Como ocurre en cada revolución, cuando la presión llega desde abajo el régimen comienza a dividirse. Un sector es partidario de utilizar la fuerza bruta para aplastar a la oposición, mientras otro quiere alcanzar un acuerdo. El punto de inflexión fue el asesinato el 12 de mayo de seis estudiantes en la Universidad de Trisatki, en Yakarta, durante una manifestación pacífica. El ambiente entre la policía lo describe The Economist:

“Las fuerzas de seguridad se suponía iban armadas con pelotas de goma y gas lacrimógeno, pero parece ser que perdieron el control, igual que los manifestantes. Al día siguiente, los manifestantes hicieron hogueras en el distrito comercial de Yakarta. Pandillas de saqueadores montados en motocicletas desafiaron las cargas policiales, atacando tiendas y supermercados. Otras 12 personas murieron, algunas en un bar que fue incendiado. La policía lanzaba palos contra las personas normales que estaban tratando de regresar a su casa a través de las calles cada vez más peligrosas” (The Economist, 16/5/98).

Según The Economist, los asesinatos de la Universidad de Trisatki (por cierto, una Universidad de élite) fueron “la chispa que causaron la extensión de la frustración y furia al todo el país”. Antes de ellos, los manifestantes eran pacíficos.

“Tritsatki, la universidad donde fueron asesinados los estudiantes, es la elegida por las clases medias ricas. Muchos ya han dejado de apoyar a Suharto, pero otros todavía lo apoya porque piensan que la elección es entre él y el caos. Pero la perspectiva de ver cómo disparan a sus propios hijos puede cambiar las cosas” (The Economist, 16/5/98).

Los funerales de los estudiantes muertos se convirtieron en mítines de la oposición:

“El miércoles, los funerales de los estudiantes crearon una oleada de emoción. Los responsos fueron oficiados por los dirigentes de la oposición, como Megawati Sukarnoputri, hija del anterior presidente de Indonesia, Sukarno, derrocado por Suharto en 1966. Lo más curioso es que entre los asistentes estaba el comandante en jefe del ejército, el general Sjatrie Skamsoeddin” (The Sunday Times, 17/5/98).

Temeroso por la repentina insurrección de las masas, Suharto trató de dar marcha atrás en las impopulares subidas de precios. La influyente Asociación de Intelectuales Musulmanes de Indonesia (ICMI) calificó las medidas de Suharto como “vagas, pocas y tardías” (Agencia France Press, 7/5/98). El Yakarta Post del 17 de mayo citaba al anterior ministro y hombre de negocios, Siswono Yudohusodo, que planteaba la necesidad de reformas políticas y económicas inmediatas y una remodelación del gabinete, para intentar solucionar la crisis:

“En ciertos aspectos, la reforma viene con retraso y podría encender la mecha de cambios drásticos que podrían convertirse en una revolución”. Estas palabras son un testimonio incalculable de lo que piensa un sector de la clase dominante: debemos hacer inmediatamente una reforma desde arriba para evitar una revolución desde abajo.

“El sistema ha fracasado. Todo el mundo puede ver que no funciona. Necesitamos una nueva Indonesia. Tenemos que usar toda nuestra riqueza en el desarrollo, pero el hecho es que mucha gente aún es pobre. Políticamente estamos también en bancarrota” (The Guardian, 13/5/98). Las fisuras en el régimen se reflejan incluso en antiguos colaboradores de Suharto, como el portavoz del parlamento: “En una ruptura revolucionaria con una historia de servil obediencia hacia Suharto, que ha gobernado más de 30 años, el portavoz del Parlamento, Harmoko, dijo que el viejo autócrata ‘se retiraría por la integridad y unidad de la nación” (The Guardian, 19/5/98). El General Wiranto, para calmar las protestas, dijo a los estudiantes que sus demandas de reforma política habían sido escuchadas y les animó a acabar con las manifestaciones, pero no obtuvo ningún eco. El movimiento cogía nuevas fuerzas y vigor por cada paso atrás que daba el régimen. Lejos de acabar con la rebelión, las propuestas de concesiones la estimulaban al ser interpretadas, correctamente, como un signo de debilidad.

Lo extraordinario no es sólo el alcance del movimiento, sino también lo rápido que se ha desarrollado la conciencia, pasando rápidamente de una protesta contra el empeoramiento de las condiciones de vida, a objetivos claramente políticos. La actitud de los estudiantes hacia el régimen es resumida gráficamente en el siguiente incidente:

“En la capital, unos 500 estudiantes organizaron un mitin en el campus del Instituto de Enseñanza de Profesores, al este de Yakarta, quemando una efigie de Suharto y culpándole de la crisis económica que está afectando al país. En la protesta, los estudiantes escenificaron un juicio en el cual la ‘Corte Extraordinaria del Pueblo’ acusaba a Suharto de asesino de masas y de corrupción”.

“En el juicio los estudiantes acusaron a Suharto de asesinar a más de 1,5 millones de personas durante su ascenso al poder en 1965-1966, en Timor Oriental en 1975, en los misteriosos asesinatos de 1983 y en la rebelión de Tanjung Priok en 1984. Los estudiantes declararon a Suharto culpable y lo sentenciaron a muerte” (Deutsche Presse-Agentur, 8 de mayo de 1998).

Los diplomáticos residentes en Yakarta dijeron que esta escenificación de juicio marcaba un nuevo peldaño en el tono de las protestas antigubernamentales, que en el pasado mostraban respeto hacia el dirigente de 76 años de edad. De la misma manera, en Rusia, antes de enero de 1905, las masas tenían ilusiones en el “padrecito”, el zar. La brutal represión que sufrieron el Domingo Sangriento acabó con ellas. Igualmente, la estupidez de la policía indonesia al abrir fuego contra los estudiantes con munición real transformó completamente la situación. Todo el odio y rabia acumulados se han concentrado ahora en la persona de Suharto. La indignación ante los actuales asesinatos está unida a la memoria de las atrocidades pasadas, produciendo una mezcla explosiva. Esto es una espada de Damocles para el capitalismo y el imperialismo.

La clase dominante indonesia está dividida. Un sector quiere mantener a Suharto tanto como sea posible, incluso el portavoz del parlamento ‘un viejo compinche del presidente’ le pidió que se retirase. Pero otro sector se resiste, temiendo que el movimiento derive en algo que no puedan controlar. Las declaraciones contradictorias del general Wiranto subrayan las divisiones y vacilaciones de la clase dominante, que es la primera condición para una revolución. La segunda es que la pequeña burguesía, las capas medias de la sociedad, vacilen entre el statu quo y la revolución; en realidad, la gran mayoría de la clase media está dando la espalda al régimen o luchando activamente contra él, como demuestra el movimiento estudiantil. La tercera condición es que la clase obrera, que ya ha entrado en la arena de la lucha, esté preparada para luchar por un cambio radical en la sociedad.

Pero el factor decisivo que está ausente es el factor subjetivo: un partido revolucionario y una dirección capaz de proporcionar la organización, programa y perspectivas necesarios para unir al movimiento y llevarlo a la toma del poder. Las consignas del partido son claras: ¡Las fábricas para los trabajadores! ¡La tierra para los campesinos! ¡Por una solución democrática y justa al problema nacional! ¡Rechazo de todas las deudas externas y nacionalización de todas las propiedades imperialistas sin indemnización! ¡Confiscación de todas las propiedades de la camarilla de Suharto! ¡Por una huelga general revolucionaria para derrocar al régimen! ¡Por la inmediata formación de comités democráticamente elegidos de trabajadores, campesinos, soldados y estudiantes, que tomen en sus manos el funcionamiento de la industria, el Estado y la sociedad! Sólo el gobierno democrático de la clase obrera puede limpiar la sociedad indonesia de toda la suciedad y corrupción del pasado y comenzar el camino hacia una sociedad socialista.

El movimiento sólo puede triunfar en última instancia sobre la base del internacionalismo: el derrocamiento del latifundismo y el capitalismo del resto de Asia y del mundo. Pero la victoria del proletariado indonesio cambiará inmediatamente la situación de toda Asia. En caso de una revolución triunfante de los trabajadores y campesinos indonesios, los débiles regímenes capitalistas de la zona se enfrentarían a poderosos movimientos revolucionarios. Se abriría el camino a la extensión de la revolución al resto de Asia.


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