El Militante.— Una de las peculiaridades de la revolución española fue la existencia de un poderoso movimiento anarcosindicalista agrupado bajo las siglas de la CNT, ¿a qué respondía este fenómeno?
Víctor Taibo. — Durante la primera mitad del siglo XX el anarcosindicalismo en el Estado español, a través de la CNT, agrupó a los sectores más combativos de la clase trabajadora, desarrollando una lucha sin cuartel contra la burguesía y el aparato del Estado. Mientras la CNT fue objeto de una brutal persecución durante la dictadura de Primo de Rivera, los dirigentes socialistas llegaron a colaborar con la misma, aceptando incluso puestos en el Consejo de Estado. Con la llegada de la República y la caída de la dictadura, el anarcosindicalismo, que prácticamente había llegado a ser desmantelado por la represión gubernamental, creció rápidamente llegando a alcanzar el millón de afiliados en 1932. Cientos de miles de trabajadores y jornaleros veían en la CNT un sindicato combativo que estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias en defensa de sus intereses y por la transformación revolucionaria de la sociedad. A pesar de sus carencias teóricas, que se reflejarían y tendrían graves consecuencias durante el desarrollo de la revolución, la CNT era considerada por la clase trabajadora, y por la patronal y el gobierno, como el ala más radical del movimiento obrero organizado.
El primer gobierno de la Segunda República, formado por republicanos y socialistas, y con un Mministro de Trabajo socialista, Francisco Largo Caballero, frustró rápidamente las expectativas de los trabajadores, así como las de los jornaleros en el campo. En este contexto la CNT mantuvo una posición de fuerte enfrentamiento con terratenientes y patronos, y con el gobierno, sufriendo una dura represión por parte de la policía. Entre 1931 y 1932 hubo un proceso huelguístico ascendente, exigiendo los trabajadores mejoras laborales y salariales, destacando, entre otras, la huelga de la Telefónica, dirigida por los sindicatos cenetistas. La respuesta del gobierno no se hizo esperar, desatando una feroz represión contra los trabajadores. Por otro lado en el campo hubo constantes ocupaciones de fincas e insurrecciones campesinas, principalmente lideradas por la CNT, que respondían a la miseria endémica que se vivía en el campo, y que fueron abortadas por el gobierno mediante el envío de los cuerpos represivos de la Guardia Civil, acérrimos defensores de la propiedad terrateniente, produciéndose constantes masacres como la de Casas Viejas, como ocurría en los tiempos de la monarquía y de la dictadura. La colaboración gubernamental de los socialistas, en un contexto de crisis del capitalismo, como en la actualidad, donde no hay margen alguno para las reformas, convirtió al sindicalismo revolucionario de la CNT en un punto de referencia para millones de jornaleros y trabajadores.
EM. — ¿Cuáles fueron esas carencias teóricas a las que te refieres, y qué consecuencias tuvieron?
VT. — El anarcosindicalismo rechazaba la lucha política, es decir, la lucha por el poder político. En un contexto como el de los años 30, revolucionario, la lucha sindical se encontró rápidamente con sus propios límites, poniéndose encima de la mesa la cuestión del poder político. A pesar de la voluntad de los militantes cenetistas, y a pesar de defender la CNT la transformación revolucionaria de la sociedad y el derrocamiento del capitalismo, carecían de un programa concreto para llevar a cabo dichas tareas. Su rechazo de todo poder significaba, y significó en el momento decisivo, una limitación infranqueable para el triunfo de la revolución.
Cuando el 19 de julio de 1936 los obreros barceloneses, dirigidos por militantes cenetistas como García Oliver o Durruti, vencieron el golpe de Estado de Franco, se planteó la cuestión del poder de forma muy concreta. El aparato del Estado burgués —en este caso la Generalitat—, que había perseguido con saña a los militantes cenetistas durante la República, se descompuso, y el poder quedó en manos de cientos de comités de trabajadores, controlados por militantes cenetistas, que inmediatamente se pusieron en marcha para culminar las conquistas revolucionarias. En ese momento la CNT podía acabar con los restos del viejo Estado burgués e imponer el poder de la clase obrera a través de la coordinación de los cientos de comités de fábrica, de barrio y en las milicias. Sin embargo los dirigentes cenetistas, argumentando estar contra todo poder,  rechazaron este camino manteniendo en pie el aparato del Estado burgués y a su máximo representante, Companys, recuperándose progresivamente aquel del duro golpe recibido por la clase obrera en julio del 36. Durante el año 36 y parte del 37 convivieron dos poderes, el de la Generalitat, que seguía representando al viejo régimen burgués, y el de los trabajadores, que a través de los comités gestionaba todos los aspectos de la vida económica y política en Catalunya.
La transformación social que se vivió en el bando republicano a partir del 19 de julio fue probablemente el proceso revolucionario más profundo que se haya dado a lo largo de la historia. En Catalunya las colectivizaciones industriales afectaron al 80% de los trabajadores, quedando prácticamente todas las empresas en Barcelona en manos de comités de trabajadores, y fueron puestas en marcha con una eficiencia muy superior a la que tenían bajo el sistema capitalista. La distribución de comida en Barcelona, con el establecimiento de comedores populares, permitió por primera vez a muchas familias, tener garantizado un plato de comida al día. Careciendo Catalunya de industria militar alguna, en cuestión de meses se levantó una potente industria de guerra que empleaba a 800.000 trabajadores, encargándose los comités de adaptar el tejido industrial a las necesidades de guerra, y llegándose a fabricar material bélico que nunca se había hecho hasta ese momento en Catalunya y en el Estado español. En el campo ocurrió otro tanto de lo mismo, aumentando en zonas como Aragón la productividad a niveles nunca vistos, y las colectivizaciones afectaron al 80% de la tierra. Aunque los trabajadores cenetistas jugaron un papel de vanguardia en este sentido, no se quedaron atrás los trabajadores y jornaleros de la UGT y el PSOE, profundamente radicalizados tras cinco años de gobiernos republicanos. Uno de los aspectos más ocultados en la amplia historiografía sobre la guerra civil española ha sido precisamente éste, la profunda revolución social llevada a cabo por la masas cenetistas, socialistas y comunistas tanto en el campo como en la ciudad, que en última instancia refleja la capacidad de la clase obrera para construir y dirigir una nueva sociedad sin patrones ni banqueros.
Sin embargo, a pesar de toda esta fuerza, los dirigentes cenetistas, al igual que ocurrió con la izquierda caballerista del PSOE, no dieron una orientación correcta al proceso revolucionario, colaborando finalmente en la derrota de la revolución. La ausencia de un programa científico, y la falta de compresión sobre la cuestión del Estado y el poder, llevó a los dirigentes anarquistas a hacer todo lo contrario de lo que predicaban, colaborando finalmente, a través de la Generalitat, y posteriormente en el Gobierno de Largo Caballero, en la restauración del aparato del Estado burgués, y convirtiéndose algunos de sus más destacados representantes en ministros, los denominados anarcoministros.
Finalmente el poder obrero que existía en las calles y en las fábricas fue aplastado, tras los acontecimientos de mayo del 37, por el poder burgués de la Generalitat y del Gobierno del Estado español, en el que participaban los propios ministros anarquistas. Una de las cuestiones que quedó demostrada durante la revolución fue la necesidad de acabar con el viejo aparato del Estado burgués que, por su propia naturaleza, sólo puede servir para perpetuar el dominio de los capitalistas. Tanto en los años treinta, como hoy en día, el Estado nunca ha sido neutral. Es un instrumento al servicio del gran capital, algo que podemos ver en la actualidad atendiendo a los constantes rescates y ayudas de los gobiernos a los banqueros, mientras se niega y destruyen los derechos más básicos del conjunto de la población.
EM.— ¿Cómo pudieron las bases de la CNT aceptar esta política tras el 19 de julio de 1936?
VT.— La realidad es que en el seno de la CNT hubo una fuerte batalla entre amplios sectores de l contra la política de su dirección. En Barcelona, producto de este enfrentamiento, surgió la Agrupación de Los Amigos de Durruti, que trató heroicamente de hacer frente a esta situación, exigiendo que se llevara a cabo una política revolucionaria que acabara definitivamente con el capitalismo y permitiera el triunfo en la revolución y en la guerra. El problema de los sectores disidentes de la CNT, y de sus bases, es que a pesar de su honestidad y la batalla que emprendieron por corregir el rumbo de los acontecimientos, carecían de una organización homogénea y de un programa claro para la revolución. Los Amigos de Durruti extrajeron conclusiones que les acercaron a las posiciones del bolchevismo, del marxismo, pero no a tiempo de poder cambiar la dinámica de los acontecimientos. La inexistencia de un Partido revolucionario, como el Bolchevique en 1917, impidió que se concretara la enorme fuerza desplegada por los trabajadores en la conquista del poder político. Y esto a pesar de que las condiciones de la revolución en España en julio de 1936 resultaban enormemente más favorables que las que tuvieron los bolcheviques, fuerza minoritaria en los sóviets, al comienzo de la revolución. La principal lección de la revolución española es la necesidad de construir una Partido revolucionario. No basta con el impulso y la creatividad de las masas, algo esencial en el desarrollo de la revolución, sino que es necesaria una organización cohesionada y con un programa claro, preciso y científico para la toma del poder.


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