Este año se cumple el 20º aniversario de una huelga general emblemática, la del 14 de diciembre de 1988, contra un gobierno socialista presidido por Felipe González. Los motivos por los que el 14-D pasó a la historia son diversos: un arranque espectacular, un seguimiento masivo, el gobierno tuvo que rectificar, sus efectos perduraron durante varios años... Pero entre ellos también hay uno político: el 14-D simboliza el fin de la confianza de amplios sectores de la clase obrera en el PSOE de Felipe González, el fin de una época en el Estado español. Nada fue igual tras aquella huelga general.
La causa inmediata del 14-D fue el Plan de Empleo Juvenil (PEJ) aprobado por el gobierno, rebautizado, dado su contenido, como Plan de Esclavización Juvenil. El PEJ proponía crear un nuevo contrato precario, discriminar laboral y salarialmente a los menores de 25 años (no tendrían derechos sindicales y cobrarían menos por el mismo trabajo) y establecer generosas subvenciones para los empresarios. En realidad, el objetivo del PEJ era facilitarles a los empresarios la explotación de la mano de obra y el incremento de sus beneficios, y, lejos de crear empleo, provocaría la sustitución de empleo fijo por empleo precario y, por tanto, significaría la pérdida de puestos de trabajo estables.
El 14-D estuvo precedido por toda una serie de movilizaciones estudiantiles organizadas por el Sindicato de Estudiantes. El 24 de noviembre se celebró una jornada de lucha de la Formación Profesional y el 1 de diciembre hubo una huelga general de toda la enseñanza y una gran manifestación en Madrid, en la que participaron los secretarios generales de CCOO y UGT, en aquel entonces Antonio Gutiérrez y Nicolás Redondo respectivamente. La extraordinaria respuesta obtenida por las movilizaciones del Sindicato de Estudiantes fue un anticipo de lo que tendríamos el 14-D.
El día D
La huelga no pudo empezar mejor. A las 00:00 horas, la señal de TVE (todavía no existían las cadenas privadas) desapareció repentinamente de los televisores de los hogares españoles, anunciando ya el éxito de la huelga.
El resto de la jornada no desmereció ese arranque. Más de ocho millones de trabajadores y tres millones de estudiantes participaron en la huelga, y más de un millón se manifestaron ese día por las calles de decenas de ciudades y pueblos, siendo en muchos casos las mayores manifestaciones en la historia de la localidad. Dada la falta de transporte público ese día, la manifestación de Madrid se celebró el 16, con una asistencia en torno a 700.000 personas.
La reacción inicial del gobierno fue seguir como si nada hubiese pasado y declarar que no iba a ceder a la presión de la calle. Pero la huelga general había sido un auténtico terremoto y sus efectos se dejaron sentir a lo largo de los siguientes meses y años. Tuvo que retirar el PEJ, el PSOE y la UGT se enfrentaron abiertamente, las negociaciones entre el gobierno y los sindicatos se rompieron... Además, CCOO y UGT elaboraron, por primera vez desde 1978, una plataforma reivindicativa común para la negociación colectiva de 1989 y celebraron un 1º de Mayo unitario. Pero el principal efecto de la huelga fue que la clase obrera recuperó la confianza en sus propias fuerzas, lo que se dejó notar en la negociación de los convenios del año siguiente y posteriores, obteniéndose en muchos casos mejoras importantes.
El fin de un ciclo
Para comprender la respuesta obtenida por esta huelga general hay que mirar atrás. La clase obrera había luchado en los años 70 contra la dictadura y sus herederos, la Unión del Centro Democrático de Adolfo Suárez, que ganó tanto las elecciones de 1977 como las de 1979. Esos gobiernos de la derecha fueron muy débiles porque el miedo a los trabajadores los paralizaba. Pero la llamada "crisis del petróleo" golpeó con toda su fuerza la economía española, provocando en pocos meses el despido de cientos de miles de trabajadores. La respuesta de los dirigentes sindicales fue los famosos pactos de la Moncloa, un acuerdo con la derecha y la patronal para aunar esfuerzos para salir del atolladero a través de medidas como la moderación salarial. Los pactos inauguraron un rosario de acuerdos con la patronal justificados por la falsa idea de que contribuir a la buena marcha de las empresas se traduciría en beneficios, éstos en inversión y la inversión, en empleo.
Por supuesto, los pactos de la Moncloa no resolvieron nada y el malestar social se acumuló. Pero, dado que ese malestar no se podía expresar en el frente sindical por la política de CCOO y UGT, los trabajadores giraron hacia el frente electoral. Este giro se expresó en los 10 millones de votos del PSOE en las elecciones generales del 28 de octubre de 1982. Esta arrolladora victoria socialista despertó un entusiasmo desbordante, pero la alegría iba a durar poco.
La primera legislatura socialista (1982-86)
Los ataques del gobierno de Felipe González no se hicieron esperar. Sin cuestionar el capitalismo, cosa que la dirección del PSOE no hacía, era imposible que pudiese acometer reformas importantes, dada la situación económica. Así, se pasó sin apenas transición alguna de prometer la creación de 800.000 puestos de trabajo a un plan salvaje de reconversión industrial.
Los despidos en Altos Hornos del Mediterráneo (1983) y en el sector naval (1984-85). Ambas provocaron enormes y combativas manifestaciones obreras y abrieron una etapa de duros enfrentamientos entre CCOO y UGT. Y en 1985 el gobierno aprobó una reforma de las pensiones (elevar el período de cálculo de dos años a ocho). UGT la apoyó, pero CCOO la consideró un ataque tan grave, que el 20 de junio convocó en solitario una huelga general.
La primera legislatura se saldó con la ruptura de la confianza de amplios sectores de la clase obrera en Felipe González. Habían votado al PSOE para que las cosas cambiasen, pero su gobierno había hecho todo lo contrario de lo prometido.
La segunda legislatura socialista (1986-90)
En 1986, el PSOE repitió la mayoría absoluta. Interpretando empíricamente que esto era un aval a su política, el gobierno siguió por la misma senda, y tuvimos la lucha contra el cierre de Forjas de Reinosa.
Pero, a pesar de la mayoría absoluta, las cosas habían cambiado mucho. La situación era un polvorín, como reconoció Gerardo Iglesias, secretario general del PCE y coordinador de IU, quien, contestando unas acusaciones del secretario de Organización del PSOE, dijo que "si CCOO y el PCE no hubieran sido cauce responsable para tantos desaguisados como han hecho los dirigentes del PSOE, España sería ahora un polvorín, habría cien Reinosas" (El País, 1/6/1987).
Decepcionados en el frente político, era inevitable que los trabajadores se orientasen de nuevo hacia el frente sindical. Pero los grandes movimientos de la clase obrera suelen estar precedidos por la movilización de la juventud. Y así ocurrió, con el estallido de las grandes luchas estudiantiles del curso 86-87, que obligaron al gobierno del PSOE a hacer importantes concesiones y convirtieron al Sindicato de Estudiantes en un referente.
El éxito de dichas luchas contagió a la clase obrera. Los trabajadores pensaron: "Si pudieron nuestros hijos, ¿cómo no vamos a poder nosotros?". Uno tras otro, en la primavera de 1987 todos los sectores se lanzaron a la lucha, en una explosión reivindicativa que impidió, por primera vez desde la transición, que ese año se firmase un pacto de moderación salarial entre los sindicatos y la CEOE.
El camino hacia el 14-D
La huelga general ya estaba implícita en la situación. El motivo para no convocarla lo explicó muy bien Josep Lluis Atienza, dirigente del PSUC, en un artículo de opinión titulado "La huelga general, un arma de doble filo". Después de reconocer que "el síndrome del movimiento estudiantil podría haber llevado a la tentación de intentar hacer lo propio con el movimiento sindical", el artículo acababa así: "Al día siguiente del día D, en los centros de trabajo la pregunta sería: ‘¿Y ahora qué?'. Como no se posee la respuesta, ha sido mejor no dar ocasión a la pregunta" (El País, 7/4/1987). Es difícil imaginar una declaración más breve de bancarrota política.
Pero, dadas las circunstancias objetivas, la huelga general era cuestión de tiempo. Además, el crecimiento de la economía y de los beneficios empresariales animaba a los trabajadores a romper con años y años de contención salarial. Cuando a finales de octubre de 1988 el gobierno aprobó el PEJ, las reacciones no se hicieron esperar. La primera fue la del Sindicato de Estudiantes: "El Sindicato de Estudiantes propuso ayer a CCOO y UGT la celebración de la huelga general de 24 horas en protesta por el citado plan. Esta fue la iniciativa más destacada del II Congreso del Sindicato de Estudiantes, que ayer celebró su jornada de clausura con la presencia del presidente de CCOO, Marcelino Camacho, y del secretario de formación de UGT, José Manzanares. Ambos se comprometieron a trasladar a las ejecutivas de sus sindicatos esta propuesta para que en su caso la aprueben" (La Voz de Galicia, 2/11/1988).
Quien más dudas tuvo fue la UGT. "La única condición que UGT pondrá a CCOO en la reunión que mantendrán hoy para acordar un calendario común de movilizaciones contra la política económica y social del gobierno es que no se trate de una huelga general, según declaró ayer Nicolás Redondo". Esto decía El País el 12 de noviembre. Un mes antes de la huelga general, ¡la UGT la rechazaba! ¿Cómo fue posible entonces el 14-D?
El apoyo de UGT a la reconversión industrial hizo que fuese vista como el sindicato del gobierno, lo que provocó que en las elecciones sindicales de 1986 sufriese severas derrotas en muchas grandes empresas. Evidentemente, esto tuvo su efecto en UGT. No quería enfrentarse con el PSOE, pero el gobierno la ponía cada vez más entre la espada y la pared. El resultado fue una creciente diferenciación interna en la dirección ugetista, que acabó llevando a una seria crisis unos meses antes del 14-D, saldada con la exclusión del sector más derechista y pro-gubernamental. Probablemente Nicolás Redondo quería evitar ahondar el cisma, pero las circunstancias objetivas eran tan poderosas, que su voluntad subjetiva fue irrelevante.
Lecciones del 14-D
Hoy volvemos a tener un gobierno socialista y a estar en una encrucijada económica. Como hace veinte años, el PSOE tiene que elegir si gobierna para los trabajadores o para los empresarios. Lamentablemente, los hechos están demostrando que apuesta por lo segundo. Si Zapatero sigue por el camino que lleva, es inevitable que los trabajadores acaben luchando contra sus medidas, y la experiencia de la escuela de Felipe González pesará en la conciencia.
La burguesía puede intentar dificultar la lucha de muchas maneras, empezando por corromper a los dirigentes sindicales (es innegable que su pasividad es un obstáculo). Pero si la burguesía no puede evitar la lucha obrera ni con represión ni con dictaduras, mucho menos la podrá evitar con burocracia sindical. En última instancia, lo determinante son siempre las condiciones objetivas.
La única manera en que la burguesía podría conseguir la paz social es elevando el nivel de vida de las masas, y esto está totalmente descartado en una época de crisis orgánica del capitalismo. La actual situación económica es una receta acabada para la lucha de clases, que inevitablemente repercutirá en los sindicatos, obligándolos a reflejar el ambiente real que existe entre los trabajadores. Ningún burócrata podrá evitarlo, y el que lo intente será barrido por el vendaval.