El enorme odio hacia la dictadura se le unió el malestar creciente contra el capitalismo, el cual entraba en toda Europa en una crisis económica muy profunda. En el Estado español la crisis comenzó hacia 1974, agravándose especialmente en el año 1975. Esta mezcla explosiva de oposición al régimen y de descontento creciente por la situación económica preparó el terreno para una lucha de unas proporciones gigantescas.
La burguesía, igual que sucede con la revolución de los años 30, ha tergiversado estos acontecimientos convenientemente. A través de los grandes medios de comunicación la clase dominante pinta un cuadro casi idílico de aquellos años: una llamada Transición pacífica, de la dictadura a la democracia, la cual la utilizan como propaganda del ejemplo a seguir por otros países. Pero tal “transición pacífica” no existió, pues desde 1975 a 1982, entre el gobierno y las organizaciones fascistas armadas como los Guerrilleros de Cristo Rey, la Triple A o la Falange acabaron con la vida de 188 personas. Además, en el 76% de las manifestaciones la policía lanzó violentas ofensivas, hiriendo a centenares de manifestantes.
La motivación para esta represión salvaje era que la clase trabajadora, la juventud y sectores importantes de las capas medias habían entrado en una época de efervescencia política y social prerrevolucionaria. La burguesía y su régimen agonizante temían que la lucha fuera demasiado lejos. El movimiento obrero que tanto les aterraba estaba desplegando sus músculos de forma inaudita, especialmente después de 1975, tras la muerte de Franco: “en la curva ascendente de la lucha huelguística podemos ver el proceso de la toma de conciencia de los trabajadores: en el trienio 1964-66 hubo 171.000 jornadas de trabajo perdidas en conflictos laborales; en 1967-69 hubo 345.000; en 1970-72 hubo 846.000 y en 1973-75 hubo 1.548.000. Posteriormente, después de la muerte de Franco, el movimiento huelguístico adquiere unas dimensiones insólitas: desde 1976 hasta mediados de 1978 se perdieron nada menos que 13.240.000 jornadas en conflictos laborales”. (La Transición. Un análisis marxista. Fundación Federico Engels).
Estas movilizaciones impresionantes en un principio se centraron en temas económicos, especialmente salariales, pues la crisis alimentaba una inflación galopante que consumía unos salarios muy bajos. En 1973 la inflación era de un 12% y en 1976 de un 20%. El pan había subido un 40% en el primer trimestre. Otro grave problema era el paro, que se triplicó en poco más de dos años, pasando de 300.000 en 1974 a más de un millón a finales del 76 (y eso que a las mujeres no se las contaba como desempleadas). Pero fruto de la represión, las luchas laborales tardaron poco en politizarse. A cada latigazo de la dictadura la respuesta era una mayor radicalización de las luchas y de sus reivindicaciones. A las peticiones de subidas salariales se unieron otras como derechos sindicales, amnistía para los presos políticos, abajo la monarquía asesina o Asamblea Constituyente Revolucionaria.
Entrando en la lucha como obreras
En 1976 las mujeres de 16 a 24 años tenían una tasa de actividad que rozaba el 50%. Si bien era evidente que su participación en el mercado laboral había dado un salto con respecto el pasado, todavía era muy pequeña y, sobre todo, muy precaria, pues los puestos reservados para las mujeres fueron los menos cualificados y más explotados. En la industria, donde las condiciones eran algo mejores que en otros sectores, en 1971 las mujeres sólo suponían un 14,8% del total de mujeres ocupadas. En cambio, en el sector servicios, mucho más desprotegido, en 1975 eran el 53%.
Su situación de precariedad laboral, en un momento de alta conflictividad social hizo que estas mujeres obreras se concienciaran rápidamente de su papel y de la necesidad de unirse a sus compañeros de clase para conseguir derechos. Así, miles de obreras entraron a formar parte de los sindicatos, especialmente las Comisiones Obreras que se estaban formando dentro del sindicato vertical y que el PCE estaba extendiendo y dirigiendo. Algunas de las más luchadoras fueron ganadas a los partidos obreros de masas, sobre todo al PCE. Estas trabajadoras estuvieron en la primera línea de fuego de la lucha obrera, protagonizando huelgas importantes en las que reivindicaban, entre otras muchas cosas, igual salario que el de sus compañeros.
Las amas de casa de familias obreras no se quedan atrás
Pero la mayoría de las mujeres asalariadas cuando se casaban o tenían hijos abandonaban el mercado laboral masivamente. En 1976 las mayores de 25 años sólo tenían una tasa de actividad del 27%, es decir, un 73% de las mujeres no trabajaba fuera de casa.
Partiendo de esto, la participación social y política de las mujeres no se pudo dar a través de los mismos cauces que el de los trabajadores masculinos, o sea, los sindicatos y los partidos políticos. Pero la convulsión social era tan grande que encontraron vehículos propios a través de los cuales expresaron su potencial de lucha, y estos fueron fundamentalmente las Asociaciones de Vecinos de los barrios, las Asociaciones de Amas de Casa y los Comités de Solidaridad con las luchas obreras en las que sus maridos estaban inmersos.
Aunque las Asociaciones de Amas de Casa estaban controladas por la Sección Femenina de la Falange Española, las mujeres de la clase obrera cambiaron durante un tiempo el carácter de algunas de estas asociaciones, siendo un instrumento para luchar contra la carestía de la vida. El PCE, igual que utilizó el sindicato vertical para extender las Comisiones Obreras, también lo hizo con las Asociaciones de Amas de Casa. El Movimiento Democrático de Mujeres (MDM) creado por el PCE en 1968 entró en estas asociaciones y las utilizó para llegar a las mujeres de la clase obrera, hasta que fue expulsado.
El MDM también participó muy seriamente en las Asociaciones de vecinos, las cuales se utilizaban para reivindicar especialmente aquello relacionado con la falta de infraestructuras básicas. En la mayoría de las zonas rurales no había ni agua corriente en las casas, ni carreteras que facilitaran el acceso a los pueblos, ni colegios. Las ciudades no se quedaban lejos de los problemas rurales. Los barrios obreros, muchos de ellos construidos de forma salvaje, levantados sin la más mínima planificación racional, aprovechándose de la necesidad de vivienda de los millones de emigrantes, carecían de servicios básicos como ambulatorios, colegios e incluso alcantarillas. Las mujeres encontraron en la lucha vecinal un gran espacio en el que poder plantar cara a la dictadura. A través de esta primera militancia, las más activas y avanzadas entraban en contacto con los partidos políticos de izquierdas.
A través de los Comités de Solidaridad con las empresas en lucha, miles de mujeres apoyaban las reivindicaciones de subidas salariales y de protección social tan importantes para evitar que, en plena crisis, ellas y sus familias sufrieran un deterioro de sus condiciones de vida.
El MDM que nació en un primer momento con el objetivo de apoyar a los presos políticos y reforzar la lucha por la amnistía, amplió sus reivindicaciones, y se reforzó especialmente participando de estas tres formas de lucha. Esto le valió no pocas críticas por parte de las numerosas organizaciones feministas nacientes. Algunas de estas reprochaban al MDM que se centrase en las luchas contra la carestía de la vida, porque decían que daban prioridad a cuestiones de “carácter ciudadano” frente a las de “carácter feminista”. La consecuencia, según ellas, era que no se ponía en cuestión la función del ama de casa y, por tanto, se ayudaba a reforzar la ideología dominante y sexista de la división del trabajo. Pero estas posturas fueron vistas entre muchas mujeres provenientes de la clase obrera como sectarias y no conectaron en general con su experiencia.
Las mujeres de familias trabajadoras, que eran la mayoría aplastante, habían estado sometidas durante cuarenta años a un aislamiento social criminal. La condición de ama de casa a la que las habían reducido se daba en circunstancias muy distintas a las de las amas de casa de la pequeña, mediana, y por supuesto, gran burguesía. Estas mujeres humildes tenían la obligación de administrar el muy escaso dinero que llegaba a casa a través de sus maridos. Por eso es natural que cuando este dinero menguaba cada día más por la crisis, siendo incapaces de hacer frente a las responsabilidades que la sociedad les imponía, las mujeres se unieran a la lucha de sus maridos y compañeros para conseguir mejoras salariales y otros avances.
Pero además, las mujeres amas de casa encontraron un cauce de expresión más natural en las asociaciones de vecinos que en las organizaciones feministas por la sencilla razón de que después de décadas ocultas entre las cuatro paredes de sus casas, el barrio era uno de los lugares más cercanos y conocidos, lo cual les dio seguridad en sus primeros pasos de participación política. La iglesia, que hasta entonces se había utilizado para oprimir ideológicamente, experimentó un pequeño cambio: debido a la presión revolucionaria, al contacto directo con las condiciones de vida en los barrios obreros y con la explotación cotidiana, así como con la extensión de la Teología de la Liberación en América Latina y la renovación generacional de párrocos, una minoría del clero se vio afectada y comenzó a comprometerse de manera decidida con el destino de la clase trabajadora. Así, un cierto número de sacerdotes permitió utilizar las salas de las parroquias a los vecinos ayudándoles a dar un paso más en el nivel de organización. Este hecho facilitó, sobre todo a las mujeres, su participación política, siendo estos locales donde las mujeres desarrollaban sus actividades preferentemente, ya que no resultaba nada sospechoso ver a las mujeres dirigirse a una iglesia cualquier día de la semana.
La tragedia es que el MDM orientado por dirigentes del PCE, mantenía una política idéntica a éste en cuanto a la colaboración de clases. Tanto el PCE como el MDM en los años de mayor conflictividad social y política en ningún momento defendieron la lucha por el socialismo, sino que el objetivo era la lucha por el fin del franquismo y por instaurar una democracia burguesa y sólo, una vez implantada la democracia parlamentaria, cuando hubiera condiciones, no se sabe cuándo, se podría luchar por la transformación socialista de la sociedad. Era la vieja teoría estalinista y reformista de las dos etapas, la misma que llevó a la derrota de la revolución en 1939 cuando gritaban por todos los rincones la errónea consigna de “primero ganar la guerra, luego la revolución”. Entonces, durante la guerra civil, la única forma de ganar la guerra era haciendo que la revolución triunfara; ahora, en la Transición, la única forma de que hubiera una verdadera democracia era la lucha por el socialismo. Hoy vemos lo correcto de esta afirmación defendida por los marxistas en solitario. Cuarenta años después de la transición el sistema parlamentario burgués no ha solucionado ninguno de los problemas básicos como la vivienda, el paro, el trabajo digno e igualitario o el fin de la discriminación.
Estas posiciones reformistas por parte de la dirección del PCE y del MDM, junto a un régimen interno caracterizado por un centralismo burocrático agobiante, donde la crítica se ahogaba, hizo que muchos jóvenes, obreros y mujeres revolucionarios rechazaran militar con ellos. Mientras que la base del PCE fue capaz de hacer los más grandes sacrificios para derribar a la dictadura, luchando de forma instintiva por el socialismo, la dirección estalinista cortaba las alas de estos miles de mujeres y hombres combativos. Ejemplos como la tenue respuesta por parte de Carrillo y otros dirigentes estalinistas después del asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, a pesar de la disposición de la base comunista a una huelga general, se iban a repetir ante otros ataques del aparato del estado burgués y de las bandas fascistas.
Nuevas organizaciones, teorías supuestamente nuevas
Esta política de colaboración de clases, que también fue defendida por la dirección del PSOE, llevó a un sector de jóvenes, trabajadores y trabajadoras a buscar otras organizaciones. Como Lenin ya explicó en el libro “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”, el oportunismo de las direcciones de las grandes organizaciones sindicales y políticas de la clase obrera crea, indirectamente entre un sector de las masas, posturas ultraizquierdistas, que intentan buscar una salida por la izquierda pero que suelen hacerlo mediante atajos cayendo en el sectarismo. Una de las medidas más utilizadas por los ultraizquierdistas es su negativa a trabajar en las grandes organizaciones de masas y en cambio su impaciencia les lleva a crear nuevos partidos “revolucionarios”. Y eso fue lo que ocurrió. En estos años surgieron todo tipo de organizaciones “marxistas-leninistas”, “maoístas”, “trotskistas” que creaban a su vez nuevos sindicatos y nuevas organizaciones de mujeres. Así existían a la vez el MDM, la Asociación Democrática de la Mujer, el Colectivo Feminista, el Frente de Liberación de la Mujer, Mujeres Libres, etc. En 1978 en el conjunto del estado llegaron a coexistir 77 entidades feministas. Esto que por un lado reflejaba la necesidad de la mujer de participar en la vida política, también manifestaba la enorme división que estas pequeñas organizaciones potenciaban. Esto era y es un error absoluto, pues aquellas mujeres más combativas que huían del PCE, PSOE, o del MDM por no compartir sus posturas conservadoras, dejaban a la gran mayoría de las mujeres obreras sin más orientación política que la de la burocracia estalinista o socialdemócrata. Y todo esto cuando muchas de estas nuevas organizaciones, como por ejemplo la Asociación Catalana de la Mujer dirigida por el maoísta PT, tenían como objetivo conseguir la igualdad con los hombres en el marco de una sociedad democrática; es decir, no había diferencia en lo fundamental con el PCE.
Con la explosión social que se estaba viviendo y junto a la aparición de todas estas nuevas organizaciones también surgieron “nuevas” teorías. Hasta cierto punto esto es normal, como explicó en 1920 Clara Zetkin “los problemas antes velados para la mujer han quedado al descubierto. A esto hay que añadir la atmósfera de la revolución que ha comenzado. El mundo de los viejos sentimientos y de las viejas ideas se resquebraja por todas sus junturas. Las viejas relaciones sociales se debilitan y se rompen. Surgen los brotes de nuevas premisas ideológicas, todavía no cristalizadas, para las relaciones humanas. El interés por estas cuestiones se explica por la necesidad de esclarecer la situación, por la necesidad de una nueva orientación. En esto se pone de manifiesto también la reacción contra las deformaciones y el engaño de la sociedad burguesa”. (“De los recuerdos sobre Lenin”. Clara Zetkin.). También Lenin explica los motivos de tales debates “La desintegración, la podredumbre y la sordidez del matrimonio burgués, con las dificultades que ofrece para ser anulado, con la libertad para el marido y con la esclavitud para la mujer, así como la abominable falsedad de la moral y de las relaciones sexuales impregnan a las mejores personas de un sentimiento de profunda aversión.... En el terreno del matrimonio y de las relaciones sexuales se aproxima una revolución en consonancia con la revolución proletaria. Se comprende que el cúmulo de cuestiones extraordinariamente complejo que esto plantea en el orden del día preocupe hondamente tanto a la mujer como a la juventud. La una y la otra sufren con particular rigor las consecuencias de la actual irregularidad en la esfera de las relaciones sexuales.” (citado por Clara Zetkin en “De los recuerdos sobre Lenin”. Clara Zetkin.).
Era inevitable que después de décadas de terrible opresión, el proceso prerrevolucionario que se empezó a vivir en el estado a partir del año 1976 se sintiera como una bocanada de aire fresco que podía revolucionar todo, incluso las vidas personales, pues ahora mujeres y hombres sentían la posibilidad de llegar a ser libres. Esto ocurre en cada proceso revolucionario, especialmente cuando este proviene de una etapa donde las libertades más elementales llevan demasiado tiempo duramente constreñidas. La presión acumulada después de tantos años de atrocidades por parte del franquismo hizo que la olla reventara y que surgieran todo tipo de teorías que pretendían cambiar la sociedad. La opresión sexual y el papel de la familia, lógicamente se tenían que poner también en cuestión. Ahora bien, había un riesgo político en la forma de enfocar este aspecto y tampoco era nuevo.
En 1918, un año después de que los obreros y obreras rusas tomaran el poder, estalló la revolución en Alemania. En 1920, en plena situación de agitación política, Lenin y la dirigente comunista alemana Clara Zetkin, advierten de lo erróneo de que las cuestiones sexuales sean la primera preocupación entre las obreras y los jóvenes, algo que parecía estar dándose en Alemania con las primeras y en la URSS con los segundos: “¿Cuál es en definitiva la consecuencia de este examen insatisfactorio y no marxista de la cuestión? Que los problemas sexuales y del matrimonio no se conciban como parte del problema social, que es el principal. Por el contrario, el gran problema social comienza a parecer una parte, un apéndice del problema sexual. Lo más importante queda relegado a un segundo plano como algo accesorio.” (Ibíd.).
Este fue el problema del que adoleció el movimiento feminista en aquellos años, y que sigue sucediendo en la actualidad: todo tipo de teorías que anteponían la cuestión sexual a la de clase.
Algunas teorías defendían que las mujeres eran una clase social económicamente explotada por los hombres, otras que colocaron la reproducción como motor de la historia en contra de la producción, otras posiciones apuntaban como origen de la opresión de la mujer a causas psicológicas. Evidentemente estas posiciones tenían sus consecuencias organizativas, como que las organizaciones sólo debían estar formadas por mujeres, que la militancia debía ser exclusivamente en organizaciones feministas (lo que se vino a llamar “militancia única”), que las amas de casa debían cobrar un salario, que los hombres en general eran los culpables de la opresión, etc.
Aunque en el movimiento feminista estas diferentes teorías eran muy discutidas lo cierto es que no llegaron más allá de un núcleo relativamente pequeño para la época. Aún así muchos de los argumentos esgrimidos entonces siguen estando hoy vigentes no sólo en las organizaciones feministas sino en el interior de las organizaciones obreras y de izquierdas, por eso es importante que el marxismo defienda su opinión.
Mujeres, ¿una clase social fuera del capitalismo?
A través de una de las feministas europeas más importantes de la época, Christiane Delphy, que tuvo como seguidora en el estado a Lidia Falcón, intentaremos clarificar algunas de las diferencias más importantes que mantiene el marxismo con el feminismo. Christiane Delphy, conocida por su pseudónimo Dupont, hizo un intento de revisar el marxismo a través del feminismo. En su artículo “El enemigo principal” Dupont aseveró que existían dos formas de producción que se daban a la vez, una era el modo de producción capitalista y paralelamente existía otro, el modo de producción doméstico o familiar. El primero lo había explicado ya el marxismo, pero el segundo descansaba sobre la base del trabajo gratuito que las mujeres llevaban a cabo en el hogar en beneficio de los hombres. A esto, Dupont añadía que esa gratuidad asemejaba al modo de producción esclavista y al de la servidumbre feudal. Visto desde esta perspectiva Dupont concluía que este modo familiar determinaba la existencia de dos clases antagónicas: las mujeres explotadas y los hombres explotadores. Como consecuencia de todo lo anterior, aseguró que como las mujeres no estaban sometidas al proceso de producción capitalista, se quedaban fuera del sistema, con lo que también quedaban fuera de las clases sociales. En el caso de las mujeres que trabajaban fuera de casa afirmaba que a pesar de su relación con el trabajo productivo, estaban primeramente condicionadas por ser amas de casa.
Todo esto le llevó inevitablemente a defender luchas separadas de hombres y mujeres, a enfrentar al obrero y a la obrera, a que ésta no participara en la lucha de clases, aunque Dupont intentó arreglar las cosas diciendo que había “que estudiar cómo hacer coincidir las dos luchas a largo plazo”.
Como alternativa defendió el cobro de un salario como contraprestación por el trabajo doméstico y la colectivización de las tareas domésticas y de los niños; para hacer posible esta última era necesario la formación de un Partido Feminista que llevaría a las mujeres a la toma del poder.
Para poder responder a esta cantidad de afirmaciones es absolutamente necesario volver a los autores y defensores del marxismo revolucionario, que hace muchas décadas dieron con las claves del surgimiento y el desarrollo de la opresión a la mujer, y que siguen siendo vigentes en la actualidad.
Cómo surge la opresión de las mujeres
Hay sectores dentro del feminismo que afirman que la mujer siempre, en todas las sociedades, ha estado esclavizada por el hombre, pero como demostró Engels esto no es correcto. En las sociedades primitivas la mujer estaba muy considerada; su opinión era importantísima y en absoluto era minusvalorada por la tribu (la gens, el clan o las diferentes formas en las que se organizaban), lo cual no significaba que aquellas no trabajaran muy duramente. Precisamente por el hecho de que realizaban tareas esenciales y de primera importancia para esas sociedades, gozaban de una enorme autoridad. Pero además, el hecho de ser madres, de dar vida a nuevos seres humanos, les profería un respeto especial. Prueba de todo ello es que los hijos se reconocían como descendencia de la madre (matrilineal) sin que se supiera, ni importara, quién era el padre. En esta época las relaciones sexuales eran poligámicas y la forma familiar más extendida era el matrimonio por grupos.
Tanto para las mujeres como para los hombres el hecho de que ellas se dedicasen a las tareas de la reproducción (a diferencia de los hombres dedicados a las de producción) no era entendido como algo inferior, que tuviera después sus consecuencias en forma de discriminación a las mujeres. Como Engels señaló “La división del trabajo entre los dos sexos depende de otras causas que nada tienen que ver con la posición de la mujer en la sociedad.” Evidentemente la división del trabajo se tuvo que dar porque las mujeres, aún siendo en lo fundamental tan fuertes físicamente como el hombre, en las épocas de embarazo, parto y postparto no podían realizar determinadas labores y debían atender a la que en esos momentos era la más importante.
En estas sociedades reinaba el “comunismo primitivo”, es decir, no había diferencias de clases, pues la producción era social (se cazaba o recolectaba socialmente) y la distribución también (toda la tribu se beneficiaba por igual). Incluso las tareas domésticas parece ser que en muchos casos eran compartidas por las mujeres de la tribu y los hijos de unos y otros se cuidaban en comunidad. Por tanto, podemos hablar que en estas sociedades primitivas existió la igualdad de derechos para la mujer. Es en una sociedad sin clases, aunque evidentemente muy poco desarrollada, donde encontramos la igualdad de derechos para la mujer; con los avances técnicos y científicos de la actualidad sería mucho más completa su igualdad siempre y cuando el sistema de clases sea derrocado.
Con el desarrollo de los métodos de trabajo y con el aumento de la producción se originó el comienzo de la descomposición del comunismo primitivo y con él empezaron a cambiar las relaciones sexuales. En esta época histórica de tránsito entre el llamado “salvajismo” y la “barbarie” apareció la familia sindiásmica, en la que el matrimonio se componía tan sólo de un hombre y una mujer, sólo que esta relación se podía romper en cualquier momento. Los dos miembros componentes decidían libremente si seguir o no con su unión. Como explicó Engels “La selección natural había realizado su obra reduciendo cada vez más la comunidad de los matrimonios; nada le quedaba ya que hacer en este sentido. Por tanto, si no hubieran entrado en juego nuevas fuerzas impulsivas de orden social, no hubiese habido ninguna razón para que de la familia sindiásmica naciera otra nueva forma de familia. Pero entraron en juego esas fuerzas impulsivas”. (Ibíd.)
Esas nuevas fuerzas impulsivas fueron la invención de la agricultura o la ganadería (dependiendo de la zona), lo cual engendró un cambio radical en la sociedad. Hasta entonces los alimentos prácticamente debían conseguirse todos los días. Ahora la ganadería sólo requería vigilancia y cuidados que hacía que los animales se reprodujeran rápidamente, suministrando mucha alimentación. Aquella riqueza primero pertenecía a todos los miembros de la sociedad y, aunque no se sabe con exactitud cómo la propiedad de los rebaños pasó de propiedad común a patrimonio de la familia, fue en esta época histórica cuando sucedió tal acontecimiento. A esto se unía la cada vez mayor necesidad de mano de obra, pues el ganado se reproducía más rápido que la familia. Hasta entonces los hombres y mujeres vencidos en las disputas o los mataban o los incorporaban a sus tribus en igualdad de condiciones. Pero con la aparición del excedente económico la tribu vencedora convertía en esclavos a la tribu vencida y de ahí surgió la mano de obra que se necesitaba para producir más; así se dio la primera gran división social en clases.
Este cambio social trajo emparejado una revolución en la familia. La producción que siempre había estado en manos del hombre también le dio a este los instrumentos con los que producir; así el cuidado y domesticación de los animales era cosa del hombre y por tanto de su propiedad (si el matrimonio se separaba el hombre se llevaba consigo los instrumentos de trabajo). La mujer consumía pero no participaba de esa propiedad. Este cambio de la producción fuera del hogar trastocó absolutamente las relaciones dentro del hogar, pues a partir de aquí el trabajo doméstico perdía su importancia cada día con respecto al productivo. El nacimiento de la propiedad privada necesitaba un tipo de familia especial, no conocido hasta entonces, que ayudara al nuevo régimen económico.
Si bien la familia sindiásmica existente hasta entonces había puesto al lado de la verdadera madre al verdadero padre, el reconocimiento de la descendencia seguía dándose por línea materna, pues a diferencia de los instrumentos de trabajo (entre los que se incluían a los esclavos) los hijos no eran “oficialmente” de la propiedad del hombre, no podían heredar de él porque la herencia se transmitía a través de la madre. Por tanto, en la medida que los medios de producción eran propiedad del hombre la única forma de que los hijos heredaran era cambiando esas antiguas leyes. Y eso fue exactamente lo que se hizo. En beneficio de que los hijos pudieran heredar se abolió el derecho por filiación materna, como expresa Engels, fue el golpe de muerte, socialmente hablando, para las mujeres: “El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer fue degradada, subyugada, convertida en la esclava de los apetitos del hombre, un simple instrumento para la crianza de los hijos. Esta posición inferior de las mujeres que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y en ciertos sitios hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolidas.” (Ibíd)
Aún le faltaba a esta nueva familia una cuestión por resolver. Para poder asegurar la paternidad de los hijos de la forma más indiscutible posible, ya que debían de ser con seguridad hijos suyos pues tenían que heredar, era absolutamente vital garantizar la fidelidad de la mujer. De esta necesidad surgirá la familia monogámica. Los lazos de esta familia ya no pueden ser disueltos como antes, ahora sólo el hombre podrá hacerlo. De hecho la monogamia ha sido durante siglos exclusiva para la mujer. Los hombres han podido mantener relaciones poligámicas completamente aceptadas por la sociedad y en absoluto castigadas, mientras que la mujer ha llegado a ser asesinada (y lo sigue siendo actualmente en algunos países) por mantener relaciones fuera del matrimonio.
Con la familia individual monogámica “el gobierno del hogar perdió su carácter social. La sociedad nada tuvo que ver ya con ello. El gobierno del hogar se tornó en servicio privado; la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social”. (Ibíd.)
La familia romana expresa muy bien los principios de la familia monogámica. Ya la propia palabra “Familia” proveniente del latín “famulus” quiere decir esclavo doméstico y “familia” sería el conjunto de esclavos pertenecientes a un hombre el cual tiene derechos sobre la vida y la muerte de todos ellos.
Estas transformaciones en la familia y en la sociedad necesitaron de miles de años para que ocurrieran. Algunos que intentan rebatir esta posición preguntan cómo fue posible que la mujer se dejara arrebatar una posición social en la que era apreciada a otra en la que era oprimida. Y se responden a sí mismos de una forma equivocada: la opresión de la mujer debía existir desde siempre porque si no las mujeres jamás hubieran permitido tal robo de libertades sin una fuerte lucha y, como no hay indicios históricos de que esa lucha se produjera, entonces esto demostraría que la mujer siempre estuvo dominada por el hombre.
Pero eso no es así. Cuando los matrimonios pasaron del estadio del salvajismo en el que se constituían por grupos al estadio de la barbarie, hemos dicho que el matrimonio pasa a estar formado por un solo hombre y una sola mujer. Este cambio no parece en ningún caso que se diera de forma obligada sino que fue consentido por ambos. Pero el hecho de que la mujer aceptara este tipo de matrimonio facilitó en el siguiente período su paso al matrimonio monogámico ¿porqué? A medida que la riqueza familiar aumentaba y que como hemos dicho era necesario que fuera heredada por los hijos, la mujer aceptó de forma natural que los hijos se contaran por línea paterna y así quedó abolida la filiación materna. Este pequeño, llamémosle accidente, fue una revolución en sí mismo, porque estaba reflejando una necesidad. ¿Acaso las mujeres de una familia hubieran preferido que sus hijos perdieran las propiedades por oponerse a cambiar esta ley primitiva? Evidentemente no, de hecho no lo hicieron. Pero claro, ni ellas ni nadie podían imaginar la verdadera trascendencia que tendría en el futuro esa variación, pues en un primer momento apenas supuso ningún cambio real en la vida cotidiana, pero en el futuro llevaría a una transformación enorme: el paso a la familia monogámica.
Que fuera una necesidad histórica (lo cual no significa que fuera justo) expresaba que el nuevo sistema que estaba apareciendo, basado en la propiedad privada, forzó un tipo de relación familiar determinada. Esto también prueba cómo el tipo de familia no se puede desligar del sistema productivo, sino que es una consecuencia de él.
Conclusión
Esta posición del marxismo no está basada en un punto de vista subjetivo, sino que es la conclusión de un estudio exhaustivo y científico por parte de Marx y Engels. Pero fue después de la publicación de las investigaciones del profesor Morgan, antropólogo que estudió las familias primitivas, lo que ayudó a que los dos grandes teóricos marxistas elaboraran de una forma más exacta la teoría que ya habían avanzado y que se plasmó en la magnífica obra antes citada “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”, libro que todavía hoy es un manual básico estudiado por los antropólogos en las universidades.
La conclusión de todo lo anterior es que la opresión de la mujer (que no la división del trabajo) nace con la propiedad privada de los medios de producción y de la necesidad de ser mantenidos en el interior de la familia para siempre. Por lo tanto, sólo a través de la destrucción de esa propiedad privada es como se pondrán las bases para la emancipación de la mujer.
A diferencia del comunismo primitivo donde la división del trabajo era una necesidad, en la sociedad socialista moderna esto no será en absoluto necesario, pues el desarrollo por un lado de la tecnología, que permite que diferentes fuerzas físicas puedan participar en la producción en igualdad de condiciones, y por otro la socialización de los trabajos domésticos, esas divisiones simplemente dejarán de existir.
Para poder llegar a esa sociedad las mujeres lo que necesitan no es un Partido Feminista, sino un partido del conjunto de la clase obrera el cual esté dispuesto a llegar hasta el final, a tomar el poder expropiando las tierras y empresas de la burguesía y a empezar a construir la nueva sociedad.
El marxismo, no parte de que el día después de tomar el poder los problemas de las mujeres habrán acabado y que ahí se terminará su lucha, como algunos ha afirmado intentando hacer una caricatura del marxismo. En Rusia, después de la revolución de 1917, los bolcheviques introdujeron en la legislación la igualdad total de la mujer, pero como Lenin explicó en un discurso a las obreras moscovitas en 1919, las leyes no bastaban: “Al tener que dedicarse a los quehaceres de la casa, la mujer aún vive coartada. Para la plena emancipación de la mujer y para su igualdad efectiva con respecto al hombre se requiere una economía colectiva y que la mujer participe en el trabajo productivo común. Entonces la mujer ocupará la misma situación que el hombre... Decimos que la emancipación de los obreros debe ser obra de los obreros mismos y de igual modo la emancipación de las obreras debe ser obra de las obreras mismas. Son ellas las que deben preocuparse de desarrollar esas instituciones [se refiere a centros infantiles, comedores públicos, etc.] y esta actividad de la mujer conducirá a un cambio completo de la situación en que vivía bajo la sociedad capitalista”. (“Las tareas del movimiento femenino en la República Soviética“. Discurso de Lenin en la IV Conferencia de obreras sin partido de Moscú del 23 de septiembre de 1919).
De hecho Lenin hablaba de muchos años bajo el recién creado estado obrero para poder llegar a una igualdad real. Pero las cosas hoy son diferentes, pues la Rusia de principios de siglo era un país atrasado y destrozado por las guerras, mientras que con los desarrollos de hoy esa igualdad sería conseguida mucho más rápidamente en la gran mayoría de las naciones del mundo.
Un solo sistema, y no dos paralelos
Engels, en el prólogo a la primera edición de “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado” afirma: “Según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata. Pero esta producción y reproducción son de dos clases. Por una parte la producción de los medios de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; por otra parte la producción del hombre mismo, la continuación de la especie. El orden social en que viven los hombres en una época histórica y un país determinado, está condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra.” Y además añade: “Cuanto menos desarrollado está el trabajo, más restringida es la cantidad de sus productos y, por consiguiente, la riqueza de la sociedad, con tanta mayor fuerza se manifiesta la influencia dominante de los lazos de parentesco sobre el régimen social.” Es decir, que el desarrollo económico de una sociedad define el tipo de relación familiar. Así, producción y reproducción están intrínsecamente ligadas, por tanto en un régimen de producción capitalista, le corresponderá una relación familiar que se pueda adecuar al capitalismo. Lo mismo vale para la producción esclavista o feudal.
Ahora bien, aunque la sociedad crea a la familia, la familia, al reproducir esa misma sociedad se convierte en una causa que permite que el sistema se perpetúe. La causa se convierte en efecto y el efecto en causa. Por tanto, estamos de acuerdo con muchas feministas en que es necesario destruir el tipo de familia que perpetúa a la mujer en la opresión, sólo que nosotros admitimos que la familia actual no podrá ser disuelta en este sistema, sólo podrá desaparecer cuando desaparezca la base objetiva que la hizo aparecer: la propiedad privada de los medios de producción. Así, la idea de dos sistemas paralelos, el productivo y el reproductivo, no se sostiene científicamente.
Explotación doméstica
Otra de las cuestiones planteadas por Delphy es la que enuncia que la mujer, en la medida que hace el trabajo doméstico al marido gratuitamente, tiene una relación en la producción con él de esclava, de ahí que le lleve a ser una clase distinta a él y deban enfrentarse en la lucha. Esto es un error garrafal.
En primer lugar, el trabajo doméstico del que se beneficia el hombre, en realidad a quien verdaderamente favorece es al propio sistema capitalista, el cual se ahorra la inversión de ingentes cantidades de dinero en crear las infraestructuras necesarias para la socialización del trabajo doméstico, mientras que la mujer ofrece a la sociedad un servicio gratuito. Haciendo un pequeño salto en el tiempo diremos que en el año 2007 la Fundación de Cajas de Ahorro publicó un estudio de María Luisa Moltó y Ezequiel Uriel (con datos de la encuesta del Instituto Nacional de Estadística de 2003) en el que se demostró que las tareas domésticas representaban un 27% del PIB estatal, o sea, miles de millones de euros que se estaban ahorrando a costa de un trabajo que recae principalmente en las espaldas de las mujeres.
Cuando Delphy habla de explotación del marido a la mujer lo hace utilizando el término explotación que el marxismo toma para explicar el hecho de que el empresario no paga al obrero u obrera todo el trabajo producido en su jornada laboral, quedándose con una parte del trabajo producido por cada trabajador. Es lo que se llama plusvalía o tiempo de trabajo no pagado. Por tanto, el salario no equivale a la riqueza creada por los y las trabajadoras en su jornada laboral. Como Marx explicó el salario de los asalariados, (no de uno o mil trabajadores, sino del conjunto de asalariados por ejemplo en un país dado, o sea, en términos medios socialmente hablando,) es aquel que hace posible el mantenimiento del trabajador (o sea, su comida diaria) y el de la reproducción de éste, es decir, que pueda reproducirse como mano de obra, creando nuevos seres que se convertirán a su vez en obreros que producirán para el capitalista. Esto significa que mientras la mayoría de los asalariados eran hombres, sus salarios debían cubrir las necesidades suyas y de su familia, con lo cual dentro del salario del obrero estaba incluida la manutención de la mujer y de los hijos y, por tanto, de los servicios domésticos que ofrecía. Esto ha cambiado un poco en los países capitalistas desarrollados, pues la mujer participa masivamente en trabajos externos al hogar. Pero a lo que ha llevado esta situación es que ahora, para mantener a la familia, para que ésta pueda seguir reproduciéndose, ya no basta con el salario del hombre, ahora se necesitan por lo menos dos salarios. No será una novedad para las trabajadoras y trabajadores que lean estas líneas lo que acabamos de decir, pero tampoco lo es para el marxismo, pues esto ya lo explicó en el Capital Karl Marx hace 140 años: “El valor de la fuerza de trabajo no se determinaba ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto individual, sino por el requerido para mantener a la familia obrera. Al lanzar la maquinaria a todos los miembros de la familia obrera sobre el mercado de trabajo, reparte el valor de la fuerza de trabajo del hombre entre toda su familia. De ahí que desvalorice su fuerza de trabajo. La compra de la familia fraccionada, por ejemplo, en 4 fuerzas de trabajo tal vez cueste más que costaba antes la adquisición de la fuerza de trabajo del cabeza de familia, pero en cambio se tienen 4 jornadas de trabajo en lugar de una” aumentando los beneficios de los capitalistas, claro. (Karl Marx. El Capital, Libro I, Tomo II, página. 111).
Además Marx añade algo que está muy al día “como en la familia hay ciertas funciones, por ejemplo, la de atender y amamantar a los niños, que no pueden suprimirse por completo, las madres confiscadas por el capital tienen que contratar en mayor o menor medida a sustitutas. Los trabajos requeridos por el consumo familiar, tales como coser, remendar, etc., tienen que ser sustituidos mediante la adquisición de mercancías terminadas. Así, pues, al gasto disminuido de trabajo doméstico corresponde un gasto aumentado de dinero. Por tanto los gastos de producción de la familia obrera aumentan y compensan el mayor ingreso”. (Karl Marx. El Capital, Libro I, Tomo II, página. 111-112 nota 121).
De hecho era una realidad en los años 70 y lo sigue siendo hoy, que muchas mujeres prefieren no trabajar fuera de casa pues lo que ganan prácticamente se lo gastan en pagar la guardería privada, por falta de pública, y todos los gastos ocasionados por tener hijos. Es decir, que las mujeres están absolutamente condicionadas por la relación de producción que ella y su familia tienen con el sistema y esto es lo que les hace formar parte de una clase u otra, de la clase obrera o de la burguesía.
Cuando Delphy y sus seguidoras señalan con un dedo a todos los hombres como culpables de la situación de opresión de la mujer, como explotadores, confirman lo peligroso que es en política quedarse en la superficie de las cosas. Por supuesto, el hombre trabajador se aprovecha de la situación en la que el sistema coloca a la mujer y eso, no cabe duda, es algo contra lo que luchar, especialmente entre los hombres más conscientes, más luchadores, que deben pelear en su propio hogar contra cualquier discriminación, como lo hacen en su fábrica, empresa, sindicato o partido deben ser un ejemplo a seguir. Pero, la realidad es que la doble discriminación y opresión que sufre la mujer trabajadora no será posible destruirla sin acabar antes con la opresión misma, del tipo que sea, y para ello es necesario no dejar piedra sobre piedra del responsable de todas ellas, de la sociedad dividida en clases, la cual mantiene y utiliza para su beneficio la opresión de mujeres, inmigrantes, nacionalidades, etc.
La reivindicación del salario del ama de casa
El salario para las amas de casa no sólo ha sido y es defendido sólo por algunos sectores del feminismo sino que también es reivindicado por algunas de las organizaciones más conservadoras y reaccionarias de la sociedad. Haider, el ultraderechista austriaco llevó hace años esa reivindicación en su programa electoral. En primer lugar el marxismo rechaza el salario del ama de casa porque eso llevaría a perpetuar a la mujer en las tareas del hogar, tareas que llevan a su aislamiento social.
Desde el marxismo contraponemos a la reivindicación del salario al ama de casa, la de un subsidio de desempleo indefinido hasta encontrar trabajo, igual que para cualquier otro parado. De esta manera reconocemos a millones de mujeres dentro de la clase obrera y, por tanto, les hacemos partícipes de sus derechos y de su lucha contra el paro y el por el pleno empleo, por un salario igual, por la igualdad de acceso a los puestos de trabajo, etc.
El fin de la dictadura
Estas teorías que surgieron en la década de los 60 y 70 no consiguieron tener un auditorio muy amplio, pues la gran mayoría de las mujeres, de una forma u otra, instintivamente, unieron sus reivindicaciones y su lucha con la de sus compañeros y maridos. Así, se vivieron luchas tan impactantes como la Huelga General de Vitoria-Gasteiz en el 76, la cual fue reprimida duramente el 3 de marzo por la dictadura, siendo asesinados por la policía cinco obreros. Esta lucha ha quedado en la memoria por la represión sangrienta y por la capacidad de lucha de los trabajadores, pero también debe recordarse por el maravilloso y vital papel que las miles de mujeres, mayoritariamente mujeres de obreros fabriles, jugaron en esta batalla con su incansable movilización por la ciudad animando a la población a apoyar la lucha y recogiendo dinero para la caja de resistencia.
En todo el estado aquellos años fueron tiempos de despertar de las mujeres humildes. El fin de la dictadura franquista estaba a punto de llegar y había un solo camino por el que las direcciones obreras debían orientar a sus organizaciones y a la clase obrera en general, el camino del socialismo. Todo estaba listo para recorrer ese camino, había fuerza suficiente para ello, pero la dirección estalinista del PCE especialmente y, más tarde, la dirección socialdemócrata del PSOE, abrieron otro camino, el de la democracia burguesa. Los dirigentes se aprovecharon del hecho de que en el Estado español no hubiera habido jamás, salvo los pocos años de la República, una democracia parlamentaria, con lo cual la vendieron como la salida a todos los males del conjunto de la población y de las mujeres en particular. Contra las posturas revolucionarias de acabar con el capitalismo utilizaban el miedo, proclamando que eso volvería a llevar a una guerra civil. Pero no era cierto, pues la fuerza de la clase obrera que se había multiplicado por el desarrollo de la industria con respecto a los años treinta junto con una pequeña burguesía que había girado radicalmente a la izquierda hubiera hecho posible, como estuvo a punto de ocurrir en Portugal con la revolución de los claveles, transformar la sociedad.
Lejos de eso se aceptó todo: la bandera rojigualda, la monarquía, la continuidad de los mandos del ejército franquista asesino, la continuidad de todos los cuerpos represivos, la prohibición del derecho de autodeterminación para las nacionalidades oprimidas, el cierre masivo de fábricas en una reconversión sin precedentes; el capitalismo a fin de cuentas.
Se apoyó una Constitución que de palabra parecía ofrecer muchos derechos: vivienda, trabajo, salud, educación, etc. Pero lo que realmente se consiguió fue aplazar la lucha. Durante los años de crecimiento económico de Europa Occidental nos vendieron que lo que se había hecho era correcto, pues se demostraba en la mejora de la calidad de vida con respecto al pasado. Intentaron convencer a la clase obrera que bajo el capitalismo sus hijos y nietos iban a vivir mejor que ellos y sus padres. Y así parecía durante algún tiempo que iba a ser. Sólo los marxistas entendieron que la crisis del capitalismo tarde o temprano se iba a expresar profundamente entre los trabajadores y trabajadoras de los países capitalistas desarrollados y que nuevamente se pondría en el orden del día la lucha contra el sistema. Y así será mientras el capitalismo exista, pues la época floreciente de esta sociedad llegó hace mucho tiempo a su fin y el paréntesis de crecimiento económico y de algunas mejoras para la mayoría ha acabado como las cifras de la crisis demuestran.
Los dirigentes obreros al consentir el sistema aceptaron todos sus males y por eso no es una casualidad que el PCE que tuvo una fuerza militante colosal se desvaneciera hasta la casi desaparición actualmente y con él todas sus organizaciones satélites como el propio movimiento de la mujer que dirigían.
A principios de los años ochenta todas las organizaciones entraron en crisis, también las organizaciones feministas. Esto se debió a que después de años de lucha sin una perspectiva revolucionaria, la clase obrera cansada de huelgas y movilizaciones se retiró de la escena. Así, el frente principal de lucha se desvió hacia el terreno electoral y las bases de los partidos obreros centraron sus fuerzas en alcanzar el gobierno central. Con la victoria del PSOE se abrieron muchas expectativas, pues se esperaban cambios sustanciales. Es evidente que desde 1982 a esta parte los trabajadores conquistaron muchos derechos y las mujeres también. Pero ni esos derechos fueron regalados ni tampoco solucionaron los problemas de fondo, incluso mucho de ellos o han desaparecido ya o están en peligro en la actualidad con los ataques históricos que la clase obrera europea y mundial está soportando.
Todas estas experiencias deben ayudarnos a ser conscientes de los grandes errores cometidos por las direcciones obreras en el pasado y así estar preparados para evitar que se vuelvan a cometer. Pero también debe servir para entender que la fuerza de los miles y miles de mujeres y hombres que lucharon en los años 70 se recuperará por los millones de mujeres y hombres jóvenes, una nueva generación que tendrá la posibilidad de demostrar que está dispuesta a llegar hasta el final.