¡Abajo el Gobierno de Yoon Suk-Yeol! ¡Viva la lucha de la clase trabajadora coreana!
El martes 3 de diciembre, el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-Yeol, del conservador Partido del Poder Popular (PPP) ha tratado de dar un golpe de Estado e imponer la Ley Marcial utilizando al ejército. Una ley marcial que hubiera supuesto la supresión de la actividad de la Asamblea Nacional, la prohibición de todas las manifestaciones, reuniones, huelgas y actividades políticas, amordazar a los partidos de oposición y a los sindicatos, la censura de los medios de comunicación y de la prensa por parte del ejército, y la suspensión de los derechos democráticos más básicos posibilitando arrestar, detener y registrar a cualquier ciudadano o domicilio sin orden judicial.
Inmediatamente después de que el presidente anunciara la ley marcial, Park An-Su, comandante militar designado para aplicarla, compareció públicamente para desgranar estas medidas dictatoriales y comunicar el despliegue de tropas y fuerzas especiales en Seúl con el objetivo de tomar la Asamblea Nacional donde estaban reunidos los diputados de la oposición. Alentados por las noticias que llegaban desde el exterior, los diputados reunidos, 192 de los 300 que tiene el Parlamento, aprobaron una moción contra la ley marcial ordenando a Yoon Suk-Yeol que la levantara.
Según las informaciones de medios independientes y redes sociales, tanto el presidente como la cúpula militar se negaron inicialmente a acatar la moción, y continuaron con sus planes ordenando asaltar el Parlamento y detener a los líderes y miembros de la oposición. Pero todo cambió una vez que comprobaron que la resistencia del pueblo organizado implicaría una dura lucha para imponer su golpe militar.
La reacción de miles de trabajadores, jóvenes y ciudadanos lanzándose a las calles, rodeando la Asamblea Nacional y enfrentándose con arrojo a los militares, la resistencia de los diputados encerrados, y el anuncio del principal sindicato de Corea del Sur, la Confederación Coreana de Sindicatos (KCTU), con 1,2 millones de afiliados, de iniciar una huelga general indefinida hasta tumbar la ley marcial, han hecho finalmente fracasar el golpe.
La que se considera un modelo de “democracia liberal” frente a la pérfida “dictadura china” ha vuelto a poner en evidencia la profunda decadencia del imperialismo occidental y de los aliados de Washington en todas las zonas donde se libra la lucha por la supremacía global. Ya sea África, América Latina, en Europa o Asia, el orden mundial que EEUU construyó tras el colapso de la URSS se tambalea. Como una bestia herida, la clase dominante norteamericana se revuelve contra esta situación, generando una inestabilidad crónica.
No es ninguna casualidad que tras la derrota del régimen de Zelenski en Ucrania y la confirmación de que Rusia se mantiene con fuerza en el Donbás, sorteando las sanciones y con una economía en crecimiento, EEUU haya desencadenado una ofensiva criminal en Siria, utilizando las milicias salafistas y yihadistas de corte fascista, haya reafirmado su apoyo al genocidio sionista en Gaza, y ahora propicie un golpe militar en Corea, justo en un espacio de enorme trascendencia geopolítica, donde el conflicto abierto con Pekín, tanto por Taiwán como por el control militar y comercial de las rutas del mar de China, ha escalado intensamente en los últimos años.
La miseria social y la precariedad impulsan la lucha de clases
Los acontecimientos en Corea del Sur demuestran que las democracias burguesas, y su parlamentarismo, son en realidad una fachada que oculta la dictadura de los grandes monopolios capitalistas, y que la burguesía no tiene ningún prejuicio en desembarazarse de las formas “democráticas” recurriendo a medidas autoritarias cuando sus intereses están amenazados.
El PPP y su presidente han justificado la ley marcial, y por tanto el golpe militar, como una medida para salvar a la “democracia liberal” frente a la oposición, a la que acusaron de supuestas simpatías por Corea del Norte y de actividades contra el Estado.
Pero la realidad detrás de esta propaganda es el profundo descredito del actual presidente y de su Gobierno ultraconservador, en minoría en la Asamblea Nacional, y la grave crisis que atraviesa el capitalismo surcoreano. Una crisis totalmente entrelazada con la batalla por la hegemonía mundial entre China y EEUU.
La pírrica victoria en las elecciones presidenciales en 2022, por tan solo un 0,8%, y la contundente derrota de su partido en las recientes elecciones legislativas, han dejado al país en una situación extremadamente polarizada. En el momento del golpe, La Asamblea Nacional había aprobado unos presupuestos para 2025 en contra del actual Gobierno conservador, así como mociones para la destitución del fiscal general del Estado y otros altos cargos. Por otro lado, los casos de corrupción asedian al presidente y a su mujer, y el malestar social en las calles no deja de crecer.
El deterioro de las condiciones de vida, los bajos salarios y la precariedad laboral, agravadas en los últimos años por una inflación desbocada, jornadas laborales interminables -de las más largas del mundo llegando hasta las 11 horas-, y unos precios de la vivienda completamente desorbitados, han llevado a la sociedad coreana a una crisis sin precedentes.
Corea del Sur cuenta con la tasa de natalidad más baja del mundo, y las mujeres pagan un precio especialmente alto con la mayor desigualdad salarial de género de todos los países de la OCDE. De ahí la fuerza que también ha adquirido en los últimos años el movimiento feminista que, como en otros países, se ha convertido en el blanco de la reacción de derechas y de las declaraciones de Yoon Suk-Yeol.
Pero el punto fundamental es que la respuesta del movimiento obrero surcoreano ha creado una situación altamente complicada para la clase dominante. La oleada de huelgas vividas en los últimos años, y especialmente este año, ha alcanzado cotas de combatividad muy peligrosas. Justo antes del intento de golpe de Estado, diversos sindicatos en los sectores del transporte, la educación y los servicios públicos habían convocado huelgas coordinadas de tres días a partir del 2 de diciembre, incluyendo una huelga de solidaridad de los camioneros de carga, y huelgas indefinidas a partir del 5 y 6 de diciembre de los trabajadores de la Compañía de Ferrocarriles y del Metro de Seul. Por otro lado, desde marzo de este año 12.000 médicos residentes, en prácticas, han protagonizado huelgas y movilizaciones permanentes y muy radicalizadas que han puesto al servicio de salud contra las cuerdas.
La empresa Samsung, emblema industrial del país y que representó el 22,4% del PIB en 2022, con más de 100.000 empleados, vivió una huelga indefinida desde el 10 de julio al 8 de agosto, por aumentos salariales y para exigir vacaciones pagadas. Una huelga histórica, la primera en 55 años, en una empresa con un historial salvaje de persecución sindical. Esta huelga solo fue posible tras una lucha muy dura que permitió el reconocimiento de sindicatos independientes dentro de la empresa. A día de hoy, el conflicto sigue abierto y sin resolverse.
El relato que nos intentan hacer llegar sobre la sociedad coreana, disciplinada, comprometida con valores conservadores, que trabaja horas interminables por razones culturales, es una completa falsificación que trata de ocultar la creciente crisis de legitimidad de su régimen.
Corea del Sur, una pieza clave en la batalla entre China y EEUU
Junto a este fermento social y al ascenso de la lucha de masas, la otra cara que explica esta brutal inestabilidad es la posición del país en la batalla interimperialista por la hegemonía mundial.
El régimen surcoreano es un furibundo aliado de EEUU, con una política ultramilitarista y belicista. En 2017 un Gobierno conservador acordó el despliegue del sistema de misiles norteamericano Thaad, con la excusa de disuadir las amenazas de Corea del Norte. Sin embargo, dicha política tenía otro destinatario, el Gobierno de Pekín.
La oposición parlamentaria, que hay que señalar no tiene nada de comunista ni de revolucionaria, y está liderada por facciones de la burguesía que buscan un acercamiento con China, se opuso a dicho despliegue, calificándolo como una provocación que podía perjudicar las cada vez más estrechas relaciones económicas con China.
La estrategia de Washington es clara. Igual que ha utilizado Europa del Este y Ucrania para imponer un cerco militar sobre Rusia, y se desdijo de todos sus compromisos de no extender la OTAN en la frontera este, en el caso de Asia sus provocaciones militaristas en Taiwán y en Corea del Sur buscan el mismo fin: mandar una dura advertencia a China. La cuestión es que ya las bravuconadas del pasado no juegan el mismo papel.
El régimen chino reaccionó a la instalación del sistema de misiles con sanciones inevitables, como el cierre del turismo chino a Corea del Sur, una fuente importante de ingresos. Si alguien piensa que los mandatarios chinos son muy retorcidos, podemos imaginar que ocurriría si México permitiera la instalación de sistemas de misiles en su suelo para amenazar la seguridad de EEUU. Solo formular la tesis lleva implícita la respuesta.
Corea del Sur es una pieza que el imperialismo norteamericano no está dispuesto a sacrificar. Es una línea roja. Desde el final de la guerra de Corea en 1953, que acabó después de que EEUU arrojara 635.000 toneladas de bombas en Corea del Norte, provocando la muerte de tres millones de civiles, la destrucción de 5.000 escuelas, 1.000 hospitales y 600.000 hogares, la presencia militar de Washington en el sur es apabullante, con cerca de 30.000 soldados desplegados en su territorio.
El Ejecutivo conservador de Yoon Suk-Yeol, en el poder desde 2022, volvió con fuerza redoblada en apoyo de la agenda militarista y de provocaciones instigada por el imperialismo norteamericano, y concretamente por la Administración Biden. En este periodo la alianza entre EEUU, Japón y Corea del Sur, con un acuerdo militar y de seguridad trilateral se ha fortalecido. Las consecuencias de todo esto para Corea del Sur han sido notables: un incremento drástico de los presupuestos de defensa en perjuicio de las ya mermadas políticas sociales, y la renuncia a su exigencia histórica a Japón de indemnizaciones por el genocidio que cometió antes y durante la Segunda Guerra Mundial contra la población coreana.
Estos nuevos acuerdos han desatado el malestar en la oposición parlamentaria y entre amplios sectores de la población. El candidato presidencial del Partido Democrático, Lee Jae-myung, ha planteado con claridad el quid de la cuestión durante la campaña de las legislativas a comienzo de este año: “China era el principal mercado de exportación de Corea del Sur, pero ahora Corea del Sur importa principalmente de China. Los chinos no compran productos surcoreanos porque no les gusta Corea del Sur. ¿Por qué molestamos a China? Deberíamos simplemente decir ‘xie xie’ -gracias- [a China] y ‘xie xie’ también a Taiwán. ¿Por qué interferimos en las relaciones que hay en el Estrecho [China-Taiwán]? ¿Por qué nos importa lo que pase en el Estrecho de Taiwán? ¿No deberíamos simplemente pensar en nosotros mismos?”
Esta posición refleja las crecientes divisiones que existen también en el seno de la clase dominante surcoreana respecto a la posición a mantener con China. No había ocurrido antes. Es lo mismo que sucede en numerosos países que no hace tanto se presentaban como socios estables y fiables de EEUU. Pasa en Arabia Saudí, en Filipinas, en India… Son las contradicciones que emergen del cambio brusco en la correlación de fuerzas mundial, entre mantener las tradicionales relaciones con un poder imperialista en decadencia, EEUU, y la necesidad de fortalecer los importantes y cada vez más lucrativos negocios con China.
En el caso de Corea del Sur esta contradicción ha alcanzado enormes dimensiones, ya que la poderosa industria de semiconductores surcoreana depende decisivamente de China, tanto para la obtención de materias primas -de tierras raras decisivas para su producción que están en un 80% en manos chinas- como de cara a su exportación a China.
La exportación de circuitos integrados (CI) y de chips de memoria a China sigue representando el 60,8% y el 73,3% de toda la producción de Corea del Sur. La integración de la industria de semiconductores surcoreana con la industria china, igual que ocurre con la de Taiwán, hace muy difícil, a pesar de todas las presiones de EEUU, cualquier desacoplamiento.
La Administración norteamericana, tras el fracaso del golpe, dice que ha respirado aliviado. Pero que cínicos y mentirosos son estos señores. Cualquier persona con un poco de experiencia entiende que un paso así no se da sin el respaldo de al menos un sector importante del imperialismo norteamericano, y que la CIA ha estado directamente implicada desde el primer momento.
Ahora, intentan borrar las huellas de sus crímenes, al igual que el partido gobernante, el PPP, que tras horas de silencio finalmente salió a la palestra para distanciarse del presidente y de la cúpula militar implicada en el golpe.
La interpretación de los medios occidentales de presentar lo ocurrido como fruto de la locura personal de Yoon Suk-Yeol es ridícula. Una decisión de este calado no se adopta ni al margen del imperialismo norteamericano, ni de la clase dominante o la cúpula militar surcoreana.
Huelga indefinida hasta tumbar al presidente
Tras el fracaso del golpe la oposición parlamentaria ha presentado una moción para destituir al presidente, que necesitaría algunos votos del partido gobernante PPP para lograr la mayoría de dos tercios requerida. Lo más significativo es que la KCTU ha mantenido el llamamiento a la huelga indefinida que convocó contra la Ley marcial hasta tumbar definitivamente al Gobierno golpista.
En este momento el presidente está desaparecido. Quién sí ha comparecido ha sido el ministro de Defensa, que ha asumido su responsabilidad en el golpe y ha dimitido. Por otro lado, el primer ministro conservador, designado por el presidente, ha planteado que continuará en el cargo “sirviendo al pueblo hasta el final”. Entra dentro de lo probable el colapso del actual Gobierno y el fin de la presidencia de Yoon Suk-Yeol, a pesar obviamente de que EEUU y sus aliados internos harán todo lo posible para impedirlo. Un escenario así implicaría la convocatoria de nuevas elecciones, y posiblemente una contundente victoria a la oposición.
Es importante subrayar que los partidos de la oposición, principalmente el Partido Democrático, de corte liberal-socialdemócrata, y muy vinculados a la clase dominante, no tiene en su agenda revertir la degradación social ni la precarización, ni plantea ningún programa que implique nacionalizar los grandes conglomerados empresariales que dominan el país. Evidentemente sus intenciones de fortalecer las relaciones con China, y mantener una buena vecindad con Corea del Norte, son argumentos inaceptables para Washington. Por tanto, la batalla está servida y se entrelazará con una situación social cada día más explosiva.
La movilización por abajo de la clase obrera, las mujeres y la juventud, es lo que ha terminado por desbaratar el golpe. Y la movilización debe tumbar al aspirante a dictador Yoon Suk-Yeol y a su Gobierno, procesar y encarcelar a todos los políticos y militares implicados en el golpe, pero sobre todo tiene que impulsar una alternativa revolucionaria que plantee abiertamente el derrocamiento del capitalismo coreano para conquistar un Gobierno de los trabajadores con una política genuinamente socialista.