Las turbulencias que han afectado en los últimos meses al sistema financiero internacional han vuelto a poner en primer plano el interés de la prensa económica por la evolución y la potencialidad de la economía china. Y, como es habitual en tiempos de crisis, la información proporcionada por los medios burgueses de difusión masiva (cadenas de televisión, prensa diaria no especializada) dista mucho de ser una valoración objetiva de la situación de la economía de la República Popular China, sino que es una mezcla confusa de datos sesgados, medias verdades y propaganda descarada de las supuestas maravillas del crecimiento chino y de su capacidad para contribuir al mantenimiento del actual ciclo de expansión económica.

De forma similar al parloteo que nos abrumaba hace una década con las virtudes de la famosa ‘nueva economía" que supuestamente iba a superar para siempre las contradicciones internas del capitalismo, y con las alabanzas al sector inmobiliario y de la construcción que hace menos de un año llenaban las páginas de la prensa burguesa, los propagandistas del capital han encontrado en la economía china su tabla de salvación. Y no parece casualidad que este entusiasmo por la economía china coincida en el tiempo con el lanzamiento por parte de bancos y sociedades de inversión de nuevos fondos de inversión orientados hacia activos que cotizan en las bolsas asiáticas, principalmente en la de Shangai: agotado el filón inmobiliario, China se perfila como el destino preferido para la inversión especulativa.

Una economía exportadora

Desde luego, es difícil no quedar impresionado por los resultados económicos de China en los últimos diez años. Para este año 2007 el FMI espera un crecimiento del 11,3%, y para el año 2008, a pesar de los ajustes a la baja de las previsiones mundiales de crecimiento, se prevé un 10,8, más del triple de la proyección global de crecimiento publicada por el Banco Mundial. Pero, por sorprendentes que sean estas magnitudes, la capacidad de la economía china para sustituir a EEUU y a la Unión Europea a la cabeza de la expansión de la economía mundial es más que dudosa.
La principal característica de la economía china es su fuerte orientación a la exportación. De acuerdo con las estimaciones del FMI (China Quarterly Update, septiembre de 2007), en el primer semestre de este año la contribución del comercio exterior se elevó hasta más de un 25% del PIB. Las consecuencias de este hecho son incontestables. Desde el propio FMI se avisaba hace apenas un mes: "China se ha vuelto más vulnerable a shocks externos, tal como una apreciación del tipo de cambio o una ralentización en la demanda externa (...)" (F&D, Vol. 44, num. 33). Más exactamente, el FMI cifraba la reducción del PIB chino en un 0,5% por cada punto de reducción de la aportación del consumo interno al PIB de Estados Unidos, lo que resulta ser significativamente mayor que en la mayoría de las economías llamadas ‘emergentes".
Esta situación no es una casualidad. Desde el XIV Congreso del PCCh en 1992 hasta hoy, el gran motor de la economía china ha sido la avalancha de inversión extranjera. Atraídas por los bajos salarios y por los precios artificialmente bajos de la energía de uso industrial, las grandes empresas multinacionales empezaron a trasladar a China una parte creciente de su producción. Iniciaron el camino las industrias de bajo valor añadido, que requerían importantes volúmenes de mano de obra (textil, madera, etc.), siguieron industrias con requerimientos de mano de obra más especializada (electrónica de consumo, química, etc.) y, finalmente, todos los sectores capaces de deslocalizar su producción se han apuntado con entusiasmo a esta tendencia, hasta el punto que ya no sólo en EEUU y Europa las empresas se trasladan a China, sino que incluso se han producido traslados por razones de rebaja de coste salarial, ¡desde el sector de Tecnología de la Información de India!
Evidentemente, el traslado de la producción a un país con salarios tan bajos como es China tiene un efecto inmediatamente beneficioso para el conjunto del capitalismo. La reducción de costes contribuye a una recuperación de los beneficios empresariales, en consecuencia estimula nuevas inversiones y expande el conjunto de la economía. Pero, no lo olvidemos, la otra cara de la inversión masiva en China es el cierre de instalaciones industriales en los países capitalistas desarrollados. Como muy bien sabemos en el Estado español, sectores enteros como el textil o la fabricación de artículos deportivos, han sido diezmados y el número de trabajadores que ocupan es ahora sólo una pequeña fracción del empleo que ofrecían hace dos décadas. De modo que, considerado globalmente, el crecimiento chino no puede contabilizarse en su totalidad como una aportación neta al desarrollo de las fuerzas productivas mundiales, sino que es, en gran medida, un mero traslado de capacidad productiva a un entorno de salarios miserables y condiciones de trabajo completamente inhumanas. Y, naturalmente, la correspondiente reducción de la masa salarial de EEUU o Europa contribuye negativamente a la expansión de la demanda interna de esos países, volviendo a poner sobre la mesa la posibilidad de una crisis de sobreproducción.
Por ello, el principal riesgo que se cierne sobre la economía china es que una recesión en EEUU o Europa, causada por la crisis desatada en el sector inmobiliario, de la que el problema de las hipotecas de alta riesgo (‘subprime") es sólo la punta del iceberg, provoque a corto plazo un parón de las exportaciones y, a largo plazo, reduzca el volumen de capital extranjero que fluye hacia China e impulsa el desarrollo económico del país.

Pequeñas variaciones, grandes consecuencias

Sin necesidad de llegar a una situación de recesión, una reducción significativa del crecimiento económico en China tendría unas consecuencias incomparablemente más serias que las que una situación similar provocaría en una economía capitalista desarrollada. Los desequilibrios de la economía china son de tal magnitud que una simple reducción en su ritmo de crecimiento resulta una gravísima amenaza. El primero de estos dese-quilibrios es el gigantesco superávit comercial. Un crecimiento espectacular de las exportaciones en los siete primeros meses de este año (29% según datos del FMI) ha contribuido a generar un espectacular superávit comercial de l37.000 millones de dólares, lo que supone un 80% más que el año anterior. Este superávit está contribuyendo al crecimiento desmesurado de la oferta monetaria (más del 15% sólo en el mes de julio) y alimenta una burbuja crediticia y bursátil de dimensiones extraordinarias: después de un crecimiento del 130% en 2006, las acciones ordinarias que cotizan en la bolsa de Shangai se han revalorizado hasta el 31 de agosto un 95%.
El segundo gran desequilibrio reside en la inflación. Después de diez años de contención de precios, la inflación subió en agosto hasta un 6,5%, más del doble del objetivo de las autoridades chinas. Y para empeorar las cosas, la mayor aportación a esta subida procedió del encarecimiento de los alimentos, afectando directamente a la vida cotidiana de cientos de millones de familias trabajadoras chinas. De modo que, además de los efectos generales negativos que siempre provocan las subidas inmoderadas de precios, en el caso de China el aumento de la inflación amenaza con provocar un estallido de descontento social de consecuencias imprevisibles. La atención prestada en el reciente congreso del Partido Comunista Chino al "desarrollo armónico" es una clara señal de la preocupación de la burocracia por la masiva acumulación de tensiones en el seno de la sociedad china.
Los consejos de los organismos económicos internacionales, jaleados por los gobiernos de las potencias capitalistas, ante esta peligrosa coyuntura se orientan a reducir los desequilibrios mediante una fuerte apreciación de la divisa china, que tendría el doble efecto benéfico de reducir el superávit comercial y de contribuir a la contención de la inflación mediante el abaratamiento de los precios de los productos importados. Desgraciadamente para la burocracia china y para el conjunto del capitalismo mundial, una apreciación de la divisa china reduciría directamente la capacidad de exportar y, dado el peso de las exportaciones en el conjunto de la economía, abriría el camino para una recesión.

Mercado interno

Por supuesto, los estrategas del capital disponen de la receta adecuada: el crecimiento del mercado interno, que sustituiría gradualmente a las exportaciones como motor de la economía china, haría crecer la demanda de productos importados y, como feliz colofón, tiraría del conjunto de la economía mundial disipando los temores a una crisis generalizada.
Desde luego, el espectacular crecimiento chino ha generado una reducida clase media con una cierta capacidad de consumo, pero las magnitudes globales del consumo privado chino dejan muy poco lugar a la esperanza de que un desarrollo del mercado interno pueda llenar el vacío dejado por la previsible reducción de las exportaciones. Mientras que en EEUU el consumo privado supone un 70% del PIB, en China ese porcentaje es de apenas un 36%, el porcentaje más bajo, con gran diferencia, de las grandes economías.
Pero lo realmente significativo no son las cifras estáticas del consumo interior. Lo que más claramente pone de manifiesto la inanidad de las referencias al mercado interior chino son las tendencias sostenidas durante los últimos 15 años en cuanto a la distribución del PIB. Según datos elaborados por The Economist (13 de octubre de 2007) a partir de información estadística del Banco Mundial y la OCDE, la participación de los salarios en el PIB ha venido disminuyendo de forma sostenida desde el 54% en 1992 hasta el 41% de 2005. Y a falta de datos completos, la estimación para 2006 es que este porcentaje ha caído incluso por debajo del 40%. Para hacerse una idea de lo que esta cifra significa debe tenerse en cuenta que en el país paradigma del capitalismo, EEUU, la participación de los salarios en el PIB es de más del 56%.
Y si los datos de la reducción salarial relativa en China son escalofriantes, cuando se observa el conjunto del consumo privado, que además de los salarios incluye también los rendimientos del ahorro familiar (intereses de cuentas corrientes y similares) y los resultados de las inversiones financieras, la perspectiva es similar: el consumo privado chino está cayendo de forma sistemática desde el año 2000 hasta la fecha. En estos seis años la reducción ha sido de más de diez puntos porcentuales.
De modo que el mercado interno no sólo no crece, sino que la tendencia es a su reducción. Bajo el capitalismo, los beneficios empresariales son los salarios no pagados a los trabajadores. Y el único secreto del ‘milagro" chino han sido los salarios de hambre, las jornadas interminables y una represión feroz del aparato burocrático chino hacia el conjunto de los trabajadores. Por supuesto, tanto la burocracia como las empresas radicadas en China entienden la necesidad de desarrollar el mercado interno, y estarían encantadas de que tal cosa ocurriera. Pero las empresas capitalistas no operan para producir ‘mercados internos", sino que operan para producir beneficios, y las condiciones estructurales del capitalismo chino no parecen dejar mucho margen a la mejora de las condiciones de los asalariados.

Tensiones sociales

Por ello, es en este contexto de reducción relativa de los salarios donde debemos buscar las claves de la evolución de China. Y no se trata únicamente de la amenaza que los bajos salarios suponen para la continuidad de la expansión económica: el empeoramiento sistemático de las condiciones laborales y el incremento espectacular de las diferencias sociales abocan inevitablemente a una situación explosiva de enfrentamiento entre las clases.
La agudización de las luchas salariales en China es ya inocultable, a pesar del férreo control ejercido desde el Estado. En la edición del Diario del Pueblo (órgano del Comité Central del PCCh) del 27 de agosto se señalaba que entre 1986 y 2005 el número de "disputas laborales" resueltas por los organismos oficiales se había incrementado en un 27,3% anual. Y si las huelgas en empresas locales chinas pocas veces trascienden, las que afectan directamente a grandes empresas multinacionales, como la cementera francesa Lafarge o el fabricante italiano de muebles DeCoro, no se han podido esconder.
La clase obrera china, en su corta historia, demostró ser una digna heredera de la tradición insurreccional de los campesinos chinos, que a lo largo de siglos se levantaron en armas, una y otra vez, contra sus opresores terratenientes. Dos décadas de capitalismo en China han creado una situación social insostenible. La más mínima alteración del orden económico y social, como las que actualmente amenazan el precario equilibrio del capitalismo chino, puede ser la chispa que ponga de nuevo en marcha a las amplias masas del proletariado chino en el camino de la revolución socialista.


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