En la oficina de la seguridad (GPU), dos muchachos de uniforme jugaban al dominó sobre una mesa sucia. Un frío miserable emanaba de la estufa apagada. Uno de los dos examinó los papeles entregados por Pajomov. "Criminal de Estado", le dijo a su compañero, y los dos miraron a Rishik con dureza. Rishik sintió las mechas blancas de sus sienes erizarse un poco; una sonrisa agresiva le descubrió las encías violáceas y dijo: Usted sabe leer supongo. Eso quiere decir: viejo bolchevique, fiel a la obra de Lenin...
Los papeles, en realidad el expediente de la GPU dedicado al viejo bolchevique y oposicionista de izquierda Rishik, decían así: "...antiguo obrero de la fábrica Hendrikson en Vassili-Ostrov, San Petersburgo, miembro de la fracción bolchevique desde 1906, deportado al Lena en 1914, vuelto de Siberia en 1917, tuvo varias entrevistas con Lenin luego de la conferencia del 17 de abril, miembro del Comité de Petrogrado del Partido Bolchevique durante la guerra civil... Comisario de una división del Ejército Rojo durante la marcha sobre Varsovia, trabajaba entonces con Smilga, del Comité Central, Rakovsky, jefe del gobierno de Ucrania, Tujachevsky, comandante del ejército, tres enemigos del pueblo demasiado tardíamente castigados en 1937 (...) excluido del partido en 1927, arrestado en el 28, deportado a Minusinsk, Siberia, en julio del 29, condenado por el Colegio Secreto de la Seguridad a tres años de reclusión, enviado al confinamiento solitario de Tobolsk, donde se volvió líder de la tendencia llamada de los "intransigentes", que publicaba una revista llamada El Leninista...".
La imponente biografía revolucionaria de Rishik es una de las muchas que desfilan en esta conmovedora obra de la literatura socialista que es El caso Tuláyev, trabajo cumbre de Víctor Serge, revolucionario, militante bolchevique y luchador irreconciliable contra el estalinismo. Concluida en 1942 en Ciudad de México, El caso Tuláyev se escribió bajo el ritmo tortuoso del exilio de Serge tras su liberación de los campos de concentración estalinistas y su llegada a Francia en 1936. En la capital mexicana, Víctor Serge libró una batalla desigual contra sus calumniadores estalinistas, los mismos que degollaron la revolución española y asesinaron vilmente a León Trotsky. Serge moriría un 17 de noviembre de 1947 sin ver publicada su gran obra.
Los bolcheviques leninistas
En un duro descenso a los infiernos de una infamia creada por los sepultureros de la Revolución de Octubre, El caso Tulayev es una implacable denuncia de la fábrica de amalgamas y falsas confesiones arrancadas mediante tortura y, por encima de todo, un tributo a la generación de revolucionarios, la vieja guardia bolchevique, asesinada por el termidor contrarrevolucionario del estalinismo. La obra de Serge sigue la estela de otras grandes narraciones contra el terror burocrático y en defensa de la causa limpia del socialismo: es el caso del inolvidable libro de Elisabeth K. Poretski Nuestra propia gente; el desgarrador testimonio personal del antiguo combatiente de las Brigadas Internacionales, Artur London, en L' aveu (La confesión) o el del jefe del servicio de espionaje soviético Leopold Trepper, en su obra inmortal El gran juego.
Es fácil reconocer las similitudes de la trama que impulsa la narración en la obra de Serge y el asesinato de Serguei Kirov, responsable del Partido Comunista en Leningrado, cuya muerte a manos del joven León Nicolaiev, un mero instrumento de las provocaciones de la GPU, fue la excusa utilizada por Stalin para organizar los infames juicios de Moscú de 1936 y 1937. Con sus confesiones delirantes, los juicios farsa inauguraron la era de las grandes purgas en la que se exterminó a los hombres y mujeres que protagonizaron la Revolución de Octubre (la mayoría de ellos asesinados de un tiro en la nuca en los sombríos sótanos de las cárceles secretas estalinianas), y de cientos de miles de comunistas que se opusieron en diferente grado al curso contrarrevolucionario de los acontecimientos. De todos ellos, los llamados así mismos bolcheviques-leninistas, y calificados de trotskistas por los nuevos caudillos burocráticos, resistieron hasta el final, sin aceptar las confesiones fabricadas en los despachos de la GPU, manteniendo intacta la bandera revolucionaria aunque eso les costara la muerte en las condiciones más terribles. No eran pocos.
Pierre Broue, en su imprescindible libro Comunistas contra Stalin, dice de estos hombres y mujeres: "Esos aproximadamente diez mil opostsioneri [oposicionistas de izquierda], ¿eran el residuo de un pasado caduco o un germen de futuro? (...) Pensamos que ese vivo residuo hubiera podido convertirse en un irresistible germen. Para asegurar su poder y aumentar sus privilegios, los burócratas afectos a Stalin debían eliminar a sus portadores, hasta el último de ellos -Matarlos a todos-."1
¡Matarlos a todos! No dejar rastro. Han pasado cerca de veinte años del colapso de la URSS y de los países del mal llamado socialismo real en Europa del Este. Los burócratas que se cubrían tras la bandera de la hoz y el martillo y las obras de Lenin, son hoy los dueños de empresas privatizadas o dirigen las sucursales locales de los grandes monopolios capitalistas occidentales. Se han convertido en millonarios sin escrúpulos y han roto con cualquier vínculo que les ligase a las ideas del socialismo, aunque en realidad esos vínculos habían dejado de existir hacía décadas. Aprovechándose de las posiciones materiales que disfrutaban en la época soviética y de su control del aparato estatal, estos conversos defienden con ardor el nuevo credo capitalista ayudando a resucitar toda la vieja escoria que lo acompaña: el águila bicéfala del zarismo, la iglesia ortodoxa, la más brutal represión, el crimen, la prostitución, la desigualdad económica más insultante, la opresión nacional y las viejas aspiraciones imperiales...
Toda esta transformación no es casual: tiene una explicación objetiva, material, como consecuencia directa de aquella traición que la burocracia estalinista cometió contra la causa de la revolución mundial y su política de exterminio del Partido Bolchevique y la Tercera Internacional. Ahora es relativamente sencillo entenderlo, pero en los años treinta o en tiempos no tan lejanos, denunciar esta impostura criminal dentro del movimiento obrero era garantía para ser acusado de "trotsko-fascista", enemigo del socialismo. Cientos de miles de los mejores hijos de la clase trabajadora murieron por defender esta verdad.
Nuestras diferencias políticas con Víctor Serge, y con su trayectoria tras su exilio de la URSS, son grandes. Pero este hecho no puede impedir reconocer la valía de este gran libro que es El caso Tuláyev, un pedazo de verdad sobre la historia de la contrarrevolución estalinista. Un libro que recomendamos a todos aquellos militantes comunistas que quieren aprender del pasado para preparar el futuro. Al fin y al cabo ese era también el mensaje de Serge, cuando previendo el fin de la guerra y su posible vuelta a Europa escribió las siguientes palabras: "Nada ha terminado. Estamos en el comienzo de todo. A través de tantas derrotas, unas merecidas, otras gloriosamente inmerecidas, es evidente que la razón más que el error está de nuestra parte. ¿Quiénes son los que pueden decir lo mismo? Solamente al socialismo corresponde aportar mañana, a la revolución iniciada, una doctrina renovadora de la democracia, una afirmación irreductible de los derechos del hombre, un humanismo total que abarque a todos los hombres".
1. Pierre Broue, Comunistas contra Stalin,