueden ver afectados por el caos financiero provocado por productos financieros vinculados a EEUU.

Las ciudades invirtieron unos 96 millones de dólares en productos complejos vinculados a bonos municipales no especificados de EEUU, diseñados por Citigroup, y vendidos por Terra Securities, el sector de inversión de un grupo bancario de préstamos noruego. Ahora los representantes de las ciudades han admitido que los recientes movimientos del mercado vinculados a la crisis del crédito han destruido la mayor parte del valor de sus inversiones.

La gran crisis crediticia no sólo está localizada en EEUU, sino en todas partes. Y sólo acaba de empezar. La OCDE calcula que las pérdidas finales de esta contracción del crédito serán de 300.000 millones de dólares. Otro banco calcula que serán unos 400-500.000 millones de dólares, aproximadamente el 1 por ciento de la producción mundial anual.

El inicio del problema se encuentra en el mercado inmobiliario norteamericano, tendríamos que remontarnos a principios de la década cuando comenzó en enorme boom del mercado de propiedad residencial en EEUU, no muy diferente al boom del mercado de la propiedad comercial (fábricas y oficinas), además los tipos hipotecarios se hundieron y los bancos comenzaron a facilitar cada vez más las condiciones del crédito.

Mientras que antes lo habitual era que la hipoteca en EEUU equivaliese al 75 por ciento del valor de la vivienda a un tipo de interés fijo durante 30 años, mientras los precios inmobiliarios subían un moderado 3-5 por ciento anual, ahora podían conseguir el 100 por cien (o incluso más) de la hipoteca a un tipo especial de descuento próximo a cero durante los primeros años.

Además, si no podías demostrar que tenías un buen empleo con ingresos suficientes para pagar el préstamo no importaba. Como los precios inmobiliarios subían un 15 por ciento al año, fácilmente podías cubrir el coste del préstamo vendiendo o pidiendo más dinero prestado. Los bancos prestaban sin escrúpulo lo que ellos llamaban hipotecas "sub-prime" (denominadas así porque eran de prestatarios con muchos riesgos).

El boom inmobiliario despegó cuando la Reserva Federal redujo los tipos de interés por debajo del 1 por ciento y el responsable del banco entonces, Alan Greenspan, declaró en público que era una gran idea prestar y gastar más para mantener en funcionamiento la economía norteamericana. Sin embargo, en junio de 2005, las cosas comenzaron a empeorar. Primero, la subida de la inflación obligó a la Fed a cambiar su política y empezó a subir los tipos de interés. Así lo hizo durante dieciocho meses, del 1 al 5,25 por ciento. Los tipos hipotecarios subieron de manera abrupta y los prestatarios comenzaron a sentir los apuros.

Pero más importante aún, los precios inmobiliarios superaban con mucho a los ingresos, que para una familia norteamericana media apenas subieron, esos lotes de nuevas casas que entraban en el mercado ya no eran tan razonables. Los constructores tuvieron que dar un giro a sus nuevos bloques de pisos con masivos descuentos e incentivos. Finalmente, ni siquiera esto fue suficiente que estos prestatarios "sub-prime" que habían comprado sin ingresos adecuados o que habían "comprado para invertir" con la esperanza de obtener beneficios con una rápida venta de sus propiedades, ya no podían mantener sus viviendas.

Los impagos de hipotecas sub-prime pasaron del 3 al 15 por ciento en un año. Los prestamistas de repente se encontraron con una caída rápida de sus ingresos lucrativos a través de hipotecas. Y aquí es donde el problema empeora aún más.

En el gran nuevo mundo del capital financiero global, los prestamistas hipotecarios no habían puesto en sus libros estas hipotecas. Iban a otros bancos y, en particular, a las organizaciones financieras más pequeñas como fondos de alto riesgo (financiados por bloques de capital creados por algunos financieros usando el dinero de personas muy ricas y prometiendo grandes beneficios) y dijeron: ¿por qué no nos compráis un lote de hipotecas? Algunas hipotecas son prime (créditos buenos) y otras son sub-prime. Pero un lote de esta deuda hipotecaria (un activo respaldado por una hipoteca) pagará mucho más que el interés bancario o incluso que el interés de un bono del gobierno. No hay problema, decían, es realmente seguro porque los precios inmobiliarios suben y suben y, de cualquiera de las maneras, tu lote de hipotecas incluye otros productos que sí son seguros.

Después los bancos iban a los corredores de seguros y decían: ¿Por qué no ofrecéis un seguro para estos impagos hipotecarios? No va a ocurrir nada, porque podéis hacer dinero vendiendo primas a los compradores de nuestros títulos respaldados por hipotecas. Y lo hicieron.

Pronto todos estaban comprando y vendiendo títulos hipotecarios por todo el mundo. Los títulos hipotecarios sub-prime alcanzaron un global de 3 billones de dólares y las hipotecas prime (seguras) alcanzaron los 25 billones de dólares.

Estos hechos son similares a lo que ocurrió con los ahorros y los préstamos bancarios en EEUU durante la década de los años ochenta. Eran unos ahorros bancarios muy pequeños que englobaban los ahorros de toda la población de las pequeñas ciudades del centro de EEUU. Habían prestado su dinero a empresarios locales para construir oficinas, fábricas, etc.,

El boom de la propiedad comercial apareció cuando cayeron los tipos de interés y los propietarios de estos pequeños bancos pensaban que habían ganado. Comenzaron a prestar a empresas para grandes proyectos comerciales ofreciendo un tipo de interés fijo y muy bajo. Pero después los tipos de interés comenzaron a subir al dispararse la inflación, a finales de los años ochenta. Estos bancos de repente tenían que pagar tipos más elevados a sus depositarios, pero no podían subir los tipos de interés a sus prestatarios empresariales. Los bancos se hundieron o sus propietarios se dieron a la fuga con los depósitos de la población local.

El desastre de los ahorros y los préstamos de la década de los ochenta y la crisis de las sub-prime, son ejemplos de cómo el capitalismo corrupto y codicioso intenta mantener el impulso económico girando hacia sectores improductivos porque los sectores productivos se han debilitado.

En EEUU, la tasa de beneficio conseguida por todos los sectores de la inversión capitalista alcanzó su punto máximo en 1997. Como explicaba Marx, los capitalistas intentan continuamente aumentar los beneficios que consiguen de sus trabajadores. Si no lo hacen, sus competidores les superarán en precio o inversión con costes inferiores.

Esta competencia obliga a los capitalistas a encontrar nuevas formas de aumentar sus beneficios. Una vez han agotado la explotación de la fuerza laboral, sólo pueden conseguir beneficio utilizando nuevas formas de tecnología que ahorran trabajo. Eso requiere invertir más capital extra en maquinaria y plantas que en trabajo. Este aumento de la proporción (que Marx denominó composición orgánica del capital) comienza a reducir la tasa de beneficio, justo cuando la masa o el total de beneficios aumenta. Finalmente, la caída de la tasa de beneficio ejercerá la suficiente influencia como para detener el aumento de la masa de beneficios.

Ese proceso comenzó en 1997. Finalmente, el boom de la tecnología de la información de los años noventa estalló en el colapso bursátil de 2000 y la masa de beneficio dejó de subir en 2001, y hubo una recesión suave. Pero la recesión sólo fue suave porque el capitalismo intentó mantener el sistema con la expansión del crédito a sectores improductivos como el financiero y el inmobiliario. El boom inmobiliario sirvió de colchón frente al colapso de las fuerzas productivas. Esta circunstancia incluso hizo retroceder la caída de los beneficios durante un tiempo, desde 2002 a 2006. El empleo y el crecimiento económico también subieron.

Para conseguirlo hubo una enorme expansión del crédito monetario, en realidad es la mayor de la historia capitalista. Marx lo denominó capital ficticio. El crédito es oferta monetaria (emisión de billetes y aumento de las reservas bancarias), deuda (emisión de bonos y préstamos) y valores bursátiles (aumento de los precios por la compra y venta de acciones de las empresas). Cuando la expansión supera a la acumulación de capital real, entonces es ficticio. Los precios de las acciones, bonos e inmobiliarios no corresponden con el valor apropiado por los capitalistas a través de la venta de las mercancías y servicios producidos por los trabajadores en las fábricas, oficinas y transporte, es decir, beneficios.

En los primeros siete años de la década de 2000, el capital ficticio creció más de un 25 por ciento al año, comparado con el crecimiento de la producción real en el mundo capitalista (un máximo de 5-7 por ciento anual). La oferta monetaria emitida por los bancos centrales subió un 7 por ciento anal, mientras que los bancos aumentaron los préstamos más de un 10 por ciento al año. Y después, estaba la emisión de bonos de las grandes empresas y gobiernos. Esa forma de crédito subió más del 15 por ciento al año y alcanzó en 2006 los 73 billones de dólares, aproximadamente el 140 por ciento de la producción mundial anual.

Pero la parte más asombrosa de la explosión de capital ficticio fue el valor de lo que se denomina contratos derivados (derivated contracts). De los 70.000 millones de dólares en deuda, aproximadamente 11.000 millones eran "vendidos" en distintos contratos derivados de esa deuda. Estos derivados, en esencia, son apuestas sobre el futuro valor de un bono, una hipoteca o una acción, aumentaron su valor a unos impresionantes 550 billones de dólares, once veces la producción mundial anual.

Esta circunstancia facilitó el dinero que permitió a los prestatarios comprar propiedades, acciones u otros activos en grandes cantidades. Pero la mayor parte de esta expansión del crédito a sectores improductivos de la economía capitalista, aunque creen empleo e ingresos, como Marx explicó, bajo el capitalismo es improductiva porque no crea valor que pueda ser utilizado para reinvertir en nueva producción e impulsar la economía hacia delante. En realidad, cada vez iba más dinero a los mercados bursátiles e inmobiliarios, y cada vez había menos disponible para inversión en industria, nueva tecnología o mejores cualificaciones para la mano de obra.

Como hemos demostrado, una de las características del capitalismo moderno en su fase de declive es que el capital cada vez se invierte más en sectores improductivos que en productivos. Por ejemplo, el sector financiero ahora contribuye al 30 por ciento de los beneficios de las empresas capitalistas en EEUU. Si dejamos esto a un lado, a los sectores productivos de la economía no les ha ido tan bien. En realidad, la tasa subyacente de beneficio ha caído durante un período de décadas, incluso aunque existan largos períodos de aumento.

La crisis del crédito es otra cara de la moneda. Una vez que el mercado inmobiliario norteamericano comenzó a colapsar a partir del verano de 2005, el masivo boom del crédito demostró ser lo que era, una fantasía, no basada en valores reales.

Ahora la burbuja crediticia ha estallado como ocurrió con las punto.com en 2000, y como ocurrió con la burbuja de ahorros y préstamos en las hipotecas comerciales a mediados de los años ochenta en EEUU, lo mismo que sucedió con la burbuja crediticia en Japón a finales de los ochenta.

Los bancos ahora han endurecido las condiciones de los préstamos. Lo mismo ocurre con los fondos de alto riesgo y los corredores de seguros. El crédito se contrae rápidamente, cuando el capital ficticio se evapore se podrá ver el nivel real de los valores. Este valor real es mucho más bajo que el nivel de producción, empleo e ingresos, y por supuesto, muy inferior al nivel de beneficios.

El colapso del crédito será tan severo en los próximos años cuando lo fue la expansión del capital ficticio estos últimos cinco años. Y en esta ocasión, el ciclo de beneficio también a largo plazo es un ciclo descendente que todavía le queda algo para tocar fondo. Al mismo tiempo, continúa la espiral descendente a largo plazo de los precios de las acciones, que expresa la confianza que los capitalistas tienen en su propio sistema. Finalmente, el mercado inmobiliario global también está cayendo, no sólo en EEUU, también en Gran Bretaña, Europa y algunas zonas de Asia.

En todas partes las flechas apuntan al capitalismo. Esta caída sincronizada de la rentabilidad, el crédito, los precios de las acciones e inmobiliarios, presagian una recesión económica importante para 2009-2010, o incluso antes. La crisis del crédito provocará el peor fracaso global de la producción capitalista desde 1980-1982, quizá incluso tan mala como la de 1929-1933.


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