Este hallazgo ponía a Inglaterra en el centro de atención de la antropología. Lugar que ocupaba Francia desde hacía tiempo que disfrutaba de una gran cantidad de restos arqueológicos prehistóricos. Uno de los libros dedicado a este descubrimiento recibió el chovinista título de El primer inglés.
Este hallazgo, conocido como cráneo de Piltdown, fue uno de los fraudes arqueológicos más sonados de todos los tiempos. Visto a posteriori Piltdown es un fraude evidente. El cráneo pertenece a un humano moderno y la mandíbula a un orangután. La mandíbula carecía precisamente de las partes que podían demostrar definitivamente que pertenecían al mismo espécimen, la barbilla es el carácter que nos distingue de cualquier otro primate vivo o fósil y las articulaciones ponen fácilmente en evidencia si los huesos han pertenecido al mismo individuo.
Nunca se ha aclarado del todo de quien fue obra el fraude, pero más importante que eso, es saber como un fraude tan descarado fue aceptado por la mayor parte de la comunidad científica inglesa durante cuatro décadas.
En 1876 Engels escribió un texto que dejó inacabado en el que exponía su punto de vista sobre cuales habían sido los motores decisivos en la evolución humana desde una perspectiva marxista. Esta obra no fue publicada hasta 1896, un año después su muerte, con el título: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre.
Cuando Engels escribió este artículo no había apenas evidencia fósil sobre nuestros antepasados. En 1856 se había descubierto el primer Neandertal, hasta finales del siglo XIX no se descubrió los primeros restos de Homo erectus. Prácticamente nada en comparación a lo que conocemos hoy en día.
En esta obra inacabada Engels traza en líneas generales los factores que determinaron la evolución humana y que son hoy plenamente aceptadas por la comunidad científica. A saber, que el paso de andar a cuatro patas a la bipedestación liberó las extremidades superiores permitiendo una mejor manipulación de objetos, que la fabricación de herramientas fue anterior al crecimiento cerebral y que además fue motivo de selección natural, con lo que se podía decir que el trabajo creó al hombre.
El primer humano al que se atribuye capacidad de producir herramientas de piedra es el Homo habilis hace dos millones de años. Aunque hay industria anterior (2,4-2,6 millones de años en Kada Gona, Etiopía) no queda claro quien es el autor, una hipótesis por proximidad de los fósiles es que fuera el Australopithecus garhi. El Homo habilis era perfectamente bípedo y tenía una capacidad craneal de unos 600 cc, poco más que un chimpancé y la mitad de un cráneo humano moderno.
Hay ciertos errores en el texto de Engels pero en lo fundamental es correcto, anticipándose así en 81 años al texto de Sherwood L. Washburn titulado: Utensilios y evolución humana, en el que se plantea grosso modo, por primera vez en la antropología moderna, las mismas ideas que Engels. Por cierto, que se sepa, este autor no conocía el trabajo de Engels.
¿Qué tienen que ver estos dos hechos? ¿Cómo puede Engels sin prácticamente ninguna evidencia anticiparse en ocho décadas a la moderna teoría antropológica? ¿Cómo se acepta Piltdown como auténtico a pesar de ser un fraude evidente durante 40 años?
La filosofía marxista es materialista. Esto significa que sea cual sea el proceso que se estudie, las causas se deben buscar en la materia y en el desarrollo de la misma. Incluso, si se trata de la evolución humana, que da como resultado un ser consciente (con “espíritu”). Engels vio en el trabajo, precisamente lo que nos diferencia de los demás animales, el motor de nuestra evolución y del aumento de nuestro volumen cerebral y de nuestra capacidad cognitiva.
Sin embargo en Occidente la idea dominante, exceptuando los círculos marxistas, era que la razón, característica exclusiva de nuestra especie, había sido el motor de la evolución. Este punto de vista idealista, del que no se libraban ni siquiera los más grandes defensores del evolucionismo, anteponía el crecimiento cerebral al bipedismo y demás modificaciones que ha sufrido nuestro linaje, a partir de los descendientes cuadrúpedos.
Fue en este contexto donde un fraude tan escandaloso como el cráneo de Piltdown fue tomado en serio y defendido a ultranza por la conservadora clase científica inglesa. Piltdown confirmaba la idea preconcebida que tenían los antropólogos: la inteligencia, la razón, etc., eran anteriores a cualquier evolución física, era el motor de nuestra propia evolución. ¿Cuál era el origen de esa inteligencia? ¡Dios lo sabe!
En la década de los sesenta toda una serie de arqueólogos occidentales, con una gran cantidad de fósiles estudiados, empezaron a plantear la teoría moderna de la evolución humana, poniendo en su sitio el papel del trabajo como motor fundamental.
El arqueólogo norteamericano Bruce G. Trigger escribió un libro titulado: F. Engels, precursor de la teoría antropológica contemporánea, publicado en 1974 en el que reconocía la anticipación del pensador marxista “que no sólo era resultado de la lógica incisiva de Engels, sino también de la visión materialista del hombre, que Engels había adquirido de Marx, y de su rechazo deliberado de la posición idealista, que continuaría dominando durante mucho tiempo en Europa Occidental y en América” (pág. 18).
Hoy muchos científicos siguen despreciando la filosofía en general y el marxismo en particular. Y sin embargo, todos tenemos una filosofía que determina como vemos el mundo y como interpretamos los hechos. Si no tenemos una filosofía consciente absorberemos la filosofía dominante plagada de idealismo. El texto de Engels ha sido fácilmente asequible durante todo el siglo XX, sin embargo no hay noticias de que haya sido mencionado por ningún antropólogo o arqueólogo hasta pasada la segunda mitad del siglo anterior (exceptuando la Unión Soviética que no pudo aprovechar la ventaja deductiva que el marxismo le proporcionaba porque el estalinismo se había encargado de convertirlo en una caricatura).
Esta obra es un pequeño tesoro científico que pone en evidencia la importancia de tener un sistema filosófico sólido sobre el que basar las investigaciones. Posiblemente nos hubiésemos ahorrado 80 años de búsqueda infructuosa.
Carlos Rosich Montagut
Estudiante de Arqueología