“Fueron los chinos los que más sufrieron. Los pequeños hombres de negocios en Chinatown pagaron el precio de generaciones de resentimiento racial y la actual alianza entre la familia de Suharto y algunos chinos fabulosamente ricos”.
“Por supuesto, los chinos más ricos habían huido. Una multitud fue hacia la casa de Liem Sioe Liong, un rico inmigrante de la provincia de Fujian que se ha convertido en un multimillonario del cemento. La registraron e incendiaron. En el muro exterior pintaron: ‘el perro de Suharto’. Liem no estaba en casa: se había ido a EEUU” (Sunday Times, 17/7/98).
Desde el primer día, los medios de comunicación occidentales han tratado de utilizar estas cosas para presentar un dibujo distorsionado de los acontecimientos en Indonesia, como hicieron con Albania. Los periódicos están llenos de fotos de los saqueos y los incendios. En realidad, los “disturbios” reflejaban una protesta ciega contra los ricos y privilegiados, como cuando los amotinados estrellaban coches contra las tiendas y las quemaban, o atacaban a los bancos. Como la familia Suharto tiene el monopolio del “coche nacional” y peso en la banca, el mensaje era claro. El corresponsal de The Guardian observó: “Las empresas propiedad de los hijos de Suharto fueron los principales objetivos de los manifestantes” (The Guardian, 6/5/98). “La multitud en Yakarta parecía querer comenzar a desmantelar el imperio familiar cuando atacaron las sucursales del Banco Central de Asia, el banco privado más grande de Indonesia, en parte propiedad de Liem y de dos hijos de Suharto” (The Guardian, 15/5/98). El ambiente de los participantes se reflejaba en el siguiente artículo: “En la calle, Agius, un desempleado de 24 años era feliz por el caos: ‘los Suharto han saqueado nuestro país y ahora el pueblo les roba a ellos” (The Sunday Times, 17/5/98).
No es necesario explicar que el incendio de tiendas está muy lejos de ser una actividad revolucionaria. Es más una expresión de la desesperación y furia de las capas más oprimidas, que buscan vengarse por su situación. Esto incluso lo comprende la clase media víctima de la furia de elementos desclasados, como el propietario de un hotel incendiado: “¿qué se podía esperar? La gente está pasando hambre”. El lumpenproletariado siempre trata de sacar ventaja en caso de una revuelta para sus propios fines, quemando y saqueando. Es bastante probable que agentes del régimen provocaran deliberadamente a estos elementos y los pusieron en contra de los chinos, para distraer la atención de los ricos.
En cualquier caso, es totalmente equivocado identificar la revolución con los tumultos. Aunque sea inevitable que los haya, ya que por su propia naturaleza una revolución agita las profundidades de toda la sociedad, elevando no sólo a la clase obrera, sino también a las capas sociales más pobres, oprimidas y desesperadas. Sin embargo, son totalmente accidentales y en absoluto son la esencia del movimiento. Los tumultos y saqueos eran ajenos a la manifestación política, como estaba claro incluso para las propias autoridades: “Estos son disturbios. No tienen nada que ver con la política o las manifestaciones” (Kompas, 8/5/98).
Deberíamos decir entre paréntesis que siempre hay elementos de reacción presentes en cada revolución, incluso en la Revolución Rusa, cuando las fascistas Centurias Negras y el lumpen, orquestados por la policía zarista, lanzaron ataques contra los judíos. Pero eso no alteró en lo más mínimo la naturaleza de la Revolución. Una vez el proletariado se hace con el firme control del movimiento, el lumpen es desplazado por el movimiento revolucionario de las masas.