La consigna central de la huelga era: ¡No al cierre de las empresas! ¡No a los despidos! Ochenta de cada cien trabajadores metalúrgicos secundaron la huelga y tomaron las calles de toda Italia para manifestarse frente a las sedes de la patronal. En cada una de las principales ciudades del norte Milán, Turín, Venecia, Bolonia las manifestaciones superaron las 10.000 personas. En las otras zonas del país la participación fue de entre 500 y 5.000 trabajadores. El ambiente era de absoluta ira y determinación para luchar hasta que caiga el gobierno de Berlusconi. Pero el objetivo no es sólo el gobierno, el otro punto de ataque es la patronal, Confindustria, que es responsable de uno de los mayores retrocesos en las condiciones de vida de los asalariados.
La huelga es el primer pulso de los trabajadores a la patronal dentro de la disputa del convenio colectivo estatal del sector metalúrgico. Los sindicatos del metal piden recuperar el poder adquisitivo perdido en los últimos dos años e interrumpir la sangría de empleos. En las asambleas de las fábricas más combativas los trabajadores dicen que tienen la fuerza suficiente para arrancar a los empresarios lo que han perdido desde 2001. La patronal, que tan sólo ofrece 53,50 euros de aumento salarial, está preocupada por la constante pérdida de competitividad de la industria y la crisis de sobreproducción en casi todos los sectores.
La voluntad de lucha de los metalúrgicos y la agonía del gobierno Berlusconi preocupan mucho a la patronal, que es consciente de que el próximo gobierno de centro-izquierda sufrirá enormes presiones desde abajo y por esa razón un futuro gobierno encabezado por Romano Prodi no lo va a tener fácil a la hora de disfrazar los ataques a la clase obrera que exigen los empresarios.