La economía mundial ante un nuevo abismo

La economía capitalista se enfrenta a una perspectiva dramática. Antes del verano, la recuperación de los EEUU daba muestras de debilidad y el estancamiento europeo se profundizaba. Otros indicadores, como la espiral recesiva de los “emergentes”, acompañaban el hundimiento de los precios de las materias primas y el retroceso del comercio mundial. Pero todos esos factores, que por sí solos ya dibujaban oscuros nubarrones en el horizonte, han palidecido ante la caída abrupta de las bolsas chinas y la devaluación del yuan —que han supuesto la pérdida de 5 billones de dólares en las bolsas mundiales en tan sólo cinco semanas—. Todas las alarmas han saltado: ya no se puede ocultar que por los vasos comunicantes de la economía china, la segunda potencia del planeta, se extiende la crisis de sobreproducción.

Del “milagro chino” a la recesión

Los acontecimientos en China subrayan los problemas de fondo que impiden al capitalismo restablecer su equilibrio económico y político. Si el derrumbe de las subprime fue la punta del iceberg que anunciaba la gran recesión en EEUU y Europa, los temblores de las bolsas mundiales señalan la caída de la actividad manufacturera y la sobrecapacidad que aqueja a la industria china.

Establecer una perspectiva para la evolución de la economía china requiere considerar las particularidades que la diferencian del resto de las potencias, y los aspectos que comparte. El proceso de restauración capitalista fue pilotado con éxito por la cúpula del Partido Comunista (PCCh), y alumbró un régimen de capitalismo de Estado. Las conquistas de la revolución de 1949 fueron liquidadas —tanto el monopolio del comercio exterior como la planificación económica—, mientras se extendía la privatización de los medios de producción y los servicios públicos, y la acumulación capitalista se desarrollaba a gran velocidad. La burocracia estalinista se convirtió en la nueva burguesía, ejerciendo un fuerte control sobre los resortes políticos del Estado y de una parte fundamental de la economía (el sector público industrial y bancario). En estas condiciones, y contando con abundante mano de obra semi-esclava proveniente del campo, consiguió atraer inversiones multimillonarias de capital y lograr un abultado superávit comercial.

China alcanzó cifras de crecimiento de dos dígitos, y los efectos de estos avances se hicieron visibles en el mundo entero: los países exportadores de materias primas veían incrementar sustancialmente sus ingresos gracias a la voraz demanda china, y los inversores de las grandes potencias capitalistas hacían suculentas operaciones que les reportaban extraordinarios beneficios. Países altamente desarrollados, como Japón o Alemania, orientaron también una parte considerable de su producción industrial a China. Cuando la crisis arreció en el resto del mundo, el gran superávit comercial y los sucesivos programas estatales de estímulo ayudaron temporalmente a capear el vendaval. Pero a pesar de todo, la intervención del Estado no ha evitado la sobreproducción; es más, como ocurrió en EEUU y Europa, la formación de burbujas especulativas y el crecimiento desbocado de la deuda pública y privada, han sostenido una parte considerable del crecimiento económico chino en los últimos años

China ha sido responsable de un 50% del crecimiento del PIB mundial desde 2008. Pero el círculo virtuoso está colapsando. La crisis de sobreproducción infecta el tejido industrial del gigante asiático, alimentada tanto por factores externos como internos. Por un lado, la recesión en los grandes centros del capitalismo mundial ha contraído sus exportaciones ; por otro, los paquetes de ayudas estatales para mantener la demanda de su industria nacional, fundamentalmente en la construcción de infraestructuras y viviendas, se han mostrado incapaces de resolver satisfactoriamente los problemas derivados de la sobrecapacidad productiva instalada, y ha generado otros desequilibrios. Una vez consumidos los recursos de los planes de estimulo, la demanda de acero o cemento vuelve a colapsar. En sus años de oro, China llegó a producir el 48% de todo el acero que se fabrica en el mundo. En la actualidad, fuentes oficiales reconocen una sobrecapacidad de 280 millones de toneladas anuales. También son malos tiempos para el sector del cemento, cuyo carácter estratégico es obvio: en unos cuantos años China consumió más cemento que EEUU en todo el siglo XX.

Las consecuencias de la sobreproducción también se reflejan en el flujo de miles de millones de dólares hacia la bolsa y el sector inmobiliario chino, hinchando la burbuja que ahora está estallando. A su vez, este fenómeno refuerza el crecimiento de la deuda, que se cuadruplicó entre 2007 y 2014 hasta llegar al 282 por ciento del PIB, principalmente por las actividades especulativas de lo que se ha denominado “banca en la sombra” (dependientes de los diferentes gobiernos estatales y locales). La deuda de China pasó de 7 billones de dólares en el año 2007 a 28 billones de dólares a mediados de 2014; en relación al PIB es ahora más grande que la de Estados Unidos o Alemania.

La crisis de sobreproducción no sólo ha sido capaz de abrirse paso en el interior del joven capitalismo chino, a pesar de las maniobras económicas para evitarla; lo que ayer permitió alimentar el crecimiento económico mundial, hoy se transforma en su contrario. La caída de China, incapaz de tirar del carro de la economía mundial, arrastrará a muchos. En América Latina y Centroamérica, en buena parte del continente africano, en Rusia, Australia o Corea del Sur, ya se empiezan a pagar las consecuencias. Baste el ejemplo de Brasil, donde su mercado de valores se ha reducido en una cuarta parte en lo que va de año, su moneda ha perdido un tercio de su valor frente al dólar y su PIB caerá como mínimo un 2% en 2015.

Y hay otra cuestión igual de importante: en la medida en que su mercado interno se reduce, la burguesía china busca una salida aumentando de forma agresiva sus exportaciones. De hecho, la Inversión Extranjera Directa (IED) en China prácticamente se iguala con la IED de China en el exterior. Un recrudecimiento de la lucha por el mercado mundial, que impone a los EEUU medidas enérgicas para pelear por su supremacía.

La onda expansiva de la crisis china

La cuestión en liza es concreta. Si China entra en recesión ¿de que manera afectará a los EEUU? ¿Será una oportunidad para que la burguesía norteamericana refuerce su liderazgo mundial, o una fuente de problemas que debilite aún más su recuperación incipiente?

En un alarde de honestidad muy poco habitual en este medio de comunicación, la corresponsal de El País en Washington escribía hace poco: “Con crecimientos del entorno del 2%, esta recuperación está siendo la más lenta y la más mediocre desde la Gran Depresión. Y ha aumentado la precariedad del empleo, lo que está impidiendo la recuperación del consumo.” Ciertamente los frutos de las medidas adoptadas por las autoridades norteamericanas son escasos y, lo más importante, no representan ninguna garantía para evitar una nueva recaída.

Después del colapso de Lehman Brothers en 2008, el gobierno estadounidense decidió intervenir inundando de liquidez su economía. Bajo la administración Obama se ha garantizado dinero barato durante años con tipos de interés próximos al cero, y gastado cientos de miles de millones de dólares en la compra de bonos de deuda pública. Sin embargo, los elevados costes de esta actuación —la deuda pública rondó a principios de este año los 18 billones de dólares, equivalentes al 107% de su PIB— no compensan los resultados. La tan cacareada creación de empleo sigue siendo débil y por debajo de las expectativas creadas. Un mercado laboral precario, y que utiliza estadísticas muy cuestionadas, esconde un desempleo real muy superior a la tasa del 5,3% que ofrece el gobierno.

En el país capitalista por excelencia, donde el sistema debería demostrar todo lo que puede ofrecer, los seis años de recuperación han traído una reducción salarial generalizada. La figura del trabajador pobre acompaña como una sombra los magros avances del consumo doméstico, que sigue en tasas muy por debajo de las acostumbradas en los años anteriores a la crisis. No son ajenas a toda esta situación las importantes huelgas que han protagonizados los trabajadores de los restaurantes de comida rápida, los profesores o los estibadores entre otros. Como tampoco lo son las masivas movilizaciones contra los asesinatos de afro-americanos a manos de la policía.

Una recesión de la economía China, en las actuales circunstancias que atraviesa EEUU, puede tener efectos demoledores sobre la industria norteamericana —que verán rebajadas sus exportaciones al mercado asiático en su conjunto—, y en su capacidad de financiación, debido a la amenaza latente de que el Tesoro chino repatríe parte de los cientos de miles de millones que tiene invertidos en bonos estadounidense. Esa idea tan extendida de que los países productores de materias primas serán los principales, cuando no los únicos afectados por la caída de China, es falsa. Muchas multinacionales de capital norteamericano, europeo o japonés, que se enriquecieron gracias al crecimiento chino, afrontan ahora las consecuencias de cambio del ciclo.

Tal es el caso de BHP Billiton, la compañía minera más grande del mundo que figura entre los principales valores de la bolsa de Londres. Este gigante anglo-australiano redujo casi a la mitad sus beneficios en el último semestre de 2014 debido a la bajada de precios de las materias primas, especialmente del hierro, su principal fuente de ingresos. Las acciones de Glencore International AG, la principal empresa privada dedicada a la compraventa y producción de materias primas y alimentos del mundo, con más de 190.000 empleados, activos en 30 países y sede en Suiza, ha sufrido también una severa caída. Por no hablar del derrumbe del precio del petróleo, como consecuencia de la sobreproducción del sector (más de 3,5 millones de barriles diarios) ante la contracción de la demanda, y que ya se ha traducido en la destrucción de 100.000 empleos y el recorte de los beneficios de las estadounidenses Chevron Corp. y Exxon o la anglo-holandesa Shell entre otras. La caída de los precios en las materias primas, y el desplome del petróleo, afectan directamente a Brasil, Argentina, Venezuela, a Canadá y Rusia, a decenas de países productores, actuando como factores recesivos de primera magnitud.

La crisis China se dejará sentir duramente en Europa. Alemania, la economía central de la Unión Europea y cuyas ventas al exterior representaron el 38,92% de su PIB en 2014, tiene en China el cuarto destino en importancia para sus exportaciones. Las movilizaciones que se desarrollan actualmente en el sector lácteo en muchos países europeos, entre los que se encuentra el Estado español, están directamente relacionadas con el duro recorte de las exportaciones europeas a China.

La amenaza no se limita a estos aspectos. La devaluación de un 3% del yuan a la que han recurrido las autoridades chinas en busca de unos precios más competitivos para sus manufacturas, no sólo hace peligrar las cuotas de mercado mundial de otras potencias, introduce también la posibilidad de una bajada generalizada y prolongada de los precios de las mercancías y los servicios, es decir, la tan temida deflación, que puede deprimir aún más los salarios, frenar la creación de empleo y reducir por tanto el renqueante consumo. Por supuesto, lo ocurrido con el yuan azuza las guerras comerciales y las devaluaciones competitivas del euro y el dólar en un futuro inmediato.

La dialéctica explica que llegados a un determinado punto se produce un salto de cantidad en calidad. Esa es precisamente la cuestión que deja sobre la mesa los acontecimientos económicos de este verano. Si la economía china sigue deslizándose pendiente abajo, podríamos entrar en una nueva fase de la recesión mundial aún más profunda y prolongada y, consecuentemente, las convulsiones sociales, políticas y militares podrían ser mayores que las vividas en el último período.

Los límites de la intervención estatal

Con la llegada de las ‘malas nuevas’ desde Asia se ha abierto una ilustrativa polémica sobre los planes que tenía la Reserva Federal de EEUU de subir los tipos de interés en otoño. De un lado, están quienes sostienen que incrementar los tipos, es decir, acabar con el dinero barato, dará al traste con las pírricas cifras de crecimiento. Haciendo un símil médico, la economía norteamericana se asemeja a un enfermo que, incapaz de mantener las constantes vitales por si mismo, puede colapsar si se le retirara la respiración asistida. Por otro, hay analistas que advierten de que si los tipos no suben será imposible recurrir a las medidas económicas con las que se respondió al cataclismo de 2008 (es decir, la bajada del precio del dinero) precisamente cuando los efectos de la caída china se dejen notar. A estos últimos no les falta razón cuando afirman que el endeudamiento ha alcanzado un nivel muy peligroso, y si los tipos de interés siguen anclados en torno al 0% la única salida serán tipos negativos ¡Pagar por prestar dinero!

El hecho de que ambas posturas tengan una base real, refleja el callejón sin salida en el que se encuentra el capitalismo. Ninguna medida económica adoptada por los Estados y los bancos centrales puede resolver satisfactoriamente el problema a corto y medio plazo. La efectividad de los instrumentos económicos que el estado burgués puede utilizar ante una recesión de tamañas dimensiones, está llegando a su límite. La bajada de los tipos de interés, el endeudamiento crónico y la inyección masiva de liquidez , incluso medidas keynesianas clásicas de inversión, como las adoptadas por China, pueden prolongar temporalmente un boom e, incluso, atenuar coyunturalmente las caídas de la economía, pero no superar las crisis de sobreproducción.

El factor fundamental para lograr una remontada, en el marco de la economía de mercado, sigue siendo un aumento drástico de las inversiones de capital, de la producción y el empleo, que impulsen la demanda. Pero en lugar de esto, a lo que asistimos es a planes permanentes de austeridad y recortes, rebajas salariales, precariedad laboral, privatizaciones masivas, que inflan la deuda de las naciones y contribuyen a la formación de nuevas burbujas especulativas. Sí, la tasa de beneficios capitalistas remonta, la acumulación de capital se incrementa sin necesidad de pasar por la inversión productiva, los ricos son más ricos…pero la mancha de miseria y degradación se extiende por el planeta. Un círculo vicioso que hunde a la humanidad en la catástrofe.

Socialismo o barbarie

La actual crisis todavía no está resuelta. El capitalismo demanda una destrucción aún mayor de las fuerzas productivas para poder reiniciar un nuevo ciclo ascendente que reactive de forma sólida la inversión en el sector decisivo: la industria. La evolución de los indicadores económicos chinos anuncia un empeoramiento aún mayor de las condiciones de vida de las masas a escala mundial. Hará todavía más encarnizada la lucha de las grandes potencias imperialistas por sus cuotas de mercado, provocando más pobreza, más miseria, más paro y cientos de miles de muertos más en nuevas guerras.

Si para orientar nuestras perspectivas intentamos buscar un acontecimiento histórico de similar magnitud al que estamos inmersos, deberemos dirigir nuestra vista al crack del 29, a los años 30 y la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que la historia no es una mera repetición de acontecimientos, como también lo es que está descartada una guerra mundial de similares características a la Primera y la Segunda. Pero no es menos verdad que el sufrimiento del pueblo griego sólo es comparable al provocado por una guerra. Que los pueblos sirio y ucraniano viven una terrorífica pesadilla de violencia y destrucción, como millones en Eritrea, Sudán y Nigeria, en Libia, como el pueblo palestino. En esa lista interminable de horror y vergüenza debemos incluir los miles de cadáveres que entierran las aguas del Meditaerraneo, y la oleada de seres humanos que llama a las puertas de Europa intentando escapar desesperadamente de la barbarie y la muerte. Cómo no evocar imágenes de la conflagración mundial del pasado siglo al ver los efectos de las bombas en Damasco o Mariupol, viendo a cientos de miles de hombres, mujeres y niños maltratados cruelmente en las fronteras de las ‘civilizadas democracias’ europeas.

Junto a toda esta hecatombe, a este inmenso sufrimiento, se levanta la conciencia de la clase obrera, conmovida por la destrucción de cualquier rasgo de dignidad y humanidad. Éste es el factor decisivo para resolver esta disyuntiva histórica en beneficio de la mayoría: la lucha organizada de los trabajadores enarbolando un programa para acabar con el capitalismo. La lucha por el socialismo.


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